Nuestra
época puede, entre otros calificativos, ser calificada como la de la
consagración de la obscenidad, de modo que por el solo hecho de escribir sobre
el pudor nos presentamos como disidentes a ella.
Por
Alberto Buela (*)
La
obscenidad está vinculada al millonario negocio internacional de la
prostitución, la pornografía, la esclavitud de las mujeres, el robo y
compra-venta de personas. A ello debemos sumar una cultura mediática donde lo
obsceno, lo vulgar y la exhibición indiscriminada de la intimidad, es moneda de
todos los días.
Un
remedio, un antídoto profundo ante este flagelo de nuestros días es, creemos,
rescatar y promover la meditación sobre el pudor.
El
gran mérito del filósofo alemán Scheler, fallecido prematuramente en 1928, fue
el haber sabido distinguir para después poder llegar a unir. El viejo adagio
filosófico distinguere ut ungere se hizo en su filosofía realidad.
Y
así respecto al tema que vamos a tratar distinguió claramente entre tres
órdenes de fenómenos: el impulso sexual, el amor sexual y el amor espiritual.
Partió
de dos proposiciones, debidas a dos grandes maestros opuestos a la fuerte
tradición kantiana de la filosofía
alemana de su tiempo, el de la naturaleza intencional de la conciencia
descubierta o redescubierta por Franz Brentano (1838-1917) y que esa
intencionalidad se da también en los sentimientos superiores cuyos objetos son
los valores, según mostrara Rudolf H. Lotze (1817-1881).
Así,
al sostener Scheler que además de la intuición intelectual existe en el hombre una
intuición emocional que nos permite captar los valores, su propósito fue encontrar las leyes de sentido
de los actos y funciones superiores de la vida emocional, donde los
sentimientos con significado ético y social son: la simpatía, el pudor, la
angustia, el miedo y el honor.
El
pudor ha sido entendido desde siempre como la salvaguarda de la intimidad. “Es el sentimiento de protección del
individuo en lo que tiene de más íntimo”. Es una forma del sentimiento de
sí mismo. Se produce en todo acto de pudor un retorno hacia la mismidad. “En un incendio una madre ha rescatado a su
hijo de las llamas en ropas menores, y sólo después, cuando retorna sobre sí
misma, surge el pudor”.
El
origen del pudor es la conciencia de ese oscuro contacto entre el cuerpo como
“la carne” y el espíritu. Pero el pudor no es como el asco, una pura oposición
a la cosa, sino que junto a esa oposición existe una oculta atracción a la cosa
misma. Es una oposición a objetos atrayentes. Así, la mujer por pudor cubre su
belleza pero su belleza no deja de atraerla.
Se
pierde el sentido del pudor en la masificación, en la existencia meramente
pública, con el llamar la atención propia del vanidoso que solo quiere que
hablen de él con halago. A diferencia del orgulloso, que seguro de sí,
desprecia a quienes lo adulan.
El
sentido estrecho del concepto de pudor se vincula al cuerpo y, específicamente,
a la sexualidad y en un sentido amplio a la espiritualidad.
El
pudor del cuerpo se manifiesta cubriendo la desnudez con el vestido, que es una
extensión del ocultamiento de los órganos sexuales producido por el pudor. En
una palabra, el pudor no nace del vestido, como algunos piensan, sino el
vestido del pudor. [1]
El
pudor corporal está presente desde el nacimiento con el descubrimiento de las
zonas erógenas, pasa luego al nacimiento del impulso sexual en la adolescencia
dirigido hacia sí mismo. La función primaria del pudor en esta etapa consiste
en desviar o frenar la función de la libido y ser el principal freno a la
masturbación. En la mujer aparece el instinto de cría. Pasa luego a la simpatía
sexual que es la capacidad de comprender la vida de los otros y así en el mismo
acto sexual que el otro tenga la misma dicha que uno experimenta y finalmente,
puede pasarse al pudor del “amor sexual” donde una persona elige a otra
persona, donde “yo no puedo existir más
que donde estás tú”.
Esto
último permite un paso sin saltos al pudor del espíritu vinculado al “amor
espiritual” que no es un amor de “tú a tú”, de persona a persona, sino que se
funda en el amor de amistad con Dios y a través de Dios, de amistad con el
prójimo expresado en la caridad.
El
sentimiento del pudor como protección de la intimidad, que permite desarrollar
la personalidad hasta los niveles más elevados de la alta espiritualidad, va a
enfrentarse a dos obstáculos: a) al psicoanálisis sostenedor de la teoría de
Freud que ve en el pudor una censura o represión, una fuerza inhibitoria que no
nos permite realizar nuestros impulsos sexuales y b) a la teoría de la castidad
gazmoña y mojigata que vive la sexualidad con miedo y asco, en reemplazo de la
castidad fundada en “el amor a Dios”.
Del
sentimiento del pudor participan ambos sexos pero es vivido de manera
diferente: en el varón es más anímico y en la mujer más corporal. Es que la
mujer está más vinculada al genio de la vida. La capacidad de prever, de
presentir, de tacto la posee la mujer con mayor grado que el varón.
Existe
en la filosofía un argumento muy antiguo dentro del mito de Prometeo [2] atribuido a Platón en el Protágoras 322 c, donde en el pudor, el
aidoos= aidwV , reside uno de los fundamentos
últimos de toda moral.
Allí
Platón cuenta que Zeus envió a Hermes para repartir entre los hombres los
elementos fundamentales de la ciudad, el aidoos=pudor
y la diké=justicia, diciéndole: “Dales de mi parte una ley: que al incapaz
de participar de aidoos y diké lo eliminen como a una peste de la ciudad”.
Por
el aidoós el hombre libre reconoce la humanidad de los
otros y los trata como semejantes y no como instrumentos, mientras que por la diké, ese mismo hombre, garantiza la
protección de los otros y da a cada uno lo que le corresponde.
Dos
palabras finales sobre la diferencia entre pudor y vergüenza. Si bien los dos
son sentimientos cercanos y pueden confundirse, el pudor es más molecular,
vinculado a la salvaguarda del ser de alguien único.
En
cambio la vergüenza se siente: a) ante los demás o b): al hacer uno algo
ridículo o humillante. Este último aspecto es el rescatado por Aristóteles
cuando la define como: “el sentimiento
que se produce en el hombre cuando cae en la cuenta que su razón no controla su
expresión corpórea”
Mientras
que el primer aspecto, es rescatado por Sartre cuando afirma que: “sentimos vergüenza ante la mirada de los
otros cuando somos descubiertos in fraganti en situaciones oprobiosas.”
El
otro, tanto en el pudor como en la vergüenza, juega un papel importante pero
mientras que uno puede sentir “vergüenza ajena”, no puede sentir “pudor ajeno”.
La
vergüenza es fácilmente objetivable no así el pudor que tiene su anclaje en el
núcleo aglutinado de la persona.
[1] En este sentido
Madame Guyon tiene razón cuando afirma que: “la pudeur est ce qui enveloppe le
corps”,
[2] Buela.
Alberto: Los mitos platónicos vistos desde América, Bs.As., Ed. Theoria, 2009,
pp.33 a 38
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