Hoy la Iglesia argentina beatifica por martirio in odium fidei (por odio a la fe) al obispo Angelelli y sus tres colaboradores. Pero es una beatificación que divide a los fieles: no hay pruebas de que se haya tratado de un homicidio. Un nuevo estudio reconstruye años de investigación y desmonta las tesis del martirio. Empezando por la cercanía del obispo de La Rioja a los grupos armados marxistas que enojó a los fieles. Se retrata la situación de una beatificación política que, no por casualidad, abraza la izquierda y el kirchnerismo.
Segunda parte de la investigación sobre la beatificación del obispo Angelelli.
La guerra al ejército
Posteriormente, en 2010 se reabrió un nuevo proceso que culminó en la sentencia de condena de dos ex militares, que entonces estaban destinados en la base de Chamical y por tanto fueron acusados de estar detrás del delito: el general Luciano Benjamín Menéndez (muerto en febrero de 2018, un jerarca, al que la Justicia imputó 140 delitos, condenándolo a 14 cadenas perpetuas) y el comodoro Luis Estrella, un católico activo con una fe sólida, que se declaró siempre inocente y se definió víctima del sistema judicial argentino. Del nuevo proceso no salieron nuevos hechos que cambiaran los resultados anteriores, como afirmó posteriormente una ex juez en 2018, Silvia E. Marcotullio, la cual señaló que no se habían encontrado a los autores materiales del supuesto delito, que los dos indiciados habían sido condenados sin pruebas y las investigaciones precedentes, una durante el régimen de los coroneles, la otra en pleno gobierno constitucional, llegaron a las mismas conclusiones. Por todos estos motivos, llegó a la conclusión de que ese proceso había sido una “aberración jurídica”.
Odium Fidei ausente
Pero la sentencia, por lo menos según quienes se la han estudiado con atención, no llega a hablar de odio religioso, aun reconociendo el delito. “El agravante del odio religioso fue excluido por los jueces, lo cual no es compatible con la declaración de martirio in odium fidei hecha por la Iglesia”, señaló en La Prensa Jorge Ocantos, recordando que esta beatificación había provocado una gran división entre los fieles de la Iglesia.
Y aun así, fue suficiente ese proceso. Y fue suficiente también para la Iglesia que antes, en 2006, cuando Jorge Mario Bergoglio era el presidente de la Conferencia Episcopal argentina, ordenó una comisión especial dirigida por monseñor Carmelo Juan Giaquinta. Cuando terminaron no habían llegado a ninguna conclusión: no fue posible demostrar con seguridad si se trató de un accidente o de un atentado. El propio Giaquinta confió en privado a Maria Genta -pero este hecho sólo lo ha contado ella-, que las evidencias de un atentado estaban completamente ausentes.
La Justicia civil llegó sólo en 2014, cuando en Argentina se estaba en pleno gobierno de los Kirchner, primero con Néstor y luego con su esposa Cristina. Años, observa la experta, en los que se desencadenó una violenta campaña en contra de los vértices del ejército, considerado el autor de todos los males. “Durante esos años –añadió-se puso en marcha un plan sistemático de venganza contra las Fuerzas Armadas que en los años 70 combatieron en contra de las organizaciones guerrilleras y terroristas. (…) Años en lo que se cometieron numerosas irregularidades para condenar a jueces, con métodos muchas veces contrarios a los fundamentos del derecho y movidos por la parcialidad ideológica”.
Una beatificación construida
Por tanto, es en este contexto en el que madura la condena a los dos presuntos asesinos de Angelelli. Los cónyuges presidentes se hicieron una foto mientras miraban el retrato del obispo, como en adoración. De esta forma se abrió la puerta para la Iglesia para su beatificación, revalidada -según lo referido por Vatican Insider- por la carta en la que Angelelli denunciaba al nuncio de entonces su situación y la oposición del régimen a sus planes pastorales.
Este es un punto indispensable para comprender el clima de la época: Genta demuestra cómo Angelelli estaba muy comprometido con “sectores eclesiales que estaban sucumbiendo a la ideología y a la práctica de la subversión marxista en favor de un cristianismo adulterado”. Y relata varios episodios que describen la línea pastoral de Angelelli: “Se rodeó de colaboradores lamentables, implicados en la teología de la liberación y el tercermundismo, comprometidos con la acción de grupos subversivos. Hecho que creó numerosos choques y fricciones para gran escándalo de los fieles”.
Genta, por ejemplo, cuenta lo que pasó en la localidad de Anillaco, cuando el viejo párroco fue atacado por algunos subversivos porque no se adaptaba a los planes programáticos del tercermundismo. Angelelli obtuvo su renuncia, pero esto desencadenó la rebelión del pueblo, el auténtico, encariñado con su párroco, que protestó encabezado por los sin tierra, lo que confirma que muchas veces las batallas ideológicas que se combaten por los pobres van precisamente en contra de estos. ¿Resultado? Los rebeldes proclamaron Anillaco Ciudad de la fe y Angelelli conmutó la pena canónica del interdicto.
La Sra. Genta recuerda que el sentimiento genuino del pueblo se mezcló, como suele pasar, con los intereses políticos, pero todo esto era algo inevitable, vista la acción disgregadora de Angelelli. El cual, en cuanto llegó a la Rioja, redactó una especie de manifiesto aprobado por el consejo presbiteral de la diócesis, en diciembre de 1972 y en cuyo punto número 1 se decretaba: “La Iglesia de La Rioja asume oficialmente el pensamiento y la acción del Movimiento de los sacerdotes por el Tercer Mundo” y en el punto 2: “Se consideran traidores a aquellos sacerdotes de las diócesis que no sigan esta pastoral”. Prácticamente -afirma en un artículo Horacio Ricardo Palma-, “una nueva Iglesia a la que, sin embargo, el pueblo le daba la espalda también por la presencia, entre los curas provenientes de otras diócesis y acogidos por Angelelli, de sacerdotes que vivían con mujeres, religiosas que tenían relaciones con sacerdotes, curas con hijos, seminaristas ordenados sin haber terminado los estudios y numerosas violaciones de la doctrina litúrgica y en la celebración de los sacramentos“.
A causa de este nuevo espíritu tercermundista, Angelelli también “puso en alerta” al régimen anterior, en 1973, el de Domingo Perón. Un emisario suyo en la zona anotó distintos episodios que describen una acción pastoral que tenía repercusiones sobre los curas que no se plegaban a ciertos diktat ideológicos. Y terminaba aconsejando un ataque en la prensa para obligar a la Santa Sede a expulsarlo. Obviamente no hicieron nada. Angelelli murió tres años más tarde, pero con un régimen distinto al del general. A pesar de todo, nunca se encontraron las pruebas de que se hubiera tratado de un homicidio, y todavía menos de un "martirio por odio a la fe". Y sin embargo, sólo por el hecho de que se mencione o se ponga en discusión esta beatificación de un gran significado político, el obispo de La Rioja, mons. Colombo, llegó a hablar hace unos meses de “fomentadores de odio”, contribuyendo de esta forma a envenenar el clima.
Publicado por Andrea Zambrano en la Nuova Bussola Quotidiana; traducido por Teresa Chaves Montoya para InfoVaticana.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario