En su homilía, partiendo de la cita del Libro de Eclesiastés de la Primera Lectura, Bergoglio ha dicho que, también “cuando hacen el bien, los cristianos deben rechazar la tentación de aparentar, de dejarse ver”.
“Si tú no eres consistente, también pasarás como todas los cosas”. Bergoglio se basó en el Libro de Eclesiastés para detenerse en la vanidad. “Una tentación que no es sólo para los paganos, sino también para los cristianos, para las personas de fe. Jesús reprendía mucho a los que se envanecían. A los doctores de la ley, decía que no debían pasearse por las plazas con vestidos lujosos, como príncipes. Cuando rezas, advertía el Señor, por favor no te dejes ver, no reces para que te vean, reza a escondidas, en tu cuarto. Lo mismo, se debe hacer cuando se ayuda a los pobres: No hagas sonar la trompeta, hazlo a escondidas. El Padre lo ve, es suficiente.
Pero el vanidoso dice: Mira, yo doy esta ofrenda para las obras de la Iglesia y muestra el cheque, pero luego engaña a la Iglesia por otro lado. Esto hace el vanidoso: vive para aparentar. Cuando tu ayunas –dice el Señor a estos– por favor, no te hagas el melancólico, el triste, para que todos se den cuenta de que estás ayunando; no, ayuna con alegría; haz penitencia con alegría, para que nadie se dé cuenta. Y la vanidad es así: es vivir para aparentar, para dejarse ver.
Los cristianos que viven así, para aparentar, por la vanidad, parecen pavos reales, se pavonean. Hay quien dice, yo soy cristiano, yo soy pariente de ese sacerdote, de esa religiosa, de tal obispo, mi familia es una familia cristiana. Se envanecen. Pero, ¿y tu vida con el Señor? ¿Cómo rezas? ¿y tu vida en las obras de misericordia? ¿Visitas a los enfermos? La realidad. Y por eso Jesús, ha añadido, nos dice que debemos construir nuestra casa, es decir nuestra vida cristiana, sobre la roca, sobre la verdad. Sin embargo, esta ha sido su advertencia, los vanidosos construyen la casa sobre la arena y esa casa se cae, esa vida cristiana se cae, resbala, porque no es capaz de resistir las tentaciones.
¡Cuántos cristianos viven para aparentar!. Su vida parece una pompa de jabón. ¡Es bonita como una pompa de jabón! ¡Tiene todos los colores! Pero dura un segundo ¿y luego qué? También cuando miramos algunos monumentos fúnebres, pensamos que es vanidad, porque la verdad es volver a la tierra desnuda, como decía el Siervo de Dios Pablo VI. Nos espera la tierra desnuda, esa es nuestra verdad final. Mientras tanto, ¿me envanezco o hago algo? ¿Hago el bien? ¿Busco a Dios? ¿Rezo? Las cosas consistentes. Y la vanidad es mentirosa, es fantasiosa, se engaña a sí misma, engaña al vanidoso, porque antes finge ser, pero al final cree ser eso, lo cree. Lo cree. ¡Pobrecillo!.
Y esto, es lo que le sucedía a Herodes el tetrarca, que, como narra el Evangelio de hoy, se preguntaba con insistencia sobre la identidad de Jesús. La vanidad siembra inquietudes malas, quita la paz. Es como esas personas que se maquillan demasiado y después tienen miedo de que llueva y el maquillaje se caiga. No nos da la paz la vanidad solo la verdad nos da la paz. La única roca sobre la que podemos edificar nuestra vida es Jesús. Pensemos en esta propuesta del diablo, del demonio, también ha tentado a Jesús con la vanidad en el desierto diciéndole: Ven conmigo, vayamos al templo, hagamos el espectáculo; tú te tiras y todos creerán en ti. El demonio había presentado a Jesús la vanidad en una bandeja. La vanidad es una enfermedad espiritual muy grave.
Los Padres egipcios del desierto decían que la vanidad es una tentación contra la que debemos luchar toda la vida, porque siempre vuelve para quitarnos la verdad. Y para hacer que comprendieran esto decían: es como la cebolla, la coges y le vas quitando hojas –a la cebolla– hoy le quitas una hoja a la vanidad, otra poca vanidad mañana, y te pasas toda la vida quitando hojas a la vanidad para poder vencerla. Y al final estás contento: me he quitado la vanidad, he quitado las hojas de la cebolla, pero te queda el olor en la mano. Pidamos al Señor la gracia de nos ser vanidosos, de ser verdaderos, con la verdad de la realidad y del Evangelio.
