miércoles, 27 de septiembre de 2023

BERGOGLIO EN NARNIA: UNA CEGUERA CULPABLE

Hay un abismo entre las aspiraciones irenistas bergoglianas y la dolorosa realidad cotidiana de los ciudadanos europeos que tienen que sufrir el flujo migratorio.

Por Hélène de Lauzun


Francisco acaba de finalizar una visita de unos días a Marsella con motivo de los terceros “Rencontres Méditerranéennes” (Encuentros Mediterráneos). El objetivo de esta mediática visita era que Bergoglio promoviera una “acogida incondicional de los migrantes”, un mensaje muy político que no fue bien recibido.

Francisco había anunciado sus intenciones antes de su visita: iba “a Marsella, no a Francia”. Era una forma de subrayar que no venía a una simple visita protocolaria para reunirse con los católicos franceses y sus dirigentes -en cuyo caso habría ido sin duda a París-, sino que pretendía situar el Mediterráneo -escenario de la batalla migratoria en Europa- en el centro de su comunicación.

Para muchos franceses, su frase “vengo a Marsella, no a Francia” se convirtió rápidamente en el blanco de una broma muy compartida: claro, viene a Marsella, no a Francia, porque Marsella hace tiempo que dejó de ser Francia, dado el número de inmigrantes que viven en ella y que han cambiado radicalmente la fisonomía de la ciudad tan querida.

Del 17 al 24 de septiembre, Marsella acogió la tercera edición de los “Rencontres Méditerranéennes”, tras las celebradas en Bari en 2020 y Florencia en 2022. El objetivo de la cita era reunir a jóvenes y miembros del clero “para que el mosaico de pueblos, culturas y religiones que componen el Mediterráneo pueda construir y compartir una misma esperanza”, según se afirmaba en la página web del evento. Se destacaron cuatro temas: el desafío medioambiental, las migraciones, las disparidades económicas y las tensiones geopolíticas y religiosas.


El viernes 22 de septiembre, Bergoglio presentó ante el memorial dedicado a los marineros y migrantes perdidos en el mar, adornado simbólicamente con una cruz de Camarga en alusión a la historia de las Santas Marías, uno de los primeros “migrantes” mediterráneos identificados en la historia de la Iglesia. El punto culminante de estas jornadas fue una misa celebrada el sábado 23 de septiembre en el Velódromo de Marsella, a la que asistieron cerca de 60.000 espectadores de toda Francia.

Durante sus discursos, uno de los cuales contó con la presencia del presidente francés Emmanuel Macron, Bergoglio insistió en que “la cultura de la indiferencia debe dar paso a la cultura de la humanidad y la fraternidad”. Dijo que quería que el Mediterráneo “se convirtiera en un laboratorio de paz”. Independientemente de estas observaciones generales y generosas, Bergoglio tuvo otras fórmulas mucho más políticas y polémicas, como cuando criticó la política de asimilación, que considera “estéril” y “que no tiene en cuenta las diferencias y sigue siendo rígida en sus paradigmas”, aunque haya sido durante mucho tiempo una característica de la política francesa hacia los extranjeros y siga siendo defendida por una parte de la clase política francesa como una solución evidente a los problemas galopantes del comunitarismo.

En un momento en que la afluencia de inmigrantes al Mediterráneo nunca había sido tan masiva, como ilustra la situación en la isla italiana de Lampedusa, que en las últimas semanas ha visto llegar a su suelo a varios miles de inmigrantes procedentes de África, Bergoglio se ha posicionado abiertamente al afirmar que no se puede hablar de crisis migratoria. “Los inmigrantes no invaden”, ha insistido en sus discursos, pidiendo a Francia y a Europa “que asuman sus responsabilidades”. Para muchos ciudadanos europeos -católicos o no, franceses o italianos- tales comentarios no son aceptables.

Varias personalidades de la clase política conservadora francesa se han pronunciado para criticar el discurso de Bergolio y distanciarse del diagnóstico del “santo padre”. Marion Maréchal, cabeza de lista del partido Reconquête para las elecciones europeas, reafirmó en televisión su adhesión a la fe católica, al tiempo que condenó la visión de Bergoglio sobre la cuestión migratoria, acusándole de “hacer demasiado”. “El papa Francisco no tiene nada que hacer en política”, declaró en BFM TV antes de la llegada de Bergoglio al suelo francés.

