Compartimos el discurso de Christophe Pierre, nuncio apostólico en los Estados Unidos de América pronunciado en la Conferencia de obispos católicos de los Estados Unidos durante la asamblea plenaria de Baltimore, Maryland el día 11 de noviembre de 2025. Los énfasis son de Diario7.
Texto Completo:
Me gustaría comenzar, como he hecho a menudo anteriormente, planteándoles una pregunta doble que considero esencial para nuestro discernimiento como pastores en este momento de la vida de la Iglesia:
¿Dónde hemos estado y hacia dónde vamos?
En su nueva Carta Apostólica sobre la educación, el Papa León plantea la misma pregunta cuando exhorta a las comunidades educativas a “levantar la mirada” y “saber preguntarse adónde van y por qué” (1). Este acto de cuestionamiento —de examinar la dirección de nuestro camino— es una parte esencial del discernimiento cristiano. Es algo que todo obispo debe hacer cuando piensa en la Iglesia que se le ha confiado, y es algo que debemos hacer en nuestro camino compartido como pastores de la Iglesia católica en los Estados Unidos.
Hoy me gustaría ofrecer una reflexión sobre esta pregunta situándola bajo una luz orientadora: la enseñanza y la visión del Concilio Vaticano II. Estoy convencido de que el Vaticano II sigue siendo la clave para comprender qué tipo de Iglesia estamos llamados a ser hoy, y el punto de referencia para discernir hacia dónde nos dirigimos.
El papa León también está convencido de ello. Dos días después de su elección, dijo a los cardenales: “Me gustaría que hoy renováramos juntos nuestro compromiso total con el camino que la Iglesia universal ha seguido durante décadas tras el Concilio Vaticano II”. A continuación, afirmó que “el papa Francisco expuso de manera magistral y concreta” este camino en Evangelii Gaudium, y destacó varios puntos como fundamentales para nuestro continuo camino eclesial (2). Sabemos, por supuesto, que Evangelii Gaudium fue la forma en que Francisco expresó la enseñanza del Vaticano II y la aplicó al mandato misionero de la Iglesia hoy en día. León claramente quiere que continuemos en esa dirección.
Dada la enorme importancia de la educación en la Iglesia en los Estados Unidos, la reciente publicación de “Diseñar nuevos mapas de esperanza” ofrece una orientación oportuna. Al escribir sobre el 60º aniversario de Gravissimum educationis, el papa León sitúa la educación “en el corazón mismo de la evangelización: la forma concreta en que el Evangelio se convierte en un gesto educativo, una relación, una cultura” (3).
Con ese mismo espíritu de discernimiento, pasamos ahora al propio Concilio.
I. El Concilio Vaticano II como autodescripción de la Iglesia para nuestra época
¿Qué fue el Concilio Vaticano II? En palabras de Juan Pablo II y Benedicto XVI, fue “la gran gracia concedida a la Iglesia en el siglo XX” (4). El Concilio no nos ofreció una nueva fe, sino una nueva forma de describir y vivir la única fe en el mundo moderno. Como tal, es una guía fiable para el discernimiento eclesial en esta época de cambios trascendentales.
Los documentos del Concilio Vaticano II dotaron a la Iglesia de un mapa para el camino por recorrer. Sin embargo, el territorio que este mapa esbozaba era, en muchos sentidos, inexplorado. La visión del Concilio era una visión de futuro, una orientación profética hacia un mundo que apenas comenzaba a tomar forma. Cuando los padres conciliares publicaron esos textos, las iglesias aún estaban llenas; los efectos de la secularización aún no se habían hecho profundamente visibles. Muchas de las realidades que el Concilio intuía aún no se habían manifestado en la vida del mundo ni de la Iglesia.
Por esta razón, los documentos del Concilio no se comprendieron plenamente en su momento. No eran una descripción de la situación en la que se encontraba la Iglesia, sino un mapa trazado para el territorio al que estaba siendo enviada. Hoy, ese territorio es nuestra experiencia cotidiana. Ahora habitamos el mundo que el Concilio previó: un mundo marcado por profundos cambios culturales, cambios tecnológicos y una mentalidad secularizada que desafía la fe en sus raíces. Ahora es el momento de desplegar el mapa del Concilio y recorrer su camino, para redescubrir en esos textos la luz y el valor necesarios para navegar este momento con fidelidad y creatividad.
