lunes, 20 de julio de 2009

SALOMÓN Y LA JUSTICIA ARGENTINA: EL CASO GRASSI


En la Biblia, el prototipo de rey sabio y justo es sin duda el rey Salomón, quien habiendo pedido a Dios como único don la sabiduría para gobernar y juzgar, lo recibió con creces, hasta el punto que su sabiduría se hizo famosa en todos los rincones del orbe hasta entonces conocido[1].

Por el R. P. Carlos Pereira, IVE.

Los reyes solían también administrar justicia, al menos en ciertos casos. Salomón se hizo famoso ante el caso planteado delante de él por dos mujeres prostitutas[2]. Cada una de ellas había tenido un hijo. Mientras dormían, una de ellas aplastó su bebé con su cuerpo, asfixiándolo. Por envidia o quizás por desesperación, tomó esta mujer el bebé vivo de la segunda suplantándolo con el niño muerto, y a la mañana, cuando despertaron, reclamó el bebé vivo como suyo. Cada una de ellas afirmaba delante del rey que el bebé vivo les pertenecía. El rey, ante la incertidumbre, se preguntó que hacer. Mandó llamar un servidor y dijo que partieran al bebé vivo con la espada, dándole a cada mujer una mitad. Ante semejante anuncio, la verdadera madre del niño gritó desesperada: ¡No, mi rey, que le den el bebé a ella, pero no lo maten!, mientras que la otra decía: ¡Ni a ti ni a mí; que lo partan...! Salomón comprendió cual era la verdadera madre y ordenó darle el bebé vivo a ella, la que estaba dispuesta a perderlo sin hacerle ningún daño a la criatura. Se hizo justicia completa y la fama de Salomón se hizo notoria. A este tipo de fallos se lo conoce como fallo salomónico.

Es interesante hacer notar algunos elementos de dicho ‘fallo salomónico’. El rey propuso cortar el bebé en dos, o sea matarlo, para que de ese modo cada parte se quedara con mitades iguales del cuerpo muerto. Obviamente, el rey sabía que no era ese el deseo de la madre verdadera del niño, quien quería el niño vivo, y no muerto. Por eso, nunca estuvo en la intención del rey el matar al niño y partirlo –como finalmente no lo hizo-. El sabía que su táctica iba a dar resultado, porque estaba justamente dirigida a poner en evidencia el punto central de la disputa: saber cual era la verdadera madre del niño, quien naturalmente buscaría defender la vida de su hijo. El pretender ser materialmente ecuánime, dando una mitad a cada una, no era para nada la intención del rey. Lo propuso sólo para que la injusticia quedara de manifiesto. La sabiduría de dicho rey juez no estuvo en el proponer una solución equitativa –lo cual fue sólo un ardid-, sino en el buscar el verdadero espíritu de la justicia, en este caso develar el verdadero espíritu maternal, que permitiría saber cual era la madre.

Pasemos ahora a nuestra Argentina del siglo XXI. Ciertamente que la justicia que en ella reina no goza últimamente de tan buena ni d tan ‘salomónica’ reputación, sobre todo por el manejo ideológico en el nombramiento de jueces, por el modo ideológico en que juzgan, y no sólo ideológico, sino incluso político o de interés material, como se manifiesta por ejemplo en el hecho de convocar a declarar por denuncias relacionadas con drogas -las cuales buscan por otra parte de liberalizar- a candidatos opositores que se presentan como posibles vencedores, apenas quince días antes de la elección. Y esto no es sino la punta del iceberg…

Un caso rimbombante ha sido la sentencia dada al sacerdote Julio César Grassi, quien desde principios de la década de los noventa dirigía un gran hogar para niños huérfanos y abandonados, hogar que vio crecer sus dimensiones y actividades enormemente, fundando otras filiales en distintos lugares de la Argentina. El sacerdote había sido acusado hacía ya varios años por presuntos abusos sexuales a niños internos, ocurridos algunos años (tres o cuatro) antes del comienzo de la denuncia del primero de ellos y de la causa judicial. En total, se lo acusaba de 17 casos de abusos con tres personas distintas, quienes lo habrían denunciado[3].

De más está decir que el caso se hizo más que notorio. Si Grassi era una figura con un alto relieve mediático –cosa que reconoció personalmente haber sido un error- no era menos mediático el perfil de la querella –entre los cuales se encuentra mucha gente vinculada directamente al grupo Clarín, el grupo de lobby más grande de Argentina-, ni tampoco el de la fiscalía (que se sumó a la acusación), donde el estado se hizo presente como acusador, representado nada menos que por la mediática Estela de Carlotto, presidenta de las Madres o Abuelas (perdonen mi ignorancia) de Plaza de Mayo, grupo que adquirió gran poder mediático y también político con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia argentina. Lo hacía en calidad de presidenta de un cierto Comité por los derechos del niño, creado como una figura más de reivindicación de los derechos humanos. A falta de reaparición de los ‘hijos desaparecidos’, obviamente se hizo necesario recurrir a nuevos personajes no desaparecidos a los cuales tener que defender.

