viernes, 8 de septiembre de 2023

EL “CÁNCER” EPISCOPAL: LOS PASTORES MUDOS

La Iglesia vive momentos de zozobra y de oscuridad, pero aquellos que tenemos puesta nuestra confianza en Dios sabemos que tras la tempestad, llegará la calma y volverá a amanecer.


Mientras tanto, nos toca estar alerta y vigilantes en medio de esta larga noche que por momentos parece no tener fin. Sabemos que la Iglesia está en manos de Dios y Él nunca la abandonará a pesar de que los hombres nos empeñemos en triturarla desde dentro dando un mensaje nefasto al resto de la humanidad.

A pesar de todo, la responsabilidad del futuro de la Iglesia recae a partes iguales entre los laicos y los sacerdotes y obispos que están al servicio de los fieles para administrar los sacramentos, hablar de Dios y guiar a las almas al Cielo.

Es por ello que aquellas personas que dentro de la jerarquía eclesiástica tienen algún tipo de responsabilidad (obispos o cardenales) tienen una responsabilidad aún mayor de ser garantes del mensaje de Cristo. Son muchos los cardenales, obispos y sacerdotes que cumplen con su trabajo divino. Pero solo unos pocos valientes son los que se atreven a hablar en voz alta para defender esas verdades que están hoy en entredicho. Estamos ante una tesitura en la que ya no vale solo con cumplir y hacer las cosas bien, sino que también es necesario salir a la palestra a defender aquellas cuestiones que algunos desde dentro tratan de modificar a su antojo.

Con estas líneas pretendemos zarandear y agitar la conciencia de aquellos buenos pastores pero mudos, que callan por comodidad o por temor a represalias. Es el momento de alzar la voz -ahora que se acerca el sínodo de la sinodalidad- para defender que no es la doctrina de Jesús la que se debe adaptar a los tiempos, sino que son los tiempos los que han de abrirse a la luz del Salvador.

Estamos en un momento en el que se desprecia a los que quieren permanecer constantes en la fe y se alaba a los apóstatas y herejes, escandalizando a las almas sencillas que se sienten confundidas y turbadas ante tanto escándalo. Son los pastores quienes han de resistir a estos nuevos modernistas, -progresistas se llaman ellos mismos- cuando de hecho son retrógrados, porque tratan de resucitar las herejías de los tiempos pasados.

Estos modernistas buscan ‘protestantizar’ la Iglesia Católica desde dentro y cuentan con el aval de altos jerarcas que han cambiado el Evangelio por la ideología. Su táctica es trazar a las almas un camino anchísimo en el que caben todas las maldades, y por lo tanto la soberbia, que es su raíz, como si fueran cosas buenas.

Han de saber los buenos pastores que salvar a las almas es enseñarles la doctrina de Jesucristo, la de siempre y no ir a adular sus errores teóricos y prácticos y a granjear simpatías afirmando que todo lo que piensan y dicen y obran es santo y bueno. ¿De dónde viene este mal? Muchos de los que nos lean compartirán que el mal, en general, proviene de aquellos medios eclesiásticos que se constituyen como una fortaleza de clérigos mundanizados. Y aquí viene el cóctel perfecto de tanto desvarío: individuos que han perdido, con la fe, la esperanza; sacerdotes que apenas rezan; teólogos -así se llaman ellos- que contradicen hasta las verdades más elementales de la revelación; profesores de religión que hablan de cualquier cosa menos de Jesús y pastores mudos que junto con los agitadores de sacristías y conventos pretenden liderar el cambio de timón de la barca de Pedro.

Uno de los grandes peligros a los que se enfrenta el sínodo es a comprar las teorías de algunas organizaciones y movimientos cuyas ideas nocivas se propagan entre el pueblo y se imponen después a la autoridad eclesiástica como si fueran movimientos de opinión de base.

Es en medio de estas circunstancias, cuando se espera ese paso adelante de nuestros pastores para que junto con los laicos y religiosos comprometidos con la verdad inmutable alcen la voz en defensa de la verdad y doctrina segura. No olviden que también existe el pecado de omisión por mucho que se empeñen algunos en eliminar la conciencia de pecado de nuestra sociedad


InfoVaticana


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