Jordan Bardella, presidente de la Agrupación Nacional y cabeza de lista de su partido para las próximas elecciones, se hizo eco de los mismos sentimientos. Afirmando no ser creyente, denunció a un “papa argentino que desconoce totalmente la realidad de la emigración europea”. Es más, le acusó de desempeñar un papel nefasto al animar a los emigrantes a emprender el largo viaje de África a Europa. El domingo 24 de septiembre dijo, también en BFM TV:
Cuando dice que Marsella es “un remanso de paz”, permítame que, como todos los franceses, me ofenda y le diga que no conoce Marsella. Ha elegido utilizar un discurso político, pero mi papel es recordarle que cuando pedimos la inmigración masiva, cuando pedimos la apertura incondicional e ilimitada de todas nuestras fronteras, entonces tenemos una responsabilidad en la creencia que estos pueblos del continente han creado para sí mismos.

Jordan Bardella añadió entonces que “prefería la sabiduría de Benedicto XVI, que dijo que los Estados tienen derecho a regular los flujos migratorios”.

Tanto la reacción de Maréchal como la de Bardella ponen de manifiesto, con razón, la enorme distancia entre las aspiraciones irenistas defendidas por Bergoglio y la dolorosa realidad cotidiana de los ciudadanos europeos que tienen que sufrir el flujo migratorio. Es evidente que Bergoglio  vive en un mundo que no existe y habla de una realidad que no conoce. El argumento de Bergoglio sobre “la indiferencia de las sociedades occidentales” parece difícil de sostener cuando se tienen en cuenta los colosales recursos desplegados por países como Francia e Italia para rescatar a los migrantes en el mar, acogerlos, cuidarlos y, la mayoría de las veces, mantenerlos en su suelo, porque a muy pocos de los miles que desembarcan se les acaba denegando el asilo. Por dar algunas cifras, Francia dedica casi 2.000 millones de euros al año de su presupuesto para el asilo, con créditos en constante aumento en los últimos años.

La descripción que hace Bergoglio de Marsella como un “mosaico creativo”, por ejemplo, es atractiva, pero resulta igual de difícil de aceptar cuando uno se da cuenta de que la segunda área metropolitana más grande de Francia lleva años sufriendo una espantosa reputación de inseguridad, delincuencia y suciedad, resultado de una inmigración descontrolada que ha transformado totalmente su antaño atractivo rostro. La periodista Gabrielle Cluzel, del Boulevard Voltaire, nos recordó en Twitter que, si bien Marsella puede enorgullecerse de su “monumento a los migrantes”, también es conocida por una placa en la estación de Saint-Charles que conmemora la muerte de dos niñas, Laure y Mauranne, brutalmente asesinadas en 2017 por un migrante tunecino que nunca debería haber estado en territorio francés: la otra cara de la inmigración, que Bergoglio niega deliberadamente.

También es curioso observar que quienes suelen ser los primeros en denigrar las raíces cristianas de Francia y Europa o en fustigar el carácter retrógrado de la Iglesia Católica, es decir, los representantes de los partidos de extrema izquierda, han sido los primeros en cantar alabanzas a Francisco por su viaje a Marsella. Sandrine Rousseau, diputada ecologista, Clémentine Autain, diputada comunista, y Antoine Léaument, miembro del partido France Insoumise acostumbrado a las declaraciones robespierristas, alaban a Bergoglio en los medios de comunicación y piden a Emmanuel Macron “que escuche más al pontífice en sus políticas”. Hay aquí una inversión de fortunas que podría parecernos cómica... o angustiosa.

Las declaraciones de Bergoglio están “haciendo lío”. Después de todo, ¿no es esa la popular frase de Francisco? Pero como sabemos muy bien, el lío que crea tiene más efectos negativos que positivos. En el espinoso tema de la migración, el discurso fuera de lugar de Francisco está contribuyendo a alejar a muchas personas de la Iglesia Católica, que no esperan de él un discurso alejado de la realidad y excesivamente político.

A la luz de los sucesos de Lampedusa y Marsella, es imposible en Francia no pensar en la profética novela escrita por el escritor Jean Raspail hace cincuenta años, “Le Camp des Saints” (El campamento de los santos), en la que describía la apocalíptica llegada de migrantes a las playas de Provenza, provocando que una sociedad europea frágil y moribunda se tambalease al borde del colapso. Irónicamente, Raspail retrataba entonces a un “papa” globalista que exhortaba desde su avión a la integración incondicional de estos desgraciados. Pero en el mismo momento, sordos a esas gesticulaciones aéreas, en las playas donde esas cohortes de pobres desgraciados habían venido a quedar varadas, el autor describía a un puñado de monjes inclinándose sobre ellos para conferirles el bautismo, contra todo y contra todos. Esta es la urgencia de la que nos hubiera gustado que nos hablara Bergoglio en Marsella.


European Conservative


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