El proceso estuvo lleno de vaivenes de todo tipo, cosa que explica en parte su duración: Existió en principio la acusación de un solo chico, a quien bastante después se le sumó la de los otros dos. Sabemos que más de uno de ellos se había retractado, uno al menos había asegurado que lo habían obligado a acusar, para volver a desdecirse más adelante. También consta que muchos miembros que habían quedado en la fundación de Grassi habían sido intimidados por personas diversas para que declarasen presuntos abusos por parte del sacerdote. La primera acusación había además tenido lugar poco tiempo después que Grassi denunciara en televisión la incumplida promesa de ayuda económica de un importante empresario del mundo de la farándula. Este empresario pagó finalmente lo que había prometido. Poco después tenía lugar la acusación.

Vamos ahora al fallo de la justicia: Se lo encuentra culpable en sólo dos acusaciones de las diecisiete, con sólo una persona de las tres. Pero, de los treinta años de cárcel pedidos como mínimo por la querella o por la fiscalía, se le otorgan quince. Para muchos, el fallo tuvo mucho de pretendida ecuanimidad igualitaria. La querella y la fiscalía lo consideraban un verdadero depravado y un peligro para todo niño que se le cruzara por delante, y un maniático ‘irreversible’. La defensa, por el contrario, sostenía su inocencia completa y buscaba la absolución en todos los casos. Se termina condenándolo por ‘algo’, aunque no por todo, y en cuanto a la condena, curiosamente se le da la mitad de los años de cárcel que pedía la querella. Un fallo que demuestra lo difícil del discernimiento del caso, pero al mismo tiempo no deja contento a nadie: De hecho, todos han dicho que apelarán: Grassi y su defensa para demostrar la inocencia y pedir la absolución en los dos casos sentenciados; los otros, curiosamente, no para defender el fallo sino para que se lo condene también por los otros quince casos en los que se lo absolvió. En efecto, para los acusadores el punto central no era el que Grassi haya abusado de algunos menores en algunas ocasiones, sino en que se trata de un depravado sexual que en cualquier momento podría cometer otra tropelía, como ellos mismos han afirmado. Esa es para ellos la quintaesencia de las diecisiete acusaciones. Para la defensa, por el contrario, todo es un montaje y una falsedad. Piden la absolución completa, y por eso apelarán.

¿Cuál es la solución intermedia entre aceptar una depravación sexual que se pone de manifiesto repetidas veces, por una parte, y la inocencia total por otra, que probaría que todas las acusaciones son un montaje y una calumnia? Pues bien, es difícil saberlo. Pero si afirmáramos que el acusado cometió sólo ‘esporádicamente’ algunos abusos de menor gravedad y sólo con una persona de las tres comprometidas, parecería que estamos afirmando que no es un depravado sexual, sino que cometió ciertos errores, purgados los cuales el sujeto podría volver a reinsertarse normalmente en sociedad, siendo tal el objeto de toda condena judicial. Una solución aparentemente intermedia: ¿Se trata de un fallo verdaderamente ‘salomónico’, o al menos se le asemeja?

Pues veamos: Salomón averiguó la verdad porque buscó el espíritu de la misma en la demanda presentada. Su propuesta ecuánime fue sólo un ardid, no fue la sentencia. Pero en el caso Grassi, la solución aparentemente ecuánime fue la sentencia dada. Se podría objetar que puede existir algún caso en el cual, efectivamente, la relación con un menor haya sido sólo un ‘desliz’, pero no una conducta frecuente, y en ese caso, la sentencia dada confirmaría dicha hipótesis. Pero eso no deja de parecer extraño, sobre todo por el hecho de la acusación de la querella: A toda costa aseguran tener argumentos para demostrar la depravación sexual de Grassi. Pero hay una diferencia esencial entre ser un depravado y haber tenido una caída ocasional. Si la sentencia considera que los argumentos a favor de la depravación no son consistentes y que por lo tanto el resto de las acusaciones son calumnias, ¿por qué no considera la posibilidad que las otras dos también lo sean, sobretodo teniendo en cuenta que se hallaban englobadas en el mismo contexto de las demás, o sea, en demostrar la presunta depravación sexual de Grassi? Además, dar como condena la mitad de la pena pedida por aquellos que postulan la depravación y sus actos, cuando se prueba que dicha depravación no existió, parece al menos el resultado de un balance injusto.

