lunes, 27 de mayo de 2024

LAS IMÁGENES CATÓLICAS NO SON “ÍDOLOS”

Siete argumentos contra los destructores de imágenes (iconoclastas)

Por Diogo Rafael Moreira


Un tema favorito de los protestantes es llamar “idólatras” a los católicos porque, desde tiempos inmemoriales, han adorado las imágenes sagradas de Jesús, María Santísima y los santos (saludándolos, besándolos, rezando oraciones e incluso arrodillándose ante ellos); algo que, según ellos, Dios prohíbe expresamente en varios pasajes de la Sagrada Escritura.

Aquí presentaré siete argumentos rápidos y decisivos contra este error que, en la historia de las herejías, se conoce más técnicamente como iconoclasia.

A nuestro favor tenemos el testimonio del Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento (y éste, en relación al Antiguo y en relación a sí mismo), un Concilio Ecuménico de la Iglesia, los primeros cristianos e, indirectamente y más a modo de comparación, de judíos y musulmanes. Mientras que nuestros oponentes, los iconoclastas, tienen a su favor el testimonio de nada menos que el diablo, como veremos enseguida, basado en una historia real.

A principios del siglo VII, entre los años 610 y 620, mucho antes de la polémica iconoclasta, nos dice el autor eclesiástico João Mosco, en su obra Prado Espiritual (gr. “Leimōn pneumatikos”, lat. “Pratum espirituale”), la historia de un monje en Jerusalén que, durante mucho tiempo, fue tentado por el demonio de la impureza. El relato se encuentra en el capítulo 45, aquí está nuestra traducción de la versión latina, que aparece en el volumen 87/3 de Patristica Grecca de Migne, en la columna 2899, junto al texto griego original:


CAPÍTULO 45

La vida de un monje solitario en el Monte de los Olivos y la adoración de la imagen de María Santísima, Madre de Dios.

El Abad Teodoro de Élia decía que había en el Monte de los Olivos un hombre solitario, gran luchador, contra quien luchaba el espíritu de fornicación. Pero un día, cuando el diablo lo atacó con vehemencia, el anciano comenzó a lamentarse y a decirle al diablo: “¿Hasta cuándo te quedarás aquí? Aléjate de mí, llevas mucho tiempo peleando conmigo”. Entonces se le apareció el diablo visiblemente, diciendo: “Jura que a nadie dirás lo que yo te diré, y no pelearé más contigo”. Y aquel anciano juró, diciendo: “Como él habita en las alturas, a nadie diré lo que vosotros me diréis”. Entonces el diablo le habló: “No adores esta imagen, y ya no pelearé más contra ti”. Con “esta imagen” se había referido la figura de María, madre de Dios y Señora nuestra, sosteniendo a nuestro Señor Jesucristo. El hombre solitario le dijo entonces al demonio: “Déjame para que pueda pensar en esto”. Al día siguiente mandó llamar al mismo abad Teodoro de Elia, que entonces vivía en Laura Pharan, y le contó todas estas cosas. Entonces aquel anciano dijo al solitario: “Seguramente, señor abad, fuiste engañado, porque juraste al diablo; sin embargo, hiciste bien en revelarlo. Pero mejor te hubiera sido no haber dejado sin tu entrada ningún burdel de aquella ciudad, que negarte el culto a Dios y a nuestro Señor Jesucristo con su Madre”


Entonces, después de haberlo confirmado y exhortado con otras palabras, se despidió de él. Entonces el demonio se apareció de nuevo al hombre solitario, diciéndole: “¿Qué es esto, viejo terrible? ¿No me juraste que no se lo dirías a nadie? Y ya que lo dijiste al que vino a ti, ¿no sabes que serás juzgado por perjuro en el día del juicio?” El hombre solitario respondió diciendo: “Sé que he jurado y cometido perjurio; pero he cometido perjurio contra mi Señor y Creador, y no te obedeceré. Porque estarás sujeto a sanciones inevitables como autor tanto de malos consejos como de perjurio”.


CAPÍTULO XLV

Vita Monachi inclusi in monte Olivarum, et de adoratione imaginis sanctissimae Dei genitricis Mariae.

Dicebat abbas Theodorus Aeliotes quod fuerit quidam inclusus in monte Olivarum suretor maximus: impugnabat autem illum fornicationis Spiritus. Die vero quadam cum instaret illi veheenter, coepit eiulare senex, et dicere daemoni: Quandiu non dimittis me? retrocede iam a me, qui mecum consenuisti. Apparuit autem ei daemon visibiliter, dicens: Iura mihi, quia nemini dices quod tibi dicturus sum, et te non amplius oppugnabo. (0142B) Iuravitque ille senex, dicens: Per inhabitantem in altissimis nulli dicam quae mihi dixeris. Tunc ait illi demonio; Noli adorare hanc imagine, et ultra te non impugnabo. Habebat autem haec imago express figuram dominae nostrae sanctae Dei genitricis Mariae, ferentem Dominum nostrum Iesum Christum. Ait inclusus daemoni: Dimitte me ut deliberem. In crastinum autem hoc significavit ipsi abbati Theodoro Aeliotae tunc habitanti in Laura Pharan, narravitque illi omnia. Senex autem ait recluso: Vere, domine abba, illusus es, quia iurasti daemoni; verumtamen bene fecisti hoc revelans. Expedit autem tibi nullum in illa urbe lupanar omittere, quod non ingrediaris, quam ut neges te adorare Deum, et Dominum nostrum Iesum Christum cum matre sua. Confirmatum igitur et corroboratum pluribus verbis reliquit illum in loco suo. (0142C) Apparuit ergo daemon incluso rursus, dicens: Quid hoc est, pessime senex? Nonne tu iurasti mihi quia id nemini diceres? Et quare dixisti ei qui venit ad te: Dico tibi quia ut periurus in die iudicii iudicaberis? Respondit inclusus, dicens: Scio quidem, quia iuravi, et peieravi; verumtamen Dominum et Creatorem meum peieravi, tibi autem non obediam. A te enim ut auctore et pravi consilii et periurii poenae inevitabiles exigentur.

Al ver que los ataques contra un monje, que sabía pedir consejo a una persona más culta, no le servían de nada, y al darse cuenta de que su artimaña era aún menos efectiva cuando se llevaba a cabo en persona, pensó que era mejor seducir a los laicos, como el pobre emperador León Isauricus, de buena gana, pero poco versado en la fe cristiana; y ya no de manera directa, como antes, sino a través de representantes, los llamados pastores de almas, que desde hace mucho tiempo prometen sacar a tal y cual del alcoholismo, a tal y tal de las drogas, a tal y tal -y así de la fornicación o prostitución, siempre y cuando deje de honrar a Nuestro Señor Jesucristo y a María Santísima en sus sagradas imágenes. Las “liberaciones”, como siempre, duran poco. Pero el precio que se paga siempre es muy caro. Hubiera sido mejor si se hubieran quedado donde estaban.


Pero la mentira tiene patas cortas, y quien tenga ojos, y algo de prudencia, verá que ha sido engañado. Cualquiera que busque agradar a Dios sobre todas las cosas pronto se dará cuenta, como el viejo monje, de que el diablo no es un buen consejero, y que sería mejor repensar sus actitudes.

Como Teodoro de Élia, vengo a dirigirme a aquellos engañados de buena fe, que buscan orientación al respecto. Espero que estos argumentos puedan traerte de regreso al camino verdaderamente cristiano.


1er Argumento – Testimonio del Antiguo Testamento a favor de las imágenes

Es cierto que Dios prohíbe el culto a imágenes de dioses extranjeros (Éxodo 20, 2-5; Levítico 19, 4; Deuteronomio 4, 15-19), amenazando al pueblo de Israel con maldiciones si se atrevían a adorar ídolos paganos (Deuteronomio 27, 14-15); y, en misericordia, levantando a los profetas para llamarlos de los caminos corruptos de la idolatría (4 Reyes 17, 13 cf. Isaías 44, 12-17; Isaías 46, 5-9; Jeremías 10, 2-6; Salmo 135 , 13-18).

Pero, por otro lado, hay una serie de otras verdades bíblicas que los protestantes ignoran o buscan ignorar en este asunto.

I. También es cierto que Dios permitió la realización de ciertas imágenes talladas. Él mismo tenía querubines hechos de oro fundido en los extremos del propiciatorio, sobre el Arca de la Alianza, en Éxodo 25, 18-20; y una serpiente de bronce, imagen milagrosa, para sanar a los israelitas mordidos por las serpientes en Números 21, 9. Posteriormente, Dios ordenó adornar el Templo de Salomón con imágenes (1 Paralipomena 28, 18-19) y así se hizo, como se ve claramente. en 2 Paralipómenos 3, 10-11; 4, 3-4; 3 Reyes 6, 23; 7, 29, etc.

