Así lo reconoce Anthony Levatino, un experto obstetra que durante siete años llegó a realizar alrededor de 1.200 abortos con las crueles técnicas que se siguen aplicando hoy en día.
Sin embargo, tras la traumática muerte de su hija de seis años, atropellada por un coche, su vida dio un giro de 180 grados y se convirtió en un firme defensor de la vida y los derechos del no nacido, según informaba PortaLuz el pasado 18 de marzo.
El doctor Levatino, que se graduó en Obstetricia en 1980, empezó a realizar abortos en 1977 en el estado de Nueva York, como parte de su formación profesional. Los primeros abortos los realizó en Florida, para continuar luego en Nueva York.
En un testimonio difundido originalmente por el portal Pro-Life Action League, cuenta cómo eliminó bebés de pocas semanas, incluso algunos de 24 semanas, mediante técnicas cruentas como el envenenamiento, quemar por solución salina, o la conocida bajo las siglas “D y E”, que supone dilatar la cérvix de la madre y extraer al bebé.
“Sé que he hecho cientos de procedimientos […] con las pinzas en la mano, ingresando en el útero de alguien y arrancando a un bebé”, puntualiza con explicito dolor y arrepentimiento este médico.
“¡Hay mucho dinero en esto!”
Levatino se hace la siguiente pregunta durante su testimonio: ¿por qué los médicos realizan abortos? La respuesta a esta pregunta no deja lugar a dudas para este profesional: en primer lugar lo hacen por dinero y aplastando la propia conciencia bajo un discurso que desconoce los derechos del no nacido, su calidad de ser humano desde el momento de la concepción.
“Es rentable, sí, ¡hay mucho dinero en esto! Obtienes mucho dinero haciendo abortos… He escuchado muchas veces a otros obstetras decir: Bueno, yo no soy realmente pro aborto, estoy a favor de la mujer. ¿Cuántas veces hemos escuchado esto?… Que de alguna manera la destrucción de una vida es para apoyar a la mujer. Una gran cantidad de obstetras usan esa justificación para sí mismos. Yo solía hacerlo. No es difícil convencerse de ello”, añade.
Procedimientos inhumanos
“Durante mi residencia de obstetricia (formación en la especialidad), al menos una o dos veces a la semana, me correspondía hacer hasta seis abortos en una mañana usando la técnica de aspirado conocida como D&C”, recuerda.
Se trata de un procedimiento también conocido como de “succión y curetaje”. Dilatan la cerviz de la madre hasta que está lo suficientemente ancha como para introducir una cánula en su útero. La cánula es un tubo plástico hueco que se conecta a un tipo de bomba al vacío mediante una manguera flexible. Quien está realizando el aborto desplaza la punta de la cánula por la superficie del útero causando que el bebé se despegue y sea absorbido por la bomba, ya sea completo o en pedazos. El líquido amniótico y la placenta, son de igual modo extraídas por ese tubo.
Al realizar este tipo de abortos, “tuve algunas complicaciones, como todo el mundo. Úteros perforados, sangrados, infección… Sólo Dios sabe cuántas de esas mujeres son estériles ahora”, reconoce Levatino.
El abortista arrepentido recuerda que ya en su período de formación le causaba conflicto realizar estas prácticas. En especial vivía “un conflicto tremendo”, dice, al practicar la técnica de inyectar una solución salina a la madre. “Veías nacer un bebé entero (muerto por envenenamiento y buena parte de su cuerpo quemado)… y a veces estaban vivos. Era algo aterrador que me revolvía el estómago y afectaba mi vida…”.
En permanente conflicto de conciencia
Toda esta actividad creaba en el doctor Levatino un permanente estado de conflicto interior por diferentes razones. Entre ellas, el médico y su esposa habían descubierto que eran infértiles tras dos años de casados y el deseo de ser padres.
“Empezamos a buscar desesperadamente un bebé para adoptar, cuando yo estaba tirando a la basura, a razón de nueve o diez bebés a la semana…”, recuerda.
Así, mientras como profesional obstetra ayudaba y acompañaba a las personas que deseaban ser padres, al mismo tiempo destruía vidas en el seno materno. La contradicción se hacía más evidente al tener Levatino la certeza de que el no nacido, lo que habita en el vientre de la madre, no es un mero “producto”.
“Como médico sabes que son niños; que se trata de seres humanos con brazos, piernas, cabeza y que se mueven, son muy activos… Cada vez que escaneas hacia abajo en el útero de alguien lo reafirmas. ¡Porque ves los niños allí, corazones palpitantes, brazos alzándose! …No hay mejor noticia para mí que mostrar un latido del corazón y decir: Su bebé está bien. Lo haces como obstetra todo el tiempo… Y entonces, una hora más tarde, cambias tu ropa, entras en una sala de operaciones y haces un aborto. Si tienes algo de corazón, te afecta”, asegura.
Padres y abortistas
Levatino y su esposa pasaron por varias agencias de adopción sin éxito, hasta que decidieron contactar personalmente a los 45 obstetras de la ciudad confiando en que alguno de ellos tuviera información de “un bebé disponible para adopción privada”.
Tras cuatro meses de espera, la estrategia dio resultado. “Un día recibimos una llamada, nunca olvidaré ese día. Tres días después habíamos adoptado una saludable pequeña niña. Estábamos felices. La llamamos Heather”.
Tras graduarse, Anthony se asoció con un ginecólogo que era conocido por su habilidad en la técnica de abortos “D&E” que extrae por trozos a los bebés. El negocio crecía y en paralelo la familia también, pues contra todo pronóstico la esposa quedó embarazada y nació un hijo.
Aunque Anthony no estaba cómodo con su trabajo, necesitaba el dinero -se decía constantemente a sí mismo- y así permaneció en ese negocio oscuro los años siguientes.
La muerte de su hija lo cambió todo
Sin embargo, el 23 de junio de 1984 la vida de la familia dio un giro repentino. Levatino tenía turno ese día, pero estaba aún en casa compartiendo con algunos amigos antes de partir. Los hijos de todos jugaban en el fondo del patio.
“A las 7:25 de la noche, oímos el chirrido de los frenos en el frente de la casa. Corrimos fuera y Heather yacía en la carretera. Hicimos todo lo que pudimos, pero ella murió. Cuando pierdes un hijo, tu hijo, la vida es muy diferente. Todo cambia. De repente, la idea que tenías de la vida de una persona se vuelve muy real. No es un curso de embriología más. No es sólo un par de cientos de dólares. Es la cosa real. Es tu hija a quien entierras…”
Después de ver morir y enterrar a su hija de seis años, el sólo hecho de pensar en volver a eliminar vidas humanas era una tortura para este obstetra.
“Yo perdí a mi hija, alguien preciosa para mí y ahora iba a tomar al hijo de alguien destrozándolo, desgarrándolo desde su vientre. Yo estaría matando al hijo de alguien. Me empecé a sentir como un asesino a sueldo. Eso es exactamente lo que era…”
A partir de aquel momento, el doctor Anthony Levatino abandonó toda práctica de aborto y desde el fallecimiento de Heather comenzó a dar su testimonio en defensa de la vida en diversos medios de comunicación y conferencias públicas que están disponibles online y en sitios web como Pro-Life Action League,Priests For Life, o Life News.
FORUMLIBERTAS.COM
Sin embargo, tras la traumática muerte de su hija de seis años, atropellada por un coche, su vida dio un giro de 180 grados y se convirtió en un firme defensor de la vida y los derechos del no nacido, según informaba PortaLuz el pasado 18 de marzo.
El doctor Levatino, que se graduó en Obstetricia en 1980, empezó a realizar abortos en 1977 en el estado de Nueva York, como parte de su formación profesional. Los primeros abortos los realizó en Florida, para continuar luego en Nueva York.
En un testimonio difundido originalmente por el portal Pro-Life Action League, cuenta cómo eliminó bebés de pocas semanas, incluso algunos de 24 semanas, mediante técnicas cruentas como el envenenamiento, quemar por solución salina, o la conocida bajo las siglas “D y E”, que supone dilatar la cérvix de la madre y extraer al bebé.
“Sé que he hecho cientos de procedimientos […] con las pinzas en la mano, ingresando en el útero de alguien y arrancando a un bebé”, puntualiza con explicito dolor y arrepentimiento este médico.
“¡Hay mucho dinero en esto!”
Levatino se hace la siguiente pregunta durante su testimonio: ¿por qué los médicos realizan abortos? La respuesta a esta pregunta no deja lugar a dudas para este profesional: en primer lugar lo hacen por dinero y aplastando la propia conciencia bajo un discurso que desconoce los derechos del no nacido, su calidad de ser humano desde el momento de la concepción.
“Es rentable, sí, ¡hay mucho dinero en esto! Obtienes mucho dinero haciendo abortos… He escuchado muchas veces a otros obstetras decir: Bueno, yo no soy realmente pro aborto, estoy a favor de la mujer. ¿Cuántas veces hemos escuchado esto?… Que de alguna manera la destrucción de una vida es para apoyar a la mujer. Una gran cantidad de obstetras usan esa justificación para sí mismos. Yo solía hacerlo. No es difícil convencerse de ello”, añade.
Procedimientos inhumanos
“Durante mi residencia de obstetricia (formación en la especialidad), al menos una o dos veces a la semana, me correspondía hacer hasta seis abortos en una mañana usando la técnica de aspirado conocida como D&C”, recuerda.
