¿Una simple joya y adorno? ¿Un símbolo universal aprovechable como decoración o incluso como iniciativa mural solidaria? Sí, pero… mucho más.
Cada vez estamos más habituados a contemplar el Árbol de la Vida, un símbolo fácilmente identificable y atractivo que triunfa en las ventas de joyería y bijouterie –y así podemos encontrarlo colgado del cuello de muchas personas–, además de ganar terreno en el campo de la decoración y el interiorismo.
El Árbol de la Vida se asocia inmediatamente con sensaciones positivas, ya que se trata de una imagen que nos remite a la naturaleza, al estar arraigados, al crecimiento… y, cómo no, nos recuerda al árbol genealógico y nos hace pensar en la importancia de la familia y en el valor que tienen para nosotros aquellos que nos precedieron.
Recientemente se pudo ver en algunos lugares de España el uso de este símbolo en el contexto del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, realizándose incluso alguna escultura de gran formato como representación del Árbol de la Vida, para así enviar “un mensaje de apoyo a los pacientes” en Palma de Mallorca, o escribir “sentimientos e inquietudes y depositar mensajes de esperanza y ánimo” en el caso de Algeciras.
Recientemente se pudo ver en algunos lugares de España el uso de este símbolo en el contexto del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, realizándose incluso alguna escultura de gran formato como representación del Árbol de la Vida, para así enviar “un mensaje de apoyo a los pacientes” en Palma de Mallorca, o escribir “sentimientos e inquietudes y depositar mensajes de esperanza y ánimo” en el caso de Algeciras.
¿Una simple joya y adorno, entonces? ¿Un símbolo universal aprovechable como decoración o incluso como iniciativa mural solidaria? Sí, pero… mucho más.
Un supuesto componente espiritual
No hace falta profundizar demasiado para encontrar, en cualquier publicidad del Árbol de la Vida, una explicación detalladísima de su hondo contenido espiritual: utilizado en diversas culturas y civilizaciones, sería también hoy “una fuente de fuerza espiritual, una conexión entre el mundo superior y el mundo inferior, otorgando sabiduría, seguridad y fortaleza a quien lo porta”.
Así, es considerado un amuleto protector, un talismán que protege de todo lo negativo –hasta del “mal de ojo”– y que “está vinculado a energías positivas, a un sentimiento de positivismo, sanación, curación y regeneración, tanto espiritual como corporal”, lo que le aporta su faceta pseudoterapéutica de la Nueva Era (New Age), donde tiene tanta popularidad toda referencia a armonía, buenas vibraciones o energía positiva.
Se asegura a los portadores del Árbol de la Vida que éste “les atraerá aquellas energías positivas que les harán crecer como persona, así como crecen las rama de los árboles a través del tiempo, con el fin de alcanzar la abundancia, tranquilidad y prosperidad tan anhelada”. Y no sólo eso, porque es un “puente entre esta vida y la siguiente”.
¿Raíces bíblicas?
En el repaso histórico que hacen los propagadores del Árbol de la Vida, rastreando la presencia del símbolo en distintas culturas y religiones, se refieren, como es lógico, a su importante aparición en la Biblia, concretamente en su primer libro. Efectivamente, en el Génesis encontramos dos árboles fundamentales para la explicación de los orígenes del universo y del ser humano.
El libro que encabeza la Torá judía y la Sagrada Escritura cristiana habla de dos árboles principales en el jardín del Edén. Se lee en Génesis 2,9: “El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal”.
Un supuesto componente espiritual
No hace falta profundizar demasiado para encontrar, en cualquier publicidad del Árbol de la Vida, una explicación detalladísima de su hondo contenido espiritual: utilizado en diversas culturas y civilizaciones, sería también hoy “una fuente de fuerza espiritual, una conexión entre el mundo superior y el mundo inferior, otorgando sabiduría, seguridad y fortaleza a quien lo porta”.
Así, es considerado un amuleto protector, un talismán que protege de todo lo negativo –hasta del “mal de ojo”– y que “está vinculado a energías positivas, a un sentimiento de positivismo, sanación, curación y regeneración, tanto espiritual como corporal”, lo que le aporta su faceta pseudoterapéutica de la Nueva Era (New Age), donde tiene tanta popularidad toda referencia a armonía, buenas vibraciones o energía positiva.
Se asegura a los portadores del Árbol de la Vida que éste “les atraerá aquellas energías positivas que les harán crecer como persona, así como crecen las rama de los árboles a través del tiempo, con el fin de alcanzar la abundancia, tranquilidad y prosperidad tan anhelada”. Y no sólo eso, porque es un “puente entre esta vida y la siguiente”.
¿Raíces bíblicas?