II. También es cierto que Dios bendijo el arte o oficio de hacer imágenes, el Señor hizo que este don sirviera para la ornamentación del santuario y todo lo demás que había ordenado. Los hombres hábiles que Moisés llamó en Éxodo 36, “a quienes el Señor había dado sabiduría y entendimiento para saber hacer lo excelente” (v. 1), realizaron la escultura de dos querubines de oro fundido en Éxodo 37, 7.

III. Y lo más importante: el culto que los católicos dan a las imágenes está autorizado y confirmado por la Biblia. En Hebreos 11:21, el Apóstol dice que “por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y se inclinó profundamente ante la gracia de su cetro”. Jacob hace una profunda reverencia a la punta del cetro de José, indicando que un objeto puede ser venerado no en sí mismo, sino en referencia a lo que representa, en este caso, el cetro representaba al propio José. Lo mismo sucedió con el Arca de la Alianza, que fue adorado en el Antiguo Testamento como una verdadera imagen de Dios. Así vemos a David bailando ante el Arca como “ante el Señor” (cf. 2 Reyes 6, 12-16), quien exclamó: “Exaltad al Señor nuestro Dios, y adorad el estrado de sus pies, porque él es santo” (Salmo 98, 5).


Ahora bien, los católicos hacen precisamente esto cuando están frente a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús o de un santo: hacen tal o cual cosa con referencia a la persona representada por el objeto, y no al objeto en sí.

Respecto a lo que hacemos ante las imágenes de Nuestra Señora y de los Santos, la reverencia que rendimos a sus imágenes no excede en modo alguno aquel honor que legítimamente podemos rendir a un siervo y amigo de Dios. Estas son expresiones de nuestro afecto, que varían de un lugar a otro y de una época a otra. En cualquier caso, no hacemos más que lo que hicieron Abraham (Génesis 18, 2), Lot (Génesis 19, 1) y Josué (Josué 5, 14-15), quienes se postraron ante la imagen de los ángeles del Señor, ni hacemos más que Abdías, un hombre temeroso de Dios, que se postró en tierra ante el profeta Elías (3 Reyes 18, 7), o que los hijos de los profetas que hicieron lo mismo ante Eliseo (4 Reyes 2, 15). Por lo tanto, siguiendo el principio expuesto anteriormente (la imagen sólo simboliza a la persona representada), todas estas expresiones de profunda estima y respeto pueden realizarse ante las imágenes de los Santos, sin perjuicio alguno para el culto a Dios. De hecho, es el amor que tenemos por Dios lo que nos hace honrar y apreciar a todos aquellos que lo amaron y sirvieron.


2º Argumento – Testimonio del Nuevo Testamento en relación al Antiguo, sobre la libertad cristiana

“No por la letra, sino por el Espíritu: Porque la letra mata, y el Espíritu vivifica… Ahora bien, el Señor es Espíritu. Y donde está el Espíritu del Señor: hay libertad. Por lo tanto, todos nosotros, contemplando a cara descubierta la gloria del Señor, somos transformados de luz en luz en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3, 6 y 17-18)

“Los cristianos no están obligados a circuncidarse, a abstenerse de comer carnes inmundas, etc… Así, en el Primer Mandamiento, debemos distinguir las cláusulas – “No tendrás dioses extraños delante de mí”, “No los adorarás, ni los servirás” – que son ley natural y eterna (prohibium quia malum), de la cláusula “No harás ninguna imagen tallada”, etc. Cualquiera que sea el sentido que pueda entenderle el arqueólogo, claramente no es una ley natural, ni nadie puede probar que el acto de hacer una estatua sea un mal inherente; por lo tanto, es una ley divina positiva (malum quia prohibitum) de la Antigua Dispensación, que se aplica a los cristianos no más que la ley que obliga a un hombre a casarse con la viuda de su hermano”.

“Dado que no existe una ley positiva sobre la materia en el Nuevo Testamento, los cristianos están obligados, como se vio anteriormente, a seguir cualquier ley eclesiástica que haya sido dictada sobre la materia, por la autoridad de la Iglesia. La situación fue definida muy claramente por el Segundo Concilio de Nicea en 787”
(Catholic Encyclopedia, v. Veneration of Images).


3er Argumento – Testimonio del Nuevo Testamento considerado en sí mismo, sobre los efectos de la Encarnación

Cristo es “la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15)

Dios no se había manifestado en ninguna imagen en el Antiguo Testamento, como enseñan las Escrituras: “Guardad, pues, vuestras almas con diligencia. No viste figura alguna el día que el Señor te habló en Horeb, en medio del fuego”. (Deuteronomio 4, 15). Pero, en el Nuevo Testamento, mediante el Misterio de la Encarnación, Dios se manifestó a los hombres en forma humana, en Jesucristo, en quien, como dice el Apóstol, “habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad”. (Colosenses 2, 9). “Y en él”, añade el Apóstol, “estáis llenos, en él, que es la cabeza de todos los Principados y Potestades” (v. 10).


San Juan Damasceno, que vivió en la época de la controversia iconoclasta, insistió fuertemente en este argumento. En sus Tres tratados contra los iconoclastas, sostiene que la Encarnación de Jesucristo hizo posible la representación de la divinidad, ya que en realidad asumió la naturaleza humana en Jesucristo, de modo que ya no podemos decir con Moisés, que Dios no se manifestó a nosotros en cualquier figura, por lo que no podemos representarlo en imágenes. Lo que es cierto para la cabeza también lo es para los miembros, que están llenos de Jesucristo. Pueden ser honrados como miembros distinguidos de Jesucristo y como nuestros hermanos, y así como conocemos la forma de Dios en Jesucristo, así conocemos la forma de los santos que realmente vivieron entre nosotros.


4to Argumento – Testimonio de un Concilio Ecuménico de la Iglesia

Como vimos, a pesar de haber cierta restricción en cuanto al uso o culto de las imágenes en el Antiguo Testamento, Dios mismo ordenó que se hicieran imágenes e iluminó a los hombres para que las hicieran con sabiduría, inteligencia, de manera que pudieran hacerlas con excelencia. El mismo Dios, cuando bajó del cielo para salvarnos, transmitió esta autoridad a los jefes de su Iglesia: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Y el que me desprecia, desprecia al que me envió” (Lucas 10, 16), a lo que debemos ser muy obedientes, porque, como dice el Apóstol, “ellos velan, como quienes deben dar cuenta de vuestras almas” (Hebreos 13, 17).

Ahora bien, cuando surgió esta controversia sobre las imágenes, la Iglesia se reunió en Concilio, asistida por Jesucristo (Mt 18, 20) y el Espíritu Santo (Hechos 15, 28). Este fue el Segundo Concilio de Nicea, celebrado en el año 787, donde leemos lo siguiente:

“Hemos definido con toda certeza y cuidado que tanto la figura de la sagrada y vivificante cruz, como las santas y venerables imágenes, ya sean pintadas, en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser expuestas en las santas iglesias de Dios, en los utensilios y ornamentos sagrados, en las paredes y paneles, en las casas y en las calles; tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador, Jesucristo, como las de nuestra Inmaculada Señora, la Santa Madre de Dios, las imágenes de los venerables ángeles y de todos los hombres santos y justos. En efecto, cuanto más se contemplan los santos en la imagen que los representa, tanto más los que los contemplan son llevados a recordar y desear los modelos originales y son inducidos a tributarles respeto y veneración, ciertamente no la adoración propia de nuestra fe, reservada sólo a la naturaleza divina, sino aquella reverencia que se debe a la representación de la cruz sagrada y vivificante, a los libros sagrados de los Evangelios y a otros objetos sagrados, honrándolos con ofrendas de incienso y luces según el piadoso uso de los antiguos. Porque el honor que se tributa a la imagen se transmite al modelo original, y quien venera la imagen venera a la persona representada en ella”. (II Concilio de Nicea, VII Sesión, 13 de octubre de 787; Denzinger-Hünermann, n. 600-601)


