12 de Noviembre: San Martín, Papa y Obispo
(✟ 655)
Terminados sus estudios en Roma con gran opinión de sabiduría y virtud, fue ordenado como sacerdote por el Papa Teodoro I, el cual lo envió por legado suyo a Constantinopla, para que redujese a los herejes monotelitas a la unidad de la fe.
Poco tiempo después falleció el pontífice; y Martín fue elegido para sucederle, traspasado su corazón de dolor, por no haber podido aún sosegar los disturbios de los herejes.
Convocó luego un Concilio en Letrán; y en él dio cuenta a los Padres de lo que había hecho para reducir a la obediencia a los rebeldes.
Los padres aclamaron a una voz a San Martín y con él condenaron de nuevo las pretensiones sistemáticas de Sergio, patriarca de Constantinopla y el edicto del emperador Constantino II, en el cual, para favorecer a los herejes monotelitas, prohibía toda controversia que se tratase de si en Cristo había dos voluntades o una sola.
Envió San Martín un vicario suyo a Constantinopla, al cual no quisieron someterse los herejes; antes embravecidos y llenos de coraje, determinaron asesinar al Santo Pontífice.
Tomó el emperador por instrumento de su maldad a Olimpio, su camarero; y para eso le nombró Exarca de Italia y pasando Olimpio a Roma, fingió querer comulgar de mano del santo Papa; y dio orden a uno de su guardia, que, al tiempo que él estuviese hincado de rodillas para recibir la comunión, le diese la espada para con ella dar muerte al que le estaba dando el Pan de vida.
Más sucedió que al mismo tiempo que aquel sayón cruel quiso dar la espada a Olimpio, se cegó repentinamente y jamás pudo atinar a ver al Papa.
No habiendo podido los herejes consumar su crimen, usaron de más diabólicos artificios, calumniándole ante el emperador Constante; el cual, como estuviese ya inficionado con el veneno de la herejía, envió a Roma a Teodoro Caliopas, hombre astuto, con orden de prender al Santo y traerlo a Constantinopla, como efectivamente lo hizo.
Allí defendió él su inocencia con razones irrecusables, pero todo fue en vano.
Constante quiso forzarle a firmar los edictos solemnemente condenados en el Concilio de Letrán, y como el Papa se negase resueltamente, le quitaron ignominiosamente sus vestiduras pontificiales, le cargaron de cadenas, y le llevaron así a Crimea, donde padeció hambre, sed y toda clase de malos tratos; de los cuales él mismo dice en una de sus epístolas:
- Vivo en las angustias del destierro, despojado de todo, alejado de mi Sede, sustento mi débil cuerpo con duro pan; pero ningún cuidado paso de las cosas terrenas.
En esas penurias perseveró con admirable paciencia, hasta que, a los seis años de su pontificado, entregó su espíritu al Señor.
Reflexión:
¿No te sorprende ver a este Santo Pontífice tan perseguido, tan maltratado, tan atormentado? ¿Acaso es esta la recompensa de su virtud? ¡Ah! Abre las Sagradas Escrituras y comprenderás en alguna manera la conducta de Dios nuestro Señor. “Todos los caminos del Señor -dice el real profeta David- son misericordia y verdad”. Entiende, pues, que si el Creador aflige a sus siervos, los aflige por efecto de su justicia y de su misericordia. De su justicia, castigando en ellas algunas imperfecciones y faltillas, a veces imperceptibles; de su misericordia, preparándoles así colmada recompensa.
Oración:
Oh Dios, que cada año nos alegras con la solemnidad de tu mártir y pontífice el bienaventurado Martín, concédenos propicio, que al celebrar su nacimiento a la gloria, experimentemos los efectos de su protección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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