La criminal agresión contra una iglesia copta en Alejandría, que dejó decenas de muertos y heridos, es sólo una muestra irrefutable de la campaña contra las minorías cristianas que se viene desplegando en África y Asia desde hace décadas, con el silencio culposo del resto del mundo.
Por Marcos Aguinis
Esta agresión no se limita a intimidar personas, expulsarlas y recortarles sus derechos, sino que llega al asesinato.
El cristianismo, desde que consiguió terminar con las persecuciones romanas y convertirse en una religión dominante, no ha conocido otras heridas que las que se infligieron entre sus propias denominaciones o en las campañas de expansión. A partir del siglo XIX y gran parte del XX, la democracia y el enciclopedismo impulsaron hondas reflexiones eclesiales en todas las instituciones cristianas.
El Concilio Vaticano II, convocado por el revolucionario papa Juan XXIII, alcanzó el nivel de los paradigmas. El cristianismo dejó atrás su modalidad parcialmente inquisidora y se volcó de forma decidida hacia la libertad y el respeto por la diversidad en materia de fe. Excepto algunas minúsculas -aunque todavía hostiles- sectas fundamentalistas, el océano mundial de los cristianos apoya y practica la tolerancia en el campo religioso.
Gracias a su noble impulso, proliferan encuentros ecuménicos y manifestaciones fraternales. Pero obstruye la visión sobre el sufrimiento que padecen comunidades cristianas minoritarias. Pese a la globalización, en muchas regiones aún predomina la barbarie. Los esfuerzos para avanzar hacia el diálogo, que abundan en Occidente, no emocionan ni penetran a numerosos sectarios. Para colmo, muchos gobiernos e infinidad de organizaciones prefieren poner sordina ante los crímenes porque suponen que erguirse contra esos fanáticos hace el juego a la discriminación, la xenofobia y la intolerancia. Creen que ajusticiar a quienes persiguen y matan cristianos contradice sus postulados pacíficos. Por eso, las pocas voces que se expresan, aunque muy alarmadas, cuidan en extremo los vocablos.
El pecado mayor no reside en enfrentar con energía a los salvajes, sino en dejarlos hacer, impunemente. Muchas agresiones religiosas todavía tienen lugar en países democráticos y modernos, pero contra ellas pelean organizaciones de diverso tipo. No ocurre así donde falta la democracia y reina el sectarismo. Ni siquiera la prensa o las organizaciones que defienden los derechos humanos se dedican a investigar y denunciar esos horrores con la energía que corresponde.
La ONG llamada Mechric (Comité Cristiano del Medio Oriente), formada por instituciones de Irak, Líbano, Sudán, Irán, Siria y todo el norte de Africa, fue fundada en 1981 para monitorear las agresiones que se venían cometiendo contra las poblaciones cristianas desde el océano Indico hasta el Atlántico. La reciente masacre contra la importante iglesia copta de Alejandría determinó que esa entidad publicase un documento en el que -¡por fin con palabras claras!- condena a sus autores directos e intelectuales. "Este acto atroz fue realizado por los seguidores jihadistas de una ideología criminal corporizada por Al-Qaeda, la red Salafi y sus aliados, que están infiltrando las elites de toda la región". Mechric presenta sus condolencias a las víctimas y sus familiares y urge a los pueblos cristianos del orbe a movilizarse en favor de sus hermanos y hermanas del Medio Oriente, gravemente amenazados por una permanente discriminación. "También convocamos a los sectores democráticos y las organizaciones defensoras de los derechos humanos de los países árabes y musulmanes a condenar la barbarie cometida contra los coptos de Egipto y contra los cristianos de Irak y otras regiones de la zona. Sostenemos que el gobierno de Egipto es responsable por la suerte de los ciudadanos coptos".
Emplaza, asimismo, a las Naciones Unidas, porque esas matanzas y profanaciones se vienen realizando desde hace décadas, sin que se hayan adoptado iniciativas para acabar con ellas.
Visité Alejandría hace poco tiempo, con el corazón latiéndome en la garganta. La recorrí en todos los sentidos y contemplé sus paisajes imaginándome que también los habían disfrutado cantidad de sabios, historiadores, filósofos, santos, poetas y guerreros. Hice abstracción de los edificios vulgares que empezaron en la época de Nasser y destrozaron cantidad de lugares significativos, para imaginarla en sus momentos de esplendor. Allí había vivido y escrito Lawrence Durrell su maravilloso Cuarteto de Alejandría , donde anticipaba la angustia de los coptos ante la inminencia de las persecuciones. Ya no es el mejor lugar turístico de Egipto, porque se prefieren los balnearios construidos por los israelíes junto al mar Rojo. Pero sigue su población fija y sigue habiendo coptos, cuya iglesia visité con el respeto que merece la antigüedad y el valor simbólico que exhala: los coptos conforman una de las denominaciones cristianas más antiguas de la historia, y aseguran haber sido evangelizados por mi tocayo San Marcos. La comunidad copta ha contribuido a la riqueza espiritual y material de Egipto. Se fue reduciendo a sólo el 10 por ciento por una sistemática discriminación que no cesa de aumentar.