“Quienes, por lo tanto, se atrevan a pensar o enseñar de otra manera, o, siguiendo a los herejes impíos, violen las tradiciones de la Iglesia, o inventen cosas nuevas, o rechacen algo que ha sido confiado a la Iglesia, como el libro del Evangelio, la imagen de la cruz, una imagen pintada o una reliquia sagrada de un mártir; o que se atrevan a alterar con astucia y engaño algo de las tradiciones legítimas de la Iglesia universal o a utilizar vasos sagrados o monasterios santificados con fines profanos, decretamos que, si son obispos o clérigos, sean depuestos, si son monjes o laicos, sean excluidos de la comunión”. (II Concilio de Nicea, VII Sesión, 13 de octubre de 787; Denzinger-Hünermann, n. 603)

Por lo tanto, debemos aceptar con obediencia sus determinaciones al respecto (Hechos 15, 41; 16, 4), más aún cuando sabemos que están en plena conformidad con los principios de la Sagrada Escritura.


5to Argumento – Testimonio de los Primeros Cristianos

Los Santos Padres no prohibieron el culto a las imágenes por todos los beneficios que aportaban a la preservación y promoción de la doctrina y la piedad cristianas. Por un lado, las imágenes eran un medio eficaz para instruir a los ignorantes, como observaba San Gregorio Magno:

“No sin razón se permitió en la antigüedad que se pintaran las historias de los santos en los santos lugares. Y ciertamente te alabamos por no permitir que se adoren, pero te culpamos por romperlas. Porque una cosa es adorar una imagen, y otra muy distinta aprender de una pintura lo que debemos adorar. Lo que los libros son para los que saben leer, un cuadro lo es para los ignorantes que lo contemplan; en un cuadro incluso un ignorante puede ver qué ejemplo se debe seguir; en un cuadro los que no saben una letra pueden, sin embargo, leer. Por eso, especialmente para los bárbaros, un cuadro ocupa el lugar de un libro”. (San Gregorio Magno [540-604], Ep. IX, 105, en PL, LXXVII, 1027)

Por otro lado, los Padres de la Iglesia entendían que el honor concedido a la imagen pasaba al modelo original, al que la imagen simplemente representaba. Así argumentaba San Basilio el Grande:

“Porque hablamos de un rey y de la imagen de un rey, no de dos reyes. La majestad no se rompe, ni la gloria se divide. La soberanía y autoridad que tiene sobre nosotros es una, y la alabanza que le hacemos no es plural, sino también una, porque el honor dado a la imagen pasa a su modelo original”. (San Basilio [329-379], De Spiritu Sancto, capítulo 18, n. 45).

Quienes, de manera dura e infundada, acusan a estos Santos Padres de supersticiosos y todavía dicen que se desviaron de la tradición de los antiguos, es necesario que lo demuestren con argumentos sólidos. Por nuestra parte, disponemos de algunos monumentos preconstantinos que corroboran la afirmación de los Santos Padres y desmienten la calumnia iconoclasta.


I. Las Catacumbas de los Primeros Siglos.

“Que los cristianos desde el principio adornaron sus catacumbas con imágenes de Cristo, los santos, escenas de la Biblia y grupos alegóricos es demasiado obvio y demasiado conocido para que sea necesario insistir en ese hecho. Las catacumbas son la cuna de todo el arte cristiano. Desde su descubrimiento en el siglo XVI –el 31 de mayo de 1578, un accidente reveló parte de la catacumba de Via Salaria– y la investigación de su contenido, que continúa desde entonces, podemos reconstruir una idea exacta de las pinturas que adornaban a ellas. Que los primeros cristianos tuvieran algún tipo de prejuicio contra las imágenes, cuadros o estatuas es un mito (defendido entre otros por Erasmo), que ha sido en gran medida disipado por todos los estudiosos de la arqueología cristiana. La idea de que debían haber temido el peligro de idolatría entre sus nuevos conversos queda refutada de la forma más sencilla por las pinturas, e incluso estatuas, que quedan de los primeros siglos. Incluso los cristianos judíos no tenían motivos para tener prejuicios contra las imágenes, como hemos visto; menos aún las comunidades gentiles tenían ese sentimiento. Aceptaron el arte de su tiempo y lo utilizaron, como comunidad pobre y perseguida, para expresar sus ideas religiosas. Los cementerios romanos paganos y las catacumbas judías ya han mostrado el camino. Los cristianos siguieron estos ejemplos con modificaciones naturales. Desde la segunda mitad del siglo I hasta la época de Constantino, enterraban a sus muertos y realizaban sus ritos en estas cámaras subterráneas. En los antiguos sarcófagos paganos se habían tallado figuras de dioses, guirnaldas de flores y adornos simbólicos. Los cementerios, pasillos y templos paganos estaban pintados con escenas de la mitología. Los sarcófagos cristianos estaban decorados con diseños indiferentes o simbólicos: palmeras, pavos reales, enredaderas, con el monograma chi-rho (mucho antes de Constantino), con bajorrelieves de Cristo como el Buen Pastor, o sentados entre figuras de santos y, en ocasiones, como en el famoso de Julio Bassus con elaboradas escenas del Nuevo Testamento. Y las catacumbas estaban cubiertas de pinturas. Hay otras decoraciones, como guirnaldas, cintas, estrellas, enredaderas, sin duda, en muchos casos, con un significado simbólico”.


