Por el padre Benoît de Jorna
Los alemanes han tomado la delantera y avanzan en un "Camino sinodal" que los empuja a cuestionar, progresivamente, puntos cada vez más serios de la doctrina católica. La Iglesia suiza no se queda al margen, por su parte, de estos errores.
Un grupo de obispos flamencos acaban de publicar un supuesto Ritual para la bendición de las uniones homosexuales, en contra de las afirmaciones perfectamente claras de la Sagrada Escritura, así como de los documentos romanos sobre el tema, incluidos los más recientes.
El episcopado de los Estados Unidos está profundamente dividido, en particular sobre la cuestión de qué hacer con los políticos “católicos” (como Joe Biden o Nancy Pelosi) que hacen campaña abiertamente a favor del aborto y otras leyes inmorales y antinaturales. Y podríamos seguir así por varias Iglesias de varias naciones.
Por su parte, el “centro romano”, si se puede expresar así, parece tener dificultades para mantener la unidad. El papa Francisco ha optado por el desarrollo a marchas forzadas del “sinodalismo”. Pero, por un lado, lo hace a su manera, es decir, de un modo sorprendentemente autoritario, lo cual es, sin embargo, bastante contradictorio con su aparente voluntad de dar más libertad a los distintos niveles de decisión en la Iglesia. Por otro lado, la ofensiva metódica contra la Misa Tradicional es un signo entre otros, de que quiere que esta “sinodalidad” se ajuste exclusivamente a sus ideas y opciones, lo que, de nuevo, parece bastante incoherente.
El problema es que la unidad de la Iglesia sólo puede tener un fundamento sólido en la unidad de la fe. Aparte de eso, solo podemos terminar con una práctica como la de la “Comunión Anglicana”, donde cada uno puede creer y hacer lo que quiera, siempre que respete las elecciones de los demás. Obviamente, tal opción no puede ser ni será nunca la de la Iglesia de Cristo, es decir, la Iglesia Católica.
En lo que debemos trabajar es en restaurar, en cuanto sea necesario, en redescubrir, y esto es verdaderamente urgente, la verdadera unidad en la verdadera fe. La Iglesia siempre ha salido de las crisis que la han atravesado (y Dios sabe si las ha experimentado) afirmando su fe y condenando los errores adversos que fueron propios de esta crisis y de este tiempo. El primer concilio ecuménico de la historia, el de Nicea, es la perfecta ilustración de ello, con la proclamación del Credo (precisamente dicho de Nicea) y la condenación de Arrio.
La Porte Latine
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