sábado, 29 de octubre de 2022

TRADICIÓN: CÓMO NOS MANTIENE VIVOS Y BIEN

No cabe duda de que la humanidad se ha beneficiado de muchos avances que la modernidad ha traído al mundo. Sin embargo, junto con estos beneficios, la modernidad también ha causado sufrimiento, destrucción y pérdida de vidas.

Por Vincent Gorre


Estos factores negativos están alcanzando ahora proporciones de crisis y polarizando a las naciones en la búsqueda de soluciones.

Como resultado de esta crisis, hay una guerra en curso. Es una guerra de valores, y puede caracterizarse como una guerra entre tradicionalistas y modernistas.

Los tradicionalistas son personas que respetan profundamente los valores culturales y religiosos de larga data. Para ellos, estos valores son anclas que proporcionan orden y estabilidad a la sociedad. Los modernistas, en cambio, son los que abrazan las nuevas ideas, estilos y tendencias. Para ellos, los valores tradicionales son cadenas que restringen la libertad individual, la autonomía y la búsqueda de la felicidad.

Toda cultura se compone de códigos de conducta, vestimenta, lenguaje, rituales y normas de comportamiento. Éstas implican leyes, moralidad y creencias religiosas.

En estos ámbitos, la modernidad y la tradición ejercen cada una su influencia, a menudo combatiendo en el interior de las almas y alterando la forma de pensar, sentir y actuar de las personas.

La tradición y la religión son inseparables en esta lucha, ya que Dios está implicado en la historia. Así, podemos decir que la antitradición es también antireligión. Como cristianos, defendemos la tradición porque es uno de los pilares de la civilización cristiana, la más perfecta.

Frente a los problemas del mundo, debemos preguntarnos si el enfoque modernista funcionará para resolver los problemas que enfrentamos. Tenemos que ver el papel de la Tradición como refugio cuando la modernidad nos aleja de nuestros valores.

De hecho, las lecciones de la historia demuestran que abandonar la Tradición tiene consecuencias desastrosas. La Tradición desempeña un papel importante y decisivo en la mejora de la vida de las personas, porque el pasado tiene una poderosa influencia sobre el presente y actúa como guía para el futuro.

En este artículo veremos cómo la modernidad y la Tradición afectan a la vida de las personas. Veremos cómo funcionan en la práctica y los resultados que pueden obtener cuando la sociedad está influenciada por una u otra. Y veremos qué significa el verdadero progreso en contraposición a un progreso revolucionario y desequilibrado.


El origen de la modernidad

La modernidad (que comienza a finales del siglo XV y principios del XVI) introdujo la idea de que el objetivo de la sociedad es una visión utópica de la vida. Rechaza los principios religiosos y morales como guía y confía en la ciencia y la tecnología para todo. La modernidad introdujo la noción del individuo autónomo orientado a la autorrealización que es más importante que la familia y sustituye a ésta como célula básica de la sociedad.


Como resultado, el hombre moderno es autónomo en sus creencias y está desvinculado de las lecciones de la historia, los precedentes y la comunidad. Crea su propia identidad en lugar de ser definido por su familia o su tradición. Educado por los teóricos modernos, considera que el mundo “sólo está formado por objetos físicos en el tiempo y el espacio, que interactúan mecánicamente como causas y efectos según leyes que pueden formularse matemáticamente” (1).

En otras palabras, cree en un mundo sin Dios, formado por cosas sin causas finales, orden moral o significado. La influencia del individualismo puede verse hoy en día en nuestra cultura, política, religión, ciencia, arte y tecnología.

El historiador Jacques Barzun situó el inicio de la era moderna en la revuelta protestante de Martín Lutero en 1517. Barzun señaló que la era moderna está marcada por las cuatro grandes revoluciones - “la religiosa, la monárquica, la liberal y la social, separadas aproximadamente por cien años- cuyos objetivos y pasiones siguen gobernando nuestras mentes y comportamientos” (2).

El líder católico brasileño y fundador del movimiento Tradición, Familia y Propiedad (TFP), el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, profundiza aún más en su análisis del mundo moderno. Escribe que “las múltiples crisis que sacuden el mundo actual -la del Estado, la de la familia, la de la economía, la de la cultura, etc.- no son más que múltiples aspectos de una única crisis fundamental cuyo campo de acción es el propio hombre. En otras palabras, estas crisis tienen su raíz en los problemas más profundos del alma, desde donde se extienden a toda la personalidad del hombre actual y a todas sus actividades” (3).


