Por John Horvat II
Vivimos en tiempos brutales, sin transiciones. Todo debe ser instantáneo y apresurado, sin dejar tiempo para la reflexión. Así, las relaciones se vuelven mecánicas e inhumanas.
Necesitamos tiempo para reflexionar, aunque sea un minuto, para orientarnos. Por eso desarrollamos pequeñas convenciones sociales para ayudar a nuestro juicio y atemperar la brutalidad de las expectativas instantáneas.
Un ejemplo de estos hábitos de reflexión son los saludos. Esas pequeñas fórmulas que inician las conversaciones o las cartas escritas nos proporcionan transiciones para que podamos comunicarnos de forma más civilizada y eficaz.
¡Cómo necesitamos los saludos hoy en día, y cómo se empobrece la sociedad sin ellos!
Definición de los saludos
Por definición, un saludo es una expresión escrita o hablada de bienvenida que se caracteriza por la buena voluntad y la cortesía y que se transmite mediante palabras, gestos o ceremonias.
Algunos ejemplos de saludos pueden consistir simplemente en decir "buenos días", "buenas tardes" o "buenas noches". Pueden ir acompañados de preguntas o de una pequeña charla. Cualquier cosa que rompa el hielo en un encuentro puede considerarse un saludo.
Sin embargo, los saludos no son sólo palabras vacías. Cumplen su función cuando están llenos de significado. Ayudan a establecer el tono de cualquier intercambio. Al dirigirnos a otro, debemos comunicarle nuestra personalidad.
Hubo un tiempo en que la sociedad era rica en formas y frecuencia de saludos. Estas ayudas preparaban el camino para una excelente conversación, la cohesión social o incluso las relaciones comerciales. Si hoy carecemos de estas cosas, podemos echar parte de la culpa a la decadencia de esta importantísima institución.
Características de un saludo
Son muchos los elementos que componen un saludo personal adecuado. Las palabras son fundamentales. Sin embargo, incluso antes de pronunciar alguna cortesía, los rasgos físicos de un encuentro pueden proyectar un mundo de impresiones que forma parte del arte de la buena conversación.
Por ejemplo, un saludo personal siempre tiene expresiones faciales que se corresponden con las palabras y el estado de ánimo del que saluda. Así, el encuentro puede verse como alegre o triste, animado o reflexivo, incluso antes de que se pronuncie una palabra.
La voz es un instrumento fantástico que puede transmitir una amplia gama de actitudes por su tono y volumen. Así, la voz que saluda puede comunicar entusiasmo, simpatía y calidez. Puede tranquilizar o llamar a la acción.
Por último, la postura corporal en el momento de saludar dice mucho sobre la disposición de la persona que saluda. Puede implicar una reverencia, un abrazo o un apretón de manos para indicar consideración o afecto por el otro.
Más importantes que los gestos físicos son las actitudes psicológicas que se proyectan en un saludo. Es natural que existan protocolos que ayuden a las personas a expresar mejor estas actitudes.
Un saludo correcto, por ejemplo, puede reconocer las cualidades o el cargo del otro utilizando los títulos y fórmulas de dirección aceptados.
Un saludo puede mostrar respeto por el otro comunicando estima e incluso reverencia o respeto, por ejemplo, al dirigirse a un sacerdote, un maestro o un soldado.
Por último, un saludo con palabras y gestos puede mostrar afecto por la persona, especialmente cuando refleja una relación familiar estrecha como la de un padre, un cónyuge o un hijo.
Todos estos aspectos del saludo enriquecen la comunicación y refuerzan los vínculos entre las personas. Todos los protocolos sociales vinculados a estos saludos sirven de guía para enviar mensajes inequívocos de estima, consideración y afecto. Cuanto más rica es la cultura, más diversos son los saludos. Cuanto más honor se transmite, más bellas son las fórmulas utilizadas.
Los saludos son convenciones sociales inmensamente prácticas. Tienen una finalidad que va más allá de los sentimientos y la forma. Se convierten en instrumentos para comunicarse bien al establecer una base firme para las conversaciones.
Por último, la postura corporal en el momento de saludar dice mucho sobre la disposición de la persona que saluda. Puede implicar una reverencia, un abrazo o un apretón de manos para indicar consideración o afecto por el otro.
