El grave problema que enfrenta el hombre de nuestro tiempo, es aquel que surge de la progresiva ignorancia de su naturaleza y con ello de su destino.
Por Juan Carlos Grisolia
“Estas consideraciones sobre la fe, en línea con todo lo que el Magisterio de la Iglesia ha declarado sobre esta virtud teologal, pretende sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las Cartas Encíclicas sobre la caridad y la esperanza. Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo asumo su precioso trabajo añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a 'confirmar a sus hermanos' en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre”. (Carta Encíclica Lumen Fidei. Benedicto XVI. Aportaciones de Francisco. Sumo Pontífice. Ed. C.E.A. Año 2013. Pág. 8/9).
Vivimos tiempos ensordecedores. La repetición pasa a ser condición de verdad, aun cuando repugne lo evidente. Son tiempos mediáticos, en los que el comentarista juzga y condena y no admite que el sentido común o un tribunal de la ley lo contradiga. Éste, a su tiempo, y por ello, será también sancionado con el pronunciamiento disvalioso de estos modernos pretores, para quienes la justicia legal debe responder a intereses espurios, descartando definitivamente lo justo natural. Son tiempos de voces airadas. Así como la música se propala con sonidos que ensordecen, las opiniones –carentes de todo sustento fáctico y técnico impiden al hombre pensar. Y con ello se hace imposible la ciencia e inalcanzable la sabiduría.-
El grave problema que enfrenta el hombre de nuestro tiempo, es aquel que surge de la progresiva ignorancia de su naturaleza y con ello, de su destino. Desconocimiento al que es empujado por quienes lo consideran solamente un objeto, una cosa, en el siniestro tablero en el que juegan sus intereses.-
Si bien es cierto que la criatura tiene grabado en su ser personal los imperativos básicos de la ley moral y, con ellos, un primario concepto de su destino temporal; el solo enunciado de éste plantea el interrogante de su fin último. Su propio ser material clama, por acción del espíritu, que se manifiesta ignorando las leyes que rigen la estructura corpórea, la respuesta al escándalo que significa la muerte física, lo que implicaría el agotamiento de su existencia. Todo lo cual surge de la referencia ética asignada a cada persona, de lo que da debida cuenta la Deontología, al establecer los deberes imperativos.-
Esta profunda contradicción, que repugna el orden de la naturaleza por cuanto no justifica en su trama, justamente, al ser más perfecto y perfectible que se reconoce en ella, ha sido la causa de la permanente búsqueda de una respuesta, lo que instaló en grado preferente, la actividad del conocimiento desarrollada por la persona humana.-
Esta realidad que se presenta, la mayoría de las veces de modo dramático, nos enfrenta al problema de la verdad.-
La Verdad, fundamental en la historia del hombre y para él siempre acuciante, ha sido distorsionada presentándose con ribetes apocalípticos, que siembran la confusión y por ello generan desesperanza y angustia.-
Han pasado casi dos mil años desde aquél trágico momento en el que Poncio Pilatos preguntara a Jesús:
“¿Qué es la verdad?” (Juan 18,38), y sin esperar respuesta se dirigió a la multitud que deliberaba para decidir por mayoría a quien se condenaría en la cruz. Y así entonces, el voto pasó a ser condición de verdad, sin importar si la realidad era creada por el número o se la reconocía en su evidencia.-
Pilatos ¿no tenía interés en la respuesta, o le temía?. Cualquiera haya sido la razón de su conducta, sometió la liberación de quien era “el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14,6) al voto; y el voto lo condenó.-
Este acto, sin embargo, lejos de significar un final, señalaba un comienzo, un nacimiento; el del “Hombre Nuevo”, cuya imagen es Cristo, Hijo de Dios, causa de Redención. “Nadie va al Padre sino por mí. Si me habéis conocido a mí, conocéis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo veis” (Juan 14,6-7), dijo Jesús.-
Y así nos convirtió en hijos adoptivos del Creador.-
Se hace necesario acallar el estrépito como condición fundamental para la aprehensión de la verdad. Es en el silencio, en cuyo ámbito se suceden los acontecimientos de mayor importancia para el hombre. Su tránsito en el tiempo lo enfrenta permanentemente, como una consecuencia de las exigencias de su naturaleza ordenada a la perfección, a la aprehensión del dato que le brinda la realidad y, con el mismo en su poder, avocarse a considerar la separación de lo accidental, buscando fijar las esencias en la conclusión.-