Lo mismo sucede en otros países de Medio Oriente: disminuyen los cristianos. No es un secreto que en Arabia Saudita está terminantemente prohibido construir una iglesia o exhibir una cruz, pese a que ese país construye mezquitas suntuosas por doquier (en la Argentina hasta se le donó un valiosísimo terreno). Tampoco está permitido construir iglesias ni exhibir símbolos cristianos en la Franja de Gaza. Con el gobierno de la Autoridad Palestina, el hijo de un peluquero en la ciudad de Qalkilya fue encarcelado por el presunto crimen de haber formulado dudas respecto al islam; en Belén fue intendente durante décadas un cristiano; ahora, el intendente es musulmán. Los católicos también están desapareciendo de Irán, pese a que los voceros mentirosos del gobierno afirman lo contrario. No cesan de disminuir los maronitas en el Líbano, y casi no quedan en Siria.
Las matanzas ocurridas en Sudán a los largo de muchos años por hordas sedientas de sangre que irrumpían en las aldeas cristianas conforman una muestra del más extremo horror. Ni hablar sobre el genocidio de Darfur. Es indignante, porque Sudán seguía formando parte de las Naciones Unidas y hasta era incorporado a comisiones vinculadas con los derechos humanos. La prensa, mientras, apenas dejaba caer noticias sobre la masacre. Y ni desde los países vecinos ni desde los lejanos se producían gestos que obligasen a que las autoridades apagaran ese infierno. Era una clara guerra de exterminio que no quería cesar hasta la decapitación del último cristiano. El mismo cardenal Gabriel Zubeir Wako, arzobispo de Khartum, la capital, evitó por casualidad ser asesinado mientras celebraba misa.
En Eritrea se propagó la fantasía conspirativa de que los cristianos deseaban voltear la junta dictatorial y se puso en marcha una campaña para "limpiar" el país de los subversivos que portan una cruz. En Bagdad hubo un asalto a la catedral, en medio de la misa, y se asesinó a 58 personas, entre ellas mujeres y niños. Ese salvajismo irrefrenable a veces adquiere una grotesca tonalidad, como la obligación impuesta en Argelia a las mujeres cristianas para casarse de inmediato o ir presas, con el objeto de mantener la "moralidad" de las costumbres. ¡Vaya moralidad!
En la misa de Nochebuena, el Papa manifestó su angustia por la persecución que sufren los cristianos. Me recordó el mensaje Mit brennender Sorge (?Con ardiente inquietud') que Pío XI produjo ante el ascenso del nazismo. Pero así como el texto de Pío XI fue leído en voz baja por miedo a la represión, el de Benedicto XVI no ha producido aún el cimbronazo que corresponde. Horas después, el cimbronazo estalló en Bagdad, donde explotaron numerosas bombas en viviendas de cristianos. La respuesta fue clara: esos asesinos no se amilanan ante simples discursos. El resultado fue un incremento del éxodo de familias cristianas hacia el Norte, donde la población kurda no es tan fanática en materia de religión, como, desgraciadamente, los sunnitas y chiitas.
Durante la dictadura del general Muhammad Zia en Paquistán se sancionó una ley contra la blasfemia. El término "blasfemia" es vago, porque incluye desde una expresión insultante hasta una ingenua duda sobre las verdades del Corán. Provee al gobierno de un arma que deja encarcelar o ejecutar a cualquier opositor, endilgándole ese crimen -aunque haya dicho algo en la intimidad o que ni siquiera lo haya dicho, pero se le atribuye-. La acusación de blasfemia es imposible de refutar: siempre se cree más al que denuncia. Por casualidad, trascendió que dos jóvenes cristianos de la ciudad de Ahwali debieron ocultarse por las amenazas de ser quemados vivos por blasfemar. Otros dos jóvenes no tuvieron la misma suerte. Acaban de asesinar a un político que pretendía terminar con esta aberración jurídica.
No son menores los castigos en Egipto. Allí fueron incendiadas numerosas viviendas en la aldea sureña de Al Nawahid, en la provincia de Kena, porque se rumoreaba que un cristiano tenía relaciones amorosas con una joven musulmana. El intelectual egipcio Tarek Heggy manifestó en Otranto, Italia, que "los coptos están pagando el precio por la creciente islamización de la sociedad. La islamización creciente de las últimas décadas es la responsable por la intolerancia que se expande". "La Hermandad Musulmana oculta sus propósitos de hegemonía política tras su red de ayuda social, servicios médicos y educación para los sectores más desprotegidos". Es la técnica que también emplea Hamás en Gaza. "La rica literatura y poesía árabe es sustituida por textos sagrados", agregó Heggy. Hasta 1960 Egipto fue una sociedad mediterránea y después declinó hacia una árabe-beduina, que no sólo influye en la educación, sino en los diarios, la radio y la televisión.
Estos medios demonizan a los cristianos. Sin decirlo con claridad, los sectarios prefieren un Medio Oriente Christenrein (limpio de cristianos), así como ya lograron que sea Judenrein (limpio de judíos) al expulsar 600.000 judíos entre 1948 y 1949. Para completar este último objetivo, sólo les falta deslegitimar a Israel y luego borrarlo impunemente del mapa. En cambio, para terminar con los cristianos bastaría el terror. Mientras, claro, el resto del mundo se mantenga escondido tras su detestable indiferencia. Y los musulmanes democráticos y moderados -que, se dice, son la mayoría- sigan haciendo mutis por el foro.
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