Los fallos de la modernidad

En el espíritu y en la práctica, los defectos de la modernidad son numerosos. Aunque muchos de sus logros han mejorado la vida de las personas, su impacto negativo en la sociedad ha aumentado con el paso de los años. Esto puede verse especialmente en la decadencia de la moral tradicional, el impacto social de la globalización, la implosión de las poblaciones y los excesos de la revolución sexual.


Según los datos federales sobre delincuencia, el número de delitos violentos ha aumentado casi un cincuenta por ciento en los últimos diez años (4). El suicidio es un importante problema de salud pública nacional. La tasa de suicidios aumenta cada día.

Trágicamente, la familia tradicional está en rápido declive. Según el Centro de Investigación Pew, la familia estadounidense (y esta tendencia se observa también en el resto del mundo), está cambiando de muchas maneras: la cohabitación está en aumento, más adultos están retrasando o renunciando al matrimonio, una proporción creciente de niños viven con un padre no casado, y el “matrimonio” del mismo sexo es legal en los cincuenta estados (5).

Estas estadísticas dibujan un panorama desolador de nuestro mundo moderno. No es de extrañar que a la gente le cueste adaptarse a la evolución de la tecnología, las normas y comportamientos sociales y los valores modernistas. No hay anclas que proporcionen estabilidad.


“Por sus frutos los conoceréis”

Las estadísticas demuestran que puede ser peligroso vivir en una ciudad moderna densamente poblada. Cuando la moralidad se quiebra en la sociedad, las ciudades se convierten en plataformas desde las que el mayor número de personas se expone a mayores oportunidades de cometer delitos. Hay más tiendas para robar y más lugares para atacar a una víctima desprevenida. Además, esta decadencia moral conduce a peores condiciones de vida y al deterioro de la salud, tanto física como emocional.

La ciudad tradicional favorece la proporción, la armonía y la moral. Existe una relación entre los habitantes y el campo. La gente nunca se aleja completamente de su acceso a los campos, valles, ríos y montañas, donde la tranquilidad y la forma normal y equilibrada de vivir en el campo siguen impregnando la vida de la pequeña ciudad. Esta condición da lugar a un modo de vida más agradable, tranquilo y estable.

Con el control de la población, la inmoralidad sexual y los “matrimonios” entre personas del mismo sexo ampliamente practicados hoy en día, muchos países están experimentando tasas de crecimiento negativas. Desde el punto de vista moral e incluso económico, esta tendencia supone un desastre para cualquier país. La disminución de la población puede provocar escasez de mano de obra, menores ingresos fiscales, mayor deuda per cápita y un menor crecimiento del PIB (6), así como, lógicamente, la eventual extinción.


Además, la estructura familiar y el bienestar económico también están estrechamente relacionados. Una familia tradicional, intacta y casada, supera a todas las demás estructuras de pareja sexual. En consecuencia, la economía prospera con las familias intactas y se tambalea con las familias rotas.

Las familias tradicionales intactas disfrutan, por término medio, de mayores ingresos, mayor patrimonio neto y mayor crecimiento del patrimonio neto de un año a otro. Una encuesta también reveló que el noventa y siete por ciento de los milenials que van “tras el éxito” -reciben al menos un título de secundaria, trabajan, se casan y tienen hijos- nunca experimentan la pobreza en sus años de jóvenes adultos (28-34 años). Las parejas casadas también crean el mejor entorno económico para los hijos. Sus hijos experimentan más movilidad económica y menos pobreza en la infancia y tienen más probabilidades de obtener mayores ingresos y trabajar más horas en la edad adulta que los criados en estructuras familiares alternativas.

El matrimonio también es esencial a nivel macroeconómico. Los ciudadanos casados gastan más dinero que los que conviven, los divorciados, los solteros y los que nunca se han casado (7). Según el análisis de Pew de los datos del IRS, las parejas casadas pagan aproximadamente tres cuartas partes de los impuestos sobre la renta de la nación, a pesar del descenso del matrimonio (8).