Actitudes psicológicas
Más importantes que los gestos físicos son las actitudes psicológicas que se proyectan en un saludo. Es natural que existan protocolos que ayuden a las personas a expresar mejor estas actitudes.
Un saludo correcto, por ejemplo, puede reconocer las cualidades o el cargo del otro utilizando los títulos y fórmulas de dirección aceptados.
Un saludo puede mostrar respeto por el otro comunicando estima e incluso reverencia o respeto, por ejemplo, al dirigirse a un sacerdote, un maestro o un soldado.
Por último, un saludo con palabras y gestos puede mostrar afecto por la persona, especialmente cuando refleja una relación familiar estrecha como la de un padre, un cónyuge o un hijo.
Todos estos aspectos del saludo enriquecen la comunicación y refuerzan los vínculos entre las personas. Todos los protocolos sociales vinculados a estos saludos sirven de guía para enviar mensajes inequívocos de estima, consideración y afecto. Cuanto más rica es la cultura, más diversos son los saludos. Cuanto más honor se transmite, más bellas son las fórmulas utilizadas.
Los aspectos prácticos del saludo
Los saludos son convenciones sociales inmensamente prácticas. Tienen una finalidad que va más allá de los sentimientos y la forma. Se convierten en instrumentos para comunicarse bien al establecer una base firme para las conversaciones.
El arte de saludar consiste a menudo en reconocer con títulos personales. Al utilizar Sr., Sra., Srta., Dr., Padre o General al saludar, se establece inmediatamente quién es el otro. Además, se convierte en un instrumento para transmitir honor a la persona o al cargo. Por ejemplo, se saluda con más respeto a un obispo que a un sacerdote.
Todo esto se hace de forma instantánea y elegante mediante el uso de palabras y gestos que ayudan a la persona a hacer las cosas bien sin avergonzarse.
Esta capacidad de conferir honor a las personas lleva a muchos a descartar el saludo como un ejercicio de pretenciosidad. Estas almas aborrecen las distinciones y piensan que mostrar consideración por los demás es inútil, poco práctico e incluso orgulloso. Afirman que es más humilde recibir a los demás con pocas formalidades o incluso sin saludo alguno.
Sin embargo, lo cierto es lo contrario. Por increíble que parezca, el fundamento del saludo es la virtud de la humildad. No es ni mucho menos pretencioso. El saludo adecuado establece la base de unos lazos genuinos y afectuosos que no tienen nada de orgullo.
Santa Teresa de Ávila decía que "la humildad es la verdad. Es tomar conciencia y aceptar la verdad de lo que somos".
El saludo adecuado nos permite tratar a los demás como son realmente, no como pretenden ser. Nos permite observar esta verdad en la sociedad y alegrarnos de que sean quienes son, mientras estamos perfectamente contentos de ser quienes somos.
Así pues, el saludo es antiigualitario. Establece jerarquías, diferencias y distinciones. No hay nada malo en ello porque refleja una realidad de desigualdades que deben ser reconocidas y celebradas dentro de la humildad de aceptar la verdad de lo que somos. Al vivir dentro de esta verdad, encontramos la caridad, la estabilidad y la paz.
En consecuencia, el saludo debe expresar sutilmente la realidad de las relaciones basadas en la verdad de la edad, el sexo, la cultura, la educación, la función, el nacimiento y la familia. El reconocimiento mutuo de estas verdades en un saludo conduce a la alegría de la convivencia y la hospitalidad.
Así, un saludo es un acto de humildad al reconocer la verdad. También es un gesto de justicia en el que damos el respeto y el honor debidos a los demás por lo que son. Por ejemplo, tratamos a un general con el debido respeto al cargo. Sería tan injusto tratar a un soldado raso como a un general, a pesar de nuestro respeto y gratitud por el servicio de ambos.
El saludo adecuado mejora la calidad de las relaciones al establecer inmediatamente la identidad de la persona. Cada persona sabe quién es el otro y el respeto apropiado que se requiere. Nos sentimos seguros sin ningún deseo de ser pretenciosos o vulgares. Ambos saben quiénes son, independientemente de la opinión de los demás.
Desde el principio de la conversación, no hay dudas, maniobras, posturas o señales. El simple saludo lo dice todo. A continuación, la conversación puede avanzar con tranquilidad y seguridad.
