Queremos educar a nuestros hijos, pero nos quejamos de que hoy día es muy cara la educación que deseamos. Pareciera que nos dañan al rascarnos el bolsillo. Pensamos que nos estafan.
Por Oswaldo Pulgar Pérez
Cuando nos planteamos cambiar de automóvil primero calculamos el dinero disponible y en función de eso, escogemos el modelo que deseamos adquirir. Casi siempre queremos el mejor, aunque tengamos que endeudarnos para conseguirlo: que no falte el aire acondicionado, un buen reproductor de cds. Además, las condiciones de potencia, maniobrabilidad y belleza. En la civilización occidental se le rinde culto al automóvil. Tanto, que alguien lo llamó la prótesis imprescindible del hombre moderno. Se nota cuando te lo rayan. Pareciera que nos dañaran la propia piel.
Nos duele tanto que podemos llegar a los puños para garantizar la debida compensación. No digamos en su mantenimiento. Todo nos parece poco con tal de tenerlo como una joya.
Queremos educar a nuestros hijos, pero nos quejamos de que hoy día es muy cara la educación que deseamos. Pareciera que nos dañan al rascarnos el bolsillo. Pensamos que nos estafan. Sin embargo, en este caso actuamos de modo distinto al automóvil.
Primero que todo, no buscamos el colegio según la calidad de educación que imparte. El primer criterio es que esté cerca de la casa, para no invertir tanto tiempo en transporte. Aunque sabemos que el hombre es distinto de la mujer, lo preferimos mixto, porque así me ahorro viajes a sitios distantes.
Nos conformamos con que saquen buenas notas. Lo demás no importa, lo dejamos al azar. Nos parece que con una computadora tendrá toda la información necesaria para vivir. Craso error. Porque es más importante educar la voluntad con los buenos hábitos, que llenar la inteligencia de datos.
Una de las carencias de nuestra cultura es que se "llena" a los niños de información, pero no se les dan criterios de conducta. En la universidad se les enseña a ganar y a producir, pero no se les enseña a vivir.
Lo que exigimos para nuestros carros, no lo exigimos para nuestros niños. Nos conformamos con una educación de pocos vuelos. No es que sea mala, ya que nunca la elegiríamos, sino que es insuficiente. No basta. Dicen unos padres: -"A mí me educaron sin que mis padres tuviesen que pisar el colegio. Tampoco hicieron cursos para padres, y aquí estoy yo".
No pensamos que las épocas son distintas y, si antes los padres no intervenían en el proceso, no era porque no hiciera falta, sino porque no se daban cuenta de que las dos instancias -familia y colegio- deben mirar juntos en la misma dirección y trabajar en equipo para educar a los chamos.
Nuestros hijos son mucho más valiosos que un carro. No son unas prótesis en nuestra vida. Son parte nuestra. Los divorcios son traumáticos para los hijos porque si somos consecuentes, al separarnos, tendríamos que partirlos por la mitad, ya que son fruto del amor de los dos. La grieta que en ellos se abre, no se consolida nunca, aunque busquemos sustitutos aparentemente eficaces.
Podemos entonces llegar a algunas conclusiones: a) Los hijos necesitan el mejor colegio que podamos conseguir. No es mejor el más barato, sino el que responda mejor a las exigencias de los padres.
b) Educar no es solo informar, sino sobre todo dar criterios de actuación. Como decía Whitehead: "La educación tiene dos mandamientos: enseñar poco, y lo que se enseña, enseñarlo a fondo". c) La educación si es de primera calidad, es costosa. d) No escatimemos gastos porque el caso lo amerita. e) Dereck BoK decía: "Si piensas que la educación es cara, prueba con la ignorancia"
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