En esta grave coyuntura histórica, los europeos ya conocen quienes son sus verdaderos amigos y sus declarados enemigos. Cada vez que el papa Francisco abre la boca sobre el tema de la inmigración, despeja toda duda al respecto de que esta Iglesia es más parte del problema que de la solución.
Por Yolanda Couceiro Morin
Más aun, podemos afirmar que es causa, y principal, de ese problema.
Europa es víctima de una grave crisis migratoria. Miles y miles de inmigrantes, mayoritariamente musulmanes, llegan diariamente a sus fronteras y playas para beneficiarse de los derechos y privilegios de los europeos, sin que en contrapartida se exija de ellos el cumplimiento de ningún deber.
Víctimas sin nombre: masacre Niza. /Foto: elpais.com.
Tienen el derecho de negarles la entrada, una entrada que no piden de buena manera, sino que fuerzan con violencia muchas veces, porque sus ancestros no lucharon durante siglos para que su continente ceda ahora a una mala conciencia impuesta por falsarios morales que siguen una agenda política ajena por completo a los intereses de los pueblos europeos, y por impostores sin escrúpulos que buscan lucrar con la coartada de la solidaridad y el humanitarismo.
Vemos que los países árabes se guardan mucho de acoger a esos inmigrantes y “refugiados” que son de su misma religión y cultura. Las petromonarquías del Golfo, que los gobiernos europeos consideran como aliadas y amigas, se niegan sistemáticamente a abrir sus puertas a estos inmigrantes y “refugiados”, que por otra parte saben muy bien a qué atenerse con sus “hermanos” y se abstienen de acercarse a esas fronteras.
Tienen el derecho de negarles la entrada, una entrada que no piden de buena manera, sino que fuerzan con violencia muchas veces, porque sus ancestros no lucharon durante siglos para que su continente ceda ahora a una mala conciencia impuesta por falsarios morales que siguen una agenda política ajena por completo a los intereses de los pueblos europeos, y por impostores sin escrúpulos que buscan lucrar con la coartada de la solidaridad y el humanitarismo.
Vemos que los países árabes se guardan mucho de acoger a esos inmigrantes y “refugiados” que son de su misma religión y cultura. Las petromonarquías del Golfo, que los gobiernos europeos consideran como aliadas y amigas, se niegan sistemáticamente a abrir sus puertas a estos inmigrantes y “refugiados”, que por otra parte saben muy bien a qué atenerse con sus “hermanos” y se abstienen de acercarse a esas fronteras.
Invasión. /Foto: lanuevacronica.com.
En este contexto, las declaraciones continuas del papa Francisco en favor de la inmigración y de las fronteras abiertas de Europa son otras tantas provocaciones contra la mayoritaria opinión pública de los europeos que se sienten cada día más amenazados y agredidos por esta imparable invasión que sufren. Las injerencias del Papa en los asuntos vitales de las poblaciones europeas en el momento mismo en que sus gobiernos parecen desarmados moralmente para hacer respetar sus fronteras, son inaceptables.
Es, sin duda, lamentable que haya gente que deba abandonar su país a veces poniendo en peligro su vida, pero eso no debe en ningún caso servir de justificación para la violencia que significa el asalto continuo a las fronteras, la agresión intolerable contra los europeos que sufren en carne propia esta invasión. Los llamados refugiados son, en la inmensa mayoría de los casos, inmigrantes económicos que se aprovechan de las circunstancias para instalarse “por las bravas” en una Europa demasiado generosa para con ellos.
También es perfectamente legítimo asistir a los náufragos, ya que es un deber moral elemental. Lo que no es admisible es organizar el traslado de invasores embarcados casi a pie de muelle para inundar el continente europeo y destruir las sociedades y 3000 años de civilización europea. El cuento de “los rescatados” en el mar es una colosal estafa moral y un permanente chantaje emocional dirigido a una población europea manipulada hasta la saciedad para que abandone toda tentación de resistencia y oposición a la invasión que padece. Se deben tomar ya medidas disuasorias de una gran firmeza para indicar de manera clara a los “refugiados”, en caso de que lleguen a nuestras costas, de que el viaje de ida será seguido inmediatamente de un viaje de vuelta hacia sus lugares de partida. Cuando los candidatos al asalto del “paraíso europeo” se den cuenta de que el dinero gastado en los traficantes y los riesgos corridos van a ser inútiles, se lo pensarán mejor.
