Por Gádor Joya
Si dejamos a un lado la ideología, el aborto tiene perdida la batalla. Lo hemos visto en infinidad de ocasiones, y lo seguiremos viendo, no hay marcha atrás. Cada vez son más los avances técnicos, científicos y médicos que ponen en evidencia el fanatismo de la ideología abortista, como ha ocurrido recientemente en Jujuy, en donde lo que se ha buscado por parte de los proaborto no ha sido el bien de la menor, ni protegerla de futuras secuelas psicológicas, ni cuidar de su intimidad o de su salud física. El objetivo de ese colectivo era que el aborto, al que rinden culto como si de un dios se tratara, fuera el vencedor. Lo demás daba igual, pero el aborto tenía que hacerse sí o sí.
Frente a esta ceguera han tenido a los médicos y abogados que, aplicando ya no sólo el sentido común sino las normas de la buena práctica médica, la llamada lex artis, han intentado evitar que a la niña se sumara su hija como víctima de este esperpento. No pudo ser. Aunque creo que los médicos deberían haberse opuesto a hacerlo, la realidad es que desde el Gobierno se les obligó, en lo que, como explica el Dr. Briones, responsable del equipo médico, supuso “una irrespetuosa intromisión en los criterios que deben quedar a resguardo exclusivo de los profesionales especializados”.
Claro como el agua. La ideología, el fanatismo y la idolatría a lo que a todas luces es un retroceso, el aborto, quiso anteponerse al buen hacer, al criterio médico, a la profesionalidad de un equipo que no tienen más interés que servir al ser humano. Y el resultado ya se ha visto: muerte de un inocente y daño a una menor que tuvo que ser sometida a un parto para que su hija pudiera morir “con todas las de la ley”.
Qué paradoja, provocar un parto prematuro para asegurarse de que el recién nacido muera, evitar esperar dos semanas porque entonces podría haber sobrevivido, y eso, nunca.
Por desgracia aún nos quedan muchas cosas por ver, pero las voces cada vez son más y más autorizadas, como la del Dr. Briones que ha sido incapaz de permanecer a las órdenes de quien no sabe nada de Medicina y mucho de sectarismo. Sólo anclándose en el pasado y en la mentira se puede seguir reivindicando el aborto, como ha ocurrido esta semana en Nueva York. Las imágenes hablan por sí solas: la abogada mentirosa que se inventó el caso de Norma McCorvey y que sirvió para que se legalizara el aborto en Estado Unidos en la sentencia Roe vs Wade, sentada junto a un gobernador obsesionado con el aborto, y con un grupo de personajes siniestros que reían a carcajadas mientras se firmaba lo que hoy, en pleno siglo XXI, es un retroceso ante el avance imparable de la evidencia científica: la vida del hijo en el seno materno es una realidad innegable, las personas con síndrome de Down son iguales que el resto, y la diferencia, la enfermedad y las condiciones físicas de cada cual no pueden ser motivo de discriminación.
Ojalá alguien se atreva a abanderar esta causa, la de la defensa de los que se sabe nacerán diferentes, una defensa que no sea hipócrita sino consecuente, y que denuncie sin complejos la discriminación que supone el aborto eugenésico.
El nombre de la niña que luchó por vivir y no pudo nos animará a seguir en la causa: Esperanza.
Actuall
Por desgracia aún nos quedan muchas cosas por ver, pero las voces cada vez son más y más autorizadas, como la del Dr. Briones que ha sido incapaz de permanecer a las órdenes de quien no sabe nada de Medicina y mucho de sectarismo. Sólo anclándose en el pasado y en la mentira se puede seguir reivindicando el aborto, como ha ocurrido esta semana en Nueva York. Las imágenes hablan por sí solas: la abogada mentirosa que se inventó el caso de Norma McCorvey y que sirvió para que se legalizara el aborto en Estado Unidos en la sentencia Roe vs Wade, sentada junto a un gobernador obsesionado con el aborto, y con un grupo de personajes siniestros que reían a carcajadas mientras se firmaba lo que hoy, en pleno siglo XXI, es un retroceso ante el avance imparable de la evidencia científica: la vida del hijo en el seno materno es una realidad innegable, las personas con síndrome de Down son iguales que el resto, y la diferencia, la enfermedad y las condiciones físicas de cada cual no pueden ser motivo de discriminación.
Ojalá alguien se atreva a abanderar esta causa, la de la defensa de los que se sabe nacerán diferentes, una defensa que no sea hipócrita sino consecuente, y que denuncie sin complejos la discriminación que supone el aborto eugenésico.
El nombre de la niña que luchó por vivir y no pudo nos animará a seguir en la causa: Esperanza.
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