El silencio es necesario, por cuanto el mismo implica la ausencia de ruido; y éste prolifera en el mundo como “apariencia grande en las cosas que de hecho no tienen sustancia” (DRAE. Vocablo: ruido. 3ª acepción).-
Se comprueba que los actos determinantes de la vida, su origen, desarrollo y trascendencia, acontecen en el silencio. El proceso de conocimiento con el dato abstraído y sometido al conocimiento agente, con la esencia que de él surge y se plasma en el conocimiento paciente originando el concepto, ocurre en silencio. Y el silencio se identifica con la tranquilidad. Por ejemplo, el idioma alemán representa ambos conceptos en un solo vocablo. Así, Stille significa tanto tranquilidad como silencio. A su vez, silencio y descanso son expresados por el término Ruhe. Todo conduce a la paz, que en la definición Agustiniana es la “tranquilidad en el orden”, y el orden, a su vez, se define como: “La unidad resultante de la armónica disposición de las cosas” (Conf. Sto. Tomás). Y la vida es resultado de la unidad, tanto la vegetativa y sensitiva, común a todos los animales, como la intelectiva y volitiva, exclusiva de la persona humana, en el que el orden se manifiesta mediante la unión sustancial conveniente del cuerpo con el espíritu que lo define y vivifica.-
La concepción, como inicio de la vida, se realiza en un ámbito oscuro y silencioso, definido por la calidez que brinda la recepción propicia a la unión del óvulo con el espermatozoide, con el cuidado que se otorga a los grandes acontecimientos. Pues tal es la vida, y la vida es verdad, expresiva del ser y por tanto del bien, en la medida en que aquél es asumido por mi voluntad para perfección del prójimo, a quien prodigo el incremento óntico.-
Sobre el concepto de “Verdad”
Porque “Dios es la verdad suma, máxima y primera” (Sto. Tomás. Suma Teológica. 1,16,5 c.). Y nos capacitó para aprehenderla, en orden al logro de nuestra felicidad, la temporal y la eterna, estado obligado de alabanza al Autor de tan generoso don.-
Esta es la verdad ontológica, es decir la verdad trascendental. Es el ser creado por el Ser Absoluto, Acto Puro, Causa Primera, que tiene por esencia la existencia, en síntesis: Dios.-
Y como todo ser, en tanto criatura, proviene de Dios, “toda verdad procede de Dios” (Sto. Tomás. Ob. Cit. 1,16,5 ad. 3.).-
Esta verdad ontológica se define como la adecuación de la cosa con el intelecto del sujeto que conoce, y es esencial al ser.-
Es independiente del acto de conocimiento como, análogamente, necesario es Dios y contingente la criatura.-
La verdad, en consecuencia, es objetiva. No depende del sujeto que conoce. Pero, al decir del Doctor Angélico: “La verdad se dice preferentemente del entendimiento que de la cosa” (Ob. Cit. 1,16,1.).-
En la dualidad del acto de conocimiento, que es en Dios simple; el sujeto que tiende por naturaleza a conocer, “con certeza, único estado en que el entendimiento se halla de veras satisfecho, muchas cosas y con orden y unidad” (E. Collin. Manual de Filosofía Tomista. Tomo I. pág. 5), se enfrenta a la realidad exterior a él y también a su propia realidad y, aún en este caso, habida cuenta de su naturaleza material y espiritual, no se altera la señalada relación de sujeto cognoscente y objeto conocido. Ingresamos entonces en el campo de la verdad lógica, que conforme la definición escolástica, es la “adaequatio mentis ad rem”, es decir la conformidad de la mente con la cosa, mediante el juicio. Es la verdad formal.-
“Así, hablando con exactitud, los términos de la ecuación que hay en la verdad son, de una parte, el espíritu que juzga, es decir, que afirma que en lo que él percibe de un modo u otro, tal tipo de ser (predicado) se identifica materialmente con tal cosa (sujeto); y de otra, la cosa percibida –sea cual fuere su valor ontológico real- en cuanto realiza, de derecho o de hecho, el tipo de ser que le es atribuido. Hay en el espíritu verdad 'si dice que es aquello que es y que no es aquello que no es' ” (Sto. Tomás. Summa contra Gentes, 1,59).-
Lo que permite concluir que, ante un determinado objeto o sector de la realidad, no existen tantas verdades como sujetos la contemplan. Una contraria afirmación, lleva en sí el absurdo (en cuanto contrario y opuesto a la razón) e implica negar el objeto o la realidad contemplada. Lo formal no puede ignorar, ni mucho menos prescindir de lo trascendental. La verdad es una, objetiva, y el intelecto se conforma o no a ella. En este último supuesto surge el error, es decir, se afirma lo que no es. Es por ello que constituye un despropósito afirmar que cada cual tiene “su verdad”.-