Desde esta perspectiva, la visión del Concilio encuentra continuidad en el magisterio de todos los papas desde entonces, que nos llaman a encarnar el dinamismo misionero y pastoral que anticipó el Vaticano II. Sus pontificados no son una desviación del espíritu conciliar, sino su maduración, un recordatorio de que la renovación es siempre obra del Espíritu, que se desarrolla en el tiempo y responde a las realidades concretas del mundo en el que la Iglesia vive y evangeliza.
II. De Francisco a León XIV: continuando el camino del Concilio
Cuando se le preguntó sobre un Concilio Vaticano III, el papa Francisco respondió que aún no es el momento adecuado, porque todavía estamos trabajando para implementar plenamente el Segundo. Su pontificado se caracterizó, no por la innovación en sí misma, sino por un llamamiento a vivir más plenamente la visión del Concilio. Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti reflejan esa visión: una Iglesia misionera, alegre y abierta al exterior, una comunidad que construye fraternidad en un mundo dividido. Una y otra vez, advirtió contra la tentación de convertir el Evangelio en ideología o de dejar que el partidismo eclipse la comunión. Francisco llamó a la Iglesia a hablar con una sola voz evangélica: profética, misericordiosa y unida al servicio de los pobres.
Ahora hemos atravesado juntos otro momento crucial: la transición de Francisco a León XIV. Aunque algunos puedan sentirse inclinados a seguir caminos que se alejan de la visión pastoral del papa Francisco, sabemos que el camino a seguir no es divergir, sino avanzar por la senda que él ayudó a iluminar, una senda por la que el papa León sigue guiándonos. Muchos creyentes se han sentido animados, por el testimonio de Francisco, a vivir el Evangelio con mayor sencillez, misericordia y apertura. Y León, al continuar y ampliar el magisterio de su predecesor, nos ayuda a seguir caminando como la “Iglesia peregrina” que describió Lumen Gentium.
Al acercarse el siglo XX, el papa León XIII dio a la Iglesia la Rerum Novarum, que la dotó del lenguaje y la visión necesarios para afrontar los retos de la era industrial. Ahora, al desarrollarse el siglo XXI, el nuevo León busca guiarnos a través de transformaciones igualmente profundas: tecnológicas, culturales y morales.
En su primera exhortación apostólica Dilexi Te, que Francisco había comenzado, el punto de referencia del Santo Padre sigue siendo el Concilio Vaticano II, esta vez en lo que se refiere a nuestra misión entre los pobres. Recordando al papa Pablo VI, quien dijo que “la antigua parábola del buen samaritano sirvió de modelo para la espiritualidad del Concilio”, León escribe: “Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres es una fuente de renovación extraordinaria tanto para la Iglesia como para la sociedad” (5). Afirma que “el Concilio Vaticano II representó un hito en la comprensión de la Iglesia sobre los pobres en el plan salvífico de Dios” (6).
¡Y aquí tenemos a un hombre que sabe lo que significa servir a los pobres!
Al igual que León XIII respondió a los trastornos de su época afianzando a la Iglesia en su enseñanza perenne y abordando al mismo tiempo las nuevas realidades, el actual papa León nos está afianzando en la visión del Concilio Vaticano II para afrontar los retos de la globalización, la transformación tecnológica, los cambios culturales y la crisis ecológica.
III. Diseñar nuevos mapas de esperanza: educación y renovación eclesial
El Concilio Vaticano II sigue guiando nuestro camino como Iglesia. Sus enseñanzas sobre el culto, el misterio de la Iglesia, la Palabra de Dios y el diálogo con el mundo convergen en una sola visión: una Iglesia arraigada en la fe, animada por la esperanza y comprometida con la humanidad a través del amor.
En este horizonte, el documento del papa León XIV “Diseñar nuevos mapas de esperanza” adquiere un significado especial. Publicada en el 60º aniversario de Gravissimum educationis, recuerda que la educación pertenece al corazón mismo de la evangelización: “es la forma concreta en que el Evangelio se convierte en un gesto educativo, una relación, una cultura” (7). León utiliza la imagen de una “constelación educativa”: una red viva de escuelas y universidades, movimientos e institutos, asociaciones laicales y congregaciones religiosas, asociaciones nacionales e internacionales. “Cada “estrella” [de esta constelación] tiene su propio brillo, pero juntas trazan un rumbo” (8). Es esta convergencia, esta unidad en la diversidad de instituciones y carismas, lo que da a la educación católica su fuerza profética y su amplio alcance dentro de la sociedad.
Gravissimum educationis sigue siendo una guía segura. Afirmaba el derecho de toda persona a una educación orientada a la verdad y la dignidad, el papel de los padres como primeros educadores y el vínculo inseparable entre la fe y la razón en la formación integral de la persona. El papa León desarrolla ahora ese legado, instando a las comunidades educativas a ser constructoras de puentes, no de muros, permitiendo que la reconciliación y la construcción de la paz se conviertan en “el método y el contenido del aprendizaje” (9). Insta a las comunidades educativas a no limitarse a impartir habilidades, sino a sanar relaciones, formar conciencias y elegir no lo que es conveniente, sino lo que es justo. Califica estas constelaciones educativas como “un diseño luminoso que guía nuestros pasos en la oscuridad del tiempo presente” (10).
Para la Iglesia en los Estados Unidos, esta visión renueva nuestra dedicación a la formación en todas sus dimensiones: a las familias como primeras educadoras; a las escuelas que son sólidas y accesibles; a las universidades que sirven a la cultura a través de “una perspectiva inclusiva y una atención al corazón”; y a las políticas que protegen a los pobres, ya que, como nos recuerda el Santo Padre, “perder a los pobres equivale a perder la escuela misma” (11).
Durante más de un siglo antes del Concilio Vaticano II, las escuelas parroquiales, las academias y las universidades habían formado a generaciones en la fe y la virtud cívica, ayudando a las familias inmigrantes a echar raíces y contribuir a la vida de la nación. La educación católica sigue siendo uno de los grandes “éxitos” —y fortalezas perdurables— de la Iglesia en los Estados Unidos. Sin embargo, incluso en su apogeo, cuando la identidad católica era fuerte y la matriculación sólida, la Iglesia se encontraba en el umbral del cambio. El Concilio Vaticano II no creó esta misión educativa, pero le dio un nuevo horizonte: llamar a la educación católica a mirar hacia afuera, a comprometerse con un mundo en rápida evolución y a formar discípulos dispuestos a llevar el Evangelio a nuevos contextos culturales y sociales. La verdadera vitalidad de la educación católica —su capacidad de dar frutos duraderos para el Evangelio— depende de cuán profundamente encarna la visión del Concilio Vaticano II, discerniendo los signos de los tiempos y renovando sus métodos y estructuras en fidelidad al Evangelio. Donde esa visión es recibida y vivida, la educación católica sigue siendo un testimonio radiante de esperanza evangelizadora; donde es descuidada o limitada, la luz se apaga.
La educación católica ofrece así una ventana a la historia más amplia de cómo se ha recibido la enseñanza del Concilio en toda la Iglesia de este país. La vitalidad del apostolado laico —en la educación, en el servicio social, en la vida pública— es una señal de ese legado. La vida parroquial, la labor caritativa y las innumerables obras apostólicas han florecido a medida que los fieles abrazan su vocación bautismal. Sin embargo, esta vitalidad solo da sus frutos más auténticos cuando permanece arraigada en la comunión con los ordenados para pastorear la Iglesia y se lleva a cabo con un espíritu sinodal de colaboración, no de sustitución.
Al mismo tiempo, la llamada del Concilio a la unidad nos desafía a resistir las divisiones que fracturan nuestro testimonio. La polarización permite con demasiada frecuencia que los católicos —incluso dentro de la misma parroquia o familia— se identifiquen más con tribus o ideologías que con el Cuerpo de Cristo. El camino sinodal nos invita a un camino diferente: un estilo de ser Iglesia que hace concreta la comunión, permite que el diálogo se convierta en discernimiento y que la catolicidad se convierta en misión compartida.
Si abrazamos esta herencia completa del Vaticano II —tanto en su dimensión educativa como pastoral y social—, la Iglesia en los Estados Unidos podrá seguir siendo lo que ha sido tan a menudo: una levadura dentro de esta nación, un signo de esperanza que trasciende las divisiones y una servidora del bien común basada en la dignidad de cada ser humano.
IV. Un llamamiento a representar a la Iglesia del Concilio
Habiendo recibido tanto de la visión del Concilio, la pregunta ahora es: ¿qué nos pide eso a nosotros como obispos? ¿Cómo debemos representar a la Iglesia que describió el Concilio?
Esto afecta a todos los aspectos de nuestro ministerio.
● En nuestro sacerdocio y vocación episcopal, estamos llamados a ser hombres de comunión, pastores que caminan con el Pueblo de Dios en lugar de mantenerse al margen.
● En la evangelización y el ecumenismo, debemos evitar tanto el estrechamiento ideológico como la vaguedad general, proclamando todo el Evangelio con claridad y amor.
● En nuestro compromiso con la vida pública, no somos capellanes de partidos ni comentaristas distantes, sino pastores que aportan la amplitud de la doctrina social católica al discurso cívico de una manera que trasciende el partidismo.
Y nunca debemos olvidar el llamamiento que el papa León XIV sitúa en el centro de Dilexi Te: renovar nuestra relación salvífica con los pobres, cuya pobreza adopta muchas formas: migrantes que buscan dignidad, víctimas de la trata y el abuso de personas, familias a las que se les niega una oportunidad justa de mejorar sus vidas. Ser fieles al Vaticano II es ser la Iglesia de Cristo entre —y con— estos hermanos y hermanas.
Conclusión: ¿Dónde hemos estado y hacia dónde vamos?
El Concilio no ha quedado atrás, sino que está ante nosotros, como mapa de nuestro camino. A las preguntas con las que comenzamos —¿Dónde hemos estado y hacia dónde vamos?—, la respuesta eclesial más profunda es la siguiente:
● Somos una Iglesia arraigada en la gracia del Concilio Vaticano II;
● Somos una Iglesia que sigue recibiendo y encarnando su visión;
● Somos una Iglesia enviada en unidad, como discípulos y pastores, para llevar esperanza, alegría y misericordia a un mundo necesitado.
Los documentos del Concilio siguen formándonos y guiando nuestro discernimiento en este momento. El papa León XIV ahora lleva adelante esa misma visión, interpretándola de nuevo para el mundo de hoy.
Si caminamos fielmente con él, seremos la Iglesia que el Concilio imaginó: un pueblo peregrino, un sacramento de comunión, un faro de esperanza y un servidor de los pobres, trazando, incluso ahora, nuevos mapas de esperanza para las generaciones venideras.
Gracias.
Notas:
1) Papa León XIV, Carta apostólica “Diseñar nuevos mapas de esperanza” con motivo del 60º aniversario de la declaración conciliar Gravissimum educationis, 27 de Octubre de 2025, §11.2.
2) Papa León XIV, Discurso al Colegio Cardenalicio, 10 May 2025.
3) “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, §1.1.
4) Papa san Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte al término del Gran Jubileo del año 2000, 6 de enero de 2001, §57; Papa Benedicto XVI, Carta apostólica motu proprio Porta Fidei para la proclamación del Año de la Fe, 11 de Octubre de 2011, §5.
5) Papa León, Exhortación Apostólica Dilexi Te A todos los cristianos sobre el amor a los pobres, 4 de Octubre de 2025, §7.
6) Ibid., §84.
7) “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, §1.1.
8) Ibid., §8.1.
9) Ibid., §10.3.
10) Ibid., §10.2.
11) Ibid., §10.4.
¿Qué fue el Concilio Vaticano II? En palabras de Juan Pablo II y Benedicto XVI, fue “la gran gracia concedida a la Iglesia en el siglo XX” (4). El Concilio no nos ofreció una nueva fe, sino una nueva forma de describir y vivir la única fe en el mundo moderno. Como tal, es una guía fiable para el discernimiento eclesial en esta época de cambios trascendentales.
Los documentos del Concilio Vaticano II dotaron a la Iglesia de un mapa para el camino por recorrer. Sin embargo, el territorio que este mapa esbozaba era, en muchos sentidos, inexplorado. La visión del Concilio era una visión de futuro, una orientación profética hacia un mundo que apenas comenzaba a tomar forma. Cuando los padres conciliares publicaron esos textos, las iglesias aún estaban llenas; los efectos de la secularización aún no se habían hecho profundamente visibles. Muchas de las realidades que el Concilio intuía aún no se habían manifestado en la vida del mundo ni de la Iglesia.
