Por
Celeste Rivas
La
imagen es conocida: vamos por la calle, quizás cargados con bolsas, carteras o
abrigos, y de pronto sentimos una vibración del bolsillo o del interior del
bolso. ¿Un llamado, un mail o un texto? ¿Quizás una notificación de
Facebook…alguien habrá comentado la foto que posteamos hace unos minutos?
Frenamos.
Rápidamente, nos pasamos las cosas de una mano a la otra de forma casi
acrobática para tener un par de dedos libres con que alcanzar el celular.
Tanteamos hasta sentir el cuerpo del aparato en la mano. Lo sacamos y miramos
la pantalla. Está apagada: no hay SMS o mail que nos reclame.
Según
un estudio reciente realizado en los Estados Unidos, un 87% de los encuestados
afirmó haber sentido al menos una vez por semana las denominadas
"vibraciones fantasma" (esas vibraciones que creemos sentir, pero que
no existen) que provenían de sus celulares; 13% dijo sentirlas a diario.
Algunos
expertos señalan que esta errada sensación puede deberse a un fenómeno
eléctrico. Sin embargo, otra explicación viene del ámbito psiquiátrico: la
nomofobia, o miedo estar sin celular, puede ser la responsable de esta
situación.
Sin
embargo, no hace falta ser fóbico para, en algún punto de nuestras vidas,
sentir una cierta dependencia del celular o la computadora. Estos dispositivos
se han convertido en una herramienta clave en el siglo XXI y cubren todo tipo
de funcionalidades: trabajo, entretenimiento y, especialmente, comunicación.
Todo queda en cierta forma concentrado en estos aparatos.
La
explosión de las nuevas tecnologías ha operado un cambio profundo en la manera
en que las personas se comunican, en especial sobre la forma en que sociabilizan.
Los
últimos años se caracterizaron por un desarrollo vertiginoso de las redes
sociales como Facebook, Twitter, LinkedIn, Pinterest y muchas otras, que, de
forma recíproca, impulsaron el continuo desarrollo en materia de tecnología y,
especialmente, dispositivos móviles como tablets y smartphones.
Las
cifras son reveladoras en la Argentina: de acuerdo con la consultora comScore,
Argentina es uno de los principales mercados de Facebook. En octubre de 2011,
los argentinos pasaron 10.7 horas en la red social, únicamente superados por
los israelíes, que pasaron 11.1 horas online.
La
expansión, tanto en la Argentina como a nivel mundial, es impresionante. Muchas
actividades cotidianas han emigrado a estas plataformas: hoy se puede estar
informado por Twitter, recibir una invitación de casamiento por Facebook o
contactarse con un potencial empleador por LinkedIn. Para ello se deben cubrir
todos esos frentes en línea y tener perfiles en cada plataforma, algo que puede
resultar, en última instancia, agotador.
Así,
este deslizamiento hacia el universo online no es gratuito y trae aparejados
ciertos costos que los usuarios deben afrontar.
Un
estudio conducido por Anxiety UK, una ONG británica, revela que el uso de
plataformas sociales puede llevar a actitudes negativas como compararse
constantemente con otros o tener tendencia a la confrontación, lo que lleva a
crear conflictos en el plano laboral y afectivo, y dificultades a la hora de
desconectarse y relajarse. Esto puede resultar especialmente cierto de Facebook,
donde la imagen y la construcción de una imagen de sí para mostrar al mundo
resulta algo central.
En
este sentido, el 60% de los entrevistados afirmó tener la necesidad de apagar
el móvil, dispositivo o computadora para poder estar tranquilos. En un 45% de
los casos, sostuvieron que se sienten incómodos o preocupados cuando no tienen
acceso a redes sociales o correo electrónico.
"Lo
que no nos damos cuenta es que quedamos presos (inmersos) en este sistema y que
cada vez más necesitamos recurrir a ellas [las máquinas]", dice la Dra.
Laura Orsi, coautora de Psicoanálisis y sociedad. Teorías y prácticas y miembro
de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
El
Dr. Ricardo Rubinstein, psicoanalista y miembro de APA, señala que esta
sensación de incomodidad al estar desconectados depende de lo que la persona
deposite emocionalmente en las redes sociales, su PC o su celular.
