CONCEPTOS EXPUESTOS POR EL PAPA BENEDICTO XVI EN LA HOMILÍA PREDICADA EN LA MISA CELEBRADA EN MUNICH (ALEMANIA) EL 10 DE SEPTIEMBRE DE 2006.-
“………El amor al prójimo, que es en primer lugar preocupación por la justicia, es el metro para medir la fe y el amor a Dios……”
“…… No solo existe la sordera física, que en gran medida aparta al hombre de la vida social. Existe un defecto de oído con respecto a Dios, y lo sufrimos especialmente en nuestro tiempo. Nosotros, simplemente, ya no logramos escucharlo; son demasiadas las frecuencias diversas que ocupan nuestros oídos. Lo que se dice de él nos parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo. Con el defecto de oído, e incluso la sordera, con respecto a Dios naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con él o a él. Sin embargo, de este modo nos falta una percepción decisiva. Nuestros sentidos interiores corren el peligro de atrofiarse. Al faltar esa percepción, queda limitado, de un modo drástico y peligroso, el radio de nuestra relación con la realidad en general. El horizonte de nuestra vida se reduce de manera preocupante……”
“……. La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres solo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco. En ese caso, sobrevienen pronto los mecanismos de la violencia, y prevalece la capacidad de destruir y matar, el afán de conseguir el poder, un poder que debería llevar más tarde o más temprano al establecimiento del derecho, pero que en realidad nunca será capaz de lograrlo.- De este modo se aleja cada vez más la posibilidad de la reconciliación, del compromiso común a favor de la justicia y del amor…..” (Traducción distribuida por la Santa Sede. Copyright. 2006. Librería Editrice Vaticana).- ( Los destacados me pertenecen)
EL COMPROMISO QUE DEBEMOS ASUMIR
“El que dice: ‘Amo a Dios’,
“………El amor al prójimo, que es en primer lugar preocupación por la justicia, es el metro para medir la fe y el amor a Dios……”
“…… No solo existe la sordera física, que en gran medida aparta al hombre de la vida social. Existe un defecto de oído con respecto a Dios, y lo sufrimos especialmente en nuestro tiempo. Nosotros, simplemente, ya no logramos escucharlo; son demasiadas las frecuencias diversas que ocupan nuestros oídos. Lo que se dice de él nos parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo. Con el defecto de oído, e incluso la sordera, con respecto a Dios naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con él o a él. Sin embargo, de este modo nos falta una percepción decisiva. Nuestros sentidos interiores corren el peligro de atrofiarse. Al faltar esa percepción, queda limitado, de un modo drástico y peligroso, el radio de nuestra relación con la realidad en general. El horizonte de nuestra vida se reduce de manera preocupante……”
“……. La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres solo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco. En ese caso, sobrevienen pronto los mecanismos de la violencia, y prevalece la capacidad de destruir y matar, el afán de conseguir el poder, un poder que debería llevar más tarde o más temprano al establecimiento del derecho, pero que en realidad nunca será capaz de lograrlo.- De este modo se aleja cada vez más la posibilidad de la reconciliación, del compromiso común a favor de la justicia y del amor…..” (Traducción distribuida por la Santa Sede. Copyright. 2006. Librería Editrice Vaticana).- ( Los destacados me pertenecen)
EL COMPROMISO QUE DEBEMOS ASUMIR
“El que dice: ‘Amo a Dios’,
y no ama a su hermano,
es un mentiroso.
¿Cómo puede amar a Dios,
¿Cómo puede amar a Dios,
a quién no ve,
el que no ama a su hermano,
a quién ve?” ( Jn. 1ª Carta. 4. 20.)
¿Es que realmente el hombre ve y oye a su prójimo?. ¿Es que ha limitado el conocimiento al que le brindan, en forma vulgar, sus sentidos?. Estos son meros instrumentos para obtener los datos que la actividad de su espíritu requiere para obrar la abstracción conceptual.
El resultado de ella es el concepto, y con este el conocimiento objetivo de la realidad en la profundidad que le brindan las esencias. Por ellas contempla lo que las cosas son.
La condición de Persona Humana, lo habilita para conocer más allá de sus sentidos. Los universales instalan en su espíritu la unidad que surge del orden del cosmos.
La sordera a la que alude el Santo Padre, es consecuencia de la apatía en la que el ser humano ha sumergido su vida.
