ALOCUCIÓN
CON VERA SODDISFAZIONE
PAPA PÍO X
A LOS JÓVENES ADSCRITOS A LAS UNIVERSIDADES CATÓLICAS
REUNIDOS DESPUÉS DE LA SEGUNDA CONVENCIÓN EN ROMA
Con genuina alegría acojo los sentimientos y las expresiones de devoción y reverencia hacia esta Sede Apostólica que me habéis manifestado en vuestro nombre y en el de vuestros compañeros. Y estos sentimientos me son tanto más queridos porque los expresan jóvenes que, dedicados a estudiar para alcanzar la meta del verdadero conocimiento, se declaran seguidores de la Doctrina Católica y reconocen la necesidad de unirse en un santa unión estas dos hijas del mismo Padre, Razón y Fe, por la que todos vivimos: estos dos soles, que brillan en el cielo de nuestras almas; estas dos fuerzas, que constituyen el principio y el fin de nuestra grandeza; estas dos alas que se elevan al conocimiento de toda la verdad: en una sola palabra, la Razón, que es el ojo del hombre que ve, ayudado por el ojo de Dios, que es la Fe.
Por lo tanto, es un dulce consuelo para mí veros, queridos jóvenes, que representáis la época de los sentimientos nobles, las acciones generosas y las victorias espléndidas; y, como representante de Jesucristo, que encontró su deleite en los jóvenes, como una vez que miró a un joven: intuitus eum, dilexit eum [cf. Mc 10,21], entonces yo, al miraros, siento la necesidad de deciros que os amo, que aprecio vuestra virtud y que debéis tenerme no solo como padre, sino como hermano y amado amigo. Por eso, hago mías las palabras del más joven de los Apóstoles, el amado del divino Redentor, que escribió a los jóvenes: “Scribo vobis, iuvenes, quoniam fortes estis, et verbum Domini manet in vobis, et vicistis malignum” [Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno] (1 Jn 2, 14).
Sed fuertes para preservar y defender vuestra Fe cuando tantos luchan contra ella y la pierden; sed fuertes para guardar la palabra de Dios en vosotros y manifestarla en vuestras obras cuando tantos otros la han desterrado de sus almas; sed fuertes para adquirir el verdadero conocimiento y superar los obstáculos que encontraréis al trabajar para vuestros hermanos. No os preocupéis si os requieren sacrificios serios o si os niegan las diversiones legales. Solo queremos hacer verdaderamente preciosa vuestra edad de juventud, que es la edad de las bellas expectativas, para que vuestra carrera sea espléndida, para que en el otoño de vuestras vida podáis cosechar copiosamente esos frutos, de los que las flores de vuestra primavera son una muestra; y sólo os recomiendo que permanezcáis firmes en vuestra determinación de ser hijos leales de la Iglesia de Jesucristo, en un momento en el que hay tantos que, quizás sin saberlo, se han mostrado desleales. Para el primer y más grande criterio de la Fe, la prueba última e inexpugnable de la ortodoxia es la obediencia a la autoridad docente de la Iglesia, que es siempre viva e infalible, ya que Cristo la estableció para ser la columna et firmamentum veritatis, “columna y sostén de la verdad” (1 Timoteo 3:15).
Jesucristo, que conocía nuestra debilidad, que vino al mundo para predicar el evangelio a los pobres sobre todo, eligió para la difusión del cristianismo un medio muy simple, adaptado a la capacidad de todos los hombres y adaptado a cada época: un medio que no requería ni aprendizaje, ni investigación, ni cultura, ni racionalización, sino sólo oídos dispuestos a escuchar y sencillez de corazón para obedecer. Por eso dice San Pablo: fides ex auditu (Rm 10, 17), la fe no viene por la vista, sino por el oído, de la autoridad viva de la Iglesia, una sociedad visible compuesta por maestros y discípulos, gobernantes y gobernados, pastores y ovejas y corderos. El mismo Jesucristo ha encomendado a sus discípulos el deber de escuchar las instrucciones de sus amos, de estar sujetos y vivir sometidos a los dictados de los gobernantes, de ser ovejas y corderos para seguir con docilidad las huellas de sus pastores. Y a los pastores, a los gobernantes y a los maestros ha dicho: Docete omnes gentes. Spiritus veritatis docebit vos omnem veritatem. Ecce ego vobiscum sum usque ad consummationem sæculi (Mt 28, 19-20): “Id, instruid a todas las naciones. El Espíritu de verdad les enseñará toda la verdad. Y he aquí, estoy contigo todos los días, hasta la consumación del mundo”.
