BULA
PASTOR COELESTIS
CONDENANDO LOS ERRORES DE MIGUEL DE MOLINOS
PAPA INOCENCIO XI
Para liberar al mundo, postrado en las tinieblas y atado por numerosos errores paganos, del poder del demonio que lo tenía como miserable prisionero después de la caída de nuestro primer padre, el pastor celestial, Cristo Nuestro Señor, por su inefable misericordia, condescendió a encarnarse y, como víctima viva, ofrecerse a Dios por nosotros en el madero de la cruz, clavando en él la garantía de nuestra redención como prueba de su amor por nosotros. Luego, antes de volver al cielo, dejó en la tierra a la Iglesia Católica, su esposa, como una ciudad nueva, una Jerusalén santa, bajada del cielo sin arruga ni mancha, Una y Santa, protegida por sus poderosas armas contra las puertas del infierno. Su gobierno lo confió al príncipe de los apóstoles, Pedro, y a sus sucesores; ellos deben conservar íntegra la enseñanza extraída de sus labios, para que las ovejas redimidas por su preciosa sangre no se alimenten de ideas venenosas y caigan en errores seculares. Este poder, según nos enseña la Sagrada Escritura, lo confió especialmente al bienaventurado Pedro. Porque ¿a cuál de los apóstoles, sino a Pedro, le dijo: "Apacienta mis ovejas"?. Y también: "He rogado por vosotros para que vuestra Fe no desfallezca; y cuando os hayáis convertido, fortaleced a vuestros hermanos". Por eso, nosotros, que ocupamos el trono de Pedro y poseemos un poder igual al suyo, no por nuestros propios méritos, sino por la inescrutable sabiduría de Dios Todopoderoso, deseamos firmemente que el pueblo cristiano abrace esa fe proclamada por Cristo nuestro Señor a través de sus apóstoles en una Tradición continua e ininterrumpida; la Fe que él prometió que perduraría hasta el fin del mundo.
1. Recientemente se ha puesto en conocimiento de nuestro Oficio Apostólico que un cierto Miguel de Molinos, bajo el pretexto de la oración de quietud, pero en realidad en desacuerdo con la enseñanza y la práctica de los santos padres desde los orígenes, enseñaba doctrinas falsas de palabra y por escrito, y en la práctica las seguía; estas doctrinas alejaban a los fieles de la verdadera Religión y de la pureza de la piedad cristiana hacia terribles errores y toda indecencia. Por lo tanto, como siempre hemos estado profundamente preocupados de que las almas de los fieles que Dios nos ha encomendado lleguen con seguridad al esperado puerto de la salvación al ser mantenidas libres de tales errores depravados, hemos ordenado, después de una legítima investigación, que el mencionado Molinos sea puesto en prisión. Luego, en persona y en presencia de nuestros Honorables Hermanos, Cardenales de la Santa Iglesia Romana, especialmente designados como inquisidores generales en toda la cristiandad, consultamos a varios maestros de Teología Sagrada y recibimos su juicio de palabra y por escrito, y lo sopesamos cuidadosamente. Incluso implorando la asistencia del Espíritu Santo, hemos determinado condenar, con el consentimiento unánime de estos nuestros hermanos, las siguientes proposiciones de este mismo Molinos. El mismo había reconocido estas proposiciones como suyas y había sido condenado por dictarlas, escribirlas, difundirlas y sostenerlas, o había reconocido su culpabilidad, como se explica más ampliamente en los procedimientos judiciales y el veredicto emitido por nuestro mandato de 28 de agosto de 1687.
Las proposiciones:
1. Es necesario que el hombre reduzca sus propios poderes a la nada, y ésta es la vía interior.
2. Querer operar activamente es ofender a Dios, que desea ser él mismo el único agente; y por eso es necesario abandonarse totalmente en Dios y después continuar en la existencia como un cuerpo inanimado.
3. Los votos sobre hacer algo son impedimentos para la perfección.
4. La actividad natural es enemiga de la gracia, e impide las operaciones de Dios y la verdadera perfección, porque Dios quiere operar en nosotros sin nosotros.
5. Al no hacer nada, el alma se aniquila a sí misma y vuelve a su principio y a su origen, que es la esencia de Dios, en la que permanece transformada y divinizada, y entonces Dios permanece en sí mismo, porque entonces las dos cosas ya no están unidas, sino que son una sola, y así Dios vive y reina en nosotros, y el alma se aniquila en el ser operativo.
6. La vía interior es aquella en la que no se reconoce ni la luz, ni el amor, ni la resignación, y no es necesario comprender a Dios, y de esta manera se progresa correctamente.
