jueves, 30 de enero de 2025

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (13)

Que el Corazón de Jesús es templo, altar e incensario del Divino Amor

Por Monseñor de Segur (1888)


El amor increado y eterno, es decir, el Espíritu Santo, es quien se ha edificado este magnífico Templo, formándole de la sangre virginal de la Madre de amor.

Este Templo vivo ha sido consagrado y santificado por el Pontífice santo, inocente, inmaculado, sublimado sobre los cielos; por “el gran Pontífice que ha penetrado en los cielos, por Jesucristo Hijo de Dios”. Ha sido consagrado por la unción de la divinidad. Está dedicado al Amor eterno. Es infinitamente más santo, más digno y más venerable que todos los templos, materiales y espirituales, que ha habido y habrá en el cielo y en la tierra.

En este Corazón, en este Templo augusto Dios recibe adoraciones, alabanzas y glorias dignas de su infinita grandeza. En este templo el soberano Predicador, que es el Verbo, es decir la palabra de Dios en persona, nos predica continuamente. En este Templo celestial y más santo que los cielos el Sacerdote eterno ofrece a la majestad divina, en nombre de toda la creación, el sacrificio de adoración eterna, de eternas acciones de gracias, de amor eterno.

Este es el santuario, el centro de la santidad, que no conoce la profanación; y está adornado de todas las virtudes evangélicas y de todas las perfecciones de la divina esencia, como de otras tantas ricas esculturas y pinturas vivas. ¡Oh santa humanidad de Jesús! ¡Oh Corazón deífico, centro glorioso de esta humanidad tres veces santa!

¡Bendito seáis, Dios mío, por haberos edificado a Vos mismo este maravilloso Templo y haberos dignado franquearme su entrada! Me atrevo a unirme a vuestro Jesús y mi Jesús para tributaros en el Templo de su Corazón las adoraciones, acciones de gracias y todos los demás homenajes debidos a vuestra soberana majestad.

Mas el Corazón de Jesús es, no solamente el Templo, sino también el Altar del divino amor. Sobre este Altar de oro puro arde día y noche el fuego sagrado de este mismo amor. Sobre este mismo Altar el Sumo Sacerdote Jesús ofrece continuamente toda suerte de sacrificios a la Santísima Trinidad. En primer lugar, se ofrece y sacrifica a sí mismo como víctima de amor, como la más santa y preciosa victima que hubo ni puede haber jamás. Sacrifica enteramente su alma y su cuerpo, su sangre y su vida, con todos sus pensamientos, palabras, acciones y todo lo que ha sufrido en la tierra. Y este sacrificio lo ofrece perpetuamente sobre el Altar vivo de su Corazón, y lo ofrece con amor inmenso, infinito.

En segundo lugar, ofrece en sacrificio de adoración y de alabanzas todo lo que su Padre le ha dado, es decir, el cielo y la tierra, los Ángeles, los hombres, las criaturas todas, animadas e inanimadas; ofrécelas a la Majestad divina como otras tantas víctimas destinadas a dar gloria a Dios.

Ofrece también y sacrifica a la santidad de Dios las criaturas rebeldes que por el pecado huyen del amor: los malos cristianos, los impíos, los herejes, los réprobos, hasta los demonios. Sacrifica con la espada de la divina justicia a todos aquellos que se sustraen a la dulce y libre inmolación del amor. Nadie le escapa; elegidos, ni condenados; Ángeles, ni demonios; ni la tierra, ni el cielo, ni el infierno.

Así es como Jesucristo, Sacerdote eterno según el orden de Melquisedec, se ofrece a sí mismo y ofrece todas las cosas con alegría enteramente divina a la gloria de su Padre, sobre el Altar de su sagrado Corazón, el más amable y a la vez el más formidable de todos los altares.

¡Oh Jesús! ¡Jesús, amor mío! ¡Jesús, misericordia mía y mi dulce Dueño! ponedme, sin mirar mi indignidad, en el número de las víctimas de vuestro amor. Consumidme todo, como holocausto de este amor, en el fuego divino que arde incesantemente sobre el Altar sagrado de vuestro Corazón.

Por último, el sagrado Corazón de Jesús es también el Incensario del divino amor; este Incensario de oro de que habla el Apocalipsis, y que San Agustín explica del adorable Corazón de Jesús: “Vino un Ángel a colocarse delante del altar, teniendo en su mano un incensario de oro; y le llenó de incienso, para ofrecer las oraciones de todos los Santos sobre el altar de oro que está delante del trono de Dios”. Todas estas palabras están llenas de Jesús: ese Ángel que ofrece a la majestad de Dios el incienso de las oraciones de los Santos en su incensario, es Jesús, el Ángel de la nueva y eterna Alianza, que ofrece a su Padre las oraciones de todos sus siervos, uniéndolas a su divina oración. El incensario de oro puro es también Jesús, es el Corazón de Jesús: las ascuas encendidas del amor llenan este Corazón sagrado, y quemando el incienso de la oración de los Santos, la hacen subir, como vapor embalsamado, hasta el trono del Señor. Ese altar de oro es Jesús, siempre Jesús. Finalmente, el trono de Dios es también Nuestro Señor, cuya santa humanidad es el verdadero trono donde reside la majestad de Dios.

En el incensario del Corazón Santísimo de Jesucristo son depositadas, para ser ofrecidas a Dios, para ser santificadas y deificadas, todas las adoraciones, alabanzas, súplicas, oraciones, afectos y aspiraciones de todos los Santos y Ángeles. Procuremos corresponder fielmente a este designio de la Providencia, poniendo en nuestro celestial Incensario todas nuestras oraciones, nuestros deseos, nuestras devociones, y todos los piadosos afectos de nuestro corazón. Coloquemos en él también nuestro corazón con todo lo que hacemos y todo lo que somos, suplicando al Rey de los corazones que purifique y santifique todas estas cosas, para ofrecerlas en seguida a su Padre como incienso purísimo, en olor de suavidad.

Sí, el Corazón de nuestro Salvador es el Templo, el Altar y el Incensario, al mismo tiempo que el Sacerdote y la Victima, del divino amor. ¡Y todo esto por nosotros! ¡por nosotros, pobres y miserables, ejerce estas divinas funciones!

¡Oh amor! ¡oh exceso de amor! ¡Oh Salvador mío! ¡cuán admirables son vuestras bondades para conmigo! ¡Oh qué veneración y qué alabanzas debo tributar a vuestro sagrado Corazón!

¡Oh dulcísimo Corazón de mi Jesús! Haced que sea yo todo corazón y todo amor por Vos, y que todos los corazones del cielo y de la tierra sean inmolados en alabanza y gloria vuestra!

No hay comentarios: