Constituida la historia por el conjunto de los hechos y acciones a través del tiempo, Cristo se inserta en la misma, para darle sentido de finalidad.
Por el Dr. Juan Carlos Grisolia
Es la clave que la vincula al Plan de Dios. Esto requiere ser explicado: El pecado original consistió en el acto de soberbia de la creatura libre, que pretendió sustituir al Creador. Es la repetición del “Non servían” pronunciado por el Ángel Rebelde. Al cometerlo la creatura se divide separándose de quien le creó, y perdiendo la visión de su destino final. Se sumerge así en la materia, la que separada del espíritu es incapaz de la trascendencia. Este pecado, o estado de caída, se trasmite por herencia a todo el género humano, que por consecuencia peregrina a la deriva durante siglos. La naturaleza del hombre ha sido herida, y por tanto ha quedado debilitada por siempre.-
La historia, que es la expresión de este peregrinaje, responde, entonces, a la indefinición en que se mueven sus protagonistas. Cristo rescata al hombre mediante la Redención, cuya fuerza impulsora y nueva, en su manifestación, es el Amor. Éste es el nuevo motor de la historia.-
Cristo es el poder de Dios hecho hombre, para facilitar ese trascendente acto reconciliatorio, por el cual Dios adopta nuevamente, en paternal gesto, a sus creaturas.-
“Vino, por tanto, el Hijo enviado por el Padre, quien nos eligió en Él antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos porque se complació en restaurar en Él todas las cosas” (Lumen Gentiun. Capítulo I. 3).-
Cristo, entonces, es el Señor de la Historia. De Cristo Dios, puede predicarse todo, aunque nuestros pobres adjetivos, nada de su excelsa naturaleza puedan destacar. Por ello la Divinidad del Hijo es un misterio para ser contemplado, antes que una realidad que pueda ser comprendida. A Cristo, Hombre perfecto, solo cabe advenirse. Ante Él no hay opción racionalmente posible.-
Sin embargo, el Hombre que ha pactado con el mundo está cometiendo nuevamente un error original. Enceguecido por los poderes de un progreso simplemente material, se siente capaz de convertirse en el centro de la Creación para, a renglón seguido, sustituir al Creador. Este proceso, filosóficamente, ha culminado. No es una profecía. Todavía, el estado de apostasía general no ha llegado, aunque hay regiones de la tierra que ya lo viven.-
Pero ya no hay lugar para ningún tipo de justificación. Dios ha puesto en la historia las claves de Su Reino. Quienes no la quieran ver, asumirán las consecuencias.-
Nuestra vida natural, en Cristo, es el único camino para asegurar la vida sobrenatural por toda la eternidad. Pero, a su vez, es la única forma de vivir nuestro tiempo, por aquello ya precisado en el mandato Evangélico que expresa: “Buscad primero el Reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mateo. 6,34).-
Navidad. La eternidad en el tiempo
Dios creó al hombre con el tiempo y no en el tiempo. Éste es el término con el que se designa nuestra duración. Y durar significa “Subsistir, permanecer”, y con mayor precisión ontológica, y afirmados en la acción y sus objetivos éticos; “Continuar siendo, obrando, sirviendo” (Confr. DR.A.E.). Se destaca en estos conceptos el carácter contingente de nuestra naturaleza. No éramos, pero por obra del Poder de Dios – que es el Absoluto - comenzamos a ser pero estamos en potencia para dejar de ser, pues Dios puede anular nuestra existencia. Aunque el acto de Amor por el que nos creó es una entrega que no prevé, por su magnitud y sus perfecciones, la reducción a la nada. Este transcurrir indica el cambio, lo que muda y, si bien por el mismo puede adquirirse la progresiva perfección relativa, todo lleva a concluir en el fin de la existencia física.-
El Poder de Dios se traduce en su Amor. Éste es la causa de la Creación del Universo todo y, en el mismo, como criatura preferente, del hombre. En el Plan de Dios, estaba prevista la independencia de la criatura de su Creador. Por eso, Dios hizo libre al hombre. Éste, como hijo, pudo aceptar o rechazar al Padre. La libertad es la exigencia del amor genuino. Pero ella implica un riesgo. Este es: de que el ser libre, niegue la contraprestación de su amor hacia el Padre.-
Y el hombre, negó a su Padre. Lo desconoció. No quiso escucharlo, quiso suplantarlo. “Seréis como Dioses”, fue la frase del tentador. Y perdió su libertad. Y al quedar privado de ella ingresó en el mundo la esclavitud y en esta condición sobrevino la muerte física y la condena del alma a la privación eterna.-
Por eso la “duración” quedó definitivamente atada al tiempo, sujeta a la corrupción de la materia. Y el alma espiritual, privada de la visión de la Verdad, Belleza y Bondad eternas.- 3 El Dios buscado luego del pecado, permanecía sólo en nuestros pensamientos. Fuimos creados a su imagen y semejanza. Y esto clamaba el reencuentro. Era un imperativo de nuestra naturaleza. Hacía falta el Dios vivo. Verlo, contemplarlo, para así recibir su Amor y poder retribuirlo en perfecciones sucesivas y crecientes.-
Escribe Joseph Ratzinger, hoy Papa Emérito Benedicto XVI: “Pero, ¿que significa llamar a este Dios “Dios vivo”?. Con ello se quiere decir que ese Dios no es una conclusión de nuestro pensamiento, que presentamos ahora ante los demás con la certeza de nuestro saber y entender; si se tratara sólo de eso, ese Dios seguiría siendo un pensamiento humano, y todo intento de dirigirse a él podría ser perfectamente un tanteo lleno de esperanza y expectativa, pero no conduciría más que a algo indeterminado. El hecho de que hablemos del Dios vivo significa que este Dios se nos muestra, que él mira el tiempo desde la eternidad y establece una relación con nosotros” (María, Iglesia Naciente. Editorial Encuentro. Madrid. Pág. 61).-
Pero, ningún padre puede soportar ver a sus hijos en la esclavitud. Y, si bien en Dios no existen debilidades o carencias, pues Él es el Acto Puro, el Ser Necesario, Su Amor, que es Su Poder, en total coherencia con el acto primario de la Creación, volvió a derramarse sobre sus hijos esclavizados. La Redención, entonces, constituyó una exigencia de la relación de amor – y por tanto de su entrega ilimitada – entre el Padre y sus criaturas. Porque “Redimir” implica “Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio” ( D.R.A.E.)
El Padre no corrigió su plan – pues ello habría implicado imposibles imperfecciones en el Ser Purosino, por el contrario, respetando la naturaleza de la criatura, le dio una nueva oportunidad para reconocer el camino de la vida, de aquella verdadera y que, por provenir de Quien la tiene en plenitud, nunca se extingue.-
Escribe el Dr. Alberto Caturelli: “El pecado original es una suerte de desconsagración, una verdadera profanación del cosmos”, por ello, agrega que “cuando hablamos con San Pablo de segunda creación, nos referimos no sólo al hombre unidad sino a todo el universo”. (“Dos, una sola carne”. Editorial Glaudius. Pag. 226.). Y la nueva oportunidad, significó brindarse nuevamente, y con un necesario carácter docente. Por ello, Dios ingresa en la historia.
Pero, lo hace requiriendo al hombre la manifestación, en libertad, de su consentimiento. Comienza por María, quién llevaría en su seno al Hijo del Hombre, al Dios encarnado.
Nuevamente, Dios Padre, quiere ser recibido por sus hijos como consecuencia de la preferencia reflexiva de éstos, respecto de lo que es fuente de perfección y por ello de vida sin tiempo.
Para que Dios intercurriera en la historia, para que la eternidad cualificara el tiempo, “para que esto pudiera suceder, se precisaba de la Virgen que pusiera a su disposición toda su persona, esto es, su cuerpo, a sí misma, a fin de convertirse en el lugar de la morada de Dios en el mundo. La encarnación precisaba de la aceptación. Sólo así se produce realmente la unificación de Logos y carne. El que te creó sin ti, no quiso salvarte sin ti‟, dijo Agustín a este respecto” (Joseph Ratzinger. Ob. cit. pag 63).-
Y agrega el Dr. Caturelli: “El misterio de la Encarnación es también la misteriosa consagración del cosmos en el instante de la concepción de María; toda la realidad es consagrada – como un gran templo – al asumir el Verbo la naturaleza humana” (Ob. cit pag. 226.).-
Es elemental que Dios, al ingresar en el tiempo, no afecta su eternidad. Por el contrario, cualifica de tal manera al tiempo, que quita al mismo el término que es de su esencia, en tanto lo remite a lo profundo que es propio de la contemplación de la Verdad, la Bondad y la Belleza eternas, que por tanto no mudan.-
Pero, ¿cómo es posible la Encarnación? La mente humana no puede entender que lo infinito se instale en lo finito. Podría aventurarse una explicación, sosteniéndose que lo infinito en tanto define el acto puro, puede ingresar plenamente en lo limitado, sin modificar su contingencia, pues Él es su causa eficiente. Pero, la cuestión debe contemplarse aún sin entenderse, pues esto sólo será posible en el marco de lo analógico, y ello adolecerá siempre de las limitaciones de una visión imposible de tener en este tiempo de nuestro tránsito por el mundo.-
Dice Romano Guardini: “...Dios ha ingresado en la temporalidad de un modo especial por soberano designio, en plena libertad. El Dios eterno y libre no tiene destino, sólo el hombre tiene trazado un destino en la historia. Lo que se quiere decir aquí es, entonces, que Dios entró en la historia y cargó con un “destino”........ El pensamiento solo no puede avanzar en este campo. Un amigo me hizo una vez un comentario que me ayudó a entender más que muchos razonamientos, Pues bien, nos hallábamos una vez conversando sobre cuestiones de este tipo, cuando de pronto me dijo: „¡El amor hace cosas así!‟. Estas palabras me siguen ayudando aún hoy. No porque le aporten razones al entendimiento, sino porque interpelan el corazón, permitiéndole asomarse un poco al misterio de Dios a través del sentimiento” (Confr. “Der Herr” pag. 24).-
Se hace necesario precisar que el Verbo, que es la segunda Persona de la Santísima Trinidad, asume la naturaleza humana, pues solo ella puede conocer a Dios. Ella tiene “capacidad de Dios”, y así se produjo la unión hipostática, porque “precisamente la naturaleza humana necesitaba ser reparada o salvada de la caída original” (Confr. Alberto Caturelli. Ob. Cit. Pág. 225/226).-
Y el citado autor agrega: “Es de enorme importancia tener presente que el Verbo no asumió la persona humana sino la naturaleza humana individua, concreta: ni asumió la naturaleza de un hombre; como dice Santo Tomás, „el Hijo de Dios no es el hombre que asumió, sino el hombre cuya naturaleza asumió‟. Por eso, el Verbo se hizo carne‟ (Jn. 1,14), es decir hombre, tomando un cuerpo verdadero, concreto, juntamente con un alma racional, verdadera y concreta, unidos substancialmente‟ (Alberto Caturelli. Ob. Cit. Pág. 227).-
Por eso en la conmemoración del inicio de la Redención, tenemos presente la alegría que experimentamos por haber sido restituidos al pleno ejercicio de nuestra libertad –por lo menos como condición determinante de la naturaleza humana- liberándosenos del pecado al que habíamos sido esclavizados por la soberbia de nuestros primeros padres.-
Celebramos en la Navidad la unión de lo divino con lo humano en el seno de la Virgen María, criatura destinada desde la eternidad para ser la morada de Dios.-
Allí habitó Jesús, como todo hombre lo hace en el vientre de su madre, desde el momento de su concepción. Dios respetó en Su Encarnación la Ley que expresa su orden. Toda madre que lleva en su seno a su hijo, es la imagen de María, grávida de Dios.-
También veneramos en la belleza de María, singularmente destacada por su pureza y generosidad, el modelo de la Madre. En ella se comprueba que “la unión santa de los esposos en Cristo es también una nueva consagración del mundo. Hasta tal extremo llega el influjo inconmensurable de la Encarnación del Verbo” (Conf. Alberto Caturelli. Ob. Cit. pág. 226).-
Reverenciamos por ello el misterio de la vida, ahora, por la Redención, destinada al goce de lo eterno en la trascendencia que es propia de su destino.-