De hecho, la institución de la familia tradicional es crucial para la supervivencia y el éxito de la sociedad y del Estado, que vive de su vitalidad. La familia tradicional, compuesta por el marido, la mujer y los hijos, es la célula básica de la sociedad desde la que se inculcan, practican y transmiten de generación en generación los buenos valores cristianos tradicionales.

Los pueblos, las ciudades, las regiones y los estados nacen de familias numerosas, patriarcales y jerarquizadas. Su estabilidad, su progreso y su propia supervivencia dependen de una vida familiar robusta, guiada e infundida por sólidos principios religiosos que puedan afrontar con éxito los problemas de la vida. En palabras del Papa Pío XII, “de la vida exuberante de un verdadero pueblo, se difunde una vida rica y abundante en el Estado y en todos sus órganos, infundiéndoles un vigor siempre renovado, la conciencia de su propia responsabilidad y un verdadero sentido del bien común” (9).


El verdadero progreso

La idea de la Tradición es a menudo malinterpretada. Cuando los progresistas y los modernistas la califican de vieja, anticuada o anclada en el pasado, no entienden que el verdadero progreso necesita de la Tradición. El profesor Plinio Corrêa de Oliveira escribe que “la tradición y el progreso se complementan tan armoniosamente que, al igual que la tradición sin el progreso sería una contradicción en los términos, el progreso sin la tradición sería una propuesta temeraria, un salto a la oscuridad” (10). No es avanzando hacia lo desconocido, sino volviendo a la tradición como se encontrarán soluciones a los problemas de la humanidad y se podrá restablecer el equilibrio de la sociedad.


Además, el fundador de la TFP afirma que “la tradición es algo muy diferente a un simple apego a un pasado desaparecido; es todo lo contrario a una reacción desconfiada de todo progreso saludable. La propia palabra es etimológicamente sinónimo de avance y de movimiento hacia delante; sinónimo, pero no idéntico. Mientras que, de hecho, el progreso sólo significa una marcha hacia adelante, paso a paso, en busca de un futuro incierto, la tradición también significa una marcha hacia adelante, pero también una marcha continua, un movimiento igualmente rápido y tranquilo, de acuerdo con las leyes de la vida” (11).


El silenciamiento de la tradición

Así pues, la Tradición es fundamental para nuestra supervivencia. Sin embargo, en la actualidad la tradición no sólo se ignora, sino que se ataca. Para el modernista, los valores e ideas tradicionales no cuentan como principios válidos. El odio a la Tradición se refleja en los medios de comunicación liberales y, en consecuencia, en la población en general, que los sigue ciegamente. El sociólogo Emile Durkheim teoriza que la sociedad sigue lo que hace la mayoría dominante.

El poder de los medios de comunicación para influir en las creencias, actitudes y comportamientos de la gente tiene un doble efecto. Un estudio de la Universidad de Harvard descubrió que los medios de comunicación influyen en el individuo de forma directa (privada) o indirecta (social). En el efecto privado, la información en los medios sobre las nuevas normas puede persuadir a los individuos a aceptarlas. En el efecto social, la información crea un conocimiento común de una norma y aumenta la coordinación social, ya que los individuos aceptan más fácilmente la información si creen que otros también la han aceptado.


Otra forma de suprimir la tradición es a través de la “propaganda por omisión”. Normalmente, la propaganda se crea mediante palabras o imágenes tangibles. Sin embargo, también puede producirse a través de la ausencia de tales estímulos. Los medios de comunicación modernos suelen presentar sólo su versión de la historia.

Hoy en día, la gente dice a veces que “los tiempos han cambiado” o que “estos son tiempos diferentes”. La implicación es que la gente debe aceptar o adaptarse al cambio. El historiador Jacques Barzun escribió que “cuando la gente acepta la futilidad y el absurdo como algo normal, la cultura es decadente”. La falsa noción del cambio por el cambio fue influenciada por las teorías de la evolución física de Charles Darwin. El antropólogo Lewis Henry Morgan aplicó los principios evolutivos a los fenómenos sociales y los denominó evolución social. Los sociólogos modernos aceptan esta teoría como científicamente válida. Así, los evolucionistas sociales creen que la transición de la Edad Media a la Edad Moderna ha sido una mejora continua y que el cambio era inevitable.

La sociedad cambia según los corazones, las mentes y las voluntades de sus habitantes. Hay leyes históricas que obligan al cambio. Si Martín Lutero no hubiera iniciado una revuelta en el siglo XVI, no habría habido una revolución protestante que dividiera la cristiandad. Si Marx y Engels no hubieran nacido, no habría habido una revolución comunista que mató a millones de personas en todo el mundo. La teoría de la evolución social es, pues, absurda.

En su libro sobre la Tradición, Josef Pieper citó a su colega filósofo alemán Gerhard Kruger, quien escribió que “la única razón por la que seguimos vivos es nuestra inconsistencia al no haber silenciado realmente toda la tradición” (12).


"El arte de vivir con sabiduría” en un mundo moderno

A los que sufren la crisis actual se les ofrecen muchas opciones para huir de los problemas. Desde la llamada “Opción Benedictina” hasta la vida fuera de la red, sueñan con poseer tierras, cultivar sus propios alimentos, generar su propia electricidad, vivir sin ninguna ayuda gubernamental y adquirir un nuevo sentido de independencia. Anhelan la paz, la tranquilidad, la soledad y un estilo de vida totalmente alternativo, donde se pueda vivir realmente lejos del caos del mundo moderno.

No hay nada malo en buscar una alternativa a la decadencia de hoy. Sin embargo, retirarse de los campos de batalla de la guerra cultural es huir de la lucha entre el bien y el mal. Nuestro Señor Jesucristo nos dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (13). Como verdaderos seguidores de Cristo, abrazar nuestras cruces y seguir con confianza la voluntad de Dios a través de su Santísima Madre es la verdadera alternativa.


La militancia cristiana no sólo implica luchar contra los nuestros, sino también oponerse a los enemigos de Dios y de su Iglesia. Dos pecados provocan hoy la ira de Dios más que otros pecados. Tienden a destruir la sociedad y el orden de Dios en el mundo: el asesinato voluntario (incluyendo el aborto) y la sodomía (homosexualidad). Combatir estos dos males significa comprometerse con la cultura actual.

Los retos de vivir en un mundo insano y caótico son a veces abrumadores, pero conocer y abrazar la auténtica tradición católica hace que la vida merezca la pena. En palabras del profesor Plinio Corrêa de Oliveira, “cuando la vulgaridad triunfante de un mundo cada vez más igualitario, el ritmo ruidoso, frenético y apresurado de la vida cotidiana y la inestabilidad que amenaza a todas las instituciones, a todos los derechos y a todas las situaciones provocan neurosis, angustia y estrés en millones de nuestros contemporáneos, entonces la tradición se les presenta como un elevado descanso para el alma, el buen sentido, la buena educación, el buen orden y, en una palabra, el arte de vivir con sabiduría” (14).


Defender la Tradición con la Virgen

La Madre de todas las madres, la Santísima Virgen María, nos conoce mejor que nuestras propias madres. Ella se preocupa y por eso advierte. Ella mostró a la humanidad el camino para afrontar la crisis actual. No podemos ignorar sus mensajes, especialmente el de Fátima. Lo que dijo allí en 1917 es tan relevante hoy como entonces, si no más.

La Tradición que defendemos proviene de su Divino Hijo, que nos dio personalmente unos principios que son eternos y que sirven de base para una sociedad cristiana orgánica. Él dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (15). Son principios que deben regir la vida de todos los cristianos, dondequiera y cuando quiera que vivan.

La modernidad está en quiebra espiritual, moral, intelectual y política. La fuerza de la Tradición es la clave para evitar la catástrofe. En sus principios y prácticas, la tradición nos mantendrá vivos y en buen estado en este mundo problemático.


Notas:

1) R.T. Allen, The Education of Autonomous Man.

2) Jacques Barzun, From Dawn to Decadence, 500 years of Western Cultural Life.

3) Plinio Corrêa de Oliveira, Revolution and Counter-Revolution.


9) Papa Pío XII, “Radio message of Christmas of 1944”

10) Plinio Corrêa de Oliveira, Commentaries on Devotion to Our Lady, p. 145.

11) Ibid., p.145.

12) Josef Pieper, Tradition: Concept and Claim.

13) Mat. 16:24.

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