“Si tú no eres consistente, también pasarás como todas los cosas”. Bergoglio se basó en el Libro de Eclesiastés para detenerse en la vanidad. “Una tentación que no es sólo para los paganos, sino también para los cristianos, para las personas de fe. Jesús reprendía mucho a los que se envanecían. A los doctores de la ley, decía que no debían pasearse por las plazas con vestidos lujosos, como príncipes. Cuando rezas, advertía el Señor, por favor no te dejes ver, no reces para que te vean, reza a escondidas, en tu cuarto. Lo mismo, se debe hacer cuando se ayuda a los pobres: No hagas sonar la trompeta, hazlo a escondidas. El Padre lo ve, es suficiente.
Pero el vanidoso dice: Mira, yo doy esta ofrenda para las obras de la Iglesia y muestra el cheque, pero luego engaña a la Iglesia por otro lado. Esto hace el vanidoso: vive para aparentar. Cuando tu ayunas –dice el Señor a estos– por favor, no te hagas el melancólico, el triste, para que todos se den cuenta de que estás ayunando; no, ayuna con alegría; haz penitencia con alegría, para que nadie se dé cuenta. Y la vanidad es así: es vivir para aparentar, para dejarse ver.
Los cristianos que viven así, para aparentar, por la vanidad, parecen pavos reales, se pavonean. Hay quien dice, yo soy cristiano, yo soy pariente de ese sacerdote, de esa religiosa, de tal obispo, mi familia es una familia cristiana. Se envanecen. Pero, ¿y tu vida con el Señor? ¿Cómo rezas? ¿y tu vida en las obras de misericordia? ¿Visitas a los enfermos? La realidad. Y por eso Jesús, ha añadido, nos dice que debemos construir nuestra casa, es decir nuestra vida cristiana, sobre la roca, sobre la verdad. Sin embargo, esta ha sido su advertencia, los vanidosos construyen la casa sobre la arena y esa casa se cae, esa vida cristiana se cae, resbala, porque no es capaz de resistir las tentaciones.
¡Cuántos cristianos viven para aparentar!. Su vida parece una pompa de jabón. ¡Es bonita como una pompa de jabón! ¡Tiene todos los colores! Pero dura un segundo ¿y luego qué? También cuando miramos algunos monumentos fúnebres, pensamos que es vanidad, porque la verdad es volver a la tierra desnuda, como decía el Siervo de Dios Pablo VI. Nos espera la tierra desnuda, esa es nuestra verdad final. Mientras tanto, ¿me envanezco o hago algo? ¿Hago el bien? ¿Busco a Dios? ¿Rezo? Las cosas consistentes. Y la vanidad es mentirosa, es fantasiosa, se engaña a sí misma, engaña al vanidoso, porque antes finge ser, pero al final cree ser eso, lo cree. Lo cree. ¡Pobrecillo!.
Y esto, es lo que le sucedía a Herodes el tetrarca, que, como narra el Evangelio de hoy, se preguntaba con insistencia sobre la identidad de Jesús. La vanidad siembra inquietudes malas, quita la paz. Es como esas personas que se maquillan demasiado y después tienen miedo de que llueva y el maquillaje se caiga. No nos da la paz la vanidad solo la verdad nos da la paz. La única roca sobre la que podemos edificar nuestra vida es Jesús. Pensemos en esta propuesta del diablo, del demonio, también ha tentado a Jesús con la vanidad en el desierto diciéndole: Ven conmigo, vayamos al templo, hagamos el espectáculo; tú te tiras y todos creerán en ti. El demonio había presentado a Jesús la vanidad en una bandeja. La vanidad es una enfermedad espiritual muy grave.
Los Padres egipcios del desierto decían que la vanidad es una tentación contra la que debemos luchar toda la vida, porque siempre vuelve para quitarnos la verdad. Y para hacer que comprendieran esto decían: es como la cebolla, la coges y le vas quitando hojas –a la cebolla– hoy le quitas una hoja a la vanidad, otra poca vanidad mañana, y te pasas toda la vida quitando hojas a la vanidad para poder vencerla. Y al final estás contento: me he quitado la vanidad, he quitado las hojas de la cebolla, pero te queda el olor en la mano. Pidamos al Señor la gracia de nos ser vanidosos, de ser verdaderos, con la verdad de la realidad y del Evangelio.
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