Solo puede admitirse tal aseveración, si se entiende como la verdad objetiva asumida por el sujeto. Pero, en tal caso, el mismo tiene “la verdad”, que confrontada a un juicio diverso discordante en el marco de lo necesario, que explica la unidad, exige calificar a aquél como afirmativo de lo que no es, o sea, erróneo.-
En la actual concepción antropocéntrica, ya no existe una realidad de la que el hombre es parte, y a la cual dirige su conocimiento, sino que la realidad es conforme el hombre la “crea” en su mente.-
Esta posición conocida como relativismo, ha merecido un notable pronunciamiento doctrinal de parte del Dr. Alberto Caturelli (“La Filosofía”. Pág. 48), donde expone: “Lo que posibilita la verdad del juicio es la previa verdad del ser, ya que el ser mismo presente en la mente es la verdad”. “Por tanto, no es el juicio el que 'produce' o pone verdad (idealismo) y el primario lugar de ella. Por el contrario la verdad (lógica) propia del juicio es posible porque se funda en la verdad del ser”.-
El racionalismo, padre de las posturas idealistas y fuente de las ideologías quiebra el nexo del hombre con la realidad exterior y con su propia realidad. El hombre se cierra a la verdad, pero no por temor o falta de interés, sino porque en su soberbia crea para sí un grotesco sustituto que solo puede garantizarle el vacío existencial y con él la desesperación que le provoca comprobar la carencia de sentido de su vida.-
La inteligencia de los principios. La evidencia de la Verdad
Ante la interpelación de la Palabra, el hombre responde dando su conformidad a la evidencia de Dios y a la perfección de su Mensaje. Lo que la inteligencia o su discurso comprueban adecuado a lo real.-
La fe no existe en el vacío. Tiene un “anclaje” racional, y obra como la luz que ilumina la realidad contemplada en orden al mayor conocimiento que nos presenta el Misterio, aún subsistente en sus componentes esenciales o accidentales.-
En la Carta Encíclica Lumen Fidei, el Sumo Pontífice Francisco respetando la redacción que de dicho documento efectuara el Papa Emérito Benedicto XVI, expone: “Por tanto, es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios. La fe nace del encuentro con el Dios vivo…… La fe, que recibimos de Dios como don sobrenatural, se presenta como luz en el sendero, que orienta nuestro camino en el tiempo…… Nos damos cuenta, por tanto, de que la fe no habita en la oscuridad, sino que es luz en nuestras tinieblas……”. (Edición citada. Pág. 5/6).-
La fe, por tanto, no es una ilusión, el fruto de la imaginación del hombre. Por el contrario, 'la' fe que actúa por el amor (Ga. 5,6) “se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre” (Conf. Rm. 12,2; Col. 3,9-10; Ef. 4,20-29; 2; Co. 5,17) (Benedicto XVI. Carta Apostólica “Porta Fidei”. 11-10-2011).-
Por eso es que “Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos...” (Carta Encíclica Lumen Fidei. Pág. 31).-
Solo la aprehensión de la verdad mediante el conocimiento que nos brinda la fe, nos da la materia necesaria para entender el amor. El que como expresión de una persona humana hacia otra, solo puede entenderse –no hay otro modo- como una entrega perfectiva. En tanto la perfección que es incremento del ser, surge y se destina al espíritu.-
Es un acto de entrega total, como nos fue enseñado por Jesucristo en su vida, pasión, muerte y resurrección.
De tal forma debe amarse, lo que define una entrega total de nuestro ser al del prójimo con un definido incremento de nuestra capacidad óntica y de la de aquel que recibe. Por eso “en realidad, el amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene. Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada. Y así se puede ver en qué sentido el amor tiene necesidad de verdad…… Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo”. (Lumen Fidei citada. Pág. 33/34).-
Fin sobrenatural de la persona humana. La enseñanza de Pascua
El fin último:
Todo ser que obra lo hace por su fin. De modo que el fin es esencial a la acción. El hombre no es una excepción a esta ley universal. Por su naturaleza de ser racional. Obra con conocimiento de causa y libremente hacia su fin.-
El último fin de un ser es su perfección. Es decir, la plenitud conforme las inclinaciones de su naturaleza. En el caso de un ser inteligente y libre, cuando este fin se alcanza, lo es con pleno conocimiento y complacencia.