El Papa tendría que decirles a esos inmigrantes que se queden en casa y que luchen en su propia tierra, como lo hacen otros. Debería invitar a los gobiernos europeos a que tenga el valor de decir “¡No!” y no pervertir las reglas de la hospitalidad y transformarlas en reglas de asistencialismo.
La verdadera hospitalidad es la de los feacios para con Ulises. Después de socorrerlo por haber naufragado, los feacios construyeron un barco y permitieron al héroe seguir su camino hacia Itaca, su isla natal. Hoy la buena política consiste en pacificar la situación sobre el terreno, como hacen los rusos en Siria, para permitir a todos esos migrantes volver a sus casas. En ningún caso la solución debe ser darle a toda esta gente derechos que tanto les ha costado a nuestros ancestros conseguir.
El papa Francisco sale de la reserva propia de su cargo para inmiscuirse en un terreno político en el cual su presencia no es legítima. Les da lecciones de moral y de culpabilización a los europeos, los incita al laxismo y la cobardía y, a la postre, al suicidio de su sociedad y su civilización.
Las palabras del papa Francisco son una continua invitación a que la invasión siga y se acreciente. Su mensaje les insufla ánimos a los candidatos a entrar en Europa por la fuerza. Su actitud es completamente irresponsable y criminal: por una parte anima a muchas personas a correr riesgos y peligros con una travesía incierta, y por la otra contribuye a exacerbar a los europeos, que no tienen culpa ni responsabilidad alguna en las causas que generan esos movimientos de poblaciones hacia sus países. Las tensiones van en aumento y acabarán fatalmente en enfrentamientos sangrientos.
En este contexto, las declaraciones continuas del papa Francisco en favor de la inmigración y de las fronteras abiertas de Europa son otras tantas provocaciones contra la mayoritaria opinión pública de los europeos que se sienten cada día más amenazados y agredidos por esta imparable invasión que sufren. Las injerencias del Papa en los asuntos vitales de las poblaciones europeas en el momento mismo en que sus gobiernos parecen desarmados moralmente para hacer respetar sus fronteras, son inaceptables.
Es, sin duda, lamentable que haya gente que deba abandonar su país a veces poniendo en peligro su vida, pero eso no debe en ningún caso servir de justificación para la violencia que significa el asalto continuo a las fronteras, la agresión intolerable contra los europeos que sufren en carne propia esta invasión. Los llamados refugiados son, en la inmensa mayoría de los casos, inmigrantes económicos que se aprovechan de las circunstancias para instalarse “por las bravas” en una Europa demasiado generosa para con ellos.
También es perfectamente legítimo asistir a los náufragos, ya que es un deber moral elemental. Lo que no es admisible es organizar el traslado de invasores embarcados casi a pie de muelle para inundar el continente europeo y destruir las sociedades y 3000 años de civilización europea. El cuento de “los rescatados” en el mar es una colosal estafa moral y un permanente chantaje emocional dirigido a una población europea manipulada hasta la saciedad para que abandone toda tentación de resistencia y oposición a la invasión que padece. Se deben tomar ya medidas disuasorias de una gran firmeza para indicar de manera clara a los “refugiados”, en caso de que lleguen a nuestras costas, de que el viaje de ida será seguido inmediatamente de un viaje de vuelta hacia sus lugares de partida. Cuando los candidatos al asalto del “paraíso europeo” se den cuenta de que el dinero gastado en los traficantes y los riesgos corridos van a ser inútiles, se lo pensarán mejor.
