“En todas
partes, en la sociedad, en los pueblos, en los barrios, en las fábricas y en
las oficinas, el corazón de piedra, el corazón seco, debe mudarse al corazón de
carne, a un corazón abierto”
Son
palabras de Juan Pablo II.
Por
Salvador Casadevall
De
una actitud de corazón cerrado, de corazón de piedra, nos pide que debemos
pasar a un corazón abierto.
Pero,
¿cómo es posible esta transformación tan necesaria para el bien de la
comunidad? Haciendo el esfuerzo de abrirlo, única forma que Dios puede penetrar
en él.
Cuentan
que en una oportunidad un pintor regaló un cuadro al Santo Padre, en el cual se
mostraba una puerta entreabierta. El Santo Padre se mostró sorprendido por el
título que el pintor le había puesto: Corazón de hombre y le preguntó ¿Por qué?
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Porque esta puerta tiene un solo picaporte. Solamente se puede abrir desde
adentro a igual que el corazón del hombre.
El
nacimiento, nuestro nacimiento, todo nacimiento es un azar.
El
donde uno nace es un azar de la vida.
Si
uno tiene la suerte de nacer en un hogar de cierto nivel elevado por su
cultura, por su nivel social, por sus bienes materiales, por su formación, es
un regalo de la vida.
Hay
quien toma conciencia de ello y quien no.
El
que toma conciencia es un aristócrata de la generosidad.
Se
siente en deuda con la sociedad. Siente que algo tiene que devolverle ya que el
lugar de su nacimiento fue un regalo. Nada le costó. Fue un azar acompañado de
un premio.
Cada
uno de nosotros debemos pensar en que somos deudores a la sociedad.
Cuanto
es lo que yo he recibido por puro azar y que no es mío, que tengo que ser
generoso y buscar el como devolverle a la vida que me rodea, esta riqueza que
me fue dada por simple hecho de donde nací. Nada me costó.
Son
los múltiples dones que Dios nos dio para que los multipliquemos con nuestra
generosidad, a igual que los dineros del relato evangélico.
La
bondad, la entrega, la comprensión, la solidaridad y toda esta rastra de cosas
buenas, que proceden del Creador, no pueden jamás florecer, si no parto de la
abertura de mi corazón.
Todas
estas bondades están insertadas en la misericordia.
Ser
misericordioso significa poseer un corazón conmovido por la tristeza ante la
miseria de los demás, como si se tratara de la tuya propia.
El
efecto de la misericordia consiste en intentar alejar, en la medida de lo
posible, esa miseria del prójimo.
De
ese modo, Dios se apiada del hombre al ver los males que las actitudes de
maldad han provocado en el mundo.
Y
Dios busca como actuar a través de cada uno de nosotros, aun que, deberá contar
con nuestro SI.
Y
si no consigue nuestro SI y seguimos viviendo en el NO o en la indiferencia, y
aún que Dios se sienta ofendido por
ello, nos regala incansablemente la oportunidad de arrepentirnos, de cambiar.
Cada
unidad de misericordia tuya, Dios pondrá cien en su lugar.
La
misericordia, la medida de la misericordia, siempre será desde tu voluntad de
ser misericordioso.
El
corazón de Jesús del Calvario, traspasado por la lanza del soldado, es el
símbolo y el instrumento de esa misericordia.
De
él brotó sangre y agua, imágenes del agua del bautismo que nos lava de todo mal
y de la sangre que nos incorpora plenamente a su ser.
Dios
ama intensamente toda su creación.
Y
en esta creación el hombre ocupa el lugar de privilegio.
Hombres
que no aman son la tristeza de Dios
Dame
Señor un corazón que piense en ti.
Un
alma que te ame, una mente que te contemple,
una
inteligencia que te entienda.
Oh
vida por la que viven todas las cosas,
vida
que me das la vida, vida que eres mi vida,
vida
por la que vivo, sin la cual muero,
vida
por la que he resucitado, sin la cual estoy angustiado,
vida
vital, vida dulce y amable, vida inolvidable.
(San Agustín)
A
veces Dios tiene razones sobradas para estar triste.
¿Existe
algo más triste que amar a alguien y no ser amado por él?
Muchos
son los hombres que no aman a Dios.
Todos
ellos, son la tristeza de Dios.
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