Esto constituye sencillamente la felicidad. Por eso Leibniz decía: “La felicidad es a las personas lo que la perfección a los seres” (Discurso sobre metafísica).-
La felicidad es, entonces, el estado del hombre en el que conscientemente posee todos los bienes a que su naturaleza le ordena, encontrando satisfecha en el mismo todas sus tendencias, sus deseos. Boeccio definió la felicidad como: “El estado de perfección debido a la posesión en junto de todo cuanto nos conviene”. Ésta, la felicidad, constituye el último fin subjetivo de la persona humana.-
El hombre tiende a este estado y lo hace respondiendo a un imperativo de su naturaleza. No puede dejar de querer la felicidad. Es un hecho, entonces, esta tendencia hacia la perfección del ser que en el hombre constituye la felicidad. Ahora bien, los hombres la buscan entre los diversos bienes concretos. No todos acuden al mismo. Pero, es evidente, que entre los diversos objetos, solo uno puede existir que posea lo que es capaz de hacer pleno el ser del hombre, que le satisfaga, que le haga, en definitiva, feliz. Esto nos ubica en el problema del último fin objetivo, o sea la ubicación del bien supremo que asegure el estado subjetivo de felicidad, al que hemos hecho mención supra. Así, ha habido hombres que han ubicado este bien supremo en el placer, como los epicúreos, en la virtud, como los estoicos; en la felicidad terrena, como los utilitaristas, en el progreso de la humanidad, como los evolucionistas; en Dios, como Platón y Aristóteles.-
Se advierte sin embargo, que los bienes de la realidad temporal son relativos, y por tanto no pueden satisfacer plenamente el último fin del hombre. Esta relatividad llama, precisamente –presupone- el bien absoluto, en cuya posesión realmente el ser del hombre encuentre satisfecha todas sus apetencias. Este bien es de naturaleza espiritual y por tanto ha de satisfacer las dos facultades más importantes del hombre, que son su intelecto y su voluntad. De esta felicidad participará también el cuerpo en tanto la Revelación nos promete la resurrección sobrenatural como remedio a la muerte natural, herencia del pecado. De modo entonces que, el fin último objetivo del hombre, es Dios.-
Fin último natural y sobrenatural
El último fin natural del hombre, considerando la capacidad y exigencia de su naturaleza, consistiría en el mayor conocimiento de Dios que pueda tener naturalmente. Santo Tomás decía que este conocimiento es aquél en el que el alma separada de su cuerpo contemplará a su supremo bien que es Dios, quien le descubriría permanentemente nuevos esplendores de la infinita perfección. Pero esta felicidad del alma no es total. Satisface todas las apetencias racionales pero no todos sus deseos, cuales son los de ver a Dios “cara a cara” en la beatífica visión. Esta visión es sobrenatural para ella porque es superior al modo normal que ella tiene de conocer.-
De modo entonces, que “solo la visión intuitiva sobrenatural de Dios es plenamente beatífica” y a ella se llega solamente luego de morir físicamente. Tal la promesa de la Revelación. Cómo se entiende, entonces, que el fin natural adquiere sentido en directa relación al fin sobrenatural. Esto se halla sintetizado magistralmente en el famoso ruego de San Agustín: “Fuimos creados para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Del goce de su fin sobrenatural no participará solo el Alma humana, sino que lo hará con su cuerpo glorioso. Y esto no se debe a que el cuerpo mortal tenga méritos para ello, considerado en sí mismo, sino a que el alma estima conveniente que después de haber obtenido el mérito (en el caso, puede ser también el castigo) en, con y por un cuerpo, goce la recompensa con el mismo. (Juan Carlos Grisolía. La Persona Humana. Págs. 142/146).-
Por todo lo expresado celebramos en la Pascua y por Cristo, el Hijo que nos ha enviado el Padre, la garantía del tránsito a la vida eterna y a la contemplación de los bienes que brinda la visión beatífica. Esto es la Verdad, Bondad y la Belleza, eternas y sin límites. Cobra sentido entonces, (Mateo 16. 24/28), cuando Jesús dice a sus discípulos: “Si alguno quiere seguirme que renuncie a sí mismo, y lleve su cruz y siga tras de mí. Porque el que quiere salvar su vida la perderá; y quien pierda su vida por mi causa, la encontrará. Porque ¿de qué sirve al hombre si gana el mundo entero, pero pierde su vida? o ¿qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?. Porque el Hijo del hombre ha de venir, en la Gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras. En verdad, les digo, algunos de los que están aquí no morirán sin que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su Reino”.-
Esta es la promesa de Jesús. Ella nos interpela, asimismo, cuando según Mateo (18/1/5), y en estos tiempos en que los niños son asesinados por mandato de la autoridad pública, Jesús dice: “…Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?. Entonces, Él llamó a su lado a un niño lo puso en medio de ellos, y dijo: “En verdad, les digo, que si no vuelven a ser como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Quien se haga pequeño como este niñito es el mayor en el Reino de los Cielos. Y quien reciba en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe”.-
En la ciudad de Rosario, Provincia de Santa fe, a los ocho días del mes Abril de 2019. Tiempo de Cuaresma.-
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