Por esta razón, los documentos del Concilio no se comprendieron plenamente en su momento. No eran una descripción de la situación en la que se encontraba la Iglesia, sino un mapa trazado para el territorio al que estaba siendo enviada. Hoy, ese territorio es nuestra experiencia cotidiana. Ahora habitamos el mundo que el Concilio previó: un mundo marcado por profundos cambios culturales, cambios tecnológicos y una mentalidad secularizada que desafía la fe en sus raíces. Ahora es el momento de desplegar el mapa del Concilio y recorrer su camino, para redescubrir en esos textos la luz y el valor necesarios para navegar este momento con fidelidad y creatividad.
Desde esta perspectiva, la visión del Concilio encuentra continuidad en el magisterio de todos los papas desde entonces, que nos llaman a encarnar el dinamismo misionero y pastoral que anticipó el Vaticano II. Sus pontificados no son una desviación del espíritu conciliar, sino su maduración, un recordatorio de que la renovación es siempre obra del Espíritu, que se desarrolla en el tiempo y responde a las realidades concretas del mundo en el que la Iglesia vive y evangeliza.
II. De Francisco a León XIV: continuando el camino del Concilio
Cuando se le preguntó sobre un Concilio Vaticano III, el papa Francisco respondió que aún no es el momento adecuado, porque todavía estamos trabajando para implementar plenamente el Segundo. Su pontificado se caracterizó, no por la innovación en sí misma, sino por un llamamiento a vivir más plenamente la visión del Concilio. Evangelii Gaudium y Fratelli Tutti reflejan esa visión: una Iglesia misionera, alegre y abierta al exterior, una comunidad que construye fraternidad en un mundo dividido. Una y otra vez, advirtió contra la tentación de convertir el Evangelio en ideología o de dejar que el partidismo eclipse la comunión. Francisco llamó a la Iglesia a hablar con una sola voz evangélica: profética, misericordiosa y unida al servicio de los pobres.
Ahora hemos atravesado juntos otro momento crucial: la transición de Francisco a León XIV. Aunque algunos puedan sentirse inclinados a seguir caminos que se alejan de la visión pastoral del papa Francisco, sabemos que el camino a seguir no es divergir, sino avanzar por la senda que él ayudó a iluminar, una senda por la que el papa León sigue guiándonos. Muchos creyentes se han sentido animados, por el testimonio de Francisco, a vivir el Evangelio con mayor sencillez, misericordia y apertura. Y León, al continuar y ampliar el magisterio de su predecesor, nos ayuda a seguir caminando como la “Iglesia peregrina” que describió Lumen Gentium.
Al acercarse el siglo XX, el papa León XIII dio a la Iglesia la Rerum Novarum, que la dotó del lenguaje y la visión necesarios para afrontar los retos de la era industrial. Ahora, al desarrollarse el siglo XXI, el nuevo León busca guiarnos a través de transformaciones igualmente profundas: tecnológicas, culturales y morales.
En su primera exhortación apostólica Dilexi Te, que Francisco había comenzado, el punto de referencia del Santo Padre sigue siendo el Concilio Vaticano II, esta vez en lo que se refiere a nuestra misión entre los pobres. Recordando al papa Pablo VI, quien dijo que “la antigua parábola del buen samaritano sirvió de modelo para la espiritualidad del Concilio”, León escribe: “Estoy convencido de que la opción preferencial por los pobres es una fuente de renovación extraordinaria tanto para la Iglesia como para la sociedad” (5). Afirma que “el Concilio Vaticano II representó un hito en la comprensión de la Iglesia sobre los pobres en el plan salvífico de Dios” (6).
¡Y aquí tenemos a un hombre que sabe lo que significa servir a los pobres!
Al igual que León XIII respondió a los trastornos de su época afianzando a la Iglesia en su enseñanza perenne y abordando al mismo tiempo las nuevas realidades, el actual papa León nos está afianzando en la visión del Concilio Vaticano II para afrontar los retos de la globalización, la transformación tecnológica, los cambios culturales y la crisis ecológica.
