Por Alejandro Berganza
Los actos homosexuales son cien por ciento privados, y, a diferencia de los actos de músicos, deportistas, literatos, actores o parejas conyugales entre tantos otros, comienzan y terminan en el ámbito individual de las parejas homosexuales. Cada par de individuos crea su micro universo existencial dentro del cual todos los actos homosexuales comienzan y terminan. Son absolutamente intrascendentes.
Pero si esta conducta erótica y genital privada quiere cruzar la barrera de la individualidad, como es el caso cuando se pretende que las uniones homosexuales sean reconocidas socialmente como “matrimonio”, se debe justificar su efecto en la sociedad.
En el caso de la adopción de niños por parejas homosexuales se da una irracionalidad tan clara como escandalosa:
La procreación es absolutamente imposible para parejas homosexuales.
Por consiguiente, como requisito sine qua non para justificar el criterio de ‘‘igualitario” aplicado a ambos tipos de parejas, los activistas judiciales “de género” deben postular que la procreación está radicalmente excluida de la definición de matrimonio. Si no lo estuviera, las parejas serían desiguales y sería imposible apelar al criterio de “igualitario”.
Por lo tanto, por el mismo postulado teórico (la procreación no guarda relación alguna con el matrimonio), justifican necesariamente su imposibilidad de adoptar a la vez que su desigualdad radical con la unión hombre-mujer (se llame como se llame) que sí puede procrear.
Entonces, primero postulan que la procreación no es connatural al matrimonio para que se pueda aplicar el criterio de “igualitario”, y enseguida dan por supuesto lo contrario, que la procreación es connatural al matrimonio para que el reconocimiento jurídico en tal calidad incluya expeditamente, sin necesidad de deliberación legislativa adicional, la opción de adoptar. Este claro contrasentido en el que un reclamo invalida al otro para mantener su propia validez, equivale a querer ordeñar una vaca y cocinar su carne simultáneamente.
Algunas consecuencias de la irracionalidad
Para que su unión sea reconocida como “matrimonio”, los homosexuales se ven forzados a establecer que su imposibilidad de procrear no es impedimento, puesto que la procreación es extraña a la definición de matrimonio, pero, a la vez, les es imposible negar que la procreación es connatural al matrimonio natural tradicional de cuya definición despojan la procreación. De aquí resulta que la unión entre hombre y mujer, a la que es connatural procrear, que antes se llamaba matrimonio, es despojada de ese nombre puesto que ahora excluye la procreación. La procreación queda excluida de todas las definiciones conocidas hasta ahora. La palabra matrimonio queda, entonces, exclusivamente para la unión entre dos homosexuales, y la unión entre hombre y mujer que procrean queda, por estricta necesidad de coherencia lógica, sin nombre.
Todas las ideologías son incoherentes, por tanto duran mientras dura la fuerza que las impone o no implosionen por el masivo daño que causan.
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