Por Alberto Matías
Fue un día de febrero de 1208 cuando, con unos 26 años, escuchó las palabras que Jesús les había dicho a sus discípulos cuando los mandó a predicar, en las que les decía que no necesitaban nada para el camino, “ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón…” (Mt 10, 10).
Tras la oportuna reflexión entendió que por fin el Señor le había mostrado el camino que debía seguir y no tardó en ponerse en marcha. Para ello se despojó de su cinturón de cuero y se colocó una cuerda en la cintura. Este cambio es especialmente significativo teniendo en cuenta que el cinturón era una prenda esencial en la vestimenta medieval, porque ésta carecía bolsillos. Los cinturones disponían de una serie de hebillas que servían para transportar cosas, desde las bolsas a los mercaderes, hasta los sellos y las plumas a los notarios (1). Era una prenda que aparte de ser funcional, daba estatus y seguridad, y era el reflejo de aquella sociedad de principios del siglo XIII, en la que el comercio con oriente, fruto de las cruzadas, le había dado un valor al dinero que hasta entonces no había tenido (2).
Los hombres de aquella época estaban tan sumergidos en sus negocios, que no tenían tiempo para Dios. Por tanto, con este gesto, Francisco depositaba su confianza en el Señor y eso le hacía libre para seguirle, por lo que su viejo cinturón no era más que un impedimento, un utensilio que amarraba a los hombres de su época a sus negocios y ganancias.
Haciendo alusión a este cambio, Francisco convenció al caballero Ángel Tancredi, quien luego se convertiría en uno de sus más fieles compañeros: “Hace ya demasiado tiempo que llevas cinturón, espada y espuelas. Es necesario que trueques el cinturón por la cuerda, la espada por la cruz, y las espuelas por el polvo del camino. Ven y sígueme, pues te haré caballero de Cristo”.
Los tres nudos del cordón franciscano simbolizan la obediencia, la pobreza y la castidad, tres votos con el objeto de que nada evite alcanzar a Cristo.
De este modo, la pobreza elude el estar esclavizados al dinero, teniendo como riqueza a Dios; la obediencia es la libertad para seguir la voluntad del Padre; y la castidad es el medio para no centrar el amor en una persona, sino en todas.
El cordón franciscano es, en definitiva, un símbolo de la pobreza evangélica y del seguimiento a Jesús sin condiciones.
1. Piero Bargellini, Los santos también son hombres. Madrid, Ediciones Rialp (Col. Patmos, Libros de espiritualidad – 116), 1964; pp. 107-123: San Francisco, hombre fantaseador.
2. Eloi Leclerc, OFM, Francisco de Asís, encuentro del Evangelio y de la Historia, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, n. 32 (1982) 239-253.
Camino de Emaús
El cordón franciscano es, en definitiva, un símbolo de la pobreza evangélica y del seguimiento a Jesús sin condiciones.
1. Piero Bargellini, Los santos también son hombres. Madrid, Ediciones Rialp (Col. Patmos, Libros de espiritualidad – 116), 1964; pp. 107-123: San Francisco, hombre fantaseador.
2. Eloi Leclerc, OFM, Francisco de Asís, encuentro del Evangelio y de la Historia, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XI, n. 32 (1982) 239-253.
Camino de Emaús
No hay comentarios:
Publicar un comentario