Por Roberto de Matei
Como señala acertadamente el historiador de la Iglesia Emile Amann en la amplia entrada que dedica a la Question d'Onorius en Dictionnaire de Théologie Catholique (vol. VII, col. 96-132), el problema debe ser tratado de manera imparcial y con la serena imparcialidad que la historia debe a los hechos pasados (col.96).
En el centro del pontificado del Papa Honorio, que reinó entre 625 y 638, estuvo la cuestión del monotelismo, la última de las grandes herejías cristológicas. Para complacer al emperador bizantino Heraclio, deseoso de garantizar la paz religiosa dentro de su reino, el patriarca de Constantinopla, Sergio, buscó encontrar un compromiso entre la ortodoxia católica, según la cual en Jesucristo hay dos naturalezas en una sola persona, y la herejía monofisita, que atribuía a Cristo una sola persona y una sola naturaleza. El resultado del compromiso fue una nueva herejía, el monotelismo, según la cual la doble naturaleza de Cristo se movía en su acción de una sola operación y una sola voluntad. Esto es semimonofisismo, pero la verdad es integral o no lo es, y una herejía moderada, es siempre herejía. El patriarca de Jerusalén, Sofronio, fue uno de los que intervino con mayor vigor en la denuncia de la nueva doctrina que hacía inútil la humanidad de Cristo y conducía al monofisitismo, condenado por el Concilio de Calcedonia (451).
Sergio escribió al Papa Honorio para pedirle "que en el futuro no se permita a nadie afirmar las dos operaciones en Cristo Nuestro Dios" y para recibir su apoyo contra Sofronio. Desgraciadamente, Honorio accedió a la petición. En una carta a Sergio afirmó que "la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo fue una sola (unam voluntatem fatemur), por "el hecho de que nuestra naturaleza humana fue asumida por la Divinidad" e invitó a Sofronio a guardar silencio. La correspondencia entre Sergio y Honorio se conserva en las actas del VI Concilio Ecuménico (Mansi, Sacrorum conciliorum nova et amplissima Collectio, vol. XI, cols. 529-554) y fue reeditado en latín, griego y francés por Arthur Loth La cause d'Honorius. Documents originaux avec traduction, notes et conclusion, Victor Palmé, París 1870 y en griego y alemán por Georg Kreuzer, Die Honoriusfrage im Mittelalter und in der Neuzeit, Anton Hiersemann, Stuttgart 1975).
La fe católica fue finalmente restaurada por el III Concilio de Constantinopla, VI Concilio Ecuménico de la Iglesia, que se reunió el 7 de noviembre de 680 en presencia del emperador Constantino IV y los representantes del nuevo Papa, Agatho, (678-681) . El Concilio condenó el Monotelismo y lanzó un anatema contra todos aquellos que habían promovido o favorecido esta herejía e incluyó al Papa Honorio en esta condena.
En la XIII sesión, celebrada el 28 de marzo de 681, los Padres conciliares después de haber proclamado la voluntad de excomulgar a Sergio, Ciro de Alejandría, Pirro, Pablo y Pedro, todos los Patriarcas de Constantinopla y el obispo Teodoro de Faran, afirman: “Y además de éstos, decidimos que también Honorio, que fue Papa de la antigua Roma, sea con ellos expulsado de la Santa Iglesia de Dios, y sea anatematizado con ellos, porque hemos encontrado por su carta a Sergio que seguía su opinión en todas las cosas, y confirmaba sus perversos dogmas” (Mansi, XI, col. 556).
El 9 de agosto de 681, al término de la XVI sesión, se renovaron los anatemas contra todos los herejes y partidarios de la herejía, incluido Honorio: Sergio haeretico anatema, Cyro haeretico anatema, Honorio haeretico anatema, Pyrro, haeretico anatema (Mansi, XI, columna 622). En el decreto dogmático de la XVIII sesión, del 16 de septiembre, se dice que: “ya que aquel que nunca descansa y que desde el principio fue el inventor de la malicia, que valiéndose de la serpiente, introdujo la muerte venenosa en la naturaleza humana, como entonces, incluso ahora, ha encontrado los instrumentos adecuados a su voluntad: aludimos a Teodoro, que fue obispo de Faran; a Sergio, Pirro, Pablo y Pedro, que fueron prelados de esta ciudad imperial; y también a Honorio, que fue Papa de la antigua Roma; [... ]; por lo que encontrados los instrumentos adecuados, no cesó, por medio de éstos, de provocar escándalos y errores en el Cuerpo de la Iglesia; y con expresiones inauditas difundió en medio del pueblo fiel la herejía de la única voluntad y una sola operación en dos naturalezas de una (Persona) de la Santísima Trinidad, de Cristo, nuestro verdadero Dios, de acuerdo con la insensata falsa doctrina de los impíos Apolinar, Severo y Temistio” (Mansi, XI, col. 636-637).