Pero veamos la situación de Grassi en su fundación, aún sin contar con tantos elementos. El venía trabajando en la misma al menos desde hacía diez años antes –o más- del comienzo de las acusaciones, y de siete, ocho o nueve antes de los hechos por los cuales se lo acusó. El contacto con menores –en el modo de trabajo de Grassi implica cientos de ellos- era más que frecuente, y las posibilidades de abusar –si de eso se trataba- eran muchísimas. ¿Por qué sólo dos esporádicos casos con sólo un menor –según acepta la sentencia-, entre tantas posibilidades permanentes? Esto según la sentencia de los jueces, pero si damos razón a la querella, y si fue realmente un depravado, ¿por qué, ante un ambiente rebosante de menores y durante tantos años, no adquirieron más relevancia los casos, antes de que se presentara acusación alguna? ¿Por qué no se armó un revuelo entre los cientos de menores restantes? Es sabido que los chicos no suelen callar las cosas, y menos si se trata de dicho tipo de cosas… Y en cualquiera de los dos casos, queda el hecho de todos los años transcurridos sin que nada malo ocurriera con los menores… ¿Por qué de golpe? Quiero hacer notar además que las acusaciones comienzan –o al menos se formalizan ante la justicia- en el año 2003, poco tiempo después de que adquirieran notoriedad mundial los abusos con menores de algunos sacerdotes en diócesis de los Estados Unidos de América. ¿Coincidencia o causalidad?

La sentencia de los jueces admite que Grassi fue un abusador sexual de menores, en dos de los diecisiete casos por los que se lo acusaba. Para ser un abusador, bastaría en realidad sólo uno. O sea, que la sentencia se parece más a la depravación postulada por la fiscalía que a la inocencia pedida por la defensa. Pero la fiscalía y la querella están altamente desconformes, señal que sus argumentos no fueron tomados en cuenta y fueron descalificados; ¿por qué entonces, se aceptan dos acusaciones de las diecisiete, en un contexto en el que se está afirmando que la fiscalía maneja datos irreales? (porque de hecho se rechaza aceptar que es un depravado). Da la impresión que se quiso quedar bien con Dios y con el demonio. Todo lo contrario de un fallo salomónico, donde el espíritu que lo guía es la búsqueda de la verdad.

No soy un entendido en temas judiciales, pero dado que el fallo desestima tal gran número de acusaciones de abuso sexual, y desestima también la acusación de tendencia depravada de Grassi, creo que habría sido más natural, dada la presunción de inocencia que debería estar en el espíritu de toda ley –y que por desgracia, muchos abogados y jueces formados ideológicamente en el setentismo están abrogando por quitar absolutamente de ella-, haber absuelto a Grassi y en tal caso, pedir a la querella una reformulación de algunas acusaciones en términos más creíbles. Para la opinión pública, ganó la querella: Grassi queda como un depravado –a pesar que el fallo lo niega- y su condena de mitad de tiempo no podrá jamás volver a insertarlo en su actividad predilecta. Grassi pasa a ser de ahora en más un nombre prohibido, sobre todo teniendo en cuenta el carácter mediático de dicho juicio, de Grassi mismo, y de sus ‘querellantes’.

Hay otro factor en el cual no se repara, y es el siguiente: El proceso contra Grassi estuvo acompañado por las protestas de grupos que se manifestaban sea a favor sea en contra de él, protagonizando en algunos casos algunos incidentes. Además de eso, la cobertura mediática del caso distó mucho de ser objetiva. Fue fácil comprobar durante todos estos años, como todos los medios dependientes del grupo Clarín –que era parte en litigio- presentaban los cargos contra Grassi como evidentes, mucho antes de conocer la sentencia. La prueba está en que el mismo Canal 13 –perteneciente a dicho grupo- perdió en el 2006 un juicio contra Grassi, que este le inició por el modo burlesco y despectivo con el cual el canal había elaborado un video sobre su fundación y sobre el caso mismo.