Es seguro que oye y ve con los “oídos” y la “vista” de su conocimiento intelectual. Nadie desconoce a su prójimo, aún cuando no lo haya visto en su singularidad.
Nadie puede negar la vida y hasta la forma física del niño que habita en el seno materno. La conoce en su esencia, que es sujeto pleno del entendimiento.
El problema debe ser planteado como la decisión de no querer atender al requerimiento de su naturaleza. O, si se quiere, con mayor exactitud, a la solicitud de aquello que implica esfuerzo, entrega, en el estado de ánimo que define el coraje necesario para obtener su propia perfección y brindar ella a su prójimo. En definitiva, el compromiso para amar.
Compromiso significa: “Obligación contraída, palabra dada, fe empeñada” (D.R.A.E. Término “Compromiso”. 4ª Acepción.).-
Y, en tanto este deber surge de su propia condición humana, no puede desconocerlo.
¿Cómo explicar que teniendo claro conocimiento del tesoro que significa el orden natural contemplado, y por tal acto de atención, asumido - inmaterializado- por su espíritu, no obre en su consecuencia.?
¿Cómo no “saborear” el gusto de la verdad ?. ¿Cómo reprimir el llamado del bien?
Tanto la sordera del oído, como la del corazón, no pueden dejar de oír los gritos silenciosos de los niños que son asesinados en el seno de sus madres. Tampoco puede negar lo que su intelecto le increpa, ante “la impasibilidad de su ánimo, la dejadez y la indolencia” de una voluntad que se ha llamado a ignorar su propia naturaleza, desoyendo las exigencias perfectivas.
Y si el imperativo ético le impulsa a la atención del prójimo, con quienes debe relacionarse para la entrega que lo perfeccione, pues de eso se trata el amor; negarse al mismo significa admitir que ha concedido la voluntad de vivir. Pues el orden no conservado, genera la muerte.
Debe recordarse que si se predica el amor a Dios, se ha renunciado a juzgarle con fundamento en los juicios y sabidurías simplemente terrenales.
La sentencia es clara: Dijo Jesús: “Para un juicio he venido a este mundo: Para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos” (Jn. 9,1-39).
Escribe Romano Guardini: “Ver es una actividad al servicio de la voluntad de vivir. Cuanto más arraigados estén el temor por la repugnancia, tanto más se obstinarán los ojos en no ver, hasta que finalmente ya no reciban en absoluto la imagen del otro. ‘Recibir su imagen’…….¡profundas palabras!. El ojo se ha vuelto ciego para ella. La historia de toda enemistad entraña este proceso. De nada servirán los discursos, sugerencias, consejos y aclaraciones. El ojo lisa y llanamente no recibe más la imagen de quien está frente a él. Para que el ojo se abra y comience a ver, los pensamientos tienen que volverse hacia la justicia, y el corazón tiene que desasirse. La fuerza visual se fortificará ejercitándose en la percepción del brillo del objeto y así el ojo irá sanando lentamente para volver a captar la verdad” (Der Herr. Pág. 201).
a quién ve?” ( Jn. 1ª Carta. 4. 20.)
¿Es que realmente el hombre ve y oye a su prójimo?. ¿Es que ha limitado el conocimiento al que le brindan, en forma vulgar, sus sentidos?. Estos son meros instrumentos para obtener los datos que la actividad de su espíritu requiere para obrar la abstracción conceptual.
El resultado de ella es el concepto, y con este el conocimiento objetivo de la realidad en la profundidad que le brindan las esencias. Por ellas contempla lo que las cosas son.
La condición de Persona Humana, lo habilita para conocer más allá de sus sentidos. Los universales instalan en su espíritu la unidad que surge del orden del cosmos.
La sordera a la que alude el Santo Padre, es consecuencia de la apatía en la que el ser humano ha sumergido su vida.
Es seguro que oye y ve con los “oídos” y la “vista” de su conocimiento intelectual. Nadie desconoce a su prójimo, aún cuando no lo haya visto en su singularidad.
Nadie puede negar la vida y hasta la forma física del niño que habita en el seno materno. La conoce en su esencia, que es sujeto pleno del entendimiento.
El problema debe ser planteado como la decisión de no querer atender al requerimiento de su naturaleza. O, si se quiere, con mayor exactitud, a la solicitud de aquello que implica esfuerzo, entrega, en el estado de ánimo que define el coraje necesario para obtener su propia perfección y brindar ella a su prójimo. En definitiva, el compromiso para amar.
