ENCÍCLICA
LUCTUOSISSIMI EVENTUS
DEL PAPA PÍO XII
EXHORTANDO A LA ORACIÓN PÚBLICA
POR LA PAZ Y LA LIBERTAD DEL PUEBLO DE HUNGRÍA
A los Venerables Hermanos, a los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios Locales en Paz y Comunión con la Sede Apostólica.
Venerables Hermanos, Saludos y Bendición Apostólica
Nuestro corazón paternal está profundamente conmovido por los dolorosos acontecimientos que han sobrevenido a los pueblos de Europa del Este y especialmente a Nuestra querida Hungría, que ahora está siendo empapada de sangre por una espantosa masacre. Y no sólo Nuestro corazón está conmovido, sino también el de todos los hombres que aprecian los derechos de la sociedad civil, la dignidad del hombre y la libertad que corresponde a los individuos y a las naciones.
2. Por eso, conscientes de nuestros deberes apostólicos, no podemos dejar de apelar fervientemente a todos vosotros, Venerables Hermanos, y a los rebaños que os han sido confiados, para que, animados por el amor fraterno, elevéis con Nosotros oraciones suplicantes a Dios, en cuyas manos están los destinos de los pueblos, así como el poder y la vida misma de sus gobernantes. Oremos para que se ponga fin a esta carnicería y para que algún día vuelva a amanecer una verdadera paz fundada en la justicia, la caridad y la legítima libertad.
3. Que todos los hombres se den cuenta de que el inestable orden internacional de hoy no puede ser estabilizado por un poderío armado que lleva a muchos a la muerte, ni por esa violencia infligida a los ciudadanos que es impotente para obligar a su asentimiento interior, ni por esas ficciones engañosas que corrompen la mente y son tan repugnantes para los derechos de una conciencia cívica y cristiana como lo son para los derechos de la Iglesia. Ni el aliento de la justa libertad puede ser extinguido jamás por la fuerza exterior.
4. En medio de estas condiciones opresivas, que tanto atormentan a una parte querida del rebaño cristiano, recordamos con placer el día, hace ya muchos años, en que viajamos a Budapest para participar en un Congreso Eucarístico internacional como representante personal de Nuestro Predecesor de feliz memoria, Pío XI. Tuvimos entonces la alegría y el consuelo de ver a los queridos católicos de Hungría seguir con ardiente piedad y profundísima veneración el Augusto Sacramento del altar mientras era llevado en solemne procesión por las calles de la ciudad.
5. Estamos seguros de que la misma fe y el mismo amor por nuestro Divino Redentor siguen inspirando los corazones de este pueblo, aunque los campeones del comunismo ateo intenten con todas las estratagemas posibles despojar sus mentes de la religión de sus antepasados. Tenemos, pues, la más segura confianza en que esta gran nación, aun en la crisis que ahora la aflige trágicamente, volverá a elevar a Dios oraciones suplicantes, pidiendo esa paz y ese orden interno que tan ardientemente desea. Esperamos también que todos los verdaderos cristianos del mundo, como prueba de su caridad común, se unan en oración a estos, sus hermanos, oprimidos por tantas calamidades y tantos males.
6. Exhortamos particularmente a esta santa cruzada de oración a todos aquellos a quienes abrazamos con el mismo tierno afecto con que lo hizo el Divino Redentor, cuya persona representamos en la tierra: los que están en la flor de la juventud, resplandecientes de dulzura y gracia. Tenemos gran confianza en sus oraciones, pues, aunque son de este mundo, manchado por el crimen y el pecado, pueden ser llamados, en cierto modo, ángeles. Que todos los cristianos se unan a ellos para invocar el poderoso patrocinio de la Santísima Virgen María, pues ella tiene gran influencia para nosotros ante Dios, ya que es la Madre del Divino Redentor y nuestra propia Madre amantísima.
7. No dudamos de que los cristianos de todas partes, en las ciudades, pueblos y aldeas, dondequiera que brille la luz del Evangelio, y especialmente los niños y niñas, responderán de muy buena gana a Nuestras súplicas a las que se añadirán las vuestras.
8. Así sucederá que el amado pueblo húngaro, torturado por tan grandes sufrimientos y empapado de tanta sangre, y los demás pueblos de Europa oriental privados de libertad religiosa y civil, podrán -con la inspiración y la ayuda de Dios, que se busca en tantas oraciones suplicantes y por la intercesión de la Virgen María- resolver feliz y pacíficamente estos problemas en justicia y orden correcto, con el debido respeto a los derechos de Dios y de Jesucristo, nuestro Rey, cuyo reino es “un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de la Fiesta de Jesucristo Rey).
9. Apoyándonos en esta dulce esperanza, impartimos, como muestra de Nuestra estima y en prenda de abundantes gracias celestiales, Nuestra Bendición Apostólica, amorosamente en Nuestro Señor, a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestros rebaños, especialmente a los de Hungría y a los de los demás países de la Europa oriental, tan afligidos y oprimidos por las calamidades, y particularmente a los Obispos Consagrados de estos mismos países que se encuentran en prisión o en lugares de custodia o han sido enviados al exilio.
10. Dado en Roma, desde San Pedro, el día 28 de octubre, fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey, del año 1956, XVIII de Nuestro Pontificado.
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