Sin justificar lo injustificable en ningún caso, creo que se presenta como bastante normal el hecho que, personas convencidas de la inocencia de alguien al cual aprecian – y más si se trata de una persona cualificada, como un sacerdote- puedan llegar a perder el control ante quien lo acusa. Imaginen una madre convencida de la inocencia de su hijo que se encuentre frente a frente con quien lo acusa de depravación, y sobre todo si ve a este acusador también manifestar públicamente. Lo que no se entiende tanto, es que la parte querellante proteste en modo desaforado pidiendo una condena ejemplar, cuando ya el acusado está siendo juzgado y condenado, y además haga de ello una bandera para temáticas que son cuanto menos diversas, como la del celibato sacerdotal. Si el punto era demostrar que Grassi era culpable en algún caso, la sentencia ya lo demostró, al menos legalmente. Si el punto es demostrar que es un depravado, destruir su obra y descalificar las obras de sacerdotes que trabajan con hogares de niños, queda preguntarse hasta que punto estos grupos querellantes están interesados en la justicia y en el hallazgo de la verdad. ¿No debería haber sido también este un elemento a tener en cuenta por un ‘fallo salomónico’ y por la perspicacia de un juez o jueces que se saben ante un caso fundamental, que marca un hito en el ámbito de juicios de este tipo?

La sentencia no deja contentos ni a unos ni a otros porque parece esquiva, mezquina, matemática. Descuida cosas que son esenciales, y si esto es evidente para los que no son entendidos en el tema, ¡cómo deberá serlo para los que sí lo son!

Salomón corrió un riesgo cuando propuso su ardid. Podría haber resultado que la verdadera madre del niño no protestase y de ese modo, no se pudiese conocer la verdad. El rey quedaría obligado por sus palabras de cortar el niño en dos. Más aún en ese hipotético caso, le quedaba la posibilidad de desandar su propuesta, aún a costa de una humillación y del fracaso de su ardid, pero salvando la vida del niño –como siempre fue su intención- hasta que encontrara otra solución. Pero arriesgó con su ardid por amor a la verdad, y ganó. Los jueces que apuestan por el equilibrio en cambio, pierden. Apuestan a Dios y al demonio. Cuando se da ese tipo de apuestas, Dios nunca entra en dicho juego, por principio. El demonio entra, pero sólo para humillar y burlarse del que apostó por él. O sea, es despreciado por uno y por otros, es como “la sal que pierde sabor en el Evangelio; no sirve sino para ser pisoteada” (cf. Mateo 5,13-14). O es como las palabras que el Apocalipsis pone en boca de Cristo glorioso: Porque no eres ni frío ni caliente, porque eres tibio, estoy por vomitarte de mi boca. ¡Ojalá fueras frío o caliente! (Ap 3,16) Es curioso que nada menos que el Hijo de Dios, en un libro revelado, diga que prefiere una persona fría (símbolo clarísimo del mal y del pecado) antes que una persona tibia, que se supone podrá tener un poco de bien y un poco de mal. Pero ese es el punto principal: La esencia de la realidad nos dice que la mezcla comprometida del bien y del mal no es sino un gran mal. El bien sólo es tal si es íntegro. El mal empieza cuando empiezan las falencias, y los compromisos. Eso ya lo decían los escolásticos de la Edad Media: Bonum est integra causa… Malum quodcumque defectum[4]. Cada vez me sorprende más darme cuenta de cómo los medievales conocían cosas que nosotros tenemos que aún estar descubriendo.

Si la justicia argentina avanza por compromisos –cosa que pareciera patética en más de un caso, y no ya sólo en el caso Grassi- pues entonces no es mediocre, sino que es absolutamente mala. Y si fuera mediocre también resultaría mala, porque hay dimensiones del hombre que no pueden darse el lujo de ser mediocres. Si ha perdido el espíritu o si lo está perdiendo, la justicia no es más justicia. Sólo sirve para ser pisoteada y echada fuera…

[1] Las referencias las tenemos en el primer libro de los Reyes (1 Reyes) 3,9-14 para el pedido de Salomón y 4,29-34 (o bien 5,9-14 en las versiones del texto hebreo y de la Septuaginta).

[2] La entera historia en 1 Reyes 3,16-28.

[3] La edición on-line de La Nación del día 11/6/2009, en el artículo Un proceso que aún no terminó, escrito por Gustavo Carabajal, menciona expresamente 2 casos condenados y 15 absueltos. La edición on-line del Clarín del mismo día, en un artículo titulado Condenan a 15 años al cura Grassi por abuso, afirma que se trata de 3 casos condenados y 14 absueltos. Adoptamos la versión de La Nación y auspiciamos que en el futuro, los medios argentinos de comunicación, que tan apasionadamente bregan por la libertad de expresión, sepan presentar las informaciones objetivamente y sin equívocos, incluido en los números, los cuales tienen su importancia.

[4] “El bien reside en la causa íntegra… El mal en cualquier defecto”.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo felicito, quienes defienden al P. Grassi se muestran cultos y evidentemente bien informados, los que lo acusan pegan alaridos, dicen palabrotas, insultan incoherentemente. ¿porqué será?