En el repaso histórico que hacen los propagadores del Árbol de la Vida, rastreando la presencia del símbolo en distintas culturas y religiones, se refieren, como es lógico, a su importante aparición en la Biblia, concretamente en su primer libro. Efectivamente, en el Génesis encontramos dos árboles fundamentales para la explicación de los orígenes del universo y del ser humano.
El libro que encabeza la Torá judía y la Sagrada Escritura cristiana habla de dos árboles principales en el jardín del Edén. Se lee en Génesis 2,9: “El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal”.
Hay que subrayar esto de los dos árboles, aunque suene repetitivo, porque en algunas explicaciones actuales del Árbol de la Vida se confunde a éste con el otro, el más conocido por ser el objeto del pecado de Adán y Eva. Y lo que suele olvidarse es que la fe cristiana sí habla de este símbolo, pero identificándolo con la cruz de Cristo, que es el verdadero árbol que da la vida eterna al mundo, algo que se repite en la liturgia de la Iglesia (véase, por ejemplo, el himno medieval Crux fidelis).
La cábala entra en escena
En conexión con esas raíces bíblicas, y dejando de lado todas las interpretaciones celtas, egipcias o persas –entre muchas otras–, la mayoría de versiones del Árbol de la Vida se refieren a su origen cabalístico. La cábala no es más que una derivación mística del judaísmo que acaba siendo directamente gnóstica y esotérica.
Y es que en la cábala tiene mucha importancia la imagen del Árbol de la Vida, que conecta directamente con su concepto de la divinidad: en su Libro de la Creación (Sefer Yetzirah) leemos que Dios crea el mundo a través de las 22 letras del alefato hebreo y los 10 números. Estos números son llamados sefirot (esferas o coronas). Es habitual encontrarnos en los libros de cábala a los 10 sefirot representados esquemáticamente con la forma del Árbol de la Vida o “árbol sefirótico”. Así, en una sola imagen podríamos contemplar la creación de todo lo que existe a través de las sucesivas emanaciones del Altísimo.
La clave ocultista
En esta línea de la cábala podemos dar un paso más, algo muy habitual cuando nos adentramos en los terrenos de la Nueva Era… y nos topamos, así, con el más puro esoterismo. Podemos hacerlo, por ejemplo, de la mano de Dion Fortune (1890-1946), importante autora ocultista británica y fundadora de la Sociedad de la Luz Interior. En su popular libro Autodefensa psíquica afirma de forma rotunda que “en la Qábalah encontramos el esoterismo del Antiguo Testamento”.
Y desde esta perspectiva escribe que en este sistema de pensamiento gnóstico “el Creador es concebido como trayendo el universo a la manifestación a través de una serie de Emanaciones Divinas, en número de diez. Éstas son llamadas los Diez Santos Sefiroth, y son representadas en un diagrama particular. Éste es el famoso Árbol de la Vida, la clave de todo simbolismo”.
La autora establece los vínculos del símbolo con la astrología, ya que “los planetas, los elementos y los Signos del Zodíaco están todos conectados íntimamente con los Sefiroth, estando dispuestos sobre el Árbol de la Vida en un modelo conocido sólo por los iniciados”, en una argumentación clásica del esoterismo: un conocimiento especial reservado para unos pocos.
Un falso y confuso “cristianismo”
Dion Fortune insiste en que se trata de un concepto clave en el conocimiento de lo divino: “la doctrina de los Diez Santos Sefiroth, dispuestos en su patrón correcto para formar el Árbol de la Vida, es de valor incalculable en permitirnos concebir el Invisible”. Por eso no extraña que haya dedicado todo un tratado a este tema: La cábala mística.
Y como es también muy común en la Nueva Era, mezcla términos cristianos en su tratamiento del tema, cuando dice que “el ocultista no ignora la fuerza del Cristo; la reconoce entre la jerarquía de fuerzas supremas del universo, aunque pueda no estar preparado para asignarle la posición exclusiva que ocupa en el corazón del místico Cristiano. En la Tradición Occidental está simbolizada por Tifareth, el Sefira central de los Diez Santos Sefiroth del Árbol de la Vida Qabalístico”.
No habla de Cristo, sino de “el Cristo” como una fuerza suprema, como una energía universal. De ahí lo engañoso del lenguaje de la Nueva Era y del esoterismo cuando utilizan términos cristianos. Y de ahí, también, lo ambiguo y peligroso de lo que, en principio, parecía un simple símbolo de significado positivo y de “buena onda”. En el fondo no es más que otro amuleto, otro objeto de reminiscencias supersticiosas y mágicas –y hasta ocultistas, como hemos visto– y nada que pueda acercar a Dios, sino encerrarnos cada vez más en una espiritualidad autorreferente llena de armonía y energías… que no vienen de Él.
(*) integrante de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES)
Aleteia
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