“Uno ve con cierta sorpresa los motivos de la mitología ahora empleados en un sentido cristiano (Psique, Eros, Victorias aladas, Orfeo), y evidentemente utilizados como un tipo de nuestro Señor. Ciertas escenas del Antiguo Testamento que tienen una evidente aplicación a su vida y a su Iglesia se repiten constantemente: Daniel en el foso de los leones, Noé y su arca, Sansón cargando las puertas, Jonás, Moisés golpeando la roca. También son muy habituales escenas del Nuevo Testamento, la Natividad y la llegada de los Reyes Magos, el bautismo de Nuestro Señor, el milagro de los panes y los peces, las bodas de Caná, Lázaro y Cristo enseñando a los Apóstoles. También hay figuras puramente típicas, la mujer rezando con las manos en alto representando a la Iglesia, los ciervos bebiendo de una fuente que brota de un monograma chi-rho y las ovejas. Y hay especialmente imágenes de Cristo como Buen Pastor, como legislador, como niño en brazos de su madre, de Su cabeza en círculo, de Nuestra Señora, de San Pedro y de San Pablo, imágenes que no son escenas de acontecimientos históricos, sino, como las estatuas de nuestras iglesias modernas, meros memoriales de Cristo y sus santos. En las catacumbas hay poco que pueda describirse como escultura; hay pocas estatuas por una razón muy sencilla. Las estatuas son mucho más difíciles de hacer y cuestan mucho más que las pinturas murales. Pero no había ningún principio en contra de ellas. Eusebio describe estatuas muy antiguas en Cesarea de Filipo, que representan a Cristo y a la mujer que curó (Historia Eclesiástica VII.18; Mateo 9, 20-2). Los primeros sarcófagos tenían bajorrelieves. Tan pronto como la Iglesia salió de las catacumbas, se hizo más rica, no temía la persecución, las mismas personas que pintaban sus cuevas comenzaron a hacer estatuas con los mismos temas. La famosa estatua del Buen Pastor en el Museo de Letrán fue realizada a principios del siglo III, las estatuas de Hipólito y San Pedro datan de finales del mismo siglo. El principio era bastante simple. Los primeros cristianos estaban acostumbrados a ver estatuas de emperadores, dioses y héroes paganos, así como pinturas murales paganas. Así que hicieron cuadros de su religión y, tan pronto como pudieron, estatuas de su Señor y de sus héroes, sin el más mínimo temor o sospecha de idolatría”.

“La idea de que la Iglesia de los primeros siglos tenía prejuicios contra las pinturas y las estatuas es la ficción más imposible…”
(Catholic Encyclopedia, v. Veneration of Images).


II. El Martirio de San Policarpo.

En este documento de mediados del siglo II, más de 150 años antes de Constantino, vemos el homenaje que los cristianos rendían a los héroes de la fe, guardando con gran esmero las reliquias de los mártires, no para adorarlos como a dioses, sino para honrarlos como discípulos e imitadores del Señor, por el amor que tenían a su Rey y Maestro, y para que las generaciones futuras los tengan como ejemplo digno de imitar. Es exactamente la misma piedad la que nos hace honrar con imágenes a los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento:

“Lo adoramos porque es el Hijo de Dios. En cuanto a los mártires, como discípulos e imitadores del Señor, los amamos entrañablemente por el amor extraordinario que ellos mismos tenían a su Rey y Maestro. […] Viendo la pelea suscitada por los judíos, el centurión colocó el cuerpo en medio y lo hizo quemar, como era costumbre. De esta manera pudimos luego recoger sus huesos, que son más valiosos que las piedras preciosas y más puros que el oro fino, para colocarlos en un lugar apropiado, donde llegaremos lo más lejos posible, con alegría y júbilo; Que el Señor nos conceda celebrar el aniversario de su martirio para conmemorar a quienes lucharon antes que nosotros y para enseñar y preparar a quienes lucharán en el futuro”. (Martirio de San Policarpo [ca. 155 d.C.], cap. XVII-XVIII).

