Seguramente en este inicio de siglo y ante los nuevos desafíos tendremos que buscar caminos que nos permitan comprender nuestro tiempo, la cultura en la que estamos inmersos y sus códigos, para comunicar “el tesoro” siempre nuevo del Evangelio.
Carta del Obispo de Posadas - domingo 17 durante del año - 26 de julio de 2009
Por Mons. Juan Rubén Martínez
El Evangelio de este domingo (Mt. 13, 44-52), nos habla sobre el Reino de los cielos y el Señor, para explicar el valor del mismo, nos presenta las parábolas del tesoro y de la perla. Sólo por la fe podemos entender este lenguaje. El don de la fe y nuestra apertura al Espíritu nos permiten descubrir el “tesoro” que significa este camino que nos presenta el Señor. Este reino cuyo código de comprensión es la fe, nos revela que la caridad, el amor pascual expresado en la eucaristía, el pan compartido para los demás es aquello que nos permite ingresar en ese Reino, cuya plenitud la encontraremos cuando estemos definitivamente con “El”. Comprender el valor de la Caridad como respuesta fundamental a las necesidades del siglo XXI, es un verdadero tesoro. Desde ya que la dignidad humana y la solidaridad social necesitan fundamentarse en una comprensión correcta del amor.
Seguramente en este inicio de siglo y ante los nuevos desafíos tendremos que buscar caminos que nos permitan comprender nuestro tiempo, la cultura en la que estamos inmersos y sus códigos, para comunicar “el tesoro” siempre nuevo del Evangelio. Esto nos exige tener una real apertura a la realidad, amar el tiempo y espacio en el que estamos. En el Sínodo diocesano señalábamos que “no podremos entender este discipulado en misión, esta dimensión misionera o esta misión discipular en nuestra Iglesia diocesana, si no vemos al mundo y al hombre, varón y mujer concretos de hoy, con cierto optimismo, positivamente, si no tratamos de ver que también la semilla del verbo está en nuestra realidad. Si no tenemos esta actitud de amor y diálogo no podremos captar los códigos desde los cuales deberemos evangelizar. Tendremos que tener esta actitud de salir, un salir misionero, “ir a todos” a los más lejanos y a los que están más excluidos.
En el núcleo animador de este “ir a todos” está la caridad y la eucaristía celebrada donde actualizamos la Pascua, el amor donado de Jesucristo.
Un texto que puede ayudarnos a comprender más profundamente esta actitud o rasgo de espiritualidad es la exhortación Apostólica Post-sinodal “Sacramentum Caritatis” del Papa Benedicto, donde en una parte de la misma se señala: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). Con estas palabra el Señor revela el verdadero sentido del don de la propia vida por todos los hombres y muestra también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (Mt. 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41).
Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la comprensión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que “consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco... Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno... En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo (88).
El Evangelio de este domingo de San Mateo nos presente la alegría de este hombre que vende todo lo que tiene para comprar el tesoro que encontró. Nosotros también debemos entender nuestra vocación cristiana como un tesoro que nos alegra y compromete.
Un saludo cercano y hasta el próximo domingo
Ir a la portada de Diario7 Blog
Carta del Obispo de Posadas - domingo 17 durante del año - 26 de julio de 2009
Por Mons. Juan Rubén Martínez
El Evangelio de este domingo (Mt. 13, 44-52), nos habla sobre el Reino de los cielos y el Señor, para explicar el valor del mismo, nos presenta las parábolas del tesoro y de la perla. Sólo por la fe podemos entender este lenguaje. El don de la fe y nuestra apertura al Espíritu nos permiten descubrir el “tesoro” que significa este camino que nos presenta el Señor. Este reino cuyo código de comprensión es la fe, nos revela que la caridad, el amor pascual expresado en la eucaristía, el pan compartido para los demás es aquello que nos permite ingresar en ese Reino, cuya plenitud la encontraremos cuando estemos definitivamente con “El”. Comprender el valor de la Caridad como respuesta fundamental a las necesidades del siglo XXI, es un verdadero tesoro. Desde ya que la dignidad humana y la solidaridad social necesitan fundamentarse en una comprensión correcta del amor.
Seguramente en este inicio de siglo y ante los nuevos desafíos tendremos que buscar caminos que nos permitan comprender nuestro tiempo, la cultura en la que estamos inmersos y sus códigos, para comunicar “el tesoro” siempre nuevo del Evangelio. Esto nos exige tener una real apertura a la realidad, amar el tiempo y espacio en el que estamos. En el Sínodo diocesano señalábamos que “no podremos entender este discipulado en misión, esta dimensión misionera o esta misión discipular en nuestra Iglesia diocesana, si no vemos al mundo y al hombre, varón y mujer concretos de hoy, con cierto optimismo, positivamente, si no tratamos de ver que también la semilla del verbo está en nuestra realidad. Si no tenemos esta actitud de amor y diálogo no podremos captar los códigos desde los cuales deberemos evangelizar. Tendremos que tener esta actitud de salir, un salir misionero, “ir a todos” a los más lejanos y a los que están más excluidos.
En el núcleo animador de este “ir a todos” está la caridad y la eucaristía celebrada donde actualizamos la Pascua, el amor donado de Jesucristo.
Un texto que puede ayudarnos a comprender más profundamente esta actitud o rasgo de espiritualidad es la exhortación Apostólica Post-sinodal “Sacramentum Caritatis” del Papa Benedicto, donde en una parte de la misma se señala: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). Con estas palabra el Señor revela el verdadero sentido del don de la propia vida por todos los hombres y muestra también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, de modo especial por los que sufren y los pecadores (Mt. 20,34; Mc 6,54; Lc 9,41).
Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la comprensión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que “consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco... Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno... En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo (88).
El Evangelio de este domingo de San Mateo nos presente la alegría de este hombre que vende todo lo que tiene para comprar el tesoro que encontró. Nosotros también debemos entender nuestra vocación cristiana como un tesoro que nos alegra y compromete.
Un saludo cercano y hasta el próximo domingo
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