Por Enrique Anrubia
Entre las acciones más complejas que hacemos hoy en día se encuentra el comer. Aun siendo un acto diario, la complejidad que le hemos insuflado no está solo en el número de recetas que se pueden encontrar sobre un mismo plato, sino en la complejidad de las distinciones que hacemos en nuestra comida.
Un ejemplo: si bien antes uno podía distinguir entre azúcar blanco y azúcar moreno, bien sabemos hoy que esa distinción se ha quedado obsoleta por simple y que, ahora, los edulcorantes comunes también son, por citar sólo algunos, la sacarosa, el aspartamo, la panela, la stevia o el sorbitol (que está en muchos chicles sin azúcar).
Si antes a nadie le amargaba un dulce, ahora uno puede quedar amargado por la cantidad de información que necesita para saber cómo se ha endulzado el dulce en cuestión.
Similar a ello está el volumen de información que existe sobre lo que comemos, porque cualquier ciudadano de a pie ya sabe, o se preocupa por saber, que comer una pechuga de pollo ya no es simplemente comer un carne animal troceada, sino también un nivel de grasas (que, por supuesto, se vuelven en dividir en saturadas y no saturadas), unos azúcares, unos carbohidratos determinados, un nivel de sodio (sal) y un valor calórico o energético.
Pero quizás donde más se muestra la necesidad de esa información química es en un movimiento alimentario que, curiosamente, se entiende a sí mismo como la más natural de las formas de comer: el veganismo.
Para quien aún no conozca el veganismo, se trata de aquella corriente nutricionista que evita en su dieta cualquier producto animal directo (carnes y demás) o indirecto (leche, huevos, etc.).
Eso también incluye evitar en su estilo de vida cualquier producto de consumo extraído de fuentes animales (pieles, lanas, etc.). La idea de fondo es que el ser humano no puede matar y explotar otros animales. Y no puede hacerlo en animales pero sí en plantas, porque los animales son seres dotados de un sistema nervioso central perceptivo y, por tanto, sienten dolor. Así que matar o explotar animales es causar dolor a otros.
Aunque el veganismo se autoproclama como un estilo de vida antes que por una forma de comer, lo cierto es que se trata de una forma de comer que copa y sostiene todo un estilo de vida.
Al caso, si buscamos saber qué es el veganismo en internet, nos vamos a encontrar, sobre todo, libros de recetas de cocina que han rebuscado hasta la saciedad la información de los alimentos.
Aunque el veganismo es una corriente cultural y, por tanto, algo amorfo en sus tesis, se puede decir que se basa en varios libros. Uno es el llamado “El estudio de China” de T. Colin Campbell. En él se dice que el consumo ingente de proteínas de origen animal aumenta enormemente el riesgo de padecer determinados tipos de cáncer. Eso, para los veganos, significa la prueba de que el ser humano no está hecho para comer carne.
El segundo libro es el del filósofo Peter Singer, “Liberación animal”. Resumiendo mucho, Singer dice que la sacralidad de un ser vivo se basa en si se es capaz de sentir dolor o placer. Si lo es, hay que respetarlo y nunca causarle dolor. Eso incluye a los animales.
Y existe un tercer pilar (más reciente) que es la de apoyo al ecologismo. Las empresas relacionados con el consumo animal son de las empresas que más metano producen al medioambiente con el consiguiente problema del cambio climático. El documental de culto en el mundo vegano sobre este tema es “Cowspiracy”
Así, resumiendo, uno se hace vegano por 1) respetar la sacralidad de los animales porque estos también sienten dolor; 2) es lo que hay que hacer para proteger el medio ambiente ;3) es la forma más natural y propia de comer del homo sapiens: comemos carnes o sus derivados, pero realmente el ser humano no está hecho para comer carne; ni siquiera el hombre prehistórico comía carne.
Bien vale reconsiderar si las hipótesis sobre las que se basa el veganismo son ciertas, porque algunas de sus conclusiones (aunque no todas), como proteger el medioambiente o no infligir dolor gratuito a un animal, son algo que más o menos todo el mundo puede estar de acuerdo. Entre esas hipótesis hay, al menos, 5 errores que conviene desmitificar.
