viernes, 18 de febrero de 2011

DISCAPACITADOS CAPACITADOS



La persona con síndrome de Down es, ante todo y por encima de todo, una valiosa existencia, intrínsecamente humana plena de dignidad y acreedora de todo respeto como el que debemos a cualquier semejante.


Por César Valdeolmillos Alonso

“En la mirada de un niño, siempre encontrarás la respuesta que los mayores no te pueden dar”
Anónimo

En el mundo del periodismo hay una teoría que sostiene que las buenas noticias, no venden. Así que siguiendo esta hipótesis, hoy podría escribir del descomunal escándalo de los expedientes de regulación de empleo que afectan a la Junta de Andalucía por valor de más de cien mil millones de las antiguas pesetas. Podría escribir de los mediadores de partido que cobran cifras fabulosas, de las ingentes cantidades de dinero que constantemente perciben del Gobierno los Sindicatos y ello, porque todo esto se lleva a cabo con nuestro dinero. Un dinero que sale de nuestros bolsillos y que es fruto de nuestro trabajo, nuestro esfuerzo y en mucho casos, hasta de nuestras privaciones. Y todo ello, en una situación en la que muchísimas familias están hundidas en la más profunda desesperación a causa del paro y la falta de futuro. Pero, ¡No! Todo eso es tan sucio, tan inmoral, tan innoble y despide un hedor tan nauseabundo, que se hace necesario higienizar el ambiente con algo mucho más positivo, entrañable y alentador. ¡Que no todo es malo en este mundo!

Hoy quiero referirme a la esperanzadora iniciativa de aquellas instituciones que están integrando a personas discapacitadas entre su personal.

Hace unos días, haciendo unas gestiones en el consistorio de mi ciudad, me crucé con un joven funcionario que padecía el síndrome de Down. Se desenvolvía bien en su cometido. Al cruzarse conmigo me dijo: ¡Hola! Mientras se cruzaban nuestras miradas. ¡Hola! ¿Qué tal?, le contesté. Bien, me respondió, prosiguiendo su camino. El fortuito encuentro hizo que me invadiera una honda emoción. Cuanta sinceridad, que limpieza en la mirada, qué profunda humanidad había en ese gesto. Yo continué feliz con mis gestiones y él radiante en su particular mundo: en el mundo de los mayores con la mirada de un niño.
Por su actitud, me dio la impresión de que se había liberado interiormente de su “yo”, para darse por entero a los demás.

Indocumentadamente, la sociedad considera a estas personas como retrasados incapaces, cuando generalmente pueden hacer casi todo lo que cualquiera otra, aun cuando lo logren mas tarde. Hoy, afortunadamente existen programas de estimulación que los ayudan a madurar más pronto.

Personalmente, creo que es un deber moral hacerles sentir uno más de nosotros y no rechazarlos. Tratemos de conocerles mejor para poder ayudarles más. Aprendamos como son y querámosles con su forma de ser. Es sencillo. Primero escucharles y después hablarles. Así, con palabras, derribaremos barreras y construiremos un puente indestructible entre ellos y nosotros. Solo así irán madurando y adquirirán conciencia de sus propias posibilidades. Solo así dejarán de ser sujetos pasivos, y se sentirán protagonistas, porque ellos necesitan un hueco en la sociedad. Se sienten capaces de ofrecer y aportar sus ricas cualidades y capacidades, y quieren hacerlo. Creamos en ellos y aceptémosles como son. Demolamos las sagas del “no”: no podrá aprender, no podrá valerse por sí mismo, no podrá integrarse en la sociedad, no podrá hacer esto, no podrá hacer aquello... Sustituir el “no” por el “sí”, constituirá toda una revolución. Será capaz de hacer, será capaz de aprender, será apto para trabajar, estará preparado para disfrutar… ¡Será capaz de asombrarnos!

Solo de este modo, dejará de ser una persona llamada a ser custodiada y protegida en una bella cárcel de oro, para convertirse en pájaro que remonta el vuelo y que incluso, si le damos la oportunidad, puede llegar a emigrar.
La persona con síndrome de Down es, ante todo y por encima de todo, una valiosa existencia, intrínsecamente humana plena de dignidad y acreedora de todo respeto como el que debemos a cualquier semejante. Su desigualdad no debe constituir un obstáculo al derecho de todo ser humano a ser distinto y a tener sus problemas. ¿Hay alguien que no los tenga?

Si pretendemos ofrecer un futuro mejor a las personas con síndrome de Down, abordémoslo desde sus cimientos sin complejos ni prejuicios, amándoles, comprendiéndoles, formándoles y proporcionándoles una ocupación remunerada y en consonancia con sus posibilidades, integrándoles en el mundo laboral y social. Con frecuencia esta determinación, es una cuestión de convencimiento, de compromiso consigo mismo y de firme voluntad de ayuda.

Pero esta tarea, comienza en el seno de la familia. Los padres deben desterrar de su mente, la incertidumbre, las prevenciones, el repudio, la ansiedad y las lágrimas.

Las historias clínicas, están repletas de casos de padres que al conocer la noticia de que su hijo padece el síndrome de Down, no pueden evitar sentir un profundo rechazo de la realidad.

Se ha hecho público el testimonio de una madre que confesó que al mirar a su recién nacido afectado por el síndrome, no lo sentía como el fruto de sí misma. No experimentaba conexión alguna con él. Sin embargo, cuando un día le acababa de cambiar los pañales, al depositarle sobre su propia cama, sintió sobre sus ojos la mirada del niño. "Fijó sus ojos en mí, sin apartar su mirada. Era una mirada llena de paz, de candor, de armonía y de inocencia. Aquella mirada fue el mensaje de amor más grande y hermoso que he recibido en mi vida. Sus ojos me abrieron las puertas de su profundo universo interior. Estoy segura de que me preguntaba "¿por qué te preocupas?". Pocas cosas hay en la vida con tanta pureza, con tanta generosidad, con tanta ternura, tan gratificantes y alentadoras como la mirada de un niño. Por primera vez, experimenté una gran conexión con él”. La angustia desapareció para dar paso a la paz y a la alegría. Ello le ayudó a recuperar fuerzas. Un hijo había nacido en el corazón de esa madre. Aquella mirada de ese hijo, cambió completamente su mundo y lo que había comenzado como una pesadilla, se convirtió en una bendición.
Y es que la mirada de un niño, es el bálsamo capaz de devolver siempre la sonrisa, allí donde anida la tristeza.


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