7. Un alma no debe considerar ni la recompensa, ni el castigo, ni el paraíso, ni el infierno, ni la muerte, ni la eternidad.
8. No debe desear saber si progresa según la voluntad de Dios, o si con la misma voluntad resignada se queda quieta; tampoco es necesario que desee conocer su propio estado o su propia nada; sino que debe permanecer como un cuerpo inanimado.
9. El alma no debe acordarse ni de sí misma, ni de Dios, ni de nada, y en la vida interior toda reflexión es perjudicial, incluso la reflexión sobre sus acciones humanas y sobre sus propios defectos.
10. Si uno escandaliza a los demás por sus propios defectos, no es necesario reflexionar, mientras no exista la voluntad de escandalizar; no poder reflexionar sobre los propios defectos, es una gracia de Dios.
11. No es necesario reflexionar sobre las dudas de si se está procediendo correctamente o no.
12. El que entrega su propia voluntad a Dios no debe preocuparse de nada, ni del infierno, ni del cielo; tampoco debe tener deseo de su propia perfección, ni de las virtudes, ni de su propia santidad, ni de su propia salvación, cuya esperanza debe remover.
13. Después de que nuestro libre albedrío ha sido resignado a Dios, la reflexión y el cuidado sobre todo lo nuestro debe ser dejado a ese mismo Dios, y debemos dejarlo a él, para que pueda obrar su divina voluntad en nosotros sin nosotros.
14. No parece que quien está resignado a la voluntad divina, pida nada a Dios; porque pedir es una imperfección, ya que el acto es de la propia voluntad y elección, y esto es desear que la voluntad divina se conforme con la nuestra, y no que la nuestra se conforme con la divina; y esto desde el Evangelio: "Buscad y hallaréis", no fue dicho por Cristo para las almas interiores que no desean tener libre albedrío; es más, las almas de esta clase llegan a este estado, que no pueden buscar nada de Dios.
15. Así como no deben pedir nada a Dios, tampoco deben darle gracias por nada, porque cualquiera de las dos cosas es un acto de su propia voluntad.
16. No conviene pedir indulgencias por el castigo debido a los propios pecados, porque es mejor satisfacer la justicia divina que buscar la misericordia divina, ya que esta última procede del puro amor a Dios, y la primera de un amor interesado a nosotros mismos, y eso no es cosa agradable a Dios y meritoria, porque es un deseo de rehuir la cruz.
17. Cuando el libre albedrío se ha entregado a Dios, y el cuidado y pensamiento de nuestra alma se ha dejado al mismo Dios, ya no hay que preocuparse de las tentaciones, ni se debe hacer más que una resistencia negativa a las mismas, sin aplicar ninguna energía, y si se despierta la naturaleza, hay que dejar que se despierte, porque es la naturaleza.
18. El que en su oración utiliza imágenes, figuras, pretensiones y sus propias concepciones, no adora a Dios "en espíritu y en verdad."
19. Quien ama a Dios de la manera que la razón señala o el intelecto comprende, no ama al Dios verdadero.
20. Afirmar que en la oración es necesario ayudarse del discurso y de las reflexiones, cuando Dios no habla al alma, es ignorancia. Dios nunca habla; su modo de hablar es la operación, y siempre opera en el alma cuando ésta no lo impide con sus discursos, reflexiones y operaciones.
21. En la oración es necesario permanecer en la fe oscura y universal, con quietud y olvido de todo pensamiento particular y distinto de los atributos de Dios y de la Trinidad, y así permanecer en la presencia de Dios para adorarle y amarle y servirle, pero sin producir actos, porque Dios no se complace en ellos.
22. Este conocimiento por la fe no es un acto producido por una criatura, sino que es un conocimiento dado por Dios a la criatura, que ésta no reconoce que tiene, ni sabe después que lo tenía; y lo mismo se dice del amor.
23. Los místicos, con San Bernardo en la Scala Claustralium (La Escala de los Reclusos), distinguieron cuatro escalones: lectura, meditación, oración y contemplación infusa. Quien permanece siempre en la primera, nunca pasa a la segunda. Quien siempre persiste en la segunda, nunca llega la tercera, que es nuestra contemplación adquirida, en la que se debe persistir durante toda la vida, siempre que Dios no atraiga al alma (sin que ésta lo espere) a la contemplación infusa; y si ésta cesa, el alma debe volver al tercer escalón y permanecer en él, sin volver de nuevo al segundo o al primero.