1.- Nuestros ancestros no comían carne
Error. Toda la línea evolutiva del homo (desde el erectus hasta el sapiens –nosotros-) se ha demostrado paleoantropológicamente que comía carne. Más aún: hasta el Australopitecus (que no pertenece a nuestro taxón biológico próximo) comía carne. Datos de Richard Leakey del 2013, paleoantropólogo y padre de conservacionismo animal. El único dilema que hay es si al principio el homo sapiens era más carroñero o cazador. Nadie científicamente pone en discusión que comía carne.
2.- Hace falta dejar de comer carne para ayudar el medio ambiente
Error. La producción de metano por parte de la empresa de ganado bovino es brutal y es absolutamente cierto que es un problema medioambiental de primer orden. Este se debe sobre todo a la digestión esférica de los bovinos, pues produce cantidades ingentes de metano. Pero curiosamente produce más metano y es más dañino para el medio ambiente el cultivo de arroz que la producción (por poner un ejemplo de animales) de gallinas. Los datos pueden comparase en la página de la FAO.
3.- Es más natural y sana la comida vegana
Error.“Natural”: la comida vegana necesita de pastillas complementarias de B12 y de vitamina D absolutamente necesarias para el cuerpo humano y que se encuentran fácilmente en grasas animales. Los veganos aducen que las algas Nori o las setas shitake poseen contenidos de B12; efectivamente, así es: se tiene que comer 100 gramos diarios de algas Nori o Shitake para proveer el mínimo necesario para el funcionamiento correcto del ser humano. Algo exagerado y mundialmente imposible de sostener. Además, tomar por “natural” una dieta que necesita de complementos farmacéuticos no parece muy lógico.
Respecto a si es una dieta más sana: existen numerosos casos de veganos que han destrozado su sistema inmunológico y estomacal tras años de ser veganos. En la web y YouTube se pueden encontrar muchos testimonios de veganos convencidos (algunos de ellos activistas de fama internacional) que, tras tener serios problemas de salud, dejaron de serlo.
4.- El problema fundamental es que se causa dolor a otros seres. De tal manera que hay que evitar el dolor a los seres que sienten.
Error. Se confunde el “daño” con el “dolor”. El problema no es el dolor sino el daño. Algunas enfermedades que son un daño objetivo son detectadas tardíamente precisamente porque no causan dolor en sus primeros estadios. Pero son un mal. Por otro lado, no se da respuesta a la cantidad de seres sensitivos que no son propiamente animales superiores: insectos de todo tipo, etc. Además de no saber cómo hacer para evitar plagas en cultivos si no es matando determinados animales (superpoblaciones) e insectos.
5.- Nuestro estómago no está hecho para comer carne
Error. En primer lugar, nuestro estómago es más largo que el de un carnívoro (estos expulsan antes los nutrientes restantes), pero desde luego nada tiene que ver un rumiante (que como todo el mundo sabe poseen 4 estómagos). Los paleoantropólogos, nutricionistas y paleomédicos explican que nuestro estómago es muy peculiar porque es un mix no comparable a otras especies. Esto es debido a que cocinamos la comida.
Si bien es cierto que nuestro estómago no está hecho sólo para comer carne, cabe decir que nuestra ventaja biológica es que somos más que carnívoros, omnívoros.
Tener en cuenta estas cuestiones ayudaría a desentrañar algunas de las trampas que el veganismo está divulgando hoy en día.
Se puede ser ecologista y no ser vegano, se puede ayudar y proteger a los animales y no ser vegano, y se puede comer bien sin tener que hacer una ingesta brutal de calorías procedentes de materia animal.
Cierto es que en los países desarrollados las ingesta de proteína animal se ha disparado en los últimos años y eso ha ocasionado problemas de salud pública, pero eso, se mire por donde se mire, no convierte al veganismo en verdadero.
Aleteia
Se puede ser ecologista y no ser vegano, se puede ayudar y proteger a los animales y no ser vegano, y se puede comer bien sin tener que hacer una ingesta brutal de calorías procedentes de materia animal.
Cierto es que en los países desarrollados las ingesta de proteína animal se ha disparado en los últimos años y eso ha ocasionado problemas de salud pública, pero eso, se mire por donde se mire, no convierte al veganismo en verdadero.
Aleteia
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