Por Carlos Esteban
La mitad de los católicos norteamericanos no cree en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía, según las últimas encuestas de Pew Research sobre las que hemos informado ya. Una holgada mayoría, un 59%, descree del infierno. En cuestiones de doctrina moral, los números son aún más desalentadores, y el propio presidente de Estados Unidos, Joe Biden, puede seguir presentándose como un ‘católico devoto’ mientras impulsa la política proabortista más agresiva de la historia, y la abrumadora mayoría de los obispos norteamericanos no se atreven a aplicar el Código de Derecho Canónico para que se le niegue la Sagrada Eucaristía.
Y, sin embargo, nada de esto desata las alarmas sobre la ‘unidad’ de la Iglesia entre los buenos, pese a ser rechazos explícitos de la doctrina eterna de Cristo. En cambio, basta disentir con las opiniones del papa, absolutamente ajenas a la fe, para que se levante un coro vociferante que se rasga las vestiduras denunciando una brecha de la ‘unidad’.
¿Cuándo se convirtió la Iglesia de Cristo en una secta?
Parte de la perplejidad viene por que nunca antes de ahora había existido la posibilidad de escuchar al Santo Padre -o al obispo, o a los cardenales- en tiempo real desde tantos canales, nunca antes había estado el fiel tan expuesto a un caudal continuo de declaraciones papales, sin que el fiel sencillo tenga a veces los medios de distinguir lo fundamental de lo accesorio.
Eso no es unidad, es uniformidad. Eso es la negación misma de la cacareada ‘sinodalidad’. Es concebir a la Esposa de Cristo como un culto, casi como un partido o empresa en el que el CEO o el líder puede cambiar a voluntad el rumbo y las verdades. La misma expresión, tan extendida, de ‘Iglesia de Francisco’ debería ponernos en alerta. No: es la Iglesia de Cristo, de la que Francisco es el vicario temporal encargado con la misión de conservar intacto el depósito de la fe.
Disentir de las visiones políticas o científicas del pontífice no debería verse como indicio de falta de unidad, sino como expresión de la sana ‘libertas’ de la que se ufanaba San Agustín ante las cuestiones opinables. La Iglesia de hoy no es la Iglesia, es solo una parte, ni siquiera mayoritaria. Está la Iglesia de ayer y la de mañana; están la Iglesia Triunfante y la Iglesia Militante. Y todas ellas son la misma Iglesia, que no puede contradecirse ni renunciar a una iota de la verdad en Cristo.
No creo que beneficie a la imagen que da la Iglesia al mundo -imagen importante de cara a la evangelización- esta servil sumisión a estilos y maneras, énfasis y opiniones personales. Los católicos sufrieron durante siglos, desde la aparición de la mal llamada Reforma Protestante, el título de ‘papistas’. Pero los católicos no seguimos al papa; no es el papa nuestro Capitán, sino Cristo, del que el Santo Padre es solo el encargado de custodiar su Iglesia durante un plazo, siempre breve frente a la eternidad.
InfoVaticana
Parte de la perplejidad viene por que nunca antes de ahora había existido la posibilidad de escuchar al Santo Padre -o al obispo, o a los cardenales- en tiempo real desde tantos canales, nunca antes había estado el fiel tan expuesto a un caudal continuo de declaraciones papales, sin que el fiel sencillo tenga a veces los medios de distinguir lo fundamental de lo accesorio.
Eso no es unidad, es uniformidad. Eso es la negación misma de la cacareada ‘sinodalidad’. Es concebir a la Esposa de Cristo como un culto, casi como un partido o empresa en el que el CEO o el líder puede cambiar a voluntad el rumbo y las verdades. La misma expresión, tan extendida, de ‘Iglesia de Francisco’ debería ponernos en alerta. No: es la Iglesia de Cristo, de la que Francisco es el vicario temporal encargado con la misión de conservar intacto el depósito de la fe.
Disentir de las visiones políticas o científicas del pontífice no debería verse como indicio de falta de unidad, sino como expresión de la sana ‘libertas’ de la que se ufanaba San Agustín ante las cuestiones opinables. La Iglesia de hoy no es la Iglesia, es solo una parte, ni siquiera mayoritaria. Está la Iglesia de ayer y la de mañana; están la Iglesia Triunfante y la Iglesia Militante. Y todas ellas son la misma Iglesia, que no puede contradecirse ni renunciar a una iota de la verdad en Cristo.
No creo que beneficie a la imagen que da la Iglesia al mundo -imagen importante de cara a la evangelización- esta servil sumisión a estilos y maneras, énfasis y opiniones personales. Los católicos sufrieron durante siglos, desde la aparición de la mal llamada Reforma Protestante, el título de ‘papistas’. Pero los católicos no seguimos al papa; no es el papa nuestro Capitán, sino Cristo, del que el Santo Padre es solo el encargado de custodiar su Iglesia durante un plazo, siempre breve frente a la eternidad.
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