En los siglos que precedieron a la controversia iconoclasta, hubo algunos Padres aislados que se opusieron a las imágenes sagradas. Se pueden dividir en dos grupos: están los ortodoxos que se oponían a esta práctica por considerar el riesgo de idolatría; en este grupo están sobre todo los Padres Apologéticos; otros, probablemente más numerosos, se oponían a la representación de imágenes por sus opiniones heterodoxas, entre ellos los gnósticos, arrianos, paulacianos y los inclinados a alguna de estas posiciones. Sin embargo, este no era el sentimiento unánime de los Padres, y puesto que el riesgo de idolatría es más una exageración que un hecho, y puesto que la Iglesia prescribe vigilancia en esta materia, no hay más razón para prohibir el culto de las imágenes sagradas que la que habría para prohibir el uso de cuchillos o tijeras, porque algunas personas puedan hacer mal uso de ellos. De hecho, el bien que se obtiene de estos utensilios es mucho mayor que el que se obtendría privándolos de su uso.


6to Argumento – La iconoclasia es una práctica judaizante

El odio y la oposición al relativo culto dado por los cristianos a las imágenes sagradas de Jesucristo, de la Santísima Virgen y de los santos no es cristiano ni bíblico, sino una peculiaridad del judaísmo talmúdico y decadente, que, al mismo tiempo que rechaza el cristianismo, repudia todo lo que lo exalta y representa. De hecho, no hay nada que los judíos odien más que las imágenes católicas, a las que erróneamente llaman “ídolos”.

Según el historiador eclesiástico Juan Tejada y Ramiro, fue un prestidigitador judío, quien llevó al emperador bizantino León Isáurico a ideas iconoclastas, es decir, a iniciar una violenta campaña para destruir imágenes sagradas en los templos y otras instalaciones de su imperio. El citado monarca asumió estas tendencias con tal fanatismo que comenzó por derribar la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, que estaba colocada justo encima de la puerta de Constantinopla, imagen que, según el erudito compilador de cánones, “… a pesar de los judíos, Durante muchos años el pueblo lo veneró”. (Juan Tejada y Ramiro, Colección de Cánones, tomo III , p. 808).


Lo que se dijo sobre el odio judío hacia las imágenes católicas se puede ver también en un ejemplo moderno. El Concilio Vaticano II fue el resultado de la infiltración de no católicos en puntos estratégicos de la Iglesia. En esta categoría de infiltrados se encuentran tres judíos que ayudaron a redactar el documento del Vaticano II sobre los judíos y otras religiones, titulado Nostra Aetate.

El caso es que nunca abandonaron sus convicciones religiosas, hasta el punto de que, después del trabajo sucio, dos de ellos volvieron a profesar públicamente el judaísmo, mientras que el tercero, el padre Kurt Hruby, conservando la sotana, la utilizó para defender los intereses de la sinagoga. Al menos eso nos cuenta uno de ellos, Geza Vermés, en sus memorias:

“Nunca olvidaré un episodio particular, ocurrido en la casa de los Padres de Sión en París, a finales de los años 1950, cuando yo ya no era un miembro interno, sino un simple visitante”.

“Aunque no era miembro de la orden, Kurt Hruby era el encargado de sustituir a Paul Démann durante las vacaciones de verano. Como hábil reparador, emprendió la renovación y redecoración del interior de la Capilla de Sión, que en mi época solía estar llena de horribles estatuas tradicionales de yeso. Kurt decidió deshacerse de ellas. Todavía puedo verlo en esa tarde soleada, trabajando en el jardín en mangas de camisa. Decenas de ángeles, apóstoles, un Jesús con el Sagrado Corazón pintado en el pecho y varias Vírgenes Marías vestidas con túnicas blancas y azules estaban alineados en el suelo contra la pared de la capilla. Sin duda, incitado por la visión de aquellas cosas horribles, levantó un mazo y, con los ojos llenos de furia, comenzó a romper las estatuas una a una, haciéndolas añicos en mil pedazos. Mientras hacía esto, recitaba en hebreo, con el antiguo acento asquenazí, una mezcla de Sal 96,5 y Sal 135,15: Eloyhey ha-goyim elilim, maase yedey odom. Los dioses de las naciones son ídolos, obra de manos humanas”.