Compromiso significa: “Obligación contraída, palabra dada, fe empeñada” (D.R.A.E. Término “Compromiso”. 4ª Acepción.).-
Y, en tanto este deber surge de su propia condición humana, no puede desconocerlo.
¿Cómo explicar que teniendo claro conocimiento del tesoro que significa el orden natural contemplado, y por tal acto de atención, asumido - inmaterializado- por su espíritu, no obre en su consecuencia.?
¿Cómo no “saborear” el gusto de la verdad ?. ¿Cómo reprimir el llamado del bien?
Tanto la sordera del oído, como la del corazón, no pueden dejar de oír los gritos silenciosos de los niños que son asesinados en el seno de sus madres. Tampoco puede negar lo que su intelecto le increpa, ante “la impasibilidad de su ánimo, la dejadez y la indolencia” de una voluntad que se ha llamado a ignorar su propia naturaleza, desoyendo las exigencias perfectivas.
Y si el imperativo ético le impulsa a la atención del prójimo, con quienes debe relacionarse para la entrega que lo perfeccione, pues de eso se trata el amor; negarse al mismo significa admitir que ha concedido la voluntad de vivir. Pues el orden no conservado, genera la muerte.
Debe recordarse que si se predica el amor a Dios, se ha renunciado a juzgarle con fundamento en los juicios y sabidurías simplemente terrenales.
La sentencia es clara: Dijo Jesús: “Para un juicio he venido a este mundo: Para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos” (Jn. 9,1-39).
Escribe Romano Guardini: “Ver es una actividad al servicio de la voluntad de vivir. Cuanto más arraigados estén el temor por la repugnancia, tanto más se obstinarán los ojos en no ver, hasta que finalmente ya no reciban en absoluto la imagen del otro. ‘Recibir su imagen’…….¡profundas palabras!. El ojo se ha vuelto ciego para ella. La historia de toda enemistad entraña este proceso. De nada servirán los discursos, sugerencias, consejos y aclaraciones. El ojo lisa y llanamente no recibe más la imagen de quien está frente a él. Para que el ojo se abra y comience a ver, los pensamientos tienen que volverse hacia la justicia, y el corazón tiene que desasirse. La fuerza visual se fortificará ejercitándose en la percepción del brillo del objeto y así el ojo irá sanando lentamente para volver a captar la verdad” (Der Herr. Pág. 201).
Si dices que amas a Dios, necesariamente deberás ver y oír a tu prójimo, ayudado con la luz divina y el sonido de las palabras del mensajero. Solo así realmente verás y entenderás. Y en tales actos podrás asumir el compromiso de luchar por el amor y la justicia.
De nada valdrá, entonces, el lamentarse o manifestar que se comprende lo terrible del homicidio de los niños en el seno materno. De nada valdrá tampoco expresar fingida preocupación porque las personas con capacidades diferentes pasan a integrar el grupo que esperan la decisión que disponga su muerte, tal como ya ocurre con los ancianos y con los niños por nacer, y aún aquellos nacidos, en tiempo ya en vías de ser legislado, o que no gozan de una vida que se adecue a las normas del vivir hedonista. Hace falta seguir el ejemplo de entrega que nos brindó Cristo. Su modelo no puede quedar en las marquesinas, comunes en una sociedad que se agota en los anuncios, tras los cuales los hombres se ocultan para no ser molestados en la pasividad que le exige su cobardía.
Debe asumirse el lugar que corresponde en el combate por la vida, ser protagonista de la fe. Entonces se logrará convertir el mundo con el amor. Sólo así podrá afirmarse la justicia y – su resultado – la paz.
Que los gritos de los niños que son asesinados y de todo aquel hermano ya condenado, por no adecuarse a los vacíos estereotipos de una sociedad que teme alcanzar sus fines, porque no encuentra en ellos valor objetivo alguno; brinden la incomodidad que no nos deje vivir, si no asumimos librar –como decía San Pablo- el buen combate, que será hoy por la vida de los más pequeños y por la de los más débiles, cualquiera sea su edad.
JUAN CARLOS GRISOLIA
(Capítulo que forma parte de “La Defensa del Derecho Natural a la Vida. El Deber de cuyo cumplimiento nadie puede excusarse”. Publicación del autor. Año 2011. Se remite en la fecha 28 de Septiembre de 2016).
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