En
Pentecostés celebramos el fruto de la novedad de la Pascua, con el que se
inaugura una nueva presencia de Dios en el hombre, en sus hijos. Podríamos
decir que Dios no se contenta con expresar su voluntad o guiar al hombre a
través de una palabra o mandamiento, sino que nos quiere comunicar esa misma
palabra o voluntad interiormente como gracia. Con este nuevo modo de presencia
de Dios se cumplen las profecías del Antiguo
Por
Mons. José María Arancedo
Testamento que anunciaban la llegada del
Mesías que inauguraría un tiempo nuevo. Esto, que se cumplió en la Pascua, será
el fruto o la misión del Espíritu Santo como enviado de Cristo Resucitado para
hacer realidad en nosotros ese tiempo nuevo que él ha inaugurado. El Espíritu
Santo siempre será el Espíritu de Cristo, es decir, no puede haber nada en él
que contradiga su palabra y obra. Este es un criterio para discernir la
autenticidad de la presencia del Espíritu Santo.
En
Pentecostés nace la Iglesia fundada por Jesucristo como vemos en los
evangelios, pero será animada por el Espíritu Santo, es decir, de él va a
recibir su alma y la fuerza para su misión. Esto nos lleva a concluir que la
identidad de la Iglesia no la debemos buscar en aspectos institucionales, por
valiosos y necesarios que sean, sino en la presencia del Espíritu Santo que es
su verdad más profunda. Esto significa que la Iglesia siempre debe tener una
actitud de fidelidad a Jesucristo y de docilidad a su Espíritu.
Como
Iglesia hemos recibido de Jesucristo el envío de una misión: “vayan y prediquen
este evangelio a todo el mundo”, nos dice, y para que podamos hacerlo no nos
deja solos con la carga de un mandato, sino que agrega: “les enviaré mi
Espíritu, para que él les de la fuerza y sean mis discípulos ante el mundo”.
Una Iglesia, un cristiano, que pierda esta relación con Jesucristo y su
Espíritu se debilita, queda sólo la imagen de una institución que va perdiendo
el fuego del Espíritu.
La
Iglesia es consciente de que su misión es esencialmente religiosa, nos dice el
Catecismo de la Iglesia Católica, pero ello: “incluye también la defensa y la
promoción de los derechos fundamentales del hombre” (CIC 159). El camino de la
Iglesia, porque es el camino de Jesucristo, es el hombre en su totalidad. La
Iglesia no sería fiel a su misión sino elevara su voz para defender o denunciar
los atentados a la vida del hombre. Esto no es ajeno a su misión, sino
fidelidad al evangelio de Jesucristo.
A
este compromiso pastoral con toda la actividad del hombre la Iglesia lo estudia
y lo presenta en su Doctrina Social, que es como la resonancia temporal del
Evangelio, y se desarrolla en una doble dirección, agrega: “de anuncio del
fundamento cristiano de los derechos del hombre y de denuncia de las
violaciones de estos derechos” (CIC 159). Así, la cercanía con el que sufre,
con el pobre en todas sus situaciones, no es ajena a su misión ni es parte de
una estrategia política ocasional, sino fidelidad a la verdad del evangelio que
es el fundamento de su presencia en el mundo.
Deseando
que la celebración de Pentecostés renueve en nosotros el deseo de una vida más
animada por los valores y el espíritu del Evangelio, para hacernos
protagonistas de un mundo donde reine la verdad y la vida, el amor y la
solidaridad, la justicia y la paz, les hago llegar junto a mis oraciones mi
bendición.
Mons.
José María Arancedo
Arzobispo
de Santa Fe de la Vera Cruz
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