(VERMÉS, Geza. Providential Accidents: An Autobiography. Lamham: Rowman & Littlefield, 1999, p. 61.)


Séptimo argumento – La iconoclasia es una práctica islámica

Finalmente, fuera del ámbito judío, pero bajo su influencia, nos encontramos con el Islam, que en esta materia no se diferencia mucho del judaísmo anticristiano, aunque hay quien dice que Mahoma salvó un fresco con la imagen de Jesús y María. Por regla general, los musulmanes creen que todas las imágenes son ídolos y deben ser destruidas, lo que ha provocado algunos episodios de persecución, en los que se buscó destruir imágenes y símbolos cristianos.

De hecho, si hay algún otro factor aparte del judío y el herético en el surgimiento de la controversia iconoclasta, es ciertamente musulmán. Fue el “Edicto de Yazīd”, publicado por el califa omeya Yazīd II en 722-723, que ordenó la destrucción de cruces e imágenes cristianas dentro del territorio del califato. Este episodio se produjo poco antes del inicio de la persecución de imágenes llevada a cabo por el emperador bizantino, León Isáurico. Por lo tanto, no sin razón, muchos historiadores vieron en la actitud del emperador cristiano una manifestación de simpatía hacia el Islam.


Los Padres del Segundo Concilio de Nicea no tenían dudas al respecto. En el resumen del acta del citado Concilio, Tejada y Ramiro dice que en la quinta sesión, celebrada el 4 de octubre de 787, se intentó “manifestar, con muchos escritos que se leyeron, que los iconoclastas no habían hecho otra cosa que que imitar a los judíos, a los sarracenos, a los gentiles, a los maniqueos y a varios otros herejes”. (Ibidem, pág. 811).


APÉNDICE I – EL CONCILIO DE TRENTO ORDENA SOBRE LAS IMÁGENES SAGRADAS

“El Santo Sínodo ordena... que se rinda el debido honor y veneración a las imágenes de Cristo, de la Virgen Madre de Dios y de los demás santos, que han de tenerse y conservarse especialmente en las iglesias, no porque se piense que les es inherente alguna divinidad o poder en virtud de los cuales son veneradas, ni porque se deba pedir algo a estas imágenes, ni poner en ellas la confianza como hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos [cf. Sal 135,15-17]. Sal 135,15-17], sino porque el honor que se les tributa se refiere a los modelos que representan, de tal manera que, a través de las imágenes que besamos y ante las que nos descubrimos y postramos, adoramos a Cristo y veneramos a los santos cuya semejanza presentan” (Concilio de Trento, XXV Sesión, 3 de diciembre de 1563; Denzinger-Hünermann, n. 1823)


APÉNDICE II – RITO PARA LA BENDICIÓN DE LAS IMÁGENES SAGRADAS


BENDICIÓN DE LAS IMÁGENES

(Rit. Rom., título. IX, cap. IX, 15)

V. Nuestra protección es en el nombre del Señor.

R. Quien hizo el cielo y la tierra.

V. El Señor esté con vosotros.

R. Y con tu espíritu.

Oremos:

Dios eterno y todopoderoso, que no desapruebas que se esculpan o pinten imágenes (o estatuas) de los santos, para que a su vista meditemos sus ejemplos e imitemos sus virtudes. Te pedimos que bendigas + y santifiques + esta imagen, hecha para recordar y honrar a tu Hijo y Señor nuestro, Jesucristo (o a la Santísima Virgen María, Madre de nuestro Señor Jesucristo; o a San [o Santa] N.). Haz que todos los que quieran venerar y glorificar a tu Hijo Unigénito (o a la Bienaventurada Virgen María; o a San [o Santa] N.) obtengan, por sus méritos e intercesión, tu gracia en el presente y la gloria eterna en el futuro. Por Cristo nuestro Señor.

R. Amén.

Y rociar la imagen con agua bendita


Controversia Catolica

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