Es el momento en el que recordamos que un Dios nos ha sido dado, y que por El, nuestra dignidad de personas humanas nos ubica nuevamente en la filiación con el Padre.-
La persona humana. Su destino trascendente
El concepto de persona humana es inagotable. Y esto es así, porque la persona es de filiación divina, y esa imagen y semejanza con su Creador, que modela y define su naturaleza, no puede ser humanamente abarcada en su plenitud.-
Por sobre lo universal de su concepto, existe una realidad individual que supera en mucho al mismo. Cada persona humana es un “microcosmos” que desarrolla en su tiempo asignado un proceso singular, que exigirá por consecuencia un veredicto particular.-
Causa pena comprobar como el mundo moderno, que es el dominio del Anticristo se conforma con apreciaciones tan superficiales de tan admirable misterio. La persona humana es causada en el misterio de Dios y seguirá siendo por todos los siglos una verdadera incógnita.-
Esto permite afirmar que la adhesión a Cristo, nos da la certeza del camino, pero la llegada a la Beatífica contemplación, es la que llenará plenamente nuestro entendimiento y voluntad en la posesión de la Verdad, Belleza y Bien absolutos. En tal momento, descubierto, ante quienes lleguen, el Plan de Dios, quedarán develados todos los misterios que hoy les están vedados.-
Esta es la gran apuesta de la historia. Para asumirla hace falta valor. Y en esa decisión es hombre está solo. Bien que ayudado por Dios Sacramentado y por Su Iglesia docente.-
Es una apuesta al todo o nada. “El que no está conmigo, está contra mí”. Jesús no estableció posesiones intermedias “porque eres tibio y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca” (Apocalipsis. 3,16).-
El hombre cristiano es el fundamento de la persona humana. Afirmación categórica, sin dudas, pero ampliamente fundamentada.-
Ese hombre al que “se le puede elogiar o matar, pero jamás despreciarlo. Ese hombre deja huellas a su paso por la Tierra; tiene que dejarlas. Ha dado a su vida un sentido divino, y no hay fuerza humana que le desvíe” (Conf. Jesús Urteaga Loidi. “El valor divino de lo humano”. Pág. 58).-
Esta es la propuesta de Cristo, el hombre nuevo, fundamento de un mundo distinto de contenidos substanciales, que no se agota en los límites del tiempo.-
La ley natural expresión de la ley eterna
Por esto es que cuando se rechaza el orden natural, expresado por la ley natural, se quiebra la unidad que expresa la vida. Según Santo Tomás, dicha ley no es otra cosa que la participación de la ley eterna en la criatura racional, es decir, la misma ley eterna promulgada en el hombre por medio de la razón natural (Antonio Royo Marín. Teología Moral para Seglares. Tomo I. pág. 129). El orden es la unidad resultante de la armónica disposición de las cosas. El caos que implica la falta de atención a la ley natural, con la consecuente negativa de los preceptos morales, afecta la libertad, que conduce al bien, sometiendo al hombre a la esclavitud que le dicta su naturaleza desordenada. Lo que implica la renuncia a la trascendencia, atándose a la subjetividad estéril de la inmanencia, que supone “que el hombre es el centro de todas las cosas, el fin absoluto de la naturaleza”. Las mayores aberraciones se precipitan sobre el hombre, que queda sujeto a las conductas depravadas que hacen ilusorio cualquier destino de perfección. Sobre el concepto de bien y mal pueden efectuarse algunas consideraciones. El ser, en cuanto asumido por la voluntad con fines perfectivos, es el bien. Todo acto que permite al 7 ser incrementar su capacidad óntica, es decir agregar más ser a su ser (mediante la incorporación de perfecciones) es bueno. El mal, en realidad, no tiene existencia ontológica, pues consiste, o designa de esta manera lo que es privación de ser. Un acto que impide la realización de las perfecciones del ser, o le disminuyen, es malo.-
Vivimos tiempos finales, que exigen de conductas heroicas. El amor por nuestro prójimo requiere un eminente esfuerzo de nuestra voluntad para lo que se hace necesaria la abnegación que lleva al hombre a realizar actos extraordinarios en servicio de Dios, del prójimo o de la patria (Conf. DRAE).-
Con este marco conceptual, cobra sentido desear a nuestro prójimo la felicidad para esta celebración, la que consistirá en el particular estado de nuestro ánimo, especialmente definido por la presencia del Hijo de Dios. Él solamente nos podrá brindar, ciertamente, la dicha y la paz, genuinas.-
En la ciudad de Rosario, a los diez días del mes de Diciembre del año del Señor de Dos mil dieciocho. Tiempo de Adviento.-
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