Los dos habíais sido acusados hace bien poco de “comportamientos inadecuados”.
Tú, Jean-Baptiste, fuiste denunciado cinco días antes de tu trágica muerte al Vicario General por una madre, quejándose de gestos inapropiados por parte del sacerdote con respecto a su hija, mayor de edad ya en aquel momento. El Vicario le dijo que si pensaba que era una agresión, debía presentar una denuncia a la policía, cosa que ni madre ni hija hicieron nunca. Tu obispo, Dominique Lebrun se entrevistó contigo el día antes de tu muerte para discutir estas acusaciones. Durante esta entrevista, dice el obispo de Rouen, que rápidamente confesaste una conducta inapropiada. Afirma Mons. Lebrun que acordó contigo que había sido una imprudencia, que fue un momento de caída que tuvo cierta gravedad y le dijiste que para ti todo ello, era una prueba. Eras muy apreciado y con "éxito" en tu misión, tu reputación era buena y con empatía con los jóvenes: profesor en el Instituto Católico de París, Delegado Universitario, miembro de la academia de Bellas Artes de Rouen… ¿Tan mal viviste no haber estado a la altura de la imagen que querías dar? ¿Hasta el punto de acabar con tu vida? En tu funeral ante cien sacerdotes y una multitud de fieles, tu obispo quiso insistir en el recuerdo de la familia herida por ti, pues la situación -dijo- debe ser muy difícil… ¡para ellas! Si las presuntas afectadas no te denunciaron ante la autoridad civil, sino que se limitaron a acusarte privadamente ante la Curia, ¿qué tipo de presión quebrantó tu voluntad de vivir como sacerdote, a pesar de tus pecados? ¿La conciencia de tu culpa fue tan abrumadora que destruyó tu confianza en la misericordia de Dios? ¿Aquella entrevista te hizo desconfiar de la misericordia de Dios o de la misericordia de tu obispo?
Tú, Jean-Baptiste, fuiste denunciado cinco días antes de tu trágica muerte al Vicario General por una madre, quejándose de gestos inapropiados por parte del sacerdote con respecto a su hija, mayor de edad ya en aquel momento. El Vicario le dijo que si pensaba que era una agresión, debía presentar una denuncia a la policía, cosa que ni madre ni hija hicieron nunca. Tu obispo, Dominique Lebrun se entrevistó contigo el día antes de tu muerte para discutir estas acusaciones. Durante esta entrevista, dice el obispo de Rouen, que rápidamente confesaste una conducta inapropiada. Afirma Mons. Lebrun que acordó contigo que había sido una imprudencia, que fue un momento de caída que tuvo cierta gravedad y le dijiste que para ti todo ello, era una prueba. Eras muy apreciado y con "éxito" en tu misión, tu reputación era buena y con empatía con los jóvenes: profesor en el Instituto Católico de París, Delegado Universitario, miembro de la academia de Bellas Artes de Rouen… ¿Tan mal viviste no haber estado a la altura de la imagen que querías dar? ¿Hasta el punto de acabar con tu vida? En tu funeral ante cien sacerdotes y una multitud de fieles, tu obispo quiso insistir en el recuerdo de la familia herida por ti, pues la situación -dijo- debe ser muy difícil… ¡para ellas! Si las presuntas afectadas no te denunciaron ante la autoridad civil, sino que se limitaron a acusarte privadamente ante la Curia, ¿qué tipo de presión quebrantó tu voluntad de vivir como sacerdote, a pesar de tus pecados? ¿La conciencia de tu culpa fue tan abrumadora que destruyó tu confianza en la misericordia de Dios? ¿Aquella entrevista te hizo desconfiar de la misericordia de Dios o de la misericordia de tu obispo?
El obispo de Orleans, Jacques Blaquart, con gorro árabe
Y tú, Pierre-Ives, fuiste denunciado el 7 de septiembre ante el equipo diocesano “célula de escucha”. Tres feligreses afirmaron que habían sido testigos de comportamientos inapropiados del padre Fumery con varios adolescentes de 13 y 14 años de edad, incluyendo “cierta proximidad física”. Los padres de los chicos no tenían esa opinión, y no presentaron ninguna denuncia. A pesar de ello, el Equipo diocesano transmitió esa información a la “Célula de Recogida de Informaciones Preocupantes” (CRIP) y se inició el 21 de septiembre una investigación preliminar por “sospecha de asalto sexual a menor de 15 años”. Por su parte, el obispo, Jacques Blaquart, te pidió que te tomases algún tiempo para reflexionar y dejarte acompañar por un profesional independiente. Estuviste ausente durante cuatro semanas de la ciudad de Gien, antes de regresar a principios de octubre, con la aprobación del obispo, para reanudar tu trabajo pastoral.
Cuatro días antes de tu muerte, el 15 de octubre, fuiste citado por la policía en calidad de testigo, no de acusado. Los gendarmes escucharon tu declaración en el curso de la investigación preliminar para conocer tu versión de los hechos, pero no te notificaron los cargos que se habían presentado contra ti, como afirmó luego el fiscal. Tu obispo insistió tras tu muerte en el hecho de que tus supuestas actitudes no podían ser objeto de acciones judiciales y que estabas en una especie de "zona gris". El jefe de policía responsable de la pesquisas preliminares afirmó haber realizado una investigación "quirúrgica", pero que no encontró nada de objetable en tu comportamiento. Pero ya era tarde… Tú nunca lo supiste. De nada sirvió que Mons. Blanquart estuviese en contacto contigo durante un mes –como él mismo dice-, por sms, teléfono y correo electrónico y pensase que lo estabas superando… Tu desesperación quebró tu voluntad por seguir viviendo en esa zona gris donde te puso tu obispo.
¿No encontrasteis pues en vuestros obispos la misericordia tanto se predica y que tan poco se ejerce? ¿Qué profunda fragilidad se escondía en vuestros corazones rotos? La fragilidad del pecador postrado bajo el peso de la culpa, el abandono de aquel a quien se le ha negado cualquier atenuante y al que se le han cerrado todos los caminos… La paternidad de vuestros obispos aniquilada por el protocolo sobre abusos sexuales y por las facultades especiales de la Congregación del Clero, que acaban destruyendo la presunción de inocencia del sacerdote, pues el peso de la prueba recae sobre el acusado y no sobre el acusador. Así pues, cualquier acusación contra un presbítero se considera cierta de entrada, sin más prueba que una simple denuncia, aunque sea antiquísima e imposible de probar.
Condenados así materialmente por la mera posibilidad de ser culpables… Y al final, en la práctica, el resultado acaba siendo el mismo para el inocente que para el culpable, para el imprudente y para el arrepentido; pero no para un pervertido impenitente como el cardenal Mc Carrick.
Descansen en paz las almas atormentadas de aquellos sacerdotes que no encontraron ni consuelo ni acogida en quienes estaban obligados por su ministerio episcopal a ofrecérselos. Que encontréis ahora en el Corazón de Cristo y de María Santísima la misericordia que aquí se os negó. Amén.
Gerásimo Fillat
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