De estos hechos se puede ver cuán extraviados están aquellos católicos que, en nombre de la crítica histórica y filosófica y de ese espíritu tendencioso que ha invadido todos los campos, ponen en primer plano la cuestión religiosa misma, insinuando que mediante el estudio y la investigación se debe formar una conciencia religiosa acorde con nuestro tiempo, o, como dicen, “moderno”. Y así, con un sistema de sofismas y errores falsifican el concepto de obediencia inculcado por la Iglesia; se arrogan el derecho de juzgar las acciones de la autoridad hasta el punto de ridiculizarlas; se atribuyen a sí mismos la misión de imponer una reforma, una misión que no han recibido ni de Dios ni de ninguna autoridad. Limitan la obediencia a las acciones puramente exteriores, aunque no se resistan a la autoridad ni se rebelen contra ella, oponen el juicio defectuoso de algún individuo sin competencia real, o de su propia conciencia interior engañada por vanas sutilezas, al juicio y al mandamiento de quien por mandato divino es su legítimo juez, maestro y pastor.
¡Oh, mis queridos jóvenes! Escuchad las palabras de aquel que verdaderamente os desea lo mejor: no os dejéis seducir por el mero espectáculo exterior, sino sed fuertes para resistir las ilusiones y los halagos, y os salvaréis.
Pero la Iglesia oficial, dicen, quiere ignorancia, impide el desarrollo de los estudios religiosos; una disciplina intolerable impone el silencio. No, queridos alumnos: la Iglesia, en representación de Jesucristo, predica continuamente las mismas palabras que Él dirigió a los judíos: Mea doctrina non est mea, sed eius qui misit me; “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envía”; y añadió: Si quis voluerit voluntatem eius facere, cognoscet de doctrina, utrum ex Deo sit, an ego a meipso loquar: “Si alguno quiere hacer su voluntad, conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo” (Jn 7, 16-17). Por eso la Iglesia siempre ha honrado, no solo a los primeros Padres y Doctores, sino también a los escritores de todas las épocas que han estudiado y publicado obras para difundir la verdad, defenderla de los ataques de los incrédulos y poner de relieve la armonía absoluta que existe entre la Fe y la Razón.
Para encontrar fundamentos racionales para vuestra Fe, estudiad las obras de aquellos hombres eminentes a quienes la Iglesia siempre ha honrado y sigue honrando en la actualidad: son los grandes defensores de la Religión. No os dejéis tomar por sorpresa por estos nuevos reformadores. El mundo puede juzgaros como grandes mentes, hombres de genio poderoso, intelecto brillante y conciencia inmaculada. ¡Quizás! Pero Jesús os ha juzgado a todos por este veredicto: “Qui a semetipso loquitur, gloriam propriam quærit; qui autem quærit gloriam ejus qui misit eum hic verax est, et iniustitia in illo non est”: “El que habla de sí mismo, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es veraz, y en él no hay mentira” (Jn 7, 18).
No os dejéis engañar por las sutiles declaraciones de aquellos que no dejan de fingir que quieren estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar por ella para que no pierda las masas, trabajar por la Iglesia para que llegue a comprender los tiempos y así reconquistar al pueblo y unirlo a sí misma. Juzgad a esos hombres según sus obras. Si maltratan y desprecian a los ministros de la Iglesia y hasta al Papa; si intentan por todos los medios minimizar su autoridad, evadir su dirección y hacer caso omiso de sus consejos; si no temen elevar el estandarte de la rebelión, ¿de qué Iglesia están hablando esos hombres? No, ciertamente, de esa Iglesia establecida super fundamentum Apostolorum et Prophetarum, ipso summo angulari lapide, Christo Jesus: “Sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Por eso debemos tener siempre ante nuestros ojos el consejo de San Pablo a los Gálatas: “Si nosotros mismos o si un ángel os enseñara otro Evangelio que el que os hemos enseñado, sea anatema” (Gal 1: 8).
Os encontraréis, y lamentablemente con mucha frecuencia, con una nueva generación de apóstoles, porque es imposible, dado el orgullo de la mente y la corrupción del corazón, que el mundo esté libre de escándalos; Necesse est [Es necesario], dijo Cristo [en Mt 18, 7], ut veniant scandala [que vengan los escándalos], y Dios los permite y tolera para incitar la fidelidad y la constancia de los justos. Sin embargo, ante estos escándalos, por dolorosos que sean, no os aterroricéis ni os desaniméis, sino, debéis compadeceros de estos pobres ciegos que en su ignorancia u obstinación, creyéndose sabios, stulti facti sunt [se volvieron locos - Rom 1:22], y orad por ellos, para que el Señor los ilumine y los haga volver al redil que injustamente abandonaron, sed fuertes y fieles a las promesas que hicisteis: en vuestra sociedad, lo haréis para encontrar ayuda para escapar de los peligros que os rodean y para servir a los intereses de la Religión y la Iglesia, proporcionaréis vuestro verdadero bien. Y para que mis exhortaciones y mis deseos se cumplan plenamente, imploro del Cielo la abundancia de los favores divinos, de los que, además de mi especialísimo afecto, pueda ser prenda la bendición apostólica, que con profundo afecto os imparto a todos vosotros, a vuestras familias, a vuestro asistente eclesiástico, al querido profesor Toniolo, al eminentísimo cardenal Maffi, aquí presente, y a toda la Federación Universitaria.
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