El Papa tendría que decirles a esos inmigrantes que se queden en casa y que luchen en su propia tierra, como lo hacen otros. Debería invitar a los gobiernos europeos a que tenga el valor de decir “¡No!” y no pervertir las reglas de la hospitalidad y transformarlas en reglas de asistencialismo.
La verdadera hospitalidad es la de los feacios para con Ulises. Después de socorrerlo por haber naufragado, los feacios construyeron un barco y permitieron al héroe seguir su camino hacia Itaca, su isla natal. Hoy la buena política consiste en pacificar la situación sobre el terreno, como hacen los rusos en Siria, para permitir a todos esos migrantes volver a sus casas. En ningún caso la solución debe ser darle a toda esta gente derechos que tanto les ha costado a nuestros ancestros conseguir.
El papa Francisco sale de la reserva propia de su cargo para inmiscuirse en un terreno político en el cual su presencia no es legítima. Les da lecciones de moral y de culpabilización a los europeos, los incita al laxismo y la cobardía y, a la postre, al suicidio de su sociedad y su civilización.
Las palabras del papa Francisco son una continua invitación a que la invasión siga y se acreciente. Su mensaje les insufla ánimos a los candidatos a entrar en Europa por la fuerza. Su actitud es completamente irresponsable y criminal: por una parte anima a muchas personas a correr riesgos y peligros con una travesía incierta, y por la otra contribuye a exacerbar a los europeos, que no tienen culpa ni responsabilidad alguna en las causas que generan esos movimientos de poblaciones hacia sus países. Las tensiones van en aumento y acabarán fatalmente en enfrentamientos sangrientos.
George Soros. /Foto: adversariometapolitico.wordpress.com.
El sacristán de Soros
El papa Francisco actúa así como militante de la Teología de la Liberación, ese cristiano-marxismo que domina en gran parte de América Latina, de donde proviene, olvidando que él mismo es de origen europeo. En lugar de actuar al servicio de Europa y de los europeos, animando a estos a resistir, quiere desarmarlos. Sin reparar en que cuando no haya ya Europa no quedará tampoco nada del cristianismo en estas tierras.
Desde hace siglos, el compromiso entre el poder político y la Iglesia reposaba sobre la asistencia mutua. El papa Francisco ha roto ese equilibrio para predicar una forma de evangelismo blandengue y llorón. Para ello está dispuesto a traicionar a una Europa en peligro de muerte, por la simple razón de que su religión está debilitada, pero no se pregunta por qué. O lo sabe y no le importa. Es un peón en un juego que él no dirige. El vicario de Cristo se comporta en realidad como el sacristán de Soros.
A la religión se le pide asistencia, no lecciones de moral, apoyo, no culpabilización, motivos para resistir, no excusas para claudicar. El papa Francisco cree estar en el siglo I del Imperio Romano, cuando en realidad estamos en el siglo V, el de la invasiones bárbaras.
ramblalibre
El sacristán de Soros
El papa Francisco actúa así como militante de la Teología de la Liberación, ese cristiano-marxismo que domina en gran parte de América Latina, de donde proviene, olvidando que él mismo es de origen europeo. En lugar de actuar al servicio de Europa y de los europeos, animando a estos a resistir, quiere desarmarlos. Sin reparar en que cuando no haya ya Europa no quedará tampoco nada del cristianismo en estas tierras.
Desde hace siglos, el compromiso entre el poder político y la Iglesia reposaba sobre la asistencia mutua. El papa Francisco ha roto ese equilibrio para predicar una forma de evangelismo blandengue y llorón. Para ello está dispuesto a traicionar a una Europa en peligro de muerte, por la simple razón de que su religión está debilitada, pero no se pregunta por qué. O lo sabe y no le importa. Es un peón en un juego que él no dirige. El vicario de Cristo se comporta en realidad como el sacristán de Soros.
A la religión se le pide asistencia, no lecciones de moral, apoyo, no culpabilización, motivos para resistir, no excusas para claudicar. El papa Francisco cree estar en el siglo I del Imperio Romano, cuando en realidad estamos en el siglo V, el de la invasiones bárbaras.
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