Las copias auténticas de las Actas del Concilio, firmadas por 174 Padres y el Emperador, fueron enviadas a las cinco Sedes Patriarcales, con particular atención a la Sede Romana. Sin embargo, dado que San Agatón murió el 10 de enero de 681, las Actas del Concilio, después de más de 19 meses de “sede vacante”, fueron ratificadas por su sucesor León II (682 -683). En la carta enviada el 7 de mayo de 683 al emperador Constantino IV, el Papa escribió: “Anatematizamos a los inventores del nuevo error, es decir, Teodoro, obispo de Faran, Sergio, Pirro, Pablo y Pedro, traidores más que líderes de la Iglesia de Constantinopla, y también Honorio, que no trató de santificar esta Iglesia Apostólica con la enseñanza de la tradición apostólica, sino que con una traición profana permitió que se contaminara su pureza” (Mansi, XI, col. 733).
El mismo año el Papa León ordenó que las Actas traducidas al latín fueran firmadas por todos los Obispos de Occidente y que las firmas se conservaran en la tumba de San Pedro. Como destaca el eminente historiador jesuita Hartmann Grisar: “así se deseaba la aceptación universal del VI Concilio en Occidente, y ésta, por lo que se sabe, se llevó a cabo sin ninguna dificultad” (Analecta romana, Desclée, Roma 1899 , págs. 406-407).
La condena de Honorio fue confirmada por los sucesores de León II, como atestigua el Liber diurnus romanorum pontificum y de los Concilios Ecuménicos de la Iglesia VII (789) y VIII (867 -870) (CJ Hefele, Histoire des Conciles, Letouzey et Ané, París 1909, tomo III, págs. 520-521).
El abate Amann juzga históricamente insostenible la posición de quienes, como el cardenal Baronius, sostienen que las IV Actas del Concilio habían sido alteradas. Los legados romanos, estaban presentes en el Concilio; sería difícil imaginar que pudieran haber sido engañados o que hubieran informado mal sobre un punto tan importante y delicado como la condena de la herejía de un Pontífice romano. Refiriéndose entonces a aquellos teólogos como San Roberto Belarmino que, para salvar la memoria de Honorio, negaron la presencia de errores explícitos en sus cartas, Amann subraya que plantearon un problema mayor que el que pretendían resolver, es decir, la infalibilidad de las Actas de un Concilio presidido por un Papa. Si, de hecho, Honorio no cayó en el error, los Papas y el Concilio que lo condenaron se equivocaron.
Las Actas del VI Concilio Ecuménico, aprobadas por el Papa y recibidas por la Iglesia universal tienen un significado definitorio mucho más fuerte que las cartas de Honorio a Sergio. Para salvar la infalibilidad es mejor admitir la posibilidad histórica de un Papa hereje, antes que destrozar las definiciones dogmáticas y los anatemas de un Concilio ratificado por un Pontífice romano. Es doctrina común que la condena de los escritos de un autor es infalible, cuando el error es anatematizado con la nota de herejía, mientras que, el Magisterio Ordinario de la Iglesia no es siempre necesariamente infalible.
Durante el Concilio Vaticano I, la Diputación de la Fe afrontó el problema planteando una serie de reglas de carácter general, que se aplican no sólo en el caso de Honorio, sino en todos los problemas, pasados o futuros, que se le presenten. No basta que el Papa se pronuncie sobre una cuestión de fe o de costumbres relativas a la Iglesia universal, es necesario que el decreto del Romano Pontífice se conciba de manera que aparezca como un juicio solemne y definitivo, con la intención de obligar a todos los fieles a creer (Mansi, LII, col. 1204-1232). Hay, por tanto, actos del Magisterio Ordinario Pontificio no infalibles, ya que carecen del necesario carácter definitorio: quod ad formam seu modum attinet.
Las cartas del Papa Honorio están desprovistas de estas características. Son indudablemente actos Magistrales, pero en el Magisterio Ordinario no infalible pueden existir errores e incluso, en casos excepcionales, formulaciones heréticas. El Papa puede caer en herejía, pero nunca puede pronunciar una herejía ex cathedra. En el caso de Honorio, como observa el patrólogo benedictino Dom John Chapman OSB, no se puede afirmar que pretendiera formular una sentencia ex cathedra, definitoria y vinculante: “Honorio era falible, estaba equivocado, era un hereje, precisamente porque no declaró con autoridad, como debería haberlo hecho, la tradición petrina de la Iglesia romana” (The Condemnation of Pope Honorius (1907), Reprint Forgotten Books, Londres 2013, p. 110). Sus cartas a Sergio, aunque fueran sobre la fe, no promulgaron ningún anatema y no corresponden a las condiciones exigidas por el dogma de la infalibilidad. Promulgado por el Concilio Vaticano I, el principio de infalibilidad está salvado, contrariamente a lo que pensaban los protestantes y los galicanos. Además, si Honorio fue anatematizado, explicó el Papa Adriano II, en el Sínodo Romano de 869, “la razón es que Honorio fue acusado de herejía, única causa por la que es lícito a los inferiores resistir a sus superiores y repeler sus sentimientos perversos”.
Precisamente a partir de estas palabras, después de haber examinado el caso del Papa Honorio, el gran teólogo dominico Melchor Cano resume en estos términos la doctrina más segura: “No se debe negar que el Sumo Pontífice pueda ser un hereje, de lo cual se pueden ofrecer uno o dos ejemplos. Sin embargo, que (un Papa) en juicios sobre la fe haya definido algo contra la fe, no se puede demostrar ni uno solo” - De Locis Theologicis, l. VI, trad. spagnola, BAC, Madrid 2006, p. 409).
Rorate-Caeli
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