La liturgia de hoy pone en nuestros corazones el grito “preparen los caminos del Señor, allanen sus senderos” que debe venir el Salvador, tanto por boca del Profeta Isaías en el Antiguo Testamento, como por boca de Juan el bautista en el Nuevo Testamento.
Por Mons. Marcelo Martorell
2 Domingo de Adviento (b)
El Profeta Isaías (Is.40, 3-4) tiene por objeto inmediato preparar la vuelta de Israel del destierro que se cumpliría por obra de Dios, y para lo cual había que preparar el camino a través del desierto. El objeto último de dicha profecía hace referencia a la venida del Mesías, que a de venir a liberar a Israel y a toda la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte y usa Isaías la figura del Pastor “que apacentará su rebaño y lo reunirá con su brazo: él llevará en su seno a los corderos y cuidará de las ovejas perdidas” La obra y el amor del pastor tan fuertemente apropiadas por Jesús, que cuida de sus ovejas, y las ama hasta dar su vida por ellas.
Juan el bautista, hace suya esta frase del profeta, él es la voz de aquel que grita en el desierto, “preparad los caminos del Señor, enderezad sus senderos” (Mc. 1,3). Es necesario preparar la llegada del Señor, que es inminente, en la penitencia frente a los gozos del mundo, y él mismo lo hace y se retira al desierto separado de todo lo que no era de Dios: “llevaba un vestido de piel de camello y se alimenta de langostas y de miel silvestre”. Invita a los hombres a preparar los caminos del Señor, anunciando un bautismo de penitencia, para recibir al Señor.
Nosotros somos invitados, como discípulos y misioneros, a anunciar la venida gloriosa de Jesús y a prepararla en la penitencia y la oración. ¿Cómo anunciar al Señor si no lo escuchamos y conocemos a través de la oración y la penitencia? Tenemos conciencia real de la venida del Señor y que tenemos que estar preparados para ella. “Vigilen y oren”, nos dice el Señor. Es en nuestra vida, no en la de otros, en la que debemos preparar esta venida. Debemos aprender a vivir el encuentro con el Señor y a conocerle y amarle, de forma tal que nos sintamos íntimamente unidos a él y desbordantes por el deseo de anunciarle y de vivirle en nuestras vidas lo llevemos a los demás, y como somos pecadores, hacer penitencia, disponiéndonos a conmemorar la venida del Señor en la Navidad y al mismo tiempo preparar su venida en la gloria disponiéndonos “con santa conducta y piedad” (2Pe.3,11-12).
La segunda venida del Señor para los primeros cristianos se hacía inminente, y así lo esperaban ¡Ya viene, ven Señor! Y como se tarda en llegar otros se daban a una vida regalada, burlándose de la penitencia y aún de la oración, lo que también hoy puede pasar. Podemos decir, el Señor tarda en venir y tardará, dediquémonos pues a la buena vida y al desinterés por el evangelio y sus preceptos, De que nos sirve la oración y la vida sacramental? ¿Que sentido tienen la sobriedad en la vida y el amor a los pobres? Comamos y vivamos bien… No practiquemos la religión ni vivamos la palabra. El Señor tardará.
San Pedro nos recuerda que Dios no mide el tiempo como los hombres, para él “mil años son como un solo día” (Ib. 8) Y si tarda en venir, no es porque no vendrá, sino porque espera “pacientemente que todos vengan a penitencia” y se salven.-
Dios es nuestro Padre y nos espera, mientras nos exhorta a través de la Iglesia a dejar el pecado y con la ayuda de la gracia, caminar hacia el encuentro con El. La conversión de cada uno y la de todos es lo que desea el Señor. Que tengamos puesto nuestro corazón en El y no en las de la tierra y que marchemos, viviendo en la gracia y el amor, al encuentro definitivo con El. Pues su día llegará, nos dice el Apóstol, como “el de un ladrón”; es por esto que debemos procurar “ser hallados limpios e irreprochables” para el gozo de esta vida y de la vida eterna.
Que María nuestra madre nos ayude a preparar en nuestros corazones la venida del Señor.
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Juan el bautista, hace suya esta frase del profeta, él es la voz de aquel que grita en el desierto, “preparad los caminos del Señor, enderezad sus senderos” (Mc. 1,3). Es necesario preparar la llegada del Señor, que es inminente, en la penitencia frente a los gozos del mundo, y él mismo lo hace y se retira al desierto separado de todo lo que no era de Dios: “llevaba un vestido de piel de camello y se alimenta de langostas y de miel silvestre”. Invita a los hombres a preparar los caminos del Señor, anunciando un bautismo de penitencia, para recibir al Señor.
Nosotros somos invitados, como discípulos y misioneros, a anunciar la venida gloriosa de Jesús y a prepararla en la penitencia y la oración. ¿Cómo anunciar al Señor si no lo escuchamos y conocemos a través de la oración y la penitencia? Tenemos conciencia real de la venida del Señor y que tenemos que estar preparados para ella. “Vigilen y oren”, nos dice el Señor. Es en nuestra vida, no en la de otros, en la que debemos preparar esta venida. Debemos aprender a vivir el encuentro con el Señor y a conocerle y amarle, de forma tal que nos sintamos íntimamente unidos a él y desbordantes por el deseo de anunciarle y de vivirle en nuestras vidas lo llevemos a los demás, y como somos pecadores, hacer penitencia, disponiéndonos a conmemorar la venida del Señor en la Navidad y al mismo tiempo preparar su venida en la gloria disponiéndonos “con santa conducta y piedad” (2Pe.3,11-12).
La segunda venida del Señor para los primeros cristianos se hacía inminente, y así lo esperaban ¡Ya viene, ven Señor! Y como se tarda en llegar otros se daban a una vida regalada, burlándose de la penitencia y aún de la oración, lo que también hoy puede pasar. Podemos decir, el Señor tarda en venir y tardará, dediquémonos pues a la buena vida y al desinterés por el evangelio y sus preceptos, De que nos sirve la oración y la vida sacramental? ¿Que sentido tienen la sobriedad en la vida y el amor a los pobres? Comamos y vivamos bien… No practiquemos la religión ni vivamos la palabra. El Señor tardará.
San Pedro nos recuerda que Dios no mide el tiempo como los hombres, para él “mil años son como un solo día” (Ib. 8) Y si tarda en venir, no es porque no vendrá, sino porque espera “pacientemente que todos vengan a penitencia” y se salven.-
Dios es nuestro Padre y nos espera, mientras nos exhorta a través de la Iglesia a dejar el pecado y con la ayuda de la gracia, caminar hacia el encuentro con El. La conversión de cada uno y la de todos es lo que desea el Señor. Que tengamos puesto nuestro corazón en El y no en las de la tierra y que marchemos, viviendo en la gracia y el amor, al encuentro definitivo con El. Pues su día llegará, nos dice el Apóstol, como “el de un ladrón”; es por esto que debemos procurar “ser hallados limpios e irreprochables” para el gozo de esta vida y de la vida eterna.
Que María nuestra madre nos ayude a preparar en nuestros corazones la venida del Señor.
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