domingo, 31 de mayo de 2009
“CONVERSIÓN PASTORAL”
Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión comunitaria, eclesial.
Carta del Obispo de Posadas – Solemnidad de Pentecostés – 31.05.09
Por Mons. Juan Rubén Martínez
En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio (Jn. 20,19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado enviando a sus Apóstoles: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn. 20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión. “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonan y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn. 20,22-23).
Es importante recordar que estos hombres eran como nosotros. Pedro cuando es elegido se reconoce como pecador, y en el contexto de la Pasión de Jesús niega tres veces a su maestro, aunque después llora arrepentido por su debilidad y miedo. Esto es fundamental que lo tengamos presente, porque si bien es cierto que solo Dios es perfecto, nosotros no podemos hacer alarde de nuestras fragilidades, más bien debemos reconocerlas y tratar de cambiar, de insertar “la Pascua” en nuestra vida. Quizá como el Apóstol Pedro deberemos no relativizar, sino llorar nuestros pecados con arrepentimiento. Solo desde la humildad nos hacemos amigos de Dios.
En la mañana de Pentecostés los Apóstoles, junto a otros y “a María”, estaban orando en el “Cenáculo”, en esa mañana de hace 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.
En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión comunitaria, eclesial.
Desde hace varios años venimos acentuando en nuestra Iglesia Diocesana como rasgo indispensable ser una Iglesia-Comunión, para poder ser discípulos y misioneros. Este fue el motivo por el cual nos encaminamos a celebrar nuestro año jubilar, los 50 años de creación de la Diócesis, con la celebración del primer Sínodo Diocesano. Esa es la razón por la cual durante este año estaremos realizando las Asambleas parroquiales, para acentuar la comunión de nuestra Diócesis, parroquias y comunidades, y pasar de una pastoral “de mantenimiento y dispersa”, a una “conversión pastoral que nos lleve a ser un poco más “pueblo de Dios” en comunión, para evangelizar este inicio del siglo XXI.
Aparecida hace una referencia específica a esta necesidad en el hoy de nuestra América Latina y el Caribe. El texto señala: “La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión. Ante la tentación, muy presente en la cultura actual, de ser cristianos sin Iglesia y las nuevas búsquedas espirituales individualistas, afirmamos que la fe en Jesucristo nos llegó a través de la comunidad eclesial y ella “nos da una familia, la familia universal de Dios en la Iglesia Católica. La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión”. Eso significa que una dimensión constitutiva del acontecimiento cristiano es la permanencia permanente de discipulado y de comunión con los Apóstoles y con el Papa” (156).
En estos 2000 años la Iglesia Evangelizó, con alegrías, pero no le faltaron sufrimientos y “martirios”. Solo basta recorrer la historia, en donde desde ya se hace presente la fragilidad humana y la debilidad, como las negaciones de Pedro o la búsqueda de los primeros lugares de los Apóstoles Juan y Santiago, cuando todavía no entendían de que se trataba el Reino de Dios… Pero la Iglesia que a recorrido los siglos a contado con la garantía del Espíritu Santo, que llevó a que muchos hombres y mujeres sean “testigos de Dios”. También tantos santos, mártires, hombres y mujeres que desde el silencio de la cotidianidad fueron fieles, y dieron su vida por Amor a Dios y a sus hermanos. Hoy como ayer también deberemos dar testimonio en medio de alegrías y sufrimientos.
Nosotros en este Pentecostés queremos que resuene en nuestro corazón el mandato del Señor que nos dice: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt.28,19).
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!
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