Mientras el gobierno italiano decide reabrir casi todas las actividades, sigue manteniendo la prohibición de abrir las Iglesias. Bergoglio, contrariando a los obispos de la CEI, apoya la medida del Estado.
Por Francesca de Villasmundo
A partir del 4 de mayo, Italia comienza su fase 2 de desconfinamiento: los italianos pueden volver a practicar deportes, ir al parque, siempre solos y “respetando la distancia”, las reuniones de profesionales se reanudarán gradualmente, habrá vía libre para la reapertura de los mayoristas pero no para las pequeñas tiendas. Bares y restaurantes podrán funcionar pero solo para preparar comida para consumir en la propia casa o en los lugares de trabajo, las escuelas y universidades permanecerán cerradas hasta septiembre, y las misas públicas todavía están prohibidas, permitiéndose los funerales con 15 personas como máximo.
La Conferencia Episcopal Italiana, que se anticipó al cierre de las iglesias (antes que lo ordenara el gobierno) y apoyó visiblemente el gobierno social-liberal italiano, no apreció esta última disposición sobre el mantener las Iglesias cerradas y continuar prohibiendo el culto público mientras se abren muchas otras áreas. En un comunicado de tono brillante, informó que desaprobaba la decisión del gobierno de Conte:
“Los obispos italianos no pueden aceptar ver comprometido el ejercicio de la libertad de culto. Debe quedar claro para todos que el compromiso de servir a los pobres, tan importante en esta emergencia, surge de una fe que debe poder alimentarse de sus fuentes, en particular de la vida sacramental. La Iglesia italiana no es el estado italiano”.
El Cavaliere Berlusconi, siempre presente en la vida política italiana, agregó al conocer esta prohibición “esta decisión está al borde de la persecusión: ¿por qué la gente puede ir a la fábrica y a la oficina y no a la iglesia? Los obispos han hecho muy bien para hacer oír su voz”.
Los obispos creían que estaban en sintonía con el pensamiento del papa Francisco que, el 17 de abril, había dicho “tenemos que salir de este túnel” es decir un retorno al culto público y los sacramentos para los fieles.
Pero en pocos días, corrió mucha agua debajo del puente, y cuando Conte finalmente dio su hoja de ruta para el desconfinamiento, el papa Bergoglio eligió la obediencia a las leyes republicanas italianas, el “tenemos que salir de este túnel” será para más adelante. Eso fue una ducha fría para los obispos italianos que fueron “llamados al orden” por el obispo de Roma:
“En este momento cuando estamos comenzando a hacer arreglos para salir de la cuarentena” -dijo durante la misa en Santa Marta- “recemos al Señor para que le dé a su pueblo, a todos nosotros, la gracia de la prudencia y obediencia a las disposiciones para que la pandemia no regrese”.
Una orden que la CEI obedeció de inmediato informando a la agencia de prensa italiana Adnkronos: “El llamado del Papa es decisivo y apropiado. ¡Ay de pisotear los sufrimientos del país!”, declaró el portavoz de la autoridad episcopal, Don Maffeis.
“Subestimar las indicaciones de la autoridad sanitaria significaría de hecho una irresponsabilidad que ningún ciudadano puede permitirse. Por esta razón, como Iglesia, en ningún caso podemos justificar los actos precipitados”.
Claramente, los italianos podrán salir a correr, ir a tiendas, entrenar con otros, volver a trabajar, pero las misas seguirán prohibidas, debido a la voluntad del papa Francisco de apoyar las disposiciones gubernamentales en lugar de ayudar a la solicitud legítima de la CEI, una solicitud que también olvidaron demasiado rápido, para volver a su postura de sumisión a la dictadura sanitaria y bergogliana.
Medias-Presse
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