Adviento es tiempo de preparación para celebrar el nacimiento de Jesús. El sentido de preparación es propio de la vida cristina, porque ella es un encuentro libre con Jesucristo.
Todo encuentro para que sea fecundo necesita de preparación. En este tiempo la liturgia nos propone la figura de la Virgen María para acompañarnos.
Este encuentro necesita apertura, capacidad de comunión y disponibilidad, porque se realiza en ese marco de amor y de libertad que es el ámbito propio de Dios. Definir la vida cristiana en términos de encuentro con Jesucristo nos ayuda, además, a no instalarnos en esa aparente certeza de lo ya conocido que, nos empobrece espiritualmente. La Iglesia, a través de la pedagogía de su liturgia dispone, para ello, de tiempos de preparación para renovar este encuentro.
María Santísima nos enseña a vivir este tiempo de preparación y encuentro. Toda ella es apertura a la obra de Dios cuando recibe el llamado de ser la madre de su Hijo: “Feliz de ti por haber creído lo que te fue anunciado por el Señor” (Lc. 1, 45). Su vida fue un testimonio de comunión con el mensaje de su Hijo: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn. 2, 5).
Su maternidad, que maduró en la cruz, se hace espera misionera de Pentecostés: “Todos ellos (los apóstoles) íntimamente unidos, de dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” (Hech. 1, 14). Como vemos, su disponibilidad es servicio, su camino evangélico signo de comunión y su vida compromiso con la misión de su Hijo. Esta actitud de María es el ideal que nos presenta la Iglesia durante este tiempo de preparación.
Recordemos en este Adviento el marco que nos propone la Iglesia de caminar: “Hacia un Bicentenario en Justicia y Solidaridad”. Entre las metas que nos presenta les propongo reflexionar sobre la primera, que nos habla de la familia y la vida. Es necesario, nos dice: “Recuperar el respeto por la familia y por la vida en todas sus formas”. Familia y vida son resonancias de nuestra fe en Dios que no sólo nos ha creado, sino que nos acompaña con la presencia viva de su Hijo. Al hablar de estas realidades estamos ante hechos que tienen una identidad propia y permanente. Es posible y necesario recrearlos en cada época, pero no cambiar su sentido y exigencia.
Podemos hablar, por ello, de anunciar hoy el Evangelio de la Vida y de la Familia, como realidades que tienen su fuente en Dios y su plenitud de sentido en Jesucristo. A estas verdades las podemos conocer en el plano de la razón sin recurrir a la fe, sin embargo, al descubrirnos la fe el significado único, personal, y trascendente que tiene la vida del hombre. Ello le agrega una nota decisiva. La dignidad humana, que tiene su primer derecho en el derecho a la vida, tiene, además, una vocación personal de plenitud que es la Vida eterna. Aquí se encuentran la fe y la razón: “como las dos alas con las cuales el espíritu humano contempla la verdad” (F.R. 1). No se excluyen, sino que se necesitan para comprender y vivir la verdad plena del hombre.
Queridos amigos, vivamos este tiempo de Adviento como tiempo de gracia en nuestra vida, en nuestras familias y comunidades cristianas. Reciban de su Obispo, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor que ha nacido en Belén.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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