San Rosendo, Obispo
Hijo de una Santa Ilduara, su vida está envuelta en mitos. Con un reconocido carisma espiritual y el prestigio de pertenecer a una familia de alta nobleza gala, dio un impulso decisivo al monacato en el noroeste peninsular bajo el gobierno de San Benito. Su huella se observó en los monasterios de Caaveiro, Lourenzá y Portomarín. Fundó el monasterio de San Salvador de Celanova, un espejo de los monasterios gallegos y dinamizó la cultura y el desarrollo de los reinos cristianos en el umbral del año 1000, además de participar en la fundación de otros monasterios.
Sucedió a su tío Gaon en la diócesis de Mondoñedo (en la antigua sede de San Martiño de Mondoñedo), y después de un período fructífero y ordenando la institución, abdicó en su sobrino para retirarse al monasterio de su fundación, que había dejado en manos de Fránquila, el abad de San Pedro de Rocas. Fue ponderado por los monjes Celanova por su carácter paterno y su solicitud por los débiles y los necesitados. Murió en un aura de santidad, fue reconocido muy temprano como Santo por el pueblo gallego y la Orden de San Benito, antes de su canonización por parte de Roma.
San Albino, Obispo
La gran popularidad de San Albino se debe a los múltiples milagros que se le atribuyeron, sobre todo después de su muerte. Su culto se propagó por Francia, Italia, España y Alemania y llegó hasta Polonia. En Francia varias parroquias llevan su nombre.
Nació en la diócesis de Vannes en Bretaña, de una familia originaria de Inglaterra o de Irlanda, según se dice. Muy joven, entró en el monasterio de Tincillac, del que sabemos muy poco, y llevó ahí una vida de gran santidad. Hacia los treinta y cinco años de edad, fue elegido abad; bajo su gobierno floreció extraordinariamente el monasterio y se convirtió en un verdadero jardín de virtudes. Nada tiene, pues, de extraño que las miradas del clero y el pueblo de Angers se hayan vuelto hacia san Albino cuando la sede quedó vacante, el año 529. Para gran pena suya y contento de san Melanio, obispo de Rennes, san Albino fue elegido obispo de Angers y demostró ser un hábil e inteligente pastor.
El santo predicaba todos los días, era muy generoso con los pobres y menesterosos, pero especialmente con las viudas que tenían muchos hijos. Otra de sus obras predilectas era el rescate de esclavos y gastó enormes sumas de dinero en rescatar a los prisioneros que los bárbaros habían hecho en sus numerosas invasiones. Según la tradición, san Albino rescató a una cautiva, no de los bárbaros, sino del propio rey Childeberto. Se trataba de una hermosa muchacha en quien Childeberto había puesto los ojos y a la que había mandado raptar y encerrar en una fortaleza. Tan pronto como la noticia llegó a oídos de san Albino, fue éste personalmente al castillo a exigir la libertad de la joven. La figura del obispo inspiró tal respeto a los guardias, que pusieron inmediatamente en libertad a la muchacha. La leyenda añade que uno de los soldados intentó detener a la joven, usando de amenazas y violencia; pero el obispo sopló sobre él y el soldado cayó muerto. El rey no trató de apoderarse de nuevo de la joven, llamada Eteria; pero cometió la villanía de exigir que el obispo pagase el rescate. Prescindiendo de la verdad dudosa de esta leyenda, lo cierto es que el rey Childeberto profesaba gran veneración a san Albino; en cambio la popularidad del obispo era menor entre algunos de sus súbditos, porque había puesto en ejecución los decretos de los dos Concilios de Orléans (538 y 541) contra los matrimonios incestuosos.
Se atribuyeron a san Albino muchos milagros. Además de varias curaciones de enfermos y de ciegos, se cuenta que resucitó a un joven llamado Albaldo. En otra ocasión, después de haber intercedido sin éxito por unos prisioneros, se derrumbó durante la noche una parte del muro de la prisión y éstos pudieron escapar; inmediatamente fueron a ver al santo y le prometieron cambiar de vida.
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