Si
estos entornos concentran la gran mayoría de sus vínculos, al alejarse de
ellos, el sujeto se siente sobrecogido por sentimientos de soledad o abandono.
"Hay
personas que se hacen dependientes de las redes por la sensación de estar
acompañados o protegidos. La pérdida [de esa conexión] les provoca angustia de
abandono y soledad", explica.
Los
especialistas, no obstante, remarcan que es imposible generalizar y que cada
caso tendrá sus contornos particulares. Aquellas personas que tengan una
predisposición natural a sufrir angustia o ansiedad podrán sentir un impacto
mayor al interactuar (o dejar de interactuar) con la tecnología, mientras que
otros pueden no sufrir del todo.
Del
mismo modo, habrá otros individuos en quienes este canal de comunicación
dispare trastornos más severos, pero porque pondrán en funcionamiento
condiciones preexistentes.
Como
señala Rubinstein, las redes no generan ansiedad per se, sino que configuran
"un nuevo terreno en donde la ansiedad puede manifestarse".
¿Es
necesario recurrir a un apagón total para desconectarse? La Dra. Laura Orsi
señala: "El gran temor es a perderme de algo si no estoy conectado".
La idea es que cada individuo encuentre su propia estrategia para dominar él la
tecnología y que no sea viceversa.
Así,
explica que cada uno desarrolla determinadas estrategias para lidiar con mails,
redes, SMS y demás "bombardeos" de la vida 2.0. "Actualmente,
suele suceder que la gente pacta apagar los celulares cuando sale en pareja o
con amigos o los fines de semana, o no llevarlos al dormitorio después del
horario de trabajo".
Una ayuda para
establecer relaciones
Sin
embargo, las redes sociales también pueden ser una ventaja, en el sentido en
que pueden conformar un espacio para establecer vínculos cuando la interacción
social es un problema, ya sea por simple timidez o por alguna patología o
trastorno.
La
sensación de anonimato es una de las grandes ventajas que la web ofrece a estas
personas y provee un modo de avanzar en la socialización que de otra forma se
les hubiera complicado.
Estas
plataformas pueden ser facilitadoras de las relaciones interpersonales. Al
respecto, el Dr. Felipe Muller, psicoanalista e investigador de la Universidad
de Belgrano, sostiene que "permiten un contacto con un otro, y para
alguien temeroso a o en los vínculos, es un primer paso. El desafío es ver si a
partir de ahí puede establecer realmente un vínculo".
Sin
embargo, advierte acerca de las características de esta forma de contacto:
"Tiene todas las seguridades de la distancia, y en algunos casos, toda la
engañosa ilusión de la intimidad".
Y
agrega: "Ese combo puede dejar a varios muy metidos en esas redes. Es
cierto que [la red social] puede promover encuentros, pero por las
características del contacto que posibilita, esos vínculos, si quedan en la
red, nunca llegan a ser genuinamente intersubjetivos".
Del
mismo modo, Rubinstein caracteriza los vínculos 2.0 como instantáneos,
superficiales y con menos compromiso. "En realidad, esas 'conexiones'
están en la pantalla, pero no estoy conversando o compartiendo" en el
plano real, dice.
La
interacción online puede efectivamente funcionar como una especie de
precalentamiento respecto de la interacción de hecho. En este sentido, se debe
distinguir correctamente entre los tipos y calidad de vínculos. No es lo mismo
la conexión que la comunicación entre las personas: la web, precisamente,
favorece más bien lo primero que lo segundo.
Los
especialistas coinciden en destacar que el trasplante exitoso de los vínculos
iniciados en Facebook o similares a la vida offline depende en cada caso, ya
que no es posible generalizar: cada persona funciona e interactúa de manera
única.
Así,
mientras que en algunos casos el pasaje puede lograrse sin problemas, en otros,
la idealización que se hace del "amigo" puede jugar una mala pasada y
llevar a la frustración.
Como
dice la archiconocida frase, cada persona es un mundo.
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