Por el padre Jorge González Guadalix
Entiendo que cuando uno es cardenal tenga que tragarse sus sapos y vender la burra que ponen en sus manos. Lo entiendo.
El cardenal Kasper es cardenal de la santa madre Iglesia y uno entiende que por una mala entendida fidelidad institucional pretenda vendernos un animalejo que apenas se sostiene en pie y con unas mataduras que no las tapa ni la mejor de las mantas.
Si hay que vender la burra, se vende, que siempre quedará algún ignorante que se la lleve pensando que compró una burrita joven y excepcional.
Decía el cardenal Kasper hace apenas unos días en una entrevista que a pocos ha dejado indiferentes, que en esta Iglesia nuestra "todo el mundo está encantadísimo con el papa Francisco", y que aquí el único problema son algunos malvados en las redes sociales que, aun siendo pocos, hacen mucho alboroto: "un ratón puede convertirse en elefante"... Vale. Si él lo dice…
Cuando en la feria llegaba un gitano a vender una burra, la llevaba bien esquilada, con filigranas en el lomo, una mantita tapando alguna matadura vieja, el pelo reluciente a base de enjuagues, bien comida y bebida, y la verdad es que, a alguien no muy experto, lo podía engañar. El aspecto no era malo, el gitano te contaba sus maravillas y siempre aparecía algún incauto que, al llegar a su casa, se daba cuenta en poco tiempo que le habían tomado el pelo.
El problema hoy es que, con las nuevas redes sociales, uno llega a la burra con un dossier que incluye hasta la última flatulencia. Y así es muy difícil engañar al incauto.
Entiendo que el cardenal Kasper intente vender lo invendible, pero es tarea imposible.
Despachar las críticas al santo padre con un “Sí, son de pocos, pero, con los nuevos medios digitales, un ratoncito se convierte en elefante” es del todo risible. No me digan que siendo tan pocos, en unos medios digitales al alcance de todos, solo hacen ruido los críticos y que los más pro-Francisco son incapaces de contrarrestar algo así. Algo falla.
Los datos son tercos, y hoy son datos con luz, taquígrafos, imagen y sonido, y uno no entiende, por ejemplo, que estando, según el cardenal Kasper, todo el mundo encantadísimo con el papa Francisco, excepto algunos de esos que andan o andamos por los medios digitales, los vacíos de la plaza de San Pedro sean tan clamorosos. Que cada vez sean más los actos que se realicen dentro de la basílica es por algo.
Algún cardenal, o algunos, hay que no solo no están dispuestos a vender esa burra, sino que han dicho al santo padre que aumentan las mataduras. Quién tiene razón no lo sé, aunque el hecho es que los que intentan vender el burro reciben parabienes y los que insisten en que no se puede vender, reciben patadas en el trasero. Y que uno esté dispuesto a recibir patadas y más patadas, que las recibe, por decir lo que cree, aumenta y mucho su credibilidad.
Que a estas alturas de la película el cardenal Kasper siga empeñado en vendernos el asno de las maravillas y de una catolicidad e incluso humanidad entusiasmados con el papa Francisco, no deja de ser vana ilusión. La plaza de San Pedro, como el algodón, no engaña.
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