domingo, 4 de marzo de 2001

LAETAMUR ADMODUM (1 DE NOVIEMBRE DE 1956)


LAETAMUR ADMODUM

ENCÍCLICA DEL PAPA PÍO XII 
RENOVANDO LA EXHORTACIÓN A LA ORACIÓN 

POR LA PAZ PARA POLONIA, HUNGRÍA Y MEDIO ORIENTE 

A los Venerables Hermanos, a los Patriarcas, Primados, Arzobispos, Obispos y demás Ordinarios Locales en Paz y Comunión con la Sede Apostólica.

Venerables Hermanos, Saludos y Bendición Apostólica.

Nos complace sobremanera saber que los Pastores Consagrados del mundo católico y el resto del clero y de los fieles han respondido con generosidad y entusiasmo a la paternal súplica de Nuestra reciente Carta Encíclica, suplicando al Cielo en oraciones públicas. Por ello, damos incesantemente gracias a Dios de corazón porque ha escuchado tantas oraciones, especialmente de niños y niñas inocentes, y parece que por fin se abre un nuevo amanecer de paz basado en la justicia para los pueblos de Polonia y Hungría.

2. Con no menos alegría hemos sabido que Nuestros amados hijos, Cardenales de la Santa Iglesia Romana, Stefan Wyszynski, Arzobispo de Gniezno y Varsovia, y Jozef Mindszenty, Arzobispo de Esztergom, que habían sido ambos expulsados de sus sedes, fueron reconocidos como hombres inocentes, injustamente acusados de delito, y como tales han sido ya restituidos a sus puestos de honor y responsabilidad y acogidos triunfalmente por multitudes regocijadas.

3. Confiamos en que este acontecimiento será un feliz presagio para la restauración y pacificación de estos dos países sobre una base de principios más sólidos y de leyes más nobles y, sobre todo, con el debido respeto a los derechos de Dios y de su Iglesia.

4. Por lo tanto, exhortamos una y otra vez a todos los católicos de esos países a que se unan a sus legítimos pastores con una fuerza masiva y en filas, y así se apliquen diligentemente al avance y fortalecimiento de esta santa causa. Porque es una causa que no puede ser abandonada o descuidada sin hacer imposible la verdadera paz.

5. Pero mientras Nuestro corazón sigue temiendo por este motivo, contemplamos la amenaza de otra crisis espantosa. Como sabéis, Venerables Hermanos, las llamas de otra guerra se están avivando amenazadoramente en el Cercano Oriente, no lejos de aquella tierra santa donde los ángeles descendieron del Cielo y se cernieron sobre el pesebre del Divino Niño, anunciando la paz a los hombres de buena voluntad. (Lucas 2. 14).

6. ¿Qué otra cosa podemos hacer Nosotros, que abrazamos a todos los pueblos con afecto paternal, sino elevar oraciones suplicantes al Padre de las Misericordias y Dios de todo consuelo (cfr. 11 Cor. 1. 3), e instaros a todos a uniros a ellas con Nosotros? Porque “las armas de nuestra guerra no son carnales, sino poderosas ante Dios” (11 Cor. 10. 4).

7. Confiamos únicamente en Aquel que puede iluminar las mentes de los hombres con su luz celestial e inclinar sus incitadas voluntades hacia aquellos consejos más templados por los que se puede establecer el recto orden entre las naciones, en beneficio común y con la certeza de que se están asegurando los legítimos derechos de todas las partes interesadas.

8. Que todos los hombres, especialmente los que tienen en sus manos los destinos de las naciones, recuerden que la guerra no trae ningún beneficio duradero, sino un cúmulo de desgracias y desastres. Las diferencias entre los hombres no se resuelven con las armas, el derramamiento de sangre o la destrucción, sino sólo con la razón, el derecho, la prudencia y la justicia.

9. Cuando los hombres sabios motivados por el deseo de una paz duradera se reúnen para discutir tales diferencias, deberían ciertamente sentirse obligados a entrar en los caminos de la justicia antes que en el camino temerario de la violencia, si reflexionan sobre los graves peligros de una guerra que puede comenzar como una pequeña chispa, pero que puede estallar en una enorme conflagración.

10. En medio de estas peligrosas crisis, queremos convencer especialmente a los jefes de gobierno. No podemos dudar de que se den cuenta de que ningún otro interés Nos motiva sino el bien común y la prosperidad de todos, que nunca se puede conseguir con la masacre de los hermanos.

11. Y puesto que, como hemos dicho, ponemos Nuestra esperanza sobre todo en la providencia y la misericordia de Dios. Os exhortamos repetidamente, Venerables Hermanos, a no dejar de alentar y promover esta celosa cruzada de oración. Que por medio de ella -con la intercesión de su Madre, la Virgen María- Dios todopoderoso, en su bondad, conceda el fin de la amenaza de la guerra, una solución feliz a las reivindicaciones conflictivas de las naciones y la garantía en todas partes, en beneficio común de todos, de los derechos concedidos a la Iglesia por su divino Fundador. Así, “toda la familia humana, desgarrada por la herida del pecado, sea puesta bajo el dominio de su dulcísima regla” (Oración para la fiesta de Cristo Rey)

12. Hasta entonces, con amor en nuestro Señor, os impartimos a todos vosotros, Venerables Hermanos, y a los rebaños confiados a vuestro cuidado, que ciertamente responderán como vosotros a Nuestras renovadas exhortaciones, Nuestra Bendición Apostólica, prenda de las gracias celestiales y prueba de Nuestros paternales buenos deseos.

13. Dado en Roma, desde San Pedro, el día primero de noviembre, fiesta de Todos los Santos, del año 1956, decimoctavo de Nuestro Pontificado.


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