sábado, 11 de abril de 2009

EL PAPA BENEDICTO XVI Y JUAN PABLO II, DOS EJES DE LA IDENTIDAD HUMANA


Singular intimidad con Dios y rechazo a una desenfrenada imposición del Parlamento belga. Campañas que ocultan la verdad y una demencia política.

Por Nélida Rebollo de Montes


El mundo católico ha reaccionado consternado ante la resolución del Parlamento belga en la que exhorta al gobierno condenar las “declaraciones inaceptables” del Papa Benedicto XVI contra el uso del preservativo en la lucha contra el SIDA.

El Senado de Bélgica con vehemencia grotesca impulsa a protestar oficialmente ante el Vaticano. El voto de la Cámara abrumadoramente escandaloso se dividió entre los que aceptan la resolución; otros en contra de la misma y algunas abstenciones.

El vocero del Vaticano ante la barbarie metafísica y ética ha manifestado que la citada resolución ha suscitado estupor dado que “En todo país democrático parece obvia la libertad del Papa y de la Iglesia Católica a expresar su postura y líneas de acción sobre argumentos relacionados con la visión del ser humano y de su responsabilidad moral, con las perspectivas de compromiso educativo y formativo de la persona”.

A la gravísima e intolerante pretensión totalitaria, el vocero del Vaticano respondió que hay intención en la amenaza de callar no sólo a Benedicto XVI sino también a otros miembros de la jerarquía católica.

A esas coacciones se suma la del gobierno holandés de enero del 2009 de imponer el homosexualismo político con el cual pretendió obligar al Sumo Pontífice a un silenciamiento y aceptación cuando en realidad se impone un argumento crítico sobre la pérdida del respeto a los derechos y obligaciones recíprocas del Papa entre Dios y el Hombre.

Se ha reconocido que por un lado se trata de un intento tiránico, que va aumentando las pretensiones de imponer también el discurso de la “cultura de la muerte” y, por otro lado, pretenden atemorizar a la jerarquía de la iglesia para que silencie la verdad que está obligada a proclamar.

Benedicto XVI, no obstante la arremetida de los que quieren aplicar metodologías que detienen el avance de la conciencia humana, ha dado ejemplo de fortaleza en la barbarie metafísica y ética. El deseo del mundo católico es que no socave la conciencia de otros pastores con la excusa de la “prudencia de la carne” o los cálculos políticos.

Cabe recordar que la Declaración de la Asociación de Médicos Católicos de Buenos Aires, Argentina, consideró oportuno emitir una declaración de apoyo al Santo Padre Benedicto XVI para fortalecer los lazos de amor y no hacer abandono deliberadamente del prójimo y su cultura.

En la declaración emitida por estos profesionales médicos sobresale su apoyo al Santo Padre ante las interpretaciones polémicas y dá una respuesta responsable y documentada sobre el uso indiscriminado del preservativo, afirmando que “la epidemia de HIV-SIDA, no se puede resolver con la distribución indiscriminada de preservativos a jovencitos, pues se corre el riesgo de aumentar el problema”. Además la Asociación de Médicos Católicos de Buenos Aires sostuvo que “Las campañas de salud basadas en la distribución de preservativos para evitar el SIDA inducen a engaños porque ocultan información y no colaboran con la prevención”.

Por su parte la Organización Mundial de la Salud afirma que “el preservativo tiene una tasa de fallo del 14 %”. Otras instituciones, entre ellas, la Internacional Planned Parenthood Federation sitúa “los fallos en el 30 % al que hay que añadirle que “el riesgo de contraer SIDA durante el llamado sexo protegido se aproxima al 100 %; y, que los preservativos no hacen el “sexo seguro” o “más seguro”.

También han señalado que la promiscuidad sexual es alentada por las campañas con datos falsos, pues han reaparecido enfermedades de transmisión sexual que se creían extinguidas. En Buenos Aires las notificaciones de sífilis crecieron casi un 70 % desde el 2002.

La literatura médica internacional registra aumentos en el contagio de enfermedades que provocan el nacimiento de niños con riesgosas enfermedades deformantes que transmiten gravísimas anormalidades a los niños concebidos con lo que se ha dado en denominar “sexo seguro”.

Hemos traído esta preocupación del Papa, justamente en Semana Santa, pues el Santo Padre es responsable ante Dios y los hombres de no permitir la aniquilación basada en análisis siniestros.

Semana Santa es propicia para una singular intimidad y aproximación con Dios. De ahí que sea oportuno poner de relieve a dos ejes singulares de la identidad humana que luchan por la iluminación del espíritu para evitar la miseria espiritual. Esos portavoces de la virtud son Benedicto XVI y Juan Pablo II. En ellos confían la autoridad para exigir responsabilidad ante la desenfrenada imposición de integrantes del Parlamento belga, en el tema que nos ocupa.

Queremos rescatar el ejemplo que nos legara Juan Pablo II quien subsistió con entereza, desde muy niño, las patologías de las dos ideologías dedicadas a las matanzas, la de Adolf Hitler y la del comunismo que invadió a Polonia, su patria.

El sufrimiento no le quitó fuerzas pero sí lo marcó para siempre por ser testigo del infierno y del escarnio contra el hombre, en una sociedad sangrienta. Sin embargo enfrentó esa demencia política sin dejarse sumir en la rutina de locura y aflicción.

Abrazó la carrera sacerdotal; y, desde ese lugar nació su proyecto de dar paz, seguridad y amor al hombre y a su mundo. De él aprendimos con la pureza de la emoción a conservar la autonomía en la exigencia de que se acepte lo que es respetable. Aprendimos a rechazar imposiciones propias de fuentes demoníacas que rebajan la calidad humana.

Juan Pablo II hablaba del mundo a la juventud con un lenguaje que irradiaba un rayo de luz y energía, con excepcional riqueza y precisión. Supo apaciguar las conductas más contradictorias; esclareció un universo de valores; restauró la moral quebrantada y defendió su iglesia con energía.

Durante casi 27 años de papado produjo en la mayoría, en especial en la juventud, un crecimiento en plenitud, sembrando siempre la semilla que lleva potencialmente la virtud y que empuja a que cada uno sea cada día mejor. Restableció la unidad en la fe; la reconciliación de los diferentes cultos; luchó inclaudicablemente contra el vicio en sus variadas formas de corrupción, participando en el combate pacífico para lograr la paz en medio de hostilidades y odios irreconciliables entre los hombres y los pueblos.

Tanto Él como el Papa Benedicto XVI son destacados portavoces de la virtud, fiel a la ley inmanente que orienta a descubrir la naturaleza humana en la moralidad, dignidad y justicia. Un bien inapreciable es también aprender de su legado la coexistencia de la barbarie política y la calidad humana.

Ojalá podamos ratificar constantemente su lucha por la iluminación del espíritu en un diálogo milenario con Dios.

FELICES PASCUAS


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