III. Diseñar nuevos mapas de esperanza: educación y renovación eclesial
El Concilio Vaticano II sigue guiando nuestro camino como Iglesia. Sus enseñanzas sobre el culto, el misterio de la Iglesia, la Palabra de Dios y el diálogo con el mundo convergen en una sola visión: una Iglesia arraigada en la fe, animada por la esperanza y comprometida con la humanidad a través del amor.
En este horizonte, el documento del papa León XIV “Diseñar nuevos mapas de esperanza” adquiere un significado especial. Publicada en el 60º aniversario de Gravissimum educationis, recuerda que la educación pertenece al corazón mismo de la evangelización: “es la forma concreta en que el Evangelio se convierte en un gesto educativo, una relación, una cultura” (7). León utiliza la imagen de una “constelación educativa”: una red viva de escuelas y universidades, movimientos e institutos, asociaciones laicales y congregaciones religiosas, asociaciones nacionales e internacionales. “Cada “estrella” [de esta constelación] tiene su propio brillo, pero juntas trazan un rumbo” (8). Es esta convergencia, esta unidad en la diversidad de instituciones y carismas, lo que da a la educación católica su fuerza profética y su amplio alcance dentro de la sociedad.
Gravissimum educationis sigue siendo una guía segura. Afirmaba el derecho de toda persona a una educación orientada a la verdad y la dignidad, el papel de los padres como primeros educadores y el vínculo inseparable entre la fe y la razón en la formación integral de la persona. El papa León desarrolla ahora ese legado, instando a las comunidades educativas a ser constructoras de puentes, no de muros, permitiendo que la reconciliación y la construcción de la paz se conviertan en “el método y el contenido del aprendizaje” (9). Insta a las comunidades educativas a no limitarse a impartir habilidades, sino a sanar relaciones, formar conciencias y elegir no lo que es conveniente, sino lo que es justo. Califica estas constelaciones educativas como “un diseño luminoso que guía nuestros pasos en la oscuridad del tiempo presente” (10).
Para la Iglesia en los Estados Unidos, esta visión renueva nuestra dedicación a la formación en todas sus dimensiones: a las familias como primeras educadoras; a las escuelas que son sólidas y accesibles; a las universidades que sirven a la cultura a través de “una perspectiva inclusiva y una atención al corazón”; y a las políticas que protegen a los pobres, ya que, como nos recuerda el Santo Padre, “perder a los pobres equivale a perder la escuela misma” (11).
Durante más de un siglo antes del Concilio Vaticano II, las escuelas parroquiales, las academias y las universidades habían formado a generaciones en la fe y la virtud cívica, ayudando a las familias inmigrantes a echar raíces y contribuir a la vida de la nación. La educación católica sigue siendo uno de los grandes “éxitos” —y fortalezas perdurables— de la Iglesia en los Estados Unidos. Sin embargo, incluso en su apogeo, cuando la identidad católica era fuerte y la matriculación sólida, la Iglesia se encontraba en el umbral del cambio. El Concilio Vaticano II no creó esta misión educativa, pero le dio un nuevo horizonte: llamar a la educación católica a mirar hacia afuera, a comprometerse con un mundo en rápida evolución y a formar discípulos dispuestos a llevar el Evangelio a nuevos contextos culturales y sociales. La verdadera vitalidad de la educación católica —su capacidad de dar frutos duraderos para el Evangelio— depende de cuán profundamente encarna la visión del Concilio Vaticano II, discerniendo los signos de los tiempos y renovando sus métodos y estructuras en fidelidad al Evangelio. Donde esa visión es recibida y vivida, la educación católica sigue siendo un testimonio radiante de esperanza evangelizadora; donde es descuidada o limitada, la luz se apaga.
La educación católica ofrece así una ventana a la historia más amplia de cómo se ha recibido la enseñanza del Concilio en toda la Iglesia de este país. La vitalidad del apostolado laico —en la educación, en el servicio social, en la vida pública— es una señal de ese legado. La vida parroquial, la labor caritativa y las innumerables obras apostólicas han florecido a medida que los fieles abrazan su vocación bautismal. Sin embargo, esta vitalidad solo da sus frutos más auténticos cuando permanece arraigada en la comunión con los ordenados para pastorear la Iglesia y se lleva a cabo con un espíritu sinodal de colaboración, no de sustitución.
