DISCURSO DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
AL BANCO DE DESARROLLO DEL CONSEJO DE EUROPA
Sala Clementina
Sábado 12 de junio de 2010
Señoras y señores embajadores;
señoras y señores administradores;
queridos amigos:
La 45ª reunión conjunta del Banco de Desarrollo del Consejo de Europa os ha traído a Roma y tengo el placer de recibiros esta mañana en el palacio apostólico al término de vuestro encuentro.
Le agradezco, señor gobernador, sus palabras, que subrayan la importancia que la Santa Sede da al Banco de Desarrollo del Consejo de Europa, del cual es miembro desde 1973. En 1956, el Consejo de Europa fundó un banco con una vocación exclusivamente social, para tener un instrumento cualificado a fin de promover su propia política de solidaridad. Desde sus comienzos, este banco se ha ocupado de los problemas relativos a los refugiados; luego extendió sus competencias a todo el ámbito de la cohesión social. La Santa Sede no puede menos de mirar con interés una institución que sostiene con sus préstamos proyectos sociales, que se preocupa del desarrollo, que responde a situaciones de urgencia y que quiere contribuir a mejorar las condiciones de vida de las personas necesitadas.
Los acontecimientos políticos que tuvieron lugar en Europa a finales del siglo pasado le permitieron respirar por fin con sus dos pulmones, por utilizar de nuevo la expresión de mi venerado predecesor. Todos sabemos que todavía queda un largo camino por recorrer para hacer efectiva esta realidad. En efecto, los intercambios económicos y financieros entre el este y el oeste de Europa se han desarrollado, pero ¿ha habido un progreso humano real? La liberación de las ideologías totalitarias, ¿no se ha usado unilateralmente sólo para el crecimiento económico y en detrimento de un desarrollo más humano que respete la dignidad y la nobleza del hombre?, ¿y no se han desdeñado, a veces, las riquezas espirituales que han modelado la identidad europea? Estoy seguro de que las intervenciones del Banco en favor de los países del este, del centro y del sureste de Europa han permitido corregir los desequilibrios en favor de un proceso basado en la justicia y la solidaridad, elementos indispensables para el presente y el futuro de Europa.
Sabéis tan bien como yo que hoy el mundo y Europa pasan por un momento especialmente grave de crisis económica y financiera. Este tiempo no debe llevar a limitaciones que se basen solamente en un análisis estrictamente financiero. Al contrario, debe permitir al Banco de Desarrollo mostrar su originalidad, reforzando la integración social, la gestión del medio ambiente y el desarrollo de las infraestructuras públicas con vocación social. Animo vivamente el trabajo del Banco en este sentido, así como en el campo de la solidaridad. De este modo será fiel a su vocación.
Frente a los desafíos actuales que el mundo y Europa deben afrontar, en mi última encíclica, Caritas in veritate, llamé la atención sobre la doctrina social de la Iglesia y sobre su aportación positiva a la construcción de la persona humana y de la sociedad. La Iglesia, siguiendo a Cristo, ve el amor a Dios y al prójimo como un motor poderoso capaz de ofrecer auténtica energía, que podrá irrigar el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico. Puse de manifiesto que la relación que existe entre el amor y la verdad, si se vive bien, es una fuerza dinámica que regenera todos los vínculos interpersonales y que ofrece una novedad real en la nueva orientación de la vida económica y financiera, que renueva, al servicio del hombre y de su dignidad, para los cuales existen. La economía y las finanzas no existen sólo para sí mismas; son sólo un instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Este es el único capital que conviene salvar. Y en este capital se encuentra la dimensión espiritual de la persona humana. El cristianismo permitió a Europa comprender qué son la libertad, la responsabilidad y la ética que impregnan sus leyes y sus estructuras societarias. Marginar al cristianismo —también excluyendo los símbolos que lo manifiestan— contribuiría a privar a nuestro continente de la fuente fundamental que lo alimenta incansablemente y que contribuye a su verdadera identidad. Efectivamente, el cristianismo está en el origen de los «valores espirituales y morales que son el patrimonio común de los pueblos europeos», valores por los cuales los Estados miembros del Consejo de Europa manifestaron su estima inquebrantable en el preámbulo de los Estatutos del Consejo de Europa. Esta estima, que se reafirmó en la Declaración de Varsovia de 2005, arraiga y garantiza la vitalidad de los principios en los que se funda la vida política y social europea y, especialmente, la actividad del Consejo de Europa.
En este contexto, el Banco de Desarrollo es ciertamente una institución financiera y, por tanto, un instrumento económico. Sin embargo, su creación se realizó para responder a exigencias que superan el ámbito financiero y económico. Su razón de ser es social; por consiguiente, está llamado a ser plenamente aquello para lo que fue instituido: un instrumento técnico que permite la solidaridad. Esta se debe vivir en la fraternidad. La fraternidad es generosa, no calcula. Quizá habría que aplicar estos criterios en mayor medida en las decisiones internas del Banco y en su acción externa. La fraternidad permite espacios de gratuidad que, aun siendo indispensables, es difícil concebirlos o gestionarlos cuando los únicos fines que se persigue son la eficacia y el beneficio. Todos sabemos también que este dualismo no es un determinismo absoluto e insalvable sino que se puede superar. Por esto, la novedad sería introducir una lógica que hiciera de la persona humana, y especialmente de las familias y de quienes pasan por situaciones de grave necesidad, el centro y el objetivo de la economía.
En Europa existe un rico pasado que ha visto cómo se desarrollaban experiencias de economía basadas en la fraternidad. Existen empresas con una finalidad social o mutualista, que han sufrido a causa de las leyes del mercado, pero que desean recobrar la fuerza de la generosidad de los orígenes. Creo también que, para vivir realmente la solidaridad, el Banco de Desarrollo del Consejo de Europa desea responder al ideal de fraternidad que acabo de mencionar, y explorar espacios en los que puedan expresarse la fraternidad y la lógica del don. Se trata de ideales que tienen raíces cristianas y que presidieron, junto al deseo de la paz, el nacimiento del Consejo de Europa.
La medalla que me acaba de regalar, señor gobernador, y que le agradezco, me permitirá recordar nuestro encuentro. Os aseguro, queridos amigos, mi oración y os aliento a seguir trabajando con valentía y lucidez para cumplir el importante deber que se os ha encomendado de contribuir al bien en nuestra querida Europa. Que Dios os bendiga a todos. Muchas gracias.
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