Se trata de un procedimiento también conocido como de “succión y curetaje”. Dilatan la cerviz de la madre hasta que está lo suficientemente ancha como para introducir una cánula en su útero. La cánula es un tubo plástico hueco que se conecta a un tipo de bomba al vacío mediante una manguera flexible. Quien está realizando el aborto desplaza la punta de la cánula por la superficie del útero causando que el bebé se despegue y sea absorbido por la bomba, ya sea completo o en pedazos. El líquido amniótico y la placenta, son de igual modo extraídas por ese tubo.
Al realizar este tipo de abortos, “tuve algunas complicaciones, como todo el mundo. Úteros perforados, sangrados, infección… Sólo Dios sabe cuántas de esas mujeres son estériles ahora”, reconoce Levatino.
El abortista arrepentido recuerda que ya en su período de formación le causaba conflicto realizar estas prácticas. En especial vivía “un conflicto tremendo”, dice, al practicar la técnica de inyectar una solución salina a la madre. “Veías nacer un bebé entero (muerto por envenenamiento y buena parte de su cuerpo quemado)… y a veces estaban vivos. Era algo aterrador que me revolvía el estómago y afectaba mi vida…”.
En permanente conflicto de conciencia
Toda esta actividad creaba en el doctor Levatino un permanente estado de conflicto interior por diferentes razones. Entre ellas, el médico y su esposa habían descubierto que eran infértiles tras dos años de casados y el deseo de ser padres.
“Empezamos a buscar desesperadamente un bebé para adoptar, cuando yo estaba tirando a la basura, a razón de nueve o diez bebés a la semana…”, recuerda.
Así, mientras como profesional obstetra ayudaba y acompañaba a las personas que deseaban ser padres, al mismo tiempo destruía vidas en el seno materno. La contradicción se hacía más evidente al tener Levatino la certeza de que el no nacido, lo que habita en el vientre de la madre, no es un mero “producto”.
“Como médico sabes que son niños; que se trata de seres humanos con brazos, piernas, cabeza y que se mueven, son muy activos… Cada vez que escaneas hacia abajo en el útero de alguien lo reafirmas. ¡Porque ves los niños allí, corazones palpitantes, brazos alzándose! …No hay mejor noticia para mí que mostrar un latido del corazón y decir: Su bebé está bien. Lo haces como obstetra todo el tiempo… Y entonces, una hora más tarde, cambias tu ropa, entras en una sala de operaciones y haces un aborto. Si tienes algo de corazón, te afecta”, asegura.
Padres y abortistas
Levatino y su esposa pasaron por varias agencias de adopción sin éxito, hasta que decidieron contactar personalmente a los 45 obstetras de la ciudad confiando en que alguno de ellos tuviera información de “un bebé disponible para adopción privada”.
Tras cuatro meses de espera, la estrategia dio resultado. “Un día recibimos una llamada, nunca olvidaré ese día. Tres días después habíamos adoptado una saludable pequeña niña. Estábamos felices. La llamamos Heather”.
Tras graduarse, Anthony se asoció con un ginecólogo que era conocido por su habilidad en la técnica de abortos “D&E” que extrae por trozos a los bebés. El negocio crecía y en paralelo la familia también, pues contra todo pronóstico la esposa quedó embarazada y nació un hijo.
Aunque Anthony no estaba cómodo con su trabajo, necesitaba el dinero -se decía constantemente a sí mismo- y así permaneció en ese negocio oscuro los años siguientes.
La muerte de su hija lo cambió todo
Sin embargo, el 23 de junio de 1984 la vida de la familia dio un giro repentino. Levatino tenía turno ese día, pero estaba aún en casa compartiendo con algunos amigos antes de partir. Los hijos de todos jugaban en el fondo del patio.
“A las 7:25 de la noche, oímos el chirrido de los frenos en el frente de la casa. Corrimos fuera y Heather yacía en la carretera. Hicimos todo lo que pudimos, pero ella murió. Cuando pierdes un hijo, tu hijo, la vida es muy diferente. Todo cambia. De repente, la idea que tenías de la vida de una persona se vuelve muy real. No es un curso de embriología más. No es sólo un par de cientos de dólares. Es la cosa real. Es tu hija a quien entierras…”
Después de ver morir y enterrar a su hija de seis años, el sólo hecho de pensar en volver a eliminar vidas humanas era una tortura para este obstetra.
“Yo perdí a mi hija, alguien preciosa para mí y ahora iba a tomar al hijo de alguien destrozándolo, desgarrándolo desde su vientre. Yo estaría matando al hijo de alguien. Me empecé a sentir como un asesino a sueldo. Eso es exactamente lo que era…”
A partir de aquel momento, el doctor Anthony Levatino abandonó toda práctica de aborto y desde el fallecimiento de Heather comenzó a dar su testimonio en defensa de la vida en diversos medios de comunicación y conferencias públicas que están disponibles online y en sitios web como Pro-Life Action League,Priests For Life, o Life News.
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