Así pues, no hay nada más práctico que un saludo adecuado que defina inmediatamente las situaciones y las relaciones y nos permita proceder con seguridad a los asuntos que tenemos entre manos.
El mundo posmoderno odia los saludos porque odia la definición. Cuando definimos las cosas, reconocemos deberes y responsabilidades. Nos vemos obligados a esforzarnos por estar a la altura de las normas que exige este reconocimiento.
Así, los saludos se suprimen o se reducen en todas partes. La gente no quiere asumir identidades reales y prefiere la perezosa fluidez de ser lo que quiera o se imagine que es en cada momento. No hay humildad en esta negación de la verdad, sino más bien el orgullo de distorsionarla para ajustarla a los caprichos y las fantasías.
En este clima social de no compromiso, la gente es tremendamente insegura. No conocen sus derechos ni su posición. No saben ni quieren saber quiénes son. La vida, entonces, se convierte en una secuencia de constantes maniobras, posturas e inseguridad.
En consecuencia, a menudo prescindimos por completo de los saludos. El saludo personal puede reducirse a un gruñido o a un reconocimiento brutal. La gente cree que la vida es más fácil si abandona el esfuerzo de agradar y reconocer a los demás. En cambio, se convierte en un infierno brutal de incertidumbre y egoísmo.
Por ejemplo, las redes sociales son cada vez más un foro sin saludos. Se inmiscuyen con dureza en nuestro mundo y esperan una respuesta inmediata.
Todo esto se hace de forma instantánea y elegante mediante el uso de palabras y gestos que ayudan a la persona a hacer las cosas bien sin avergonzarse.
El saludo como forma de practicar la humildad
Esta capacidad de conferir honor a las personas lleva a muchos a descartar el saludo como un ejercicio de pretenciosidad. Estas almas aborrecen las distinciones y piensan que mostrar consideración por los demás es inútil, poco práctico e incluso orgulloso. Afirman que es más humilde recibir a los demás con pocas formalidades o incluso sin saludo alguno.
Sin embargo, lo cierto es lo contrario. Por increíble que parezca, el fundamento del saludo es la virtud de la humildad. No es ni mucho menos pretencioso. El saludo adecuado establece la base de unos lazos genuinos y afectuosos que no tienen nada de orgullo.
Santa Teresa de Ávila decía que "la humildad es la verdad. Es tomar conciencia y aceptar la verdad de lo que somos".
El saludo adecuado nos permite tratar a los demás como son realmente, no como pretenden ser. Nos permite observar esta verdad en la sociedad y alegrarnos de que sean quienes son, mientras estamos perfectamente contentos de ser quienes somos.
Un gesto antiigualitario que celebra las diferencias
Así pues, el saludo es antiigualitario. Establece jerarquías, diferencias y distinciones. No hay nada malo en ello porque refleja una realidad de desigualdades que deben ser reconocidas y celebradas dentro de la humildad de aceptar la verdad de lo que somos. Al vivir dentro de esta verdad, encontramos la caridad, la estabilidad y la paz.
En consecuencia, el saludo debe expresar sutilmente la realidad de las relaciones basadas en la verdad de la edad, el sexo, la cultura, la educación, la función, el nacimiento y la familia. El reconocimiento mutuo de estas verdades en un saludo conduce a la alegría de la convivencia y la hospitalidad.
Así, un saludo es un acto de humildad al reconocer la verdad. También es un gesto de justicia en el que damos el respeto y el honor debidos a los demás por lo que son. Por ejemplo, tratamos a un general con el debido respeto al cargo. Sería tan injusto tratar a un soldado raso como a un general, a pesar de nuestro respeto y gratitud por el servicio de ambos.
El saludo establece identidad y definición
El saludo adecuado mejora la calidad de las relaciones al establecer inmediatamente la identidad de la persona. Cada persona sabe quién es el otro y el respeto apropiado que se requiere. Nos sentimos seguros sin ningún deseo de ser pretenciosos o vulgares. Ambos saben quiénes son, independientemente de la opinión de los demás.
Así pues, no hay nada más práctico que un saludo adecuado que defina inmediatamente las situaciones y las relaciones y nos permita proceder con seguridad a los asuntos que tenemos entre manos.
