San Pacífico es un alma donde brilla la resignación, con presencia de Dios. Puede ser patrono de todos nuestros dolores por salud.
San Pacífico de San Severino, se llama así porque nació en San Severino, Italia, el 1 de marzo de 1653.
Siendo muy joven, fue entregado a los cuidados de su tío materno que era archidiácono de la Catedral, por lo que tuvo una formación con cuño religioso.
Entró a la Orden de los Reformados franciscanos en Forano y se ordenó sacerdote el 4 de junio de 1678.
Fue escogido como profesor de Filosofía de sus hermanos más jóvenes, oficio que desempeñó celosamente durante tres años, para luego irse como misionero en los alrededores.
San Pacífico fue dotado de grandes dones místicos: visiones, espíritu de profecía, éxtasis, obrar milagros. Previó un terremoto en 1703, la victoria de Carlos VI sobre los turcos en 1717. Las gentes empezaron a comentar todo ello.
Pero Dios lo quiso probar fuertemente en su salud, y se volvió cojo, perdió el oído, quedó ciego. Pero esto lo favoreció para dedicarse a la oración y a la contemplación.
Fue una víctima expiatoria por su mala salud. A medida que iba progresando su enfermedad, sus condiciones físicas le impidieron realizar cualquier ministerio sagrado, celebrar, confesar, incluso participar de la vida comunitaria. Pero sus dones místicos seguían manifestándose.
Incluso en medio de la postración, conservó el puesto de Guardián del monasterio.
Murió el 24 de septiembre de 1721, y al lado de su convento en San Severino, se construyó un santuario donde están sus restos.
Fue canonizado por Gregorio XVI.
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