lunes, 25 de abril de 2011

MONSEÑOR AGUER: EL TRIPLE SIGNIFICADO DE LA PASCUA




Con paciencia, con esfuerzo, con dolor –porque el misterio de la Cruz es insoslayable- podemos contribuir a una transformación de las cosas. Nos anima esta esperanza. Y esta esperanza es la que hoy nosotros compartimos cuando nos decimos, como yo les digo a ustedes, felices pascuas.


Texto completo de la alocución de Mons. Héctor Aguer:

Queridos amigos estamos celebrando una nueva Pascua y cuando, en un día como hoy, nos decimos o nos deseamos “felices pascuas” es importante que tengamos bien claro qué es lo que expresamos con ese saludo y cuál es el sentido profundo de nuestra celebración.

En realidad, lo que celebramos es el misterio de la Resurrección del Señor. Pero ese misterio no solamente considerado como un hecho real, histórico, que ha sido la clave de la historia humana sino también como algo que atañe concretamente a nuestra vida.

Por eso, cuando decimos “felices pascuas” o “Cristo ha resucitado”, que es lo mismo, estamos, en realidad, anunciando, proclamando, tres verdades de nuestra fe.

En primer lugar una verdad que atañe a Jesucristo mismo. El hecho de que, a través de la muerte, el Señor, en su santísima humanidad, entra en la gloria del Padre. La Resurrección de Cristo no es el retorno de Cristo a la vida que llevaba antes como, por ejemplo, en el caso de la resurrección de Lázaro o del hijo de la viuda de Naín, o de la hijita de Jairo, sino que Cristo entra en la dimensión definitiva, en el seno de la Trinidad. El hombre Jesucristo, la humanidad de Jesucristo, queda penetrada de la gloria de Dios y en Él se anticipa el fin de los tiempos. Él es la eternidad, Él es cielo, fuente de Vida eterna para todos los que creen en él.

Entonces estamos afirmando algo maravilloso, un acontecimiento único en la historia de la humanidad pero que es el principio de una edad sin fin a la cual los hombres estamos llamados a participar. Con la resurrección del Señor han comenzado “los últimos tiempos.

La segunda dimensión de esta afirmación “felices pascuas; Cristo ha resucitado” es nuestra propia transformación espiritual.

Ya la primera generación cristiana advirtió esto: que la Muerte y la Resurrección de Jesucristo son nuestra salvación, nuestra justificación. Que Cristo Resucitado nos comunica el Espíritu que nos da la vida de Dios.

Al decir que Cristo ha resucitado estamos diciendo que nosotros hemos resucitado con Él, hemos resucitado espiritualmente con Él. La vida cristiana, la vida en la gracia de Dios, es precisamente eso: es el efecto y la presencia en nosotros de la vida nueva de Cristo Resucitado, con su Espíritu.

Esto aparece claramente en los escritos del Nuevo Testamento y la liturgia y la tradición de la Iglesia lo expresan de un modo cabal al establecer que en la Vigilia Pascual, en la Noche de Pascua, encuentran su lugar más propio los sacramentos de la Iniciación Cristiana. En la Vigilia Pascual los catecúmenos reciben el bautismo, la confirmación y la eucaristía, y nosotros bautizados ya, renovamos nuestro compromiso bautismal para que esa vida que Cristo nos ha dado se manifieste concretamente en nuestras obras.

Pero hay una tercera dimensión de esta verdad de fe “felices pascuas; Cristo ha resucitado” que tiene que ver con el futuro de la humanidad y del cosmos; es el principio de la resurrección de los muertos, que será la transformación de nuestros cuerpos mortales y también la transformación del universo entero.

Esto es lo que se llama la dimensión escatológica de la Resurrección de Cristo. En el Credo afirmamos nuestra fe en que Jesús volverá al fin de los tiempos para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin. Creemos en un cielo nuevo y una tierra nueva, que no son obra del hombre sino obra de Dios. Este fin de los fines ha comenzado ya en el Señor Resucitado.

La Pascua, entonces, es una fiesta de alegría y de esperanza; pero no hay que creer que esa alegría y esa esperanza tiene que tener un efecto automático, casi mágico, en la vida de todos los días.

Por ejemplo: si nosotros, argentinos, que tenemos tantas razones para vivir atribulados, pensamos que por celebrar la Pascua todo va a cambiar, va a mejorar, y que el día de mañana estaremos todos más contentos y felices y las cosas se van a ir acomodando solas, seguramente nos estaríamos engañando.

Las cosas se pueden ir mejorando, ciertamente, y los cristianos tenemos esa esperanza, en la medida en que nosotros vivamos en plenitud esa vida nueva que nos trasmite Cristo Resucitado. En la medida en que la fe se proyecte con coherencia en la conducta.

Por eso sí, efectivamente, el cristianismo es una fuente de continua esperanza en la renovación del mundo, pero esa renovación del mundo pasa por nosotros, pasa nuestra fe, por la profundidad y el vigor de nuestra fe, pasa por la coherencia entre nuestra fe y la vida y pasa por nuestro compromiso público y social de dar pleno testimonio de la verdad cristiana.

Entonces sí, con paciencia, con esfuerzo, con dolor –porque el misterio de la Cruz es insoslayable- podemos contribuir a una transformación de las cosas. Nos anima esta esperanza. Y esta esperanza es la que hoy nosotros compartimos cuando nos decimos, como yo les digo a ustedes, felices pascuas.





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