Un mundo que odia los saludos
El mundo posmoderno odia los saludos porque odia la definición. Cuando definimos las cosas, reconocemos deberes y responsabilidades. Nos vemos obligados a esforzarnos por estar a la altura de las normas que exige este reconocimiento.
Así, los saludos se suprimen o se reducen en todas partes. La gente no quiere asumir identidades reales y prefiere la perezosa fluidez de ser lo que quiera o se imagine que es en cada momento. No hay humildad en esta negación de la verdad, sino más bien el orgullo de distorsionarla para ajustarla a los caprichos y las fantasías.
En este clima social de no compromiso, la gente es tremendamente insegura. No conocen sus derechos ni su posición. No saben ni quieren saber quiénes son. La vida, entonces, se convierte en una secuencia de constantes maniobras, posturas e inseguridad.
Un mundo sin saludos
En consecuencia, a menudo prescindimos por completo de los saludos. El saludo personal puede reducirse a un gruñido o a un reconocimiento brutal. La gente cree que la vida es más fácil si abandona el esfuerzo de agradar y reconocer a los demás. En cambio, se convierte en un infierno brutal de incertidumbre y egoísmo.
Por ejemplo, las redes sociales son cada vez más un foro sin saludos. Se inmiscuyen con dureza en nuestro mundo y esperan una respuesta inmediata.
El tuit no tiene ninguna consideración especial por quienes lo leen. El mensaje de texto es una breve interferencia que exige atención inmediata, a menudo sin saludo. La publicación en Facebook es una forma de proyectar el yo fluido sobre el mundo. Todos estos medios de comunicación pueden ser agresivos en su enfoque, sin matices, rima o razón.
En este mundo sin saludos adecuados, no es de extrañar que la gente esté tan triste. Por esta razón, nunca te saltes un simple saludo. Saluda a los demás siempre que sea posible.
Todas estas cortesías de saludo parecen insignificantes. Sin embargo, crean la dulzura de la vida. La civilización cristiana desarrolló todo tipo de saludos para expresar las transiciones que necesitamos para comunicarnos bien.
Los saludos cristianos incorporaron referencias religiosas para expresar una alegre unidad de fe, como en la expresión alemana "grüß Gott!". (¡Que Dios nos bendiga!). En gaélico, era "Dia duit" (Que Dios esté contigo). Y la persona saludada respondía: "Dia is Muire duit" (Que Dios y María estén contigo).
Todos estos saludos constituyen el perfume fragante de una civilización cristiana en la que se valoran estas cosas.
Esta forma cortés de saludar presupone que sabemos quiénes somos, independientemente de la opinión de los demás. Sólo es posible desde la humildad, siendo "conscientes y aceptando la verdad de lo que somos".
Entonces podremos experimentar la alegría de vivir en la virtud, agradando a Dios y al prójimo. Aprendemos a saborear esas deliciosas transiciones y tiempos de ocio que nos permiten reflexionar sobre las cosas permanentes de esta tierra y anticipar la vida eterna en el Cielo.
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En este mundo sin saludos adecuados, no es de extrañar que la gente esté tan triste. Por esta razón, nunca te saltes un simple saludo. Saluda a los demás siempre que sea posible.
La dulzura de la vida
Todas estas cortesías de saludo parecen insignificantes. Sin embargo, crean la dulzura de la vida. La civilización cristiana desarrolló todo tipo de saludos para expresar las transiciones que necesitamos para comunicarnos bien.
Los saludos cristianos incorporaron referencias religiosas para expresar una alegre unidad de fe, como en la expresión alemana "grüß Gott!". (¡Que Dios nos bendiga!). En gaélico, era "Dia duit" (Que Dios esté contigo). Y la persona saludada respondía: "Dia is Muire duit" (Que Dios y María estén contigo).
Todos estos saludos constituyen el perfume fragante de una civilización cristiana en la que se valoran estas cosas.
Esta forma cortés de saludar presupone que sabemos quiénes somos, independientemente de la opinión de los demás. Sólo es posible desde la humildad, siendo "conscientes y aceptando la verdad de lo que somos".
Entonces podremos experimentar la alegría de vivir en la virtud, agradando a Dios y al prójimo. Aprendemos a saborear esas deliciosas transiciones y tiempos de ocio que nos permiten reflexionar sobre las cosas permanentes de esta tierra y anticipar la vida eterna en el Cielo.
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