Al mismo tiempo, la llamada del Concilio a la unidad nos desafía a resistir las divisiones que fracturan nuestro testimonio. La polarización permite con demasiada frecuencia que los católicos —incluso dentro de la misma parroquia o familia— se identifiquen más con tribus o ideologías que con el Cuerpo de Cristo. El camino sinodal nos invita a un camino diferente: un estilo de ser Iglesia que hace concreta la comunión, permite que el diálogo se convierta en discernimiento y que la catolicidad se convierta en misión compartida.
Si abrazamos esta herencia completa del Vaticano II —tanto en su dimensión educativa como pastoral y social—, la Iglesia en los Estados Unidos podrá seguir siendo lo que ha sido tan a menudo: una levadura dentro de esta nación, un signo de esperanza que trasciende las divisiones y una servidora del bien común basada en la dignidad de cada ser humano.
IV. Un llamamiento a representar a la Iglesia del Concilio
Habiendo recibido tanto de la visión del Concilio, la pregunta ahora es: ¿qué nos pide eso a nosotros como obispos? ¿Cómo debemos representar a la Iglesia que describió el Concilio?
Esto afecta a todos los aspectos de nuestro ministerio.
● En nuestro sacerdocio y vocación episcopal, estamos llamados a ser hombres de comunión, pastores que caminan con el Pueblo de Dios en lugar de mantenerse al margen.
● En la evangelización y el ecumenismo, debemos evitar tanto el estrechamiento ideológico como la vaguedad general, proclamando todo el Evangelio con claridad y amor.
● En nuestro compromiso con la vida pública, no somos capellanes de partidos ni comentaristas distantes, sino pastores que aportan la amplitud de la doctrina social católica al discurso cívico de una manera que trasciende el partidismo.
Y nunca debemos olvidar el llamamiento que el papa León XIV sitúa en el centro de Dilexi Te: renovar nuestra relación salvífica con los pobres, cuya pobreza adopta muchas formas: migrantes que buscan dignidad, víctimas de la trata y el abuso de personas, familias a las que se les niega una oportunidad justa de mejorar sus vidas. Ser fieles al Vaticano II es ser la Iglesia de Cristo entre —y con— estos hermanos y hermanas.
Conclusión: ¿Dónde hemos estado y hacia dónde vamos?
El Concilio no ha quedado atrás, sino que está ante nosotros, como mapa de nuestro camino. A las preguntas con las que comenzamos —¿Dónde hemos estado y hacia dónde vamos?—, la respuesta eclesial más profunda es la siguiente:
● Somos una Iglesia arraigada en la gracia del Concilio Vaticano II;
● Somos una Iglesia que sigue recibiendo y encarnando su visión;
● Somos una Iglesia enviada en unidad, como discípulos y pastores, para llevar esperanza, alegría y misericordia a un mundo necesitado.
Los documentos del Concilio siguen formándonos y guiando nuestro discernimiento en este momento. El papa León XIV ahora lleva adelante esa misma visión, interpretándola de nuevo para el mundo de hoy.
Si caminamos fielmente con él, seremos la Iglesia que el Concilio imaginó: un pueblo peregrino, un sacramento de comunión, un faro de esperanza y un servidor de los pobres, trazando, incluso ahora, nuevos mapas de esperanza para las generaciones venideras.
Gracias.
Notas:
1) Papa León XIV, Carta apostólica “Diseñar nuevos mapas de esperanza” con motivo del 60º aniversario de la declaración conciliar Gravissimum educationis, 27 de Octubre de 2025, §11.2.
2) Papa León XIV, Discurso al Colegio Cardenalicio, 10 May 2025.
3) “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, §1.1.
4) Papa san Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte al término del Gran Jubileo del año 2000, 6 de enero de 2001, §57; Papa Benedicto XVI, Carta apostólica motu proprio Porta Fidei para la proclamación del Año de la Fe, 11 de Octubre de 2011, §5.
5) Papa León, Exhortación Apostólica Dilexi Te A todos los cristianos sobre el amor a los pobres, 4 de Octubre de 2025, §7.
6) Ibid., §84.
7) “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, §1.1.
8) Ibid., §8.1.
9) Ibid., §10.3.
10) Ibid., §10.2.
11) Ibid., §10.4.

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