El norteamericano Walter Heyer cuenta su experiencia como transexual para ayudar a gente que ha pasado por lo mismo que él. Y deja en evidencia al lobby gay y a la película de moda del momento.
La chica danesa es la última producción de la industria del cine que hace un guiño al lobby gay al describir la historia de un transexual en la Dinamarca de los años 20. Una cinta que que hace el juego a estos grupos de presión y que muestra una historia que no se corresponde con la realidad de muchas personas que se han operado para cambiar de sexo creyendo que así van a ser felices.
Que se lo cuenten Walter Heyer, un escritor y conferenciante estadounidense que ha desmontado todos los mitos que aparecen en la película a través de su propia experiencia, pues previamente él mismo había sido transexual.
Tras ver que operándose y haciéndose pasar por mujer tampoco conseguía ser feliz dio marcha atrás y ahora ayuda a otras personas que se arrepienten de su ‘cambio de sexo’.
En un artículo publicado en The Public Discourse y recogido por Religión en Libertad explica las diferencias entre el idealismo en el que se basa la película y la vida real. De este modo, Walter Heyer explica que la película “está llena de sentimentalismo ñoño y pegajoso, planeada para convencer a los heterosexuales ‘homofóbicos’ y ‘transfóbicos’ de la dolorosa búsqueda que hace una persona transgénero es realmente una búsqueda sana y valiente para abrazar su verdadero yo”.
Los problemas psicológicos no han sido tratados
Desde su experiencia, La chica danesa, “al final es poco más que un instrumento de venta de ideología LGTB”. Y aunque Heyer recuerda que estas personas sufren, la película no menciona que “los pacientes transgénero siguen sufriendo después de la cirugía, porque sus problemas psicológicos no han sido tratados”.
El protagonista de la película se enamora de su imagen como mujer cuando se disfraza pero el autor del artículo afirma que “esto no es transexualismo, sino fetichismo sexual”. Es más, explica que el término médico es autoginofilia por el que cambia el amor a su esposa por el amor a su propia imagen como mujer.
Walter Heyer habla de los paralelismos que existen entre su vida y el protagonista remontándose a su propia infancia. Habla así de un beso de un amigo y sobre todo del hecho de que su abuela le vistiera en secreto como a una niña desde que tenía cuatro años. “Me hacía vestidos y me decía lo ‘bonita’ que estaba cuando me los ponía para ella”, recuerda el autor.
Años más tarde se casó con una mujer, al igual que el protagonista del filme. Pero continuó con disfrazándose de chica. “Me vestía de mujer en secreto y con el tiempo empecé a salir vestido de mujer”, recuerda y añade que luego comenzó a decir ya no era Walter sino Laura. Y el último paso fue someterse a una operación quirúrgica.
Hasta ahí todo sucedió igual que en La chica danesa. Es a partir de ese momento cuando difiere totalmente su experiencia vital de la de la película. Durante ocho años vivió como un transexual pero afirma que “con el tiempo descubrí que vivir como una mujer no me daba la paz”.
Seguía buscando esa tranquilidad que no había conseguido con la operación y buscaba respuestas desesperadamente. Aunque le habían dicho que “sería feliz”, Walter sólo se sentía desesperado. “Hasta que tomé la decisión de dejar de vivir como Laura y hacer todo lo posible para volver a ser Walt no hallé la paz. Estar abierto a la posibilidad de volver a ser un hombre cambió todo”, afirma ahora el autor del artículo.
Detrás de un trastorno suele haber más
Heyer fue diagnosticado y pronto comenzó a ser tratado. “A medida que seguía el tratamiento para mi trastorno disociativo, mis deseos de ser una mujer se fueron debilitando hasta que desaparecieron por completo”, sentencia.
En su opinión, los realizadores de la película intentan vender la “popular idea” de que en el interior del protagonista “había una chica atrapada desde siempre”. En este punto, Walter se muestra muy contundente y pide a los espectadores no dejarse engañar por el “argumento comercial”.
“Observad bien y veréis una serie de trastornos mentales mal interpretados y sin diagnosticar”, afirma. Y Heyer añade que “las personas transgénero no nacen así; evolucionan a partir de experiencias que modelan sus emociones y deseos”.
Las causas de las altas tasas de suicidio
Además, este hombre informa que “más de un 60% de los pacientes con disforia de género sufren por la existencia de trastornos comórbidos (varios trastornos diferentes), entre los que se incluyen disociación, fetichismo sexual como la autoginofilia y trastornos del comportamiento como la depresión”.
En este punto asegura que “casi todos los casos podrían resolverse sin intervención quirúrgica si los pacientes recibieran el tratamiento adecuado, que incluye psicoterapia y medicación”.
Por último, Walter Heyer manda un mensaje al lobby LGTB: “Aunque sus intenciones sean buenas, muchos activistas en favor de la aceptación del transgénero están evitando, en realidad, que las personas transgénero reciban la ayuda que necesitan”.
Y acaba asegurando que “debido a la falta de tratamiento adecuado de los trastornos mentales, es muy probable que los altos índices de suicidio entre las personas transgénero continúen”. En una encuesta de 2011 se mostró que el 41% de los transexuales declararon haber intentando suicidarse al menos una vez.
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