Los padres piensan que como ellos sufrieron mucho, ahora a sus hijos hay que tratarlos como reyes. Craso error. Es más importante educar la voluntad que ilustrar la inteligencia.
Por Oswaldo Pulgar Pérez
Coincidí con la salida de los alumnos de un colegio cercano. A muchos los venían a buscar sus padres en auto. Otros -quizá porque vivían cerca-, se iban a pie con la empleada que vino a recogerlos o con el abuelo que ese día había sustituido a la empleada en su día libre.
Me fijé que un niño iba muy cómodo tomándose un helado, mientras que la empleada, el abuelo o el papá, llevaban sobre su espalda la mochila y en la mano la lonchera, pues el nene estaría cansado después de un día agobiante de labor.
Los padres piensan que como ellos sufrieron mucho, ahora a sus hijos hay que tratarlos como reyes. Craso error. Es más importante educar la voluntad que ilustrar la inteligencia.
La voluntad se educa fomentando hábitos: de orden, de puntualidad, de obediencia, de cariño, de servicio a los demás. El carácter no se fragua en el facilismo. Más bien se malogra con él. El niño debe aprender a no eludir el esfuerzo que supone conseguir metas valiosas.
Les hacemos daño al evitarles cualquier sufrimiento. Aprenderán más cuando se equivocan que cuando todo les sale bien. Tampoco hay que complacer todos sus caprichos. Pensamos que se traumatizan y los hacemos flojos y esclavos de la comodidad. El consumismo en las diversiones con el apoyo de la informática, les va sembrando hábitos inconvenientes y un deseo insaciable de gozar que los hace egoístas, egocéntricos y carentes de iniciativa.
En Venezuela, a los niños no les enseñamos a amar la lectura. Pero si los papás no leen, tampoco leerán los hijos. Nadie da lo que no tiene. Y leer es clave. Se les abren panoramas que no conocían. Se presentan situaciones que les ayudan a madurar. Los verdaderos traumas de los niños vendrán cuando no estén los padres que antes les solucionaban todo.
Hace tanto mal la sobreprotección como la indiferencia. Una mamá le decía a la empleada: -¡Vaya a ver qué están haciendo los niños y prohíbaselos!
La confianza -tan importante para educar- surge cuando se combate el error y no al niño.
Yo puedo decir a quien golpeó a su hermanita que actuó mal, pero no que él es malo. Allí hay un juicio de valor que humilla. Cuando lo golpeamos por haber actuado mal, estamos desahogando nuestra rabia, pero no le estamos enseñando nada.
Un juez de menores en España decía que existen tantas leyes para proteger a los niños, que con ellas los estamos deformando. Les hablamos de sus derechos pero no de sus obligaciones. El niño se envalentona y hasta amenaza a sus padres con denunciarlos. Se interpreta mal el diálogo. Llega la hora de comer. El niño dice: -No quiero sopa. El papá responde: -Pues si no te la almuerzas, te la meriendas, o te la cenas. Pero te tomas la sopa. Las corrientes psicológicas, hoy día, sugieren convencer al niño de que se tiene que tomar la sopa. Así no se traumatiza. ¡Ni hablar! -dice el juez.
Y simula un diálogo absurdo: “-¿Hijo, no es verdad que tú quieres tomarte la sopa? Mira, tiene muchos beneficios: te da vitaminas, te mejora la circulación; pero en fin... tú decides”. ¡Absolutamente NO! Ese no es el modo.
El derecho más importante de los niños es el de ser educados con exigencia. Como decía el maestro Corts Grau: “A la juventud se la adula, se la imita, se la seduce, se la tolera, pero no se le exige, no se le ayuda de verdad, no se la responsabiliza... porque en el fondo no se la ama”. Y esto es en definitiva lo que los jóvenes sospechan y aunque no se atrevan a decirlo, proceden en consecuencia.
Yo puedo decir a quien golpeó a su hermanita que actuó mal, pero no que él es malo. Allí hay un juicio de valor que humilla. Cuando lo golpeamos por haber actuado mal, estamos desahogando nuestra rabia, pero no le estamos enseñando nada.
Un juez de menores en España decía que existen tantas leyes para proteger a los niños, que con ellas los estamos deformando. Les hablamos de sus derechos pero no de sus obligaciones. El niño se envalentona y hasta amenaza a sus padres con denunciarlos. Se interpreta mal el diálogo. Llega la hora de comer. El niño dice: -No quiero sopa. El papá responde: -Pues si no te la almuerzas, te la meriendas, o te la cenas. Pero te tomas la sopa. Las corrientes psicológicas, hoy día, sugieren convencer al niño de que se tiene que tomar la sopa. Así no se traumatiza. ¡Ni hablar! -dice el juez.
Y simula un diálogo absurdo: “-¿Hijo, no es verdad que tú quieres tomarte la sopa? Mira, tiene muchos beneficios: te da vitaminas, te mejora la circulación; pero en fin... tú decides”. ¡Absolutamente NO! Ese no es el modo.
El derecho más importante de los niños es el de ser educados con exigencia. Como decía el maestro Corts Grau: “A la juventud se la adula, se la imita, se la seduce, se la tolera, pero no se le exige, no se le ayuda de verdad, no se la responsabiliza... porque en el fondo no se la ama”. Y esto es en definitiva lo que los jóvenes sospechan y aunque no se atrevan a decirlo, proceden en consecuencia.
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