24. Cualesquiera pensamientos que se produzcan en la oración, incluso impuros, o contra Dios, los santos, la fe y los sacramentos, si no se alimentan voluntariamente, ni se expulsan voluntariamente, sino que se toleran con indiferencia y resignación, no impiden la oración de fe; es más, la hacen más perfecta, porque el alma queda entonces más resignada a la voluntad divina.
25. Aunque uno se adormezca y se duerma, sin embargo hay oración y contemplación actual, porque oración y resignación, resignación y oración son lo mismo, y mientras la resignación perdura, la oración también perdura.
26. Las tres vías: la purgativa, la iluminativa y la unitiva, son el mayor absurdo del que se ha hablado en la (teología) mística, ya que sólo hay una vía, la interior.
27. El que desea y abraza la devoción sensible no desea ni busca a Dios, sino a sí mismo; y quien camina por la vía interior, tanto en los lugares santos como en los días de fiesta, actúa mal cuando la desea y trata de poseerla.
28. El cansancio por los asuntos espirituales es bueno, si en verdad por él se purifica el propio amor.
29. Mientras el alma interior desdeñe los discursos sobre Dios, desdeñe las virtudes y permanezca fría, sin sentir ningún fervor en sí misma, es buena señal.
30. Todo lo sensible que experimentamos en la vida espiritual, es abominable, bajo e inmundo.
31. Ninguna persona meditativa ejerce las verdaderas virtudes interiores; éstas no deben ser reconocidas por los sentidos. Es necesario abandonar las virtudes.
32. Ni antes ni después de la comunión se requiere para estas almas interiores otra preparación o acto de acción de gracias que la permanencia en la acostumbrada resignación pasiva, porque de un modo más perfecto suple todos los actos de las virtudes, que pueden practicarse y se practican del modo ordinario. Y, si en esta ocasión de comunión surgen emociones de humildad, de petición o de acción de gracias, han de reprimirse, siempre que no se discierna que proceden de un impulso especial de Dios; de lo contrario, son impulsos de la naturaleza aún no muertos.
33. Actúa mal el alma que procede por esta vía interior, si quiere en los días de fiesta por algún esfuerzo particular excitar alguna devoción sensible en sí misma, pues para un alma interior todos los días son iguales, todos festivos. Y lo mismo se dice de los lugares santos, porque para las almas de esta clase todos los lugares son iguales.
34. Dar gracias a Dios con palabras y de palabra no es para las almas interiores que deben permanecer en silencio, no poniendo ningún obstáculo ante Dios, porque él opera en ellas; y cuanto más se resignan a Dios, descubren que no pueden recitar la oración del Señor, es decir, el Padre Nuestro.
35. No conviene que las almas de esta vida interior realicen obras, incluso virtuosas, por su propia elección y actividad; de lo contrario, no estarían muertas. Tampoco deben suscitar actos de amor a la Santísima Virgen, a los santos o a la humanidad de Cristo, porque al ser objetos sensibles, también lo es su amor hacia ellos.
36. Ninguna criatura, ni la Santísima Virgen ni los santos, debe habitar en nuestro corazón, porque sólo Dios quiere ocuparlo y poseerlo.
37. Con ocasión de las tentaciones, incluso violentas, el alma no debe suscitar actos explícitos de virtudes contrarias, sino que debe perseverar en el mencionado amor y resignación.
38. La cruz voluntaria de las mortificaciones es un peso pesado e infructuoso, y por lo tanto debe desecharse.
39. Las obras y penitencias más santas, que los santos realizaron, no bastan para quitar del alma ni una sola atadura.
40. La Santísima Virgen nunca realizó ninguna obra exterior y, sin embargo, fue más santa que todos los santos. Por lo tanto, se puede llegar a la santidad sin trabajo exterior.
41. Dios permite y desea humillarnos y conducirnos a una verdadera transformación, porque en algunas almas perfectas, aunque no inspiradas, el demonio inflige violencia a sus cuerpos y les hace cometer actos carnales, incluso en vigilia y sin el desconcierto de la mente, moviendo físicamente las manos y otros miembros contra su voluntad. Y lo mismo se dice en cuanto a otras acciones pecaminosas en sí mismas, en cuyo caso no son pecados, pero en ellas (porque con éstas) no está presente el consentimiento.
42. Puede darse el caso de que cosas de este tipo contrarias a la voluntad resultan en actos carnales al mismo tiempo por parte de dos personas, por ejemplo, hombre y mujer, y por parte de ambos se sigue un acto.
43. Dios, en épocas pasadas, creó santos por ministerio de tiranos; ahora, en verdad, produce santos por ministerio de demonios, los cuales, provocando las citadas cosas contrarias a la voluntad, hacen que se desprecien más y se aniquilen y resignen a Dios...
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