El título es provocador y sugiere que Esolen eligió la estrategia de C. S. Lewis en Cartas del diablo a su sobrino. En este caso, en lugar del experimentado y cariñoso Escrutopo, nos encontramos con una especie de tácita supervisora de una escuela estatal bastante menos afable que, en nombre de los avances educativos, insiste en proponer diez maneras de destruir la imaginación de los niños.
¿Con cuántos niños nos hemos cruzado en los últimos tiempos que jueguen a los ladrones o a las escondidas antes de que algún padre les arruine la diversión por temor a que comentan algún exceso?
Decimos que amamos a nuestros hijos —contesta Esolen—, pero hacemos lo posible para privarlos de todo lo que necesitan. Negamos su naturaleza profunda. No solamente planificamos el tiempo de su concepción a fin de tener el menor número posible de hijos, sino que los tratamos desde que nacen, como una extensión egoísta de nosotros mismos. Desde la cuna hasta los “asilos públicos” —-en tal se han convertido las escuelas—, los videojuegos con perversiones sexuales pasando por un encadenamiento incesante de actividades supervisadas, terminamos ahogando su inocencia, su capacidad de admiración y su iniciativa en un universo artificial, ruidoso y narcisista.
“Podemos hacer un buen trabajo para calmar la imaginación de los niños haciendo hincapié en la creatividad, ya que se alienta al niño creativo a pensar en sí mismo como si fuera un pequeño dios, con todas sus brillantes ideas procedentes de dentro. La tradición más antigua, sin embargo, tiene al poeta como oyente antes de que sea un artesano de versos. La musa viene a él”, escribe Esolen.
La verdadera creatividad, digan lo que digan los pedagogos contemporáneos, viene del escuchar y del contemplar la realidad. No viene de la interioridad solipsista.
Construir la imaginación de un niño requiere otra cosa. El autor del libro muestra que una imaginación sana tiene necesidad del contacto con la Creación. Necesita tiempo, silencio, soledad para observar, soñar y explorar. Necesita de la voz y las rodillas de alguien; de la madre por ejemplo. Necesita héroes para imitar, una bella iglesia para rezar y un cielo lleno de estrellas para contemplar durante una noche de verano.
Nuestro mundo se ríe sarcásticamente de todas estas cosas y recomienda lo inverso.
“Mantengan a los niños ocultos porque es más seguro”.
“Embrutézcanlos e inícienlos en el mundo adulto, pero sin proponerles virtudes varoniles ni femeninas porque todos somos iguales”.
“Ninguna palabra sobre el sentido de la unión conyugal, puesto que lo primero es el placer”.
“No dejen que nunca se acerque a un jardinero, a un artesano o a cualquier persona que ame su trabajo. Sugiéranle más bien, que prepare su carrera universitaria”.
“Háganle saber que las generaciones anteriores estuvieron compuestas por conquistadores corruptos y crueles esclavistas”.
“Un televisor ubicado en el cuarto del niño será una gran ayuda para esta tarea”.
El libro se divide en diez métodos o capítulos para lograr el cometido de Escrutopo, o de la supervisora:
Mantén a tu hijo dentro de casa todo el tiempo que puedas
Nunca dejes solo a tu hijo
Mantén a tus hijos alejados de las máquinas y sus operarios
Sustituye los cuentos de hadas por tópicos políticos o modas
Demoniza lo heroico y lo patriótico
Quita importancia a todos los héroes
Reduce todas las conversaciones sobre el amor a narcisismo
Allana las distinciones entre hombre y mujer
Distrae al niño con lo superficial y lo irreal
Niega la trascendencia
Esolen teje su obra con innumerables anécdotas muy bien elegidas, muchas extraídas de biografías de personajes famosos o desconocidos, y con frecuencia de su propia vida, pues nos asegura que él —gracias a su madre—, tuvo una “vida de niño”.
Lo que el autor busca en su libro es advertirnos acerca de la necesidad de salvar la cultura a través de la preservación y el cultivo de la imaginación de nuestros hijos. Y lo hace admirablemente bien, pues es una verdadera fiesta no solo para la imaginación hambrienta de los niños, sino también para nosotros mismos, que fuimos y finalmente somos esos mismos niños. La lectura atenta de cada capítulo puede incluso hacer que caigan las escamas de nuestros ojos, y podamos ver con claridad, por ejemplo, la gloriosa liturgia del cosmos creado que intenta ser apagada y oscurecida por el Gran Enemigo del Imaginación.
Como enfatiza Esolen, su cometido consiste en la evisceración de casi todo lo que puede interesar a un niño en un primer momento, y en negarle la posibilidad de una fe superior. Esta (anti) cultura no se contenta simplemente con borrar la pizarra, o de clausurar de la mente de los niños, las virtudes clásicas, la revelación cristiana y las bellezas de un universo ordenado por Dios.
Bajo la apariencia de una supuesta neutralidad o “racionalidad objetiva”, inculca tácitamente su propio credo de secularismo liberal, positivista y tecnocrático, un credo que es mucho más coercitivo, peyorativo, dogmático y de hecho supersticioso.
Por lo tanto, el problema de hoy, como Esolen se esfuerza en demostrar, no es tanto que se les ofrezca a los niños la opción perversa de rechazar una herencia que sea realmente mejor para ellos; sino que está siendo sistemáticamente socavada la negación de la posibilidad misma de elegir aquello que los hará verdaderamente felices.
Junto al blog De libros, padres e hijos, este libro de Esolen es, definitivamente, una herramienta valiosa y en muchos casos necesaria, para la difícil y peligrosa tarea que tienen los padres de educar a sus hijos